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‘Tengo una visión pesimista y realista de las cosas’

Los chistes, la angustia existencial, el autoanálisis, la lucidez. Los pensamientos sombríos, los requiebros, la falta de esperanza, el buen humor. El cine de Woody Allen contiene todos estos elementos, Woody Allen se compone de todos ellos, y todos ellos aparecen a lo largo de esta entrevista que se celebra en un lujoso hotel de París. A punto de cumplir los 80 años, el viejo Allan Stewart Königsberg, mago de la palabra cinematográfica, reverenciado director y agudo comediante, autor de películas deslumbrantes como Manhattan, Annie Hall, Zelig o Delitos y faltas, entre muchas otras, acude fiel a su cita anual con las pantallas, un compromiso del que no se ha apeado más que dos veces desde el año 1966. Una película al año. Su compulsión en la elaboración de largometrajes no tiene parangón. Y ya van 46 películas detrás de la cámara.

Magia a la luz de la luna, su nueva entrega, la historia de un mago interpretado por Colin Firth que intenta desenmascarar a una médium (Emma Stone) en la Francia de los años 20. El hombre que sueña con arañas, según confiesa, y cuya película favorita es El ladrón de bicicletas, del maestro De Sica, responde ligeramente repantingado en una butaca de la habitación 205 del hotel Le Bristol. Habla con cierta lentitud, lúcido y pesimista. De vez en cuando, detrás de sus palabras, emerge su sonrisa de niño pillo.

—A través del mago Stanley Crawford, el protagonista de su nueva película, usted describe a un hombre que quiere escapar de la realidad para abrazar la magia. ¿Hace usted lo mismo?

—Sí, pero no podemos. A los dos nos gustaría que hubiera algo mágico en el universo, en la vida, pero, desafortunadamente, parece que lo que ves es lo que hay.

—O sea, que es usted tan racional como el personaje.

—Totalmente.

—¿Y qué supone esto en su vida?

—Significa que la mayor parte del tiempo estás deprimido, en vez de estar feliz. Es triste la condición del ser humano, tener que pasar por esto…

—¿A qué se refiere?

—Vivimos en un mundo que no tiene sentido, ni propósito. Somos mortales, y todas las preguntas importantes… Para mí lo importante no ha sido nunca quién es el presidente de Estados Unidos, esas cuestiones van y vienen. Las preguntas importantes se quedan con nosotros y no tienen respuesta. ¿Por qué estamos aquí? ¿Qué estamos haciendo aquí? ¿De qué va esto? ¿Por qué es importante que envejezcamos, por qué morimos? ¿Qué significa la vida? Y si no significa nada, ¿de qué sirve? Ésas son las grandes cuestiones que nos vuelven locos, no tienen respuesta, y uno tiene que seguir adelante y olvidarse de ellas.

—Usted ha abordado todas estas cuestiones a lo largo de su filmografía. A medida que pasa el tiempo, ¿las afronta uno de un modo distinto?

—Alguna gente sí; alguna gente cambia. Yo no he cambiado lo suficiente; ojalá hubiera podido cambiar más. Hay gente cuyos puntos de vista se modifican según pasan las décadas. Empiezan creyendo en Dios y cuando son mayores ya no creen porque la vida les ha desilusionado. A otros les pasa lo contrario, se hacen mayores y empiezan a creer en Dios porque su experiencia les lleva a la conclusión de que hay un poder superior, que hay algo más…

—No es su caso.

—No, yo no creo. Tengo una visión pesimista y realista de las cosas. Como Colin Firth en esta película, creo que lo que ves es lo que hay.

—En un momento dado de la película, el personaje interpretado por Emma Stone dice algo como: “Todos necesitamos mentiras para poder vivir”. ¿Necesitamos mentiras para vivir?

—Sí; Nietzsche lo dijo; Freud lo dijo; Eugene O’Neill lo dijo en una de sus obras. Necesitamos espejismos, la vida es demasiado terrible de afrontar y no podemos afrontar la verdad de lo que es la vida porque es demasiado horrible. Cada ser humano posee un mecanismo de negación para sobrevivir. La única manera de sobrevivir es negar, ¿negar el qué?: negar la realidad. La vida es una situación tan trágica que solo negando la realidad sobrevives.

—¿Siempre le pareció tan trágica la vida?

—Sí, desde que fui capaz de pensar, desde que tenía cinco años, siempre me pareció tremendamente trágica.

—¿Por qué?

—Porque pude ver lo que era desde una edad temprana. Pude ver que naces, que no sabes por qué naces, que vives un número de años, impredeciblemente, puedes morir en cualquier momento, puedes morir a los cinco años o a los 15 o a los 50, nunca vas a sentirte seguro y relajado, siempre tienes que estar alerta; e incluso con esto, finalmente, vas a morir; estás condenado a muerte desde el nacimiento; consigues una pena de muerte en el instante en que naces, así que ¡muchas gracias! ¿Y todo para qué?

—Usted viene haciendo una película al año desde 1966, con dos excepciones. ¿Cómo lo hace?

—No se debe confundir la cantidad con la calidad. He estado sano, gracias a Dios, y sigo trabajando, es agradable. Pero esto no dice nada de la calidad de las películas. Si me dijera que he estado haciendo grandes filmes, uno tras otro, desde 1966, eso sería un logro.

—Bueno, de hecho es algo por lo que se le critica: por hacer muchas películas y, tal vez, no tan buenas como las que rodaba en los años 70. ¿Qué opina sobre esto?

—No pienso nada, no significa nada para mí. Hay gente que me dice que Match Point; Midnight in París; Vicky, Cristina, Barcelona y Blue Jasmine son las mejores películas que he hecho en mi vida. ¿Qué más da lo que piense la gente? Da igual.

—Y usted ¿qué piensa? He leído que es tan perfeccionista que cada vez que ve una de sus películas, no le gusta. ¿Está especialmente orgulloso de alguna de ellas?

—Oh, sí; creo que he hecho algunas películas buenas; no, grandes películas, pero sí películas buenas.

—¿Cuáles serían ésas para usted?

—La rosa púrpura del Cairo es una buena película; Zelig, también; Balas sobre Broadway…

—¿Qué hace que una cinta sea buena?

—Para mí una buena película es cuando estoy en casa, tengo una idea, la escribo, la filmo, la monto, le pongo la música y digo: “¡Salió como yo quería, es exactamente lo que quería!”.

—Más de una vez ha dicho usted que rodar es una manera de escapar de sus ansiedades.

—Sí, me permite no pensar en cuestiones sombrías. Pienso en si podré contratar a Emma Stone para la película, o a Colin Firth; si deberé rodarla en el sur de Francia o en Boston. Esos problemas triviales se pueden solucionar, y si no se solucionan, nadie me mata; si todo sale mal, mal, mal, el resultado es, simplemente, que tengo una mala película. Los otros problemas, los que no puedo resolver, sí que me matan.

—En Woody Allen: un documental, realizado en 2011, gente que trabajó con usted le describía como una persona tímida, un poco adolescente, hipocondriaco, lleno de fobias. ¿Es así?

—Hasta cierto punto. No estoy lleno de fobias, tengo algunas. No voy por túneles, soy claustrofóbico. No soy un hipocondriaco; más bien un alarmista: no imagino que estoy enfermo, pero si veo una cosa pequeñita aquí, una picadura de mosquito, pienso que es un tumor cerebral. Tengo peculiaridades, pero no son peligrosas…

—Tímido…

—Sí, siempre luché contra esto. Ojalá no hubiera sido tan tímido, hubiera tenido una vida mejor si no llego a serlo.

—Ha rodado la mayor parte de sus últimos largometrajes en Europa. ¿Lo ha hecho para poder mantener su independencia?

—No. Fue por cuestiones de financiación, al principio. Siempre he sido independiente, siempre he tenido el corte final, nunca, nunca, nunca han tocado mis películas, desde la primera que rodé.

—¿Siempre ha sido libre?

—Completamente, libre al 100%.

—¿Tuvo esto algún coste?

—Mientras mis películas no salgan muy caras, les da igual lo que haga. Tuve problemas para conseguir dinero y me propusieron que si hacía Match Point en Londres, me la financiaban, así que fui y me gustó. Luego llamaron de España para que hiciera una película en Barcelona.

—Suele usted decir que en Europa le consideramos un intelectual porque lleva gafas de pasta, pero que en realidad no lo es…

—Sí, eso es lo que la gente dice.

—O sea, que usted no es un intelectual.

—No soy un intelectual, pero la gente piensa que lo soy porque tengo el aspecto que se atribuye a los intelectuales. Pero éstos no tienen un aspecto especial; tienen el mismo que los levantadores de pesas o que los jugadores de béisbol… Hace años, si leías mucho, se te estropeaba la vista, y si llevabas gafas era porque leías mucho, porque eras una persona de libros. Pero yo no soy un intelectual.

—Después de venir tanto a Europa para sus películas, ¿no echa de menos Nueva York, como ciudad, para rodar?

—No, no demasiado. De vez en cuando me gustaría hacer una película en Nueva York, porque estoy loco por la ciudad de Nueva York, pero no es que me vaya a Sudán o a Libia a rodar; voy a hacer películas a Barcelona, Londres, París, Roma…

—Sigue usted sin acudir a la entrega de los Oscar. ¿Por qué?

—No soy una persona de premios. Se puede decir cuál es la película favorita de uno, pero no cuál es la mejor película. ¿Quién puede decir eso? Son valoraciones personales, no significan nada. Para los Oscar, la gente hace campaña y gasta millones de dólares para comprar esos premios.

—En otro orden de cosas, señor Allen, ¿a usted qué le preocupa del mundo en el que vivimos, del rumbo que ha tomado nuestra civilización?

—Soy muy pesimista porque el problema del mundo es que depende de la gente. Si miras la historia, ves que la gente no ha hecho un buen trabajo administrándolo, cuidándolo, viviendo en él. No tengo muy claro que el mundo vaya a sobrevivir; no hay muchas razones para el optimismo en estos momentos, tal vez en unos años haya mejores perspectivas.

—¿No encuentra usted ningún motivo para la esperanza?

—Bueno, hay una porción de la gente que es agradable. Pero o no hay suficiente, o son demasiado pasivos, o la tarea es abrumadora; o los malos tienen más ambición y energía. Pero es difícil hallar un punto luminoso en la historia de la humanidad.

—¿La gente, en general, no es buena?

—La gente, en general, está asustada. Y cuando están asustados, actúan equivocadamente, se comportan mal. Es la condición humana, la trágica condición de la existencia, la gente está ansiosa y asustada, no tiene nada en lo que creer, ni tiene esperanza, y la vida es muy complicada, y se comportan mal. Si mañana quedara claro que la vida tiene sentido, o que hay un dios en el universo, seguro que la gente actuaría mejor, y la situación cambiaría para mejorar radicalmente. No es que la gente sea inherentemente mala, es que tiene miedo y por eso se comporta mal.

—¿Lo tiene usted?

—Yo estoy tan asustado como todo el mundo, más que la mayoría; y soy una de las personas que se comportan decentemente a pesar de todo. Hay gente así, pero no demasiada.

—Al ritmo que sigue rodando, no parece que tenga usted pensado retirarse del cine.

—No tengo planes de retirarme en estos momentos. Pero puedo volver a mi habitación y me puede dar un infarto y quedar mal, y entonces me retiraría. Si la salud aguanta, si estoy sano y la gente quiere poner dinero para mis películas, no me retiraré. Si enfermo o la edad me ralentiza de un modo que me avergüence, o no consigo dinero para mis películas, pues me retiraré.

—Y a estas alturas de la vida, usted ¿qué quiere?

—No lo sé. Dos camareras de cócteles de 20 años.

—¿Nada más?

—¡No necesito nada más!

—¿Nada más?

—No, ¡estoy en forma!

Allen

Nacido en Broo-klyn (Nueva York) el 1 de diciembre de 1935, dio sus primeros pasos como monologuista en los años 60. Su primera película, como guionista y actor fue ¿Qué tal, Pussycat? Su primer largometraje, Toma el dinero y corre, en 1969. Nunca acude a la gala de los Oscar, no cree en esos premios, pero Hollywood sí cree en él: ha recibido un total de 24 nominaciones a lo largo de su carrera, 16 como guionista. Y ha logrado cuatro estatuillas.

En su nueva película vuelve a transitar por el terreno de la comedia ligera. Magia a la luz de la luna, ambientada en la Costa Azul de los años 20, supone el fichaje de la magnética actriz Emma Stone. La máquina de hacer películas no se detiene.