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Duras no se acaba nunca

En el centenario de su nacimiento, una muestra recuerda a la autora de ‘El amante’

/ 23 de noviembre de 2014 / 04:00

Si Gil de Biedma quería ser poema y no poeta, Marguerite Duras (1914-1996) encarnó la escritura antes que a una escritora. Profeta de una modernidad silenciosa, la autora que ganó el Goncourt con El amante nunca dejó de escribir, de reescribir y reescribirse.

“Pertenece a una generación de autores que cuestionó completamente las estructuras narrativas y reconfiguró la novela moderna francesa, deconstruyendo las temáticas y su linealidad clásica”, argumenta Jérôme Bessière, director del departamento Imaginer del Centro Pompidou y corresponsable de la exposición la muestra Duras Song que estos días, y en el marco del centenario de su nacimiento, alberga la parisiense Biblioteca del Centro Pompidou.

La muestra se desdobla para, de un lado, rastrear el compromiso ideológico de la autora, “siempre a la izquierda”, y, por otro, recoger su relación “íntima” con la palabra escrita y, sobre todo, filmada.

“Sin su obra, el cine actual sería otro”, confirma Bessière. Un ciclo paralelo recupera su filmografía, 19 películas que, tras el guión que firmó para Alain Resnais en Hiroshima mon amour, sirvieron de terreno de pruebas a una “ruptura” ajena a la pirotecnia de Godard y la alineación oficial de la Nouvelle Vague. Y Duras no lo sabía, o nunca presumió de ello, pero contribuyó a la fundación del cine contemporáneo: cuando la voz se divorció de las imágenes para “emancipar” a las películas de la narración.

Duras nació en “una patria de agua”, el Saigón de la Indochina francesa. “Fue una familia de colonos humildes”, relata Bessière, con una infancia marcada por la pérdida de Paul, su hermano menor, y la prematura muerte del padre.

Junto a Dionys Mascolo, el corrector de Gallimard que enamoró a la escritora, integraron las redes de la Resistencia a las órdenes de “Morland”, alias del que luego —y con el apoyo abierto de la autora— sería presidente francés, François Mitterrand.

“Duras fue alguien muy presente en el debate político de su siglo, de la resistencia a la militancia comunista o el combate feminista”, señala Bessière, quien sitúa su izquierdismo a la sombra de su amigo, el pensador Edgar Morin, quien hablaba de un comunismo de pensamiento antes que de partidos. Próxima de los movimientos estudiantiles y amiga de escritores jóvenes y no tan jóvenes, para Duras robar un libro era legal, como robar una hogaza de pan.

Y al contrario que su obra, ella envejeció sin dejar de escribir desde su icónico cuello de cisne, plegada sobre sí misma, devastada por el alcohol y ante la lánguida mirada de Yann Andréa, el lector con el que se carteó durante años para convertirle en su último amante. Fue el propio Andréa, fallecido en julio, quien se encargó en 1995 de cohesionar su último texto, C’est tout (Esto es todo). Pero no lo fue, no todo, porque Marguerite Duras no se acaba nunca.

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/ 11 de diciembre de 2014 / 04:22

La dama de la alta costura, Coco Chanel, espió a sueldo del nazismo en una complicidad que incluso le llevó a Madrid para servir al III Reich, según documentos desclasificados por el servicio secreto francés en torno a la siniestra memoria del colaboracionismo.

Sepultada en los archivos del Ministerio de Defensa francés, una ficha inédita hallada hace dos meses y destapada por un documental de la cadena pública France 3 confirma el rol de agente de la modista, alias Westminster, referencia segura al que fuera su amante durante los años 1920, el duque de Westminster.

En la mañana del 23 de junio de 1940, apenas seis días después de que Pétain anunciase la capitulación de Francia y mientras Hitler atravesaba un París desierto junto a su Estado Mayor, los relojes de la capital se adelantaron una hora para marcar el huso de Berlín. Pese a ser declarada ciudad abierta, París huía de París.

Los amoríos

Solo un mes más tarde y tras un breve asilo en Pau, a 50 kilómetros de los Pirineos, Gabrielle Bonheur Chanel recuperaba su exclusiva habitación en el Ritz de la parisiense plaza Vendôme, entonces convertido en cuartel general de la Luftwaffe, la fuerza aérea alemana.

Fue allí donde Coco, fruto de un encuentro fortuito en los pasillos, se enamoró del barón Hans Gunther von Dincklage, diez años más joven que ella, adjunto a la embajada del Führer en París y estrechamente vinculado a la Gestapo.

Era el comienzo de una relación que, según la minuciosa entrega del programa L’Ombre d’une doute. Les artistes sous l’Occupation (La sombra de una duda. Los artistas bajo la Ocupación), terminó rebasando el ámbito sentimental.

“La producción arrancó justo cuando se dio con estos documentos clasificados; simplemente hemos sido los primeros en mostrarlos públicamente”, afirma el productor ejecutivo del proyecto, Frédéric Lusa, quien avisa que “nadie del equipo se expresará” al respecto a fin de evitar “cualquier toma de posición”.

El hallazgo

Más contundente, el archivista y responsable del hallazgo histórico, Frédéric Quéguineur, confirma que “no hay duda alguna” en torno a la validez de un documento que identifica a Coco Chanel como agente al servicio de la Abwehr, la inteligencia militar alemana.

“Lo localizamos hace dos meses en una remesa de archivos que el servicio secreto francés incautó en Alemania en 1945”, relata Quéguineur, quien inició la desclasificación del lote hace un año y medio.

El episodio encaja en la biografía de la modista que firmó Hal Vaughan en 2011, Sleeping With the Enemy, Coco Chanel secret war, y según la cual la gran dama de la moda fue una “feroz antisemita” cuyo entusiasmo, a mitad de los años 1930, le llevó a loar a Hitler como un “gran europeo”.

No extraña así que, en 1943, cuando el conflicto comenzaba a bascular del bando aliado, Chanel llegase a Madrid a fin de negociar la derrota alemana con el entonces embajador británico en España, cercano al “premier” Winston Churchill, quien había tratado a la francesa durante su relación con el duque de Westminster.

La idea fue un fracaso. “Demostró una megalomanía y una ingenuidad increíble”, asegura en el documental el escritor y biógrafo de Chanel, Henry Gidel, quien corrobora el relato más revelador de un proyecto que también repasa los claroscuros de Edith Piaf y otros.

Entonces Francia se partía en dos a la medida del mando alemán, que designó París —sus cabarés, teatros y prostíbulos— como remanso para los permisos de la tropa, al tiempo que desplazaba la “zona libre” a la mitad sur del país bajo la autoridad de Pétain, héroe de Verdún y artífice de la colaboración.

La liberación

De éste también se ocupa el documental de France 3, que devela un borrador del infausto Estatuto de los Judíos —en vigor durante la ocupación— lleno de anotaciones manuscritas del propio Pétain, y prueba de su implicación en las purgas de hebreos franceses.

Un giro oportuno a la rehabilitación del “pétainismo” emprendida por la extrema derecha francesa en los últimos meses y que, junto al compromiso de la obra de Patrick Modiano, último Nobel de Literatura, desmonta la enésima tentativa de revisar el trauma de la colaboración.

Célebre por liberar el cuerpo de la mujer, Chanel no supo digerir la otra liberación, la de agosto de 1944 en un París que no tardó en juzgar a la modista. Aquel proceso, en cambio, nunca llegó a progresar.

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