El martes 14 de octubre se realizó un homenaje a la poeta Blanca Wiethüchter (1947-2004) en el Espacio Simón I. Patiño con tres mesas de reflexión sobre su legado: una contemplaba su poesía, otra sus ensayos sobre arte: literatura, pintura y música, y la tercera su acción educativa.

Este es un resumen de la última de las mesas, en la que participaron cinco generaciones de amigos y discípulos de Blanca: Raquel Montenegro, su compañera de estudios en la secundaria y de la universidad; Jaime Taborga y mi persona de la década de los 70; Gilmar Gonzales, amigo y estudiante de los 80; Omar Rocha, estudiante de su Taller de Poesía de los 90; Adriana Lanza, Alan Castro y Juan Pablo Piñeiro, estudiantes de su última propuesta de licenciatura en Literatura en la Universidad Católica, y Norma Quintana, participante de un taller no académico.

Todos coincidieron en que la acción educativa de Blanca fue una extensión de su hacer poético, esa acción que transforma y continúa el mundo de diversas maneras. En efecto, su enseñanza consistía simplemente en compartir ese hacer en todas sus dimensiones.

Si pensamos en educación es inevitable pensar en las instituciones educativas que, cuando menos, son estructuradas y estructurantes. Blanca no las ha evitado, pero ha conseguido poner en práctica en ellas su ideario: humanista, sensible, intuitivo y de amplia libertad. Podríamos decir que en esos caminos o carreras que establecen férreamente las instituciones, ella supo abrir la senda para los caminos transversales, basados en aquello que no se encuentra en ellas: la emoción, la imaginación, el sueño. Prueba de ello es que muchos de sus estudiantes dicen haber vivido con ella la ficción, la casa embrujada, y que lo único que les pedía para empezar a trabajar era su entusiasmo, lo mismo que le pide el diablo a Fausto en la obra de Goethe.

Estudiante del colegio Alemán en los años 50 y 60, ya allí cuestionaba la rigidez y la distancia que se imponía entre profesor y alumno, después con sus lecturas de experiencias innovadoras de plena libertad en Inglaterra, sus conversaciones con Arturo Orías y su lectura de poesía, pudo comprender ese su rechazo y fundar en él mismo su actitud educativa.

Así como muchos de nosotros nos consideramos discípulos de Blanca, también es importante señalar, como lo notó Jaime Taborga, que ella consideró haber tenido dos maestros, a quienes miró y escuchó en estas sus reflexiones: Arturo Orías y Jaime Saenz. Ellos colaboraron a que legitime sus intuiciones pedagógicas y, de alguna manera, la impulsaron a seguirlas.

Decimos que su ideario es humanista porque todos y cada uno de sus estudiantes no eran tales sino interlocutores válidos desde su experiencia de vida, ante la que ella sentía un profundo respeto y una admiración que la llevaba a expresar su asombro, y a partir de ello establecía una complicidad para trabajar en conjunto, en ella no estaban ausentes ni la exigencia ni la rigurosidad. Lo interesante es que lo mismo sucedía en sus conversaciones con los amigos.

Como estudiante de la carrera de Literatura de la UMSA, nos cuenta Raquel Montenegro, que se las había arreglado para dar cursos de lenguaje en una institución de huérfanos, donde no le interesaba difundir conocimiento sino lograr que los niños expresen sus emociones, sus vivencias y finalmente que escriban creativamente. Por esto decimos que su ideario es sensible e intuitivo, pero también que obedece a un principio de autenticidad que ha sido resaltado por muchos de los que han sido sus estudiantes en diferentes momentos y en muy distintas ocasiones.

Una de sus estudiantes resume su método así: Blanca mostraba, compartía y contagiaba, cuando se sentía como aquella niña que está muerta de miedo al ver al dragón y después de todo termina haciéndose amiga de él.

Una de sus formulaciones reiteradas fue la de los talleres. El origen quizás fueron los legendarios Talleres Krupp de Saenz. Pero lo que es cierto es que impuso en la carrera de Literatura de la UMSA los Talleres de Escritura Creativa, hizo lo mismo en la Universidad Católica, y como experiencia no institucional fundó el Taller de Estudios Libres (TEL) que funcionó desde los años 80 hasta los 90 en el rincón que se llamó Puraduralubia.  

El Taller era concebido como un trabajo artesanal semejante al que realizaba Jaime Saenz con los relojes, que los estudiaba, los desarmaba, los entendía para luego poder armarlos. Así pues el hacer un libro era no solo escribirlo, sino comprar el papel, pensarlo físicamente, diagramarlo, empastarlo…  Así un libro de poesía era siempre para ella un objeto. Esto me recuerda lo que dice el escritor Juan José Saer de la ficción: tiene más relación con el objeto que con el discurso.

El objeto de los talleres, que le gustaba hacerlos en su casa, pues ese era su laboratorio de trabajo, era que quien escribía encuentre la total libertad para expresarse y vaya él mismo autorregulándose. Así para Blanca la realización de la obra era una experiencia autoformativa y de transformación interior.
Para participar en los talleres de Blanca eran requisitos la autenticidad y el compromiso, sin ellos a nada podía llegarse, y esto hacía que la experiencia misma fuera intensa.

Los legados que nos ha dejado son muchos: en la carrera de Literatura de la UMSA están los Talleres de Escritura Creativa, pero también el Taller de Cultura Popular, el Archivo de Cultura Oral que se empezó el 1986, a partir de su curiosidad por conocer todo lo boliviano desde todos los puntos de vista.
Como dijo uno de sus estudiantes, lo que te pedía era que fueras crítico y que pensaras. No en vano inventó la materia Pensamiento Crítico en la Universidad Católica, que en realidad es un ejercicio de lectura y escritura. Pero también los Talleres de Expresión Artística, en los que en un semestre el estudiante experimentaba con cuatro o cinco lenguajes artísticos: danza, música, literatura, teatro, cine.

Le agradecemos a Blanca toda la experiencia de desestructuración que nos has dejado: desestructuración epistemológica, burocrática y sobre todo de nuestros propios hábitos.