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La guerrilla imposible

Su grito de guerra “¡Patria o muerte, venceremos!” se tornó patético cuando fueron derrotados, porque la patria los olvidó y la muerte los cobijó bajo su tétrico manto. Eran muchachos ilusos “que dieron su vida, a cambio de nada” como afirma Eduardo Machicado Saravia en su libro Seien wir realistish, versuchen wir das Unmögliche – Che und die Folgen, publicado por la editorial Patchworld, en Berlín, en 2012.

La traducción del alemán al español, que aún no ha visto la luz, adoptará el título Exijamos lo imposible –un pensamiento del Che. Es un relato de prima mano recogido de las entrañas de ese heterogéneo colectivo que autodenominado Ejército de Liberación Nacional (ELN) pretendió en 1968 enarbolar las banderas de la aplastada guerrilla de Ñancahuazú y proseguir el combate iniciado por el famoso aventurero argentino. De las centenas de obras escritas sobre la personalidad del Che Guevara, su pensamiento y su acción secundada meses después de su ejecución por jóvenes bolivianos, este libro tiene el mérito de ser un testimonio primicial, porque su autor fue también curioso espectador desde la génesis hasta la defunción de ese ELN, mítico para la generación del 68.

La  interrogante inicial será —naturalmente— la razón por la cual una editorial alemana se interesó en difundir la obra. La respuesta es simple: porque la gestación ideológica del ELN se origina en un grupo de estudiantes latinoamericanos residentes en Múnich y, más particularmente, en el pueblo de Tubinga. Buena parte de ellos,  bolivianos de origen y/o de padres alemanes se graduaron como bachilleres en el Colegio Mariscal Braun de La Paz alrededor de 1955.

Machicado, a manera de introito, inserta una carta abierta a Fidel Castro que lo interpela por el deceso en una prisión cubana del compatriota Raúl Quiroga, atribuido a un supuesto suicidio por razones de índole amorosa. Ese personaje, más que otros, emerge de las reflexiones del autor como el mentor principal y uno de los héroes anónimos del grupo en armas. Le siguen en el obituario, los hermanos Jorge y Humberto Vázquez Viaña. El primero, conocido como el “Loro”, fue capturado en las inmediaciones de Ñancahuazú y arrojado vivo desde un helicóptero a la selva. En tanto que Humberto escribió varios libros críticos sobre el Che y sus andanzas bélicas (Dogmas y herejías de la guerrilla del Che, entre otros).

El discurso que el entonces ministro Ernesto Guevara de la Serna pronunció en la Conferencia Interamericana reunida en 1961, en Punta del Este, fue, según Machicado, diligentemente masticado por el grupo de Múnich y sus antenas en La Plata y Buenos Aires, argumento que les sirvió de sustento teórico para intentar asumir la responsabilidad del cambio revolucionario en el continente.

No pasa desapercibida la presencia en el grupo de Múnich de la venezolana Elisabeth Burgos, quien enamoraba con un boliviano antes de casarse con Regis Debray, el autor de Revolución en la revolución. Es curiosa la involución de esa dama que, a la larga, sirvió de consueta, en París, para un venenoso alegato contra Fidel, firmado por Benigno, uno de los sobrevivientes de Ñancahuazú.

Singular crédito corresponde a Machicado, por el cuento acerca de los entretelones de la llamada Operación salvataje, sucedida entre octubre de 1967 y febrero de 1968, mediante la cual los ex compañeros del Che, Pombo, Benigno y Urbano, fueron extraídos de las fauces del lobo boliviano hasta suelo chileno, donde los esperaba, cual Caperucita socialista, Salvador Allende. Temeraria empresa, galardón de los “elenos” que utilizaron a un ingeniero de YPFB para procurarse los mapas adecuados de la frontera. El artífice mayúsculo de esa hazaña, ahora se sabe, fue Jorge Pol Álvarez Plata.

El capítulo “La preparación de una Segunda Campaña” es accesorio a la obra del historiador Gustavo Rodríguez Ostria (Teoponte: sin tiempo para las palabras) para entender con mayor propiedad el desastre que significó ese desafortunado holocausto. Aquellas piruetas se desarrollaron durante el gobierno del general Alfredo Ovando quien, emocionalmente desestabilizado por la trágica muerte de su hijo Marcelo, delegó el contraataque a la nueva guerrilla a sus mandos intermedios, para quienes era mejor no capturar prisioneros y fusilar a los heridos. Entonces, para esos improvisados guerreros  la única consigna era salir de la maraña, por cuanto, como dice Machicado, estaban “embriagados de una gran ilusión y engañados por el inmediatismo ideológico”. Fueron  60 días trágicos, en los que su único combate fue la lucha contra el hambre.

Muchas líneas confirman la sabrosa intriga de que el general René Barrientos, favorito del Pentágono, cogobernaba secretamente con el Partido Comunista de Bolivia (PCB), a través de dos operadores agazapados: los generales León Koelle Cueto, Comandante de la Fuerza Aérea Boliviana (FAB), hermano de Jorge, Secretario General del PCB, y el general Fernando Sattori Román, jefe de Estado Mayor de la FAB y hermano de otro Jorge, miembro del Comité Central del PCB.  Ese elenco se completa con Antonio Arguedas Mendieta, ministro de Gobierno, quien más tarde haría llegar a La Habana el diario del Che y, en paquete separado, las manos cercenadas del revolucionario.

Ese dato parece verosímil para explicar la tortuosa senda que recorre  el jefe comunista Mario Monje para consumar su traición al Che y sembrar las filtraciones que ayudaron a Barrientos a resistir eficazmente la guerrilla guevarista.

Sin embargo, entre los retratos de los combatientes criollos, resalta con holgura Mónica Ertl, la boliviana-alemana, hija del fotógrafo Hans Ertl, asilado nazi en La Paz. Ella se graduó de bachiller en el colegio Mariscal Braun en 1955, para luego ocuparse de ayudar a las obras caritativas del Cardenal Maurer. Esa hermosa tudesca, rubia y sonriente, alias La Imilla, no obstante estar casada (con Hans Harjes) fue el prototipo de la revolucionaria profesional, a la imagen de Rosa Luxemburgo (marxista bávara a quien Machicado cita y recita ad nauseaum). Cuadro principal del ELN, La Imilla participó en dos audaces asaltos para recaudar fondos: el secuestro del dueño de La Papelera y el ataque a la firma Volcán, que les proporcionó un botín de 50.000 dólares de la época.

Más adelante, cuando el ELN decidió ajusticiar a Roberto “Toto” Quintanilla, uno de los torturadores  barrientistas, refugiado como cónsul boliviano en Hamburgo, Mónica se ofreció para perpetrar esa acción. En escena casi cinematográfica, entró a la oficina del funcionario quien la recibió reclinado sobre su escritorio, momento propicio para que la guerrillera extraiga su pistola y agujeree con precisión la cabeza del esbirro. Al estruendo, la esposa de éste salió de la trastienda y alcanzó a agarrar a Mónica por los cabellos. Galana, la asesina, dejó en las manos de su captora su arrancada peluca y escapó raudamente por las escaleras. A los pocos meses de su retorno a Bolivia, su presencia fue delatada y murió acribillada en la Ceja de El Alto (12 de mayo de 1973). Ese episodio lo recoge Regis Debray en su novela La neige brule (La nieve quema), aunque, según Machicado, el filósofo galo distorsiona la figura de Mónica que, como Tania, la guerrillera, ha pasado de la revolución a la leyenda.