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La arbitrariedad del perdón y del olvido

La soledad de su voz fue desterrada cuando el propio Javier Marías abrió la puerta del balcón de su casa en Madrid e irrumpió el rumor babélico de los turistas de la plaza. Estaba en mitad de sus reflexiones sobre su novela Así empieza lo malo (Alfaguara), recién salida a la venta. Dejó entrar las voces y el sol de la tarde, sin parar de fumar ni hablar de la manera en que algunos españoles, como por arte de magia, no solo “se cambiaron de chaqueta” tras la muerte de Franco, sino que intentaron obrar el milagro de usurparse a sí mismos con nuevas biografías. Fue poco después de que aclarara que su novela no es política.

Es su novela más erótica y feminista, y con más humor y desparpajo lingüístico, en cuyas 534 páginas está el rastro del joven Javier Marías que fue, y que es en la memoria, llamado aquí Juan de Vere. Él, el joven De Vere, es quien desde el presente evoca su vida en 1980. Faltaba un año para que se aprobara el divorcio. Ahí está el origen de una novela en cuyo título, una vez más, está la presencia tutelar de Shakespeare, ahora invocado en Hamlet: “Así empieza lo malo y lo peor queda atrás”. Mientras, aquí, antes de que se cuelen las voces, el escritor y académico escenifica lo que dicen de su narrativa:

“Si en otras novelas he podido determinar con exactitud el primer latido, como decía Nabokov, aquí no tengo un elemento tan concreto. Una de las cosas que parece haberse olvidado es que hasta hace poco no había divorcio en España. Recordé que muchos matrimonios, aunque se llevaran mal y fueran indiferentes, seguían juntos. Eso me llevó a pensar que aparte de no existir el divorcio, una de las cosas que, a veces, más mantiene a las parejas de todo tipo es el rencor. Cómo el rencor es una fuerza enorme de la que puede ser difícil prescindir. Me interesaba también el deseo sexual mezclado, a veces, con amor y como uno de los motores más fuertes entre dos personas, sobre todo en la juventud. El narrador cuenta desde una edad madura y eso le permite observarse de joven y a los jóvenes. Hay una frase clave: ‘Los jóvenes tienen el alma y la conciencia aplazadas’, y suelen ser desaprensivos en algunos terrenos. Hay un tercer elemento: la arbitrariedad del perdón. Uno de los protagonistas, Eduardo Muriel, dice que la justicia desinteresada e impersonal no existe”.

No es una novela sobre los jóvenes y el sexo pero tiene coordenadas sobre ese mapa y cómo algunos buscan crear recuerdos:
“Me resulta inquietante que el joven en un momento dado tiene la sensación de haber vivido cosas como una especie de atesoramiento, y viene a decir: ‘Tengo que fijarme bien, tengo que aprehender bien este momento y estar atento a los detalles porque habrá un yo futuro que me reclamará este momento’. Como si uno tuviera presente el espectro que será. A medida que uno cumple años descubre que el joven que fue tenía razón”.
No es una novela autobiográfica, pero Marías desanda su juventud:

“El lenguaje del narrador es más crudo. Sobre todo en el pensamiento, y eso da verosimilitud. Para su configuración recordé pasajes de mi juventud. He pensado con honestidad sobre si yo habría hecho una cosa u otra. Y a veces no es fácil reconocer y aceptar que también uno se portó de manera un poco indigna. En la juventud hay cosas a las que no se les da importancia. Me temo que sí hay elementos del que fui…”.

No es una novela de amor, pero tras los retratos de Los enamoramientos, su novela anterior, se asoma a diferentes formas de amor:
“Lo extraordinario es que el amor sea correspondido. ¿Por qué diablos alguien a quien nosotros señalamos va a corresponder y, en caso de que así sea, por qué ha de durar? Enlaza con una idea de Corazón tan blanco, cuando se dice que todo el mundo obliga a todo el mundo. Al menos al inicio, hay un cierto grado de forzamiento de quien toma la iniciativa, incluso en la amistad. Es raro que todo sea simultáneo. Como cuando un niño dice a otro: ‘Quiero ser amigo tuyo’. Sigue siendo así, aunque no se verbalice. Verse considerado, deseable por alguien, te hace sentir bien y considerar al otro también. Estamos expuestos a dejar de ser un bulto en el océano”.

No es una novela sobre venganzas, pero palpita ese lado agazapado del ser humano, junto al de la impunidad:
“La arbitrariedad del perdón es un misterio. Pasamos por alto cosas graves, pero somos incapaces de hacerlo con las pequeñas. Quizá tiene que ver con lo que hiere el amor propio, y éste es enigmático. A veces nos tomamos mal que se ponga en duda algo trivial y no nos importa cuando es sobre algo básico de nuestra personalidad. Nadie sabe bien dónde tiene puesto el orgullo porque no siempre está puesto en lo aparentemente más importante”.
No es una novela política ni histórica, pero el franquismo parece tocarlo todo en España:

“Hubo un acuerdo, tras la dictadura, de no pasar factura a nadie. Fue acertado no llevar a nadie al banquillo, aunque eso supusiera renunciar a muchas cosas. Eso contribuyó a que pasáramos a tener un país más o menos normal, por imperfecta que sea la democracia y más imperfecta que esté ahora. Pero una cosa es que no se pasaran cuentas y otra es que no se pudieran saber las cosas. Ahí es donde se exageró y es en lo que seguimos, hasta cierto punto. Hay un personaje que quiere saber algo del pasado de un amigo y luego desiste. Dice que si perdiera esa amistad al involucrarse en lo que él hizo hace años, y que luego ha reparado, sería el mayor imbécil en un país donde nadie está haciendo eso. Y renuncia a saber. Eso refleja la época, 1980, y lo que ha pasado en este país. Pero también es la historia de la humanidad”.

Marías se levanta, se acerca al balcón y deja rodear su voz del murmullo:
“No es que sea conformista, es la aceptación de que así son las cosas. Hay un momento en que dices: ‘Hay que convivir’. Pero me parece bien reclamar la verdad, lo que sucedió. Una cosa es que no se lleve a nadie al banquillo y otra que algunos empezaran a crearse biografías festivas. Mi padre decía: ‘No creo en arte de magia’, en personas que un día están aquí y al día siguiente allá: hay que ver su desplazamiento. Tenía razón. Incluso muchos intelectuales tuvieron actuaciones dudosas u oportunistas y fueron cambiando; algunos de manera sincera. No es lo mismo una guerra con los demás que con uno mismo”.

No es un melodrama, pero reconoce su lado noble y se pregunta qué haría la gente, ¿saber o no saber? Él cuenta qué va a hacer ahora:
“No tardaré mucho en empezar algo. El 20 de septiembre cumplo 63 años. La edad casi de un jubilado y si uno no está activo, está peor. Antes uno tenía más perspectiva en lo que yo llamaba futuro abstracto, ignoto, donde cabe todo. Pero ahora vivo en un presente continuo y no se sabe lo que nos deparará la vida”.

Marías, que ha escrito 12 novelas y que se sabe hijo del azar porque su bisabuelo materno estuvo a punto de morir cuando era un bebé, mientras décadas después su padre fue casi empujado a la muerte, durante el franquismo, tras la infamia de un delator, deja su universo literario de Así empieza lo malo con dos personas que se miran y en silencio parecen decirse: “Y no, nada de palabras”.