Thursday 28 Mar 2024 | Actualizado a 16:18 PM

Nueve vidas dañadas

‘Nueve’, el nuevo libro de cuentos de Rodrigo Hasbún editado en España, es el objeto de estas dos miradas críticas

/ 18 de enero de 2015 / 04:00

El nombre de Rodrigo Hasbún (Cochabamba, Bolivia, 1981) empieza a sonar por derecho como una de las voces más entonadas del relato hispanoamericano contemporáneo. Afincado en los Estados Unidos, como su compatriota Edmundo Paz Soldán, comparte con él esa dualidad vital y literaria, por lo que los relatos de Nueve muestran tanto el puro fluir de la vida en poblaciones bolivianas (vidas dañadas y entrecruzadas de tragedia) como el exilio personal de quien emigró a Norteamérica, como docente (en ese espléndido cuento llamado “Syracuse”) o como investigador de laboratorio (en el conmovedor e intenso “Larga distancia”).

Hasbún golpea directo y con autenticidad desde el primer cuento (“La mujer y la niña”), donde el recuerdo infantil de una visita inesperada en 1990 es narrada por el adulto que sabe reinterpretar los secretos del pasado que regresa. A Hasbún le interesa narrar cómo el azar, el mal y la violencia se cruzan en el camino interrumpiendo o malbaratando la vida, originando impensadas cadenas de acontecimientos. Así ocurre también en “Familia”, donde el atropello inicial de una mujer por un automóvil abre la puerta a una historia de distanciamientos/abismos entre un padre y su hija problemática.
Rodrigo Hasbún, con intensidad narrativa y gran dominio, nos habla de la propia vida, entre cambios de ritmo y poderosos flashes donde es fundamental el sexo como pulsión vital. Así ocurre en ese viaje escolar que conecta dos textos: “El futuro” y “Reunión”: en ambos la sexualidad, el alcohol y las drogas agitan la conciencia de unos personajes que parecen inmolarse por el temor al futuro y por la añoranza de lo que hasta ahora tuvieron.

La perplejidad por el paso del tiempo y todo lo que se lleva por delante es el tema de “Los nombres”, secuela o continuación —en la madurez— de los dos relatos anteriores. Grandes y conmovedores de verdad “Syracuse” y “Larga distancia”. El primero, narrado desde la mirada de un profesor emigrado a una universidad norteamericana, ante el que se despliega una peligrosa dialéctica entre sus alumnos, por jugar a ese juego entre lo real y lo inventado en que consiste la literatura. De nuevo aquí el sexo es carga explosiva, e ineludible motor del mundo. La deriva hacia los celos, el despecho y el “acoso cibernético” entre dos examantes hace saltar ese mismo mundo por los aires.

Muy poderoso Hasbún también en “Larga distancia”, no solo al narrar una infidelidad cargada de pulsión erótica, sino al detallar lo que queda de la relación entre un padre viudo y su hijo, separados por miles de kilómetros y conectados todavía por un desesperado y frágil hilo de teléfono. El texto de cierre, “Tanta agua lejos de casa”, es de difícil lectura, por enmarañado: al pivotar solo en la sucesión de testimonios y voces de unas veraneantes (un entramado verbal-sentimental con tragedia de fondo) es técnicamente notable, aunque sin la eficacia del resto de las piezas.

Nueve trozos de un mundo roto

El periodista boliviano de El País de Madrid, José Andrés Rojo, destaca la ‘sobria elegancia’ con la que se maneja Hasbún

José Andrés Rojo – El País

Los cuatro nuevos relatos que Rodrigo Hasbún (Cochabamba, Bolivia, 1981) publicó este año (El Cuervo, 2014) en La Paz se han convertido en España en Nueve, gracias al procedimiento de incorporar otros cinco seleccionados de sus libros anteriores. Una nueva oportunidad, pues, de volver a habitar el mundo del escritor cochabambino. Un mundo próximo, porque sus historias tratan siempre de amigos y de parientes, pero también un mundo extraño, porque Hasbún está empeñado en bajar siempre un poco más al fondo, quiere fulminar las convenciones, rascar en cada rincón para sacarle toda la verdad, y que no exista ni un solo pacto (por remoto que sea) con las buenas intenciones. Así que habrá que aceptarlo: también la familia y el mundo de los amigos pueden ser un infierno, y todo ahí está tocado por la suerte (la mala suerte) y lleno de sexo y muerte.

En alguna parte hay un secreto. En algún momento y, acaso en otra parte, algo se rompió. Los personajes de Rodrigo Hasbún parece que anduvieran siempre por la cuerda floja y se leen sus historias con el desasosiego y la inquietud de verlos terminar cayéndose al vacío. Son niños, son adolescentes, son jóvenes y luego son adultos, e incluso ancianos, y está el sexo (y las cosas del lado salvaje de la vida) para bajarlo todo a tierra, para confirmar que el demonio anda siempre suelto y que nada sabe de convenciones y solo conoce la ciega obediencia al deseo.

Una novela (El lugar del cuerpo), otros dos libros de relatos anteriores (Cinco, Los días más felices), las cuatro nuevas piezas, la obra de Rodrigo Hasbún va creciendo poco a poco y, por mucho que tenga esa afición por hurgar en lo oscuro, cada una de sus piezas tiene bien contenidos los ademanes y no abunda en excesos, ni abusa de artificios, sino que más bien se maneja con una sobria elegancia, y una estudiada administración de la información. Es verdad que muchos de sus personajes están rotos o a punto de romperse, algunos traen viejas historias de dolor y de muerte, de violencia. Hasbún a ratos es sórdido.

Otras veces muestra su destreza para acercarse al complejo mundo de los adolescentes, donde tanto pesan la vergüenza y los celos y la sensación de abandono o de ridículo. Y también saber recoger, de refilón, lo que está pasando en el mundo. “Y dos tragos más adelante les dice de la nada que Bolivia está renaciendo, pero no por gente como nosotras, nosotras somos una caca, a nosotras no nos importa ni nuestro propio culo. La celebración no es nuestra…”, dice uno de sus personajes, la Tula. Ahí está, peleando para vivir; como todos: agarrando la vida que pasa al vuelo.

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/ 18 de enero de 2015 / 04:00

El nombre de Rodrigo Hasbún (Cochabamba, Bolivia, 1981) empieza a sonar por derecho como una de las voces más entonadas del relato hispanoamericano contemporáneo. Afincado en los Estados Unidos, como su compatriota Edmundo Paz Soldán, comparte con él esa dualidad vital y literaria, por lo que los relatos de Nueve muestran tanto el puro fluir de la vida en poblaciones bolivianas (vidas dañadas y entrecruzadas de tragedia) como el exilio personal de quien emigró a Norteamérica, como docente (en ese espléndido cuento llamado “Syracuse”) o como investigador de laboratorio (en el conmovedor e intenso “Larga distancia”).

Hasbún golpea directo y con autenticidad desde el primer cuento (“La mujer y la niña”), donde el recuerdo infantil de una visita inesperada en 1990 es narrada por el adulto que sabe reinterpretar los secretos del pasado que regresa. A Hasbún le interesa narrar cómo el azar, el mal y la violencia se cruzan en el camino interrumpiendo o malbaratando la vida, originando impensadas cadenas de acontecimientos. Así ocurre también en “Familia”, donde el atropello inicial de una mujer por un automóvil abre la puerta a una historia de distanciamientos/abismos entre un padre y su hija problemática.
Rodrigo Hasbún, con intensidad narrativa y gran dominio, nos habla de la propia vida, entre cambios de ritmo y poderosos flashes donde es fundamental el sexo como pulsión vital. Así ocurre en ese viaje escolar que conecta dos textos: “El futuro” y “Reunión”: en ambos la sexualidad, el alcohol y las drogas agitan la conciencia de unos personajes que parecen inmolarse por el temor al futuro y por la añoranza de lo que hasta ahora tuvieron.

La perplejidad por el paso del tiempo y todo lo que se lleva por delante es el tema de “Los nombres”, secuela o continuación —en la madurez— de los dos relatos anteriores. Grandes y conmovedores de verdad “Syracuse” y “Larga distancia”. El primero, narrado desde la mirada de un profesor emigrado a una universidad norteamericana, ante el que se despliega una peligrosa dialéctica entre sus alumnos, por jugar a ese juego entre lo real y lo inventado en que consiste la literatura. De nuevo aquí el sexo es carga explosiva, e ineludible motor del mundo. La deriva hacia los celos, el despecho y el “acoso cibernético” entre dos examantes hace saltar ese mismo mundo por los aires.

Muy poderoso Hasbún también en “Larga distancia”, no solo al narrar una infidelidad cargada de pulsión erótica, sino al detallar lo que queda de la relación entre un padre viudo y su hijo, separados por miles de kilómetros y conectados todavía por un desesperado y frágil hilo de teléfono. El texto de cierre, “Tanta agua lejos de casa”, es de difícil lectura, por enmarañado: al pivotar solo en la sucesión de testimonios y voces de unas veraneantes (un entramado verbal-sentimental con tragedia de fondo) es técnicamente notable, aunque sin la eficacia del resto de las piezas.

Nueve trozos de un mundo roto

El periodista boliviano de El País de Madrid, José Andrés Rojo, destaca la ‘sobria elegancia’ con la que se maneja Hasbún

José Andrés Rojo – El País

Los cuatro nuevos relatos que Rodrigo Hasbún (Cochabamba, Bolivia, 1981) publicó este año (El Cuervo, 2014) en La Paz se han convertido en España en Nueve, gracias al procedimiento de incorporar otros cinco seleccionados de sus libros anteriores. Una nueva oportunidad, pues, de volver a habitar el mundo del escritor cochabambino. Un mundo próximo, porque sus historias tratan siempre de amigos y de parientes, pero también un mundo extraño, porque Hasbún está empeñado en bajar siempre un poco más al fondo, quiere fulminar las convenciones, rascar en cada rincón para sacarle toda la verdad, y que no exista ni un solo pacto (por remoto que sea) con las buenas intenciones. Así que habrá que aceptarlo: también la familia y el mundo de los amigos pueden ser un infierno, y todo ahí está tocado por la suerte (la mala suerte) y lleno de sexo y muerte.

En alguna parte hay un secreto. En algún momento y, acaso en otra parte, algo se rompió. Los personajes de Rodrigo Hasbún parece que anduvieran siempre por la cuerda floja y se leen sus historias con el desasosiego y la inquietud de verlos terminar cayéndose al vacío. Son niños, son adolescentes, son jóvenes y luego son adultos, e incluso ancianos, y está el sexo (y las cosas del lado salvaje de la vida) para bajarlo todo a tierra, para confirmar que el demonio anda siempre suelto y que nada sabe de convenciones y solo conoce la ciega obediencia al deseo.

Una novela (El lugar del cuerpo), otros dos libros de relatos anteriores (Cinco, Los días más felices), las cuatro nuevas piezas, la obra de Rodrigo Hasbún va creciendo poco a poco y, por mucho que tenga esa afición por hurgar en lo oscuro, cada una de sus piezas tiene bien contenidos los ademanes y no abunda en excesos, ni abusa de artificios, sino que más bien se maneja con una sobria elegancia, y una estudiada administración de la información. Es verdad que muchos de sus personajes están rotos o a punto de romperse, algunos traen viejas historias de dolor y de muerte, de violencia. Hasbún a ratos es sórdido.

Otras veces muestra su destreza para acercarse al complejo mundo de los adolescentes, donde tanto pesan la vergüenza y los celos y la sensación de abandono o de ridículo. Y también saber recoger, de refilón, lo que está pasando en el mundo. “Y dos tragos más adelante les dice de la nada que Bolivia está renaciendo, pero no por gente como nosotras, nosotras somos una caca, a nosotras no nos importa ni nuestro propio culo. La celebración no es nuestra…”, dice uno de sus personajes, la Tula. Ahí está, peleando para vivir; como todos: agarrando la vida que pasa al vuelo.

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/ 18 de enero de 2015 / 04:00

El nombre de Rodrigo Hasbún (Cochabamba, Bolivia, 1981) empieza a sonar por derecho como una de las voces más entonadas del relato hispanoamericano contemporáneo. Afincado en los Estados Unidos, como su compatriota Edmundo Paz Soldán, comparte con él esa dualidad vital y literaria, por lo que los relatos de Nueve muestran tanto el puro fluir de la vida en poblaciones bolivianas (vidas dañadas y entrecruzadas de tragedia) como el exilio personal de quien emigró a Norteamérica, como docente (en ese espléndido cuento llamado “Syracuse”) o como investigador de laboratorio (en el conmovedor e intenso “Larga distancia”).

Hasbún golpea directo y con autenticidad desde el primer cuento (“La mujer y la niña”), donde el recuerdo infantil de una visita inesperada en 1990 es narrada por el adulto que sabe reinterpretar los secretos del pasado que regresa. A Hasbún le interesa narrar cómo el azar, el mal y la violencia se cruzan en el camino interrumpiendo o malbaratando la vida, originando impensadas cadenas de acontecimientos. Así ocurre también en “Familia”, donde el atropello inicial de una mujer por un automóvil abre la puerta a una historia de distanciamientos/abismos entre un padre y su hija problemática.
Rodrigo Hasbún, con intensidad narrativa y gran dominio, nos habla de la propia vida, entre cambios de ritmo y poderosos flashes donde es fundamental el sexo como pulsión vital. Así ocurre en ese viaje escolar que conecta dos textos: “El futuro” y “Reunión”: en ambos la sexualidad, el alcohol y las drogas agitan la conciencia de unos personajes que parecen inmolarse por el temor al futuro y por la añoranza de lo que hasta ahora tuvieron.

La perplejidad por el paso del tiempo y todo lo que se lleva por delante es el tema de “Los nombres”, secuela o continuación —en la madurez— de los dos relatos anteriores. Grandes y conmovedores de verdad “Syracuse” y “Larga distancia”. El primero, narrado desde la mirada de un profesor emigrado a una universidad norteamericana, ante el que se despliega una peligrosa dialéctica entre sus alumnos, por jugar a ese juego entre lo real y lo inventado en que consiste la literatura. De nuevo aquí el sexo es carga explosiva, e ineludible motor del mundo. La deriva hacia los celos, el despecho y el “acoso cibernético” entre dos examantes hace saltar ese mismo mundo por los aires.

Muy poderoso Hasbún también en “Larga distancia”, no solo al narrar una infidelidad cargada de pulsión erótica, sino al detallar lo que queda de la relación entre un padre viudo y su hijo, separados por miles de kilómetros y conectados todavía por un desesperado y frágil hilo de teléfono. El texto de cierre, “Tanta agua lejos de casa”, es de difícil lectura, por enmarañado: al pivotar solo en la sucesión de testimonios y voces de unas veraneantes (un entramado verbal-sentimental con tragedia de fondo) es técnicamente notable, aunque sin la eficacia del resto de las piezas.

Nueve trozos de un mundo roto

El periodista boliviano de El País de Madrid, José Andrés Rojo, destaca la ‘sobria elegancia’ con la que se maneja Hasbún

José Andrés Rojo – El País

Los cuatro nuevos relatos que Rodrigo Hasbún (Cochabamba, Bolivia, 1981) publicó este año (El Cuervo, 2014) en La Paz se han convertido en España en Nueve, gracias al procedimiento de incorporar otros cinco seleccionados de sus libros anteriores. Una nueva oportunidad, pues, de volver a habitar el mundo del escritor cochabambino. Un mundo próximo, porque sus historias tratan siempre de amigos y de parientes, pero también un mundo extraño, porque Hasbún está empeñado en bajar siempre un poco más al fondo, quiere fulminar las convenciones, rascar en cada rincón para sacarle toda la verdad, y que no exista ni un solo pacto (por remoto que sea) con las buenas intenciones. Así que habrá que aceptarlo: también la familia y el mundo de los amigos pueden ser un infierno, y todo ahí está tocado por la suerte (la mala suerte) y lleno de sexo y muerte.

En alguna parte hay un secreto. En algún momento y, acaso en otra parte, algo se rompió. Los personajes de Rodrigo Hasbún parece que anduvieran siempre por la cuerda floja y se leen sus historias con el desasosiego y la inquietud de verlos terminar cayéndose al vacío. Son niños, son adolescentes, son jóvenes y luego son adultos, e incluso ancianos, y está el sexo (y las cosas del lado salvaje de la vida) para bajarlo todo a tierra, para confirmar que el demonio anda siempre suelto y que nada sabe de convenciones y solo conoce la ciega obediencia al deseo.

Una novela (El lugar del cuerpo), otros dos libros de relatos anteriores (Cinco, Los días más felices), las cuatro nuevas piezas, la obra de Rodrigo Hasbún va creciendo poco a poco y, por mucho que tenga esa afición por hurgar en lo oscuro, cada una de sus piezas tiene bien contenidos los ademanes y no abunda en excesos, ni abusa de artificios, sino que más bien se maneja con una sobria elegancia, y una estudiada administración de la información. Es verdad que muchos de sus personajes están rotos o a punto de romperse, algunos traen viejas historias de dolor y de muerte, de violencia. Hasbún a ratos es sórdido.

Otras veces muestra su destreza para acercarse al complejo mundo de los adolescentes, donde tanto pesan la vergüenza y los celos y la sensación de abandono o de ridículo. Y también saber recoger, de refilón, lo que está pasando en el mundo. “Y dos tragos más adelante les dice de la nada que Bolivia está renaciendo, pero no por gente como nosotras, nosotras somos una caca, a nosotras no nos importa ni nuestro propio culo. La celebración no es nuestra…”, dice uno de sus personajes, la Tula. Ahí está, peleando para vivir; como todos: agarrando la vida que pasa al vuelo.

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/ 18 de enero de 2015 / 04:00

El nombre de Rodrigo Hasbún (Cochabamba, Bolivia, 1981) empieza a sonar por derecho como una de las voces más entonadas del relato hispanoamericano contemporáneo. Afincado en los Estados Unidos, como su compatriota Edmundo Paz Soldán, comparte con él esa dualidad vital y literaria, por lo que los relatos de Nueve muestran tanto el puro fluir de la vida en poblaciones bolivianas (vidas dañadas y entrecruzadas de tragedia) como el exilio personal de quien emigró a Norteamérica, como docente (en ese espléndido cuento llamado “Syracuse”) o como investigador de laboratorio (en el conmovedor e intenso “Larga distancia”).

Hasbún golpea directo y con autenticidad desde el primer cuento (“La mujer y la niña”), donde el recuerdo infantil de una visita inesperada en 1990 es narrada por el adulto que sabe reinterpretar los secretos del pasado que regresa. A Hasbún le interesa narrar cómo el azar, el mal y la violencia se cruzan en el camino interrumpiendo o malbaratando la vida, originando impensadas cadenas de acontecimientos. Así ocurre también en “Familia”, donde el atropello inicial de una mujer por un automóvil abre la puerta a una historia de distanciamientos/abismos entre un padre y su hija problemática.
Rodrigo Hasbún, con intensidad narrativa y gran dominio, nos habla de la propia vida, entre cambios de ritmo y poderosos flashes donde es fundamental el sexo como pulsión vital. Así ocurre en ese viaje escolar que conecta dos textos: “El futuro” y “Reunión”: en ambos la sexualidad, el alcohol y las drogas agitan la conciencia de unos personajes que parecen inmolarse por el temor al futuro y por la añoranza de lo que hasta ahora tuvieron.

La perplejidad por el paso del tiempo y todo lo que se lleva por delante es el tema de “Los nombres”, secuela o continuación —en la madurez— de los dos relatos anteriores. Grandes y conmovedores de verdad “Syracuse” y “Larga distancia”. El primero, narrado desde la mirada de un profesor emigrado a una universidad norteamericana, ante el que se despliega una peligrosa dialéctica entre sus alumnos, por jugar a ese juego entre lo real y lo inventado en que consiste la literatura. De nuevo aquí el sexo es carga explosiva, e ineludible motor del mundo. La deriva hacia los celos, el despecho y el “acoso cibernético” entre dos examantes hace saltar ese mismo mundo por los aires.

Muy poderoso Hasbún también en “Larga distancia”, no solo al narrar una infidelidad cargada de pulsión erótica, sino al detallar lo que queda de la relación entre un padre viudo y su hijo, separados por miles de kilómetros y conectados todavía por un desesperado y frágil hilo de teléfono. El texto de cierre, “Tanta agua lejos de casa”, es de difícil lectura, por enmarañado: al pivotar solo en la sucesión de testimonios y voces de unas veraneantes (un entramado verbal-sentimental con tragedia de fondo) es técnicamente notable, aunque sin la eficacia del resto de las piezas.

Nueve trozos de un mundo roto

El periodista boliviano de El País de Madrid, José Andrés Rojo, destaca la ‘sobria elegancia’ con la que se maneja Hasbún

José Andrés Rojo – El País

Los cuatro nuevos relatos que Rodrigo Hasbún (Cochabamba, Bolivia, 1981) publicó este año (El Cuervo, 2014) en La Paz se han convertido en España en Nueve, gracias al procedimiento de incorporar otros cinco seleccionados de sus libros anteriores. Una nueva oportunidad, pues, de volver a habitar el mundo del escritor cochabambino. Un mundo próximo, porque sus historias tratan siempre de amigos y de parientes, pero también un mundo extraño, porque Hasbún está empeñado en bajar siempre un poco más al fondo, quiere fulminar las convenciones, rascar en cada rincón para sacarle toda la verdad, y que no exista ni un solo pacto (por remoto que sea) con las buenas intenciones. Así que habrá que aceptarlo: también la familia y el mundo de los amigos pueden ser un infierno, y todo ahí está tocado por la suerte (la mala suerte) y lleno de sexo y muerte.

En alguna parte hay un secreto. En algún momento y, acaso en otra parte, algo se rompió. Los personajes de Rodrigo Hasbún parece que anduvieran siempre por la cuerda floja y se leen sus historias con el desasosiego y la inquietud de verlos terminar cayéndose al vacío. Son niños, son adolescentes, son jóvenes y luego son adultos, e incluso ancianos, y está el sexo (y las cosas del lado salvaje de la vida) para bajarlo todo a tierra, para confirmar que el demonio anda siempre suelto y que nada sabe de convenciones y solo conoce la ciega obediencia al deseo.

Una novela (El lugar del cuerpo), otros dos libros de relatos anteriores (Cinco, Los días más felices), las cuatro nuevas piezas, la obra de Rodrigo Hasbún va creciendo poco a poco y, por mucho que tenga esa afición por hurgar en lo oscuro, cada una de sus piezas tiene bien contenidos los ademanes y no abunda en excesos, ni abusa de artificios, sino que más bien se maneja con una sobria elegancia, y una estudiada administración de la información. Es verdad que muchos de sus personajes están rotos o a punto de romperse, algunos traen viejas historias de dolor y de muerte, de violencia. Hasbún a ratos es sórdido.

Otras veces muestra su destreza para acercarse al complejo mundo de los adolescentes, donde tanto pesan la vergüenza y los celos y la sensación de abandono o de ridículo. Y también saber recoger, de refilón, lo que está pasando en el mundo. “Y dos tragos más adelante les dice de la nada que Bolivia está renaciendo, pero no por gente como nosotras, nosotras somos una caca, a nosotras no nos importa ni nuestro propio culo. La celebración no es nuestra…”, dice uno de sus personajes, la Tula. Ahí está, peleando para vivir; como todos: agarrando la vida que pasa al vuelo.

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