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Retazos nerudianos

Los poemas inéditos del premio Nobel que se acaban de publicar son ‘innecesarios’

/ 1 de febrero de 2015 / 04:00

Pablo Neruda solía decir en sus años finales que le iban a publicar “hasta los calcetines”. Los editores lo perseguían y él conocía bastante bien al gremio, aun cuando sus contratos, antes de que entregara sus asuntos a una agencia seria, cosa que solo ocurrió al final de su vida, se encontraban en un desorden caótico. Después de su muerte se publicaron sus memorias en prosa, Confieso que he vivido, editadas por su viuda, Matilde Urrutia, y por el escritor venezolano Miguel Otero Silva. El método editorial fue muy discutible. Como el poeta, cansado, enfermo, agobiado por su cargo de embajador en París, estaba lejos de haber terminado el dictado de su libro, los dos improvisados editores introdujeron textos autobiográficos del Neruda de los años 50. El resultado fue un extraño collage literario.

También hubo algunos libros póstumos que el poeta había alcanzado a preparar, y uno de poemas de adolescencia y juventud, El río invisible (1980). Trabajé con Matilde en la preparación de este libro y seguimos un criterio claro: solo publicamos textos que el poeta había publicado en diarios y revistas de ese tiempo.

Si se hubiera seguido el mismo criterio con la colección actual de poemas inéditos, el libro, con su feo título, no existiría. Ahora bien, el asunto plantea un problema interesante. Existe la noción muy difundida de que Neruda era un poeta espontáneo, de puro instinto, vegetal, como le gustaba decir a José Bergamín. Me parece que es una visión anticuada, superficial. En los años de su llegada a España, antes de la guerra, el joven Neruda, con Tentativa del hombre infinito, con Residencia en la tierra, era una extraordinaria voz de vanguardia, emparentada de algún modo con el surrealismo europeo.  Basta con haber conocido bien su biblioteca para comprender que Neruda leía y estudiaba en profundidad, con enorme pasión literaria, la gran poesía de todos los tiempos. Lo vi organizar algunas de sus ediciones en forma perseverante y enteramente coherente, con sentido sólido del orden interno del libro, con atención puesta en todo, incluso en la tipografía, el diseño, las ilustraciones.

Si un autor así dejaba poemas suyos sin publicar, era porque su gusto personal, su autocrítica, su sentido de la composición de cada colección de versos los había rechazado. Escogía bien los poemas que publicaba y olvidaba los que merecían ser olvidados. No era un autor a quien se le cayeran los poemas de la mesa de trabajo y quedaran extraviados entre papeles.

En estos poemas inéditos, hay momentos en que parece que la inspiración va a despegar. Pero los poemas son casi siempre repetitivos y dan la impresión molesta de ser innecesarios. Quizá agregan algo para los estudiosos de su obra, los nerudólogos, especie humana enigmática. En cualquier caso, los momentos líricos que despuntan a la vuelta de algunos de estos versos están lejos —muy lejos, me atrevo a decir— de los grandes momentos de la poesía nerudiana.

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Los poemas inéditos del premio Nobel que se acaban de publicar son ‘innecesarios’

/ 1 de febrero de 2015 / 04:00

Pablo Neruda solía decir en sus años finales que le iban a publicar “hasta los calcetines”. Los editores lo perseguían y él conocía bastante bien al gremio, aun cuando sus contratos, antes de que entregara sus asuntos a una agencia seria, cosa que solo ocurrió al final de su vida, se encontraban en un desorden caótico. Después de su muerte se publicaron sus memorias en prosa, Confieso que he vivido, editadas por su viuda, Matilde Urrutia, y por el escritor venezolano Miguel Otero Silva. El método editorial fue muy discutible. Como el poeta, cansado, enfermo, agobiado por su cargo de embajador en París, estaba lejos de haber terminado el dictado de su libro, los dos improvisados editores introdujeron textos autobiográficos del Neruda de los años 50. El resultado fue un extraño collage literario.

También hubo algunos libros póstumos que el poeta había alcanzado a preparar, y uno de poemas de adolescencia y juventud, El río invisible (1980). Trabajé con Matilde en la preparación de este libro y seguimos un criterio claro: solo publicamos textos que el poeta había publicado en diarios y revistas de ese tiempo.

Si se hubiera seguido el mismo criterio con la colección actual de poemas inéditos, el libro, con su feo título, no existiría. Ahora bien, el asunto plantea un problema interesante. Existe la noción muy difundida de que Neruda era un poeta espontáneo, de puro instinto, vegetal, como le gustaba decir a José Bergamín. Me parece que es una visión anticuada, superficial. En los años de su llegada a España, antes de la guerra, el joven Neruda, con Tentativa del hombre infinito, con Residencia en la tierra, era una extraordinaria voz de vanguardia, emparentada de algún modo con el surrealismo europeo.  Basta con haber conocido bien su biblioteca para comprender que Neruda leía y estudiaba en profundidad, con enorme pasión literaria, la gran poesía de todos los tiempos. Lo vi organizar algunas de sus ediciones en forma perseverante y enteramente coherente, con sentido sólido del orden interno del libro, con atención puesta en todo, incluso en la tipografía, el diseño, las ilustraciones.

Si un autor así dejaba poemas suyos sin publicar, era porque su gusto personal, su autocrítica, su sentido de la composición de cada colección de versos los había rechazado. Escogía bien los poemas que publicaba y olvidaba los que merecían ser olvidados. No era un autor a quien se le cayeran los poemas de la mesa de trabajo y quedaran extraviados entre papeles.

En estos poemas inéditos, hay momentos en que parece que la inspiración va a despegar. Pero los poemas son casi siempre repetitivos y dan la impresión molesta de ser innecesarios. Quizá agregan algo para los estudiosos de su obra, los nerudólogos, especie humana enigmática. En cualquier caso, los momentos líricos que despuntan a la vuelta de algunos de estos versos están lejos —muy lejos, me atrevo a decir— de los grandes momentos de la poesía nerudiana.

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