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El Alto, ciudad de las mágicas rutas contraculturales

En la feria de la zona 16 de Julio —en torno a la música, la ropa y los libros— confluyen y se entrecruzan algunos caminos de las tribus urbanas contraculturales.

/ 8 de marzo de 2015 / 04:00

La ciudad de El Alto alberga a migrantes de todo el país. Este hecho define una urdimbre muy dinámica en la que coexisten diversas expresiones multi e interculturales con múltiples rutas contraculturales en el devenir de los encuentros propios y globales.

Algunas de esas rutas contraculturales de las juventudes alteñas confluyen en uno de los puntos geográficos más notables de la ciudad de El Alto: la feria de la zona 16 de Julio, el mercado de cosas usadas más grande, mágico y surreal del mundo boliviano. Un espacio donde el desperdicio tiene valor y lo insólito cobra sentido para los cazadores de rarezas o antigüedades.

En la feria de la zona 16 de Julio se encuentra verdaderas joyas: libros de ediciones de principios del siglo XX o incluso del siglo XIX, discos de vinilo de los grandes clásicos, no solo del rock, sino también del folklore o de la música universal. También se encuentra discos compactos de new age, rock en sus diversas vertientes o los nuevos éxitos y un abanico amplio de hip hop o de las sonoridades asiáticas como el K-Pop coreano y japonés, así como los crecientes puntos de música cristiana, entre otros. Además, en la feria está el siempre cautivante sector de los muebles, los adornos viejos y los restos de casonas derruidas por la avalancha del cemento y la propiedad horizontal.

En este escenario, el desecho cobra valor. El reciclaje, la reutilización o la adecuación optimizan el poder adquisitivo de los consumidores y, a la vez, resaltan el valor intrínseco de esos hallazgos y “capitales simbólicos” siempre sorprendentes.

En la feria de la zona 16 de Julio, además de ese universo musical, se concentra también el mayor mercado de ropa de segunda mano, probablemente ropa de donación del primer mundo y con certeza de contrabando. Esa ropa, si bien ahoga la producción textil local, paradójicamente sigue seduciendo a miles de comerciantes y compradores de diversas latitudes, incluso turistas, que sucumben a la tentación vintage a precios fabulosos.

A pesar de las constantes mutaciones de las ofertas, la feria sigue reservando puntos fijos para la indumentaria de los jóvenes k-pops, emos, punks, rockeros, darks, góticos, neohippies o hippies. En esos puntos se encuentra verdaderas piezas de colección en cuero, algodón, terciopelo, seda, bordados o rayón. Ahí están al alcance de la mano marcas originales de jeans Levis, Guess, Armani o chamarras Náutica, Mango o Tommy Hilfiger, por mencionar algunas marcas famosas, además de indumentaria europea. La accesibilidad de estas prendas ayuda a desmitificar la seducción de las marcas de impacto global  que son parte de nuestras fluidas fronteras a través de la publicidad. Las icónicas estrellas del deporte, de la música o del cine enarbolan precisamente estos dispositivos de consumo masivo con eficacia en las sociedades actuales, incluida la nuestra.

También están los enclaves de música especializada, siempre cautivantes por su oferta renovada. Desde hace más de una década no dejan de sorprender por la innovación, por las producciones locales nutridas por las estéticas musicales de la contracultura. Esta producción musical en su origen se traduce en accesorios, como muñequeras, mochilas rockeras o k-poperas, tazones con iconografía relacionada a Pink Floyd o Los Beatles,  o las inquietantes máscaras de los Slipknot. Estas manifestaciones no están exentas de mutación.

Dependiendo de las tendencias globales y del acceso a las redes sociales, todo cambia con una vertiginosidad sorprendente.

Hasta hace algunos años, por ejemplo, había un fantástico enclave de música new age. La vendedora, una joven cholita muy bien informada, ofrecía con gran solvencia desde Tangerine Dream, Enya, Lorena McKennith y la serie musical Putumayo, hasta las diversas propuestas del new age andino.

Hoy, en cambio, se puede encontrar, en medio de la oferta musical rockera, estupendos libreros que ponen a consideración de ávidos lectores literatura ocultista, tesis posmodernistas, títulos de estudios culturales o filosofía contemporánea. Libros de autores como Lyotard, Baudrillard, Lipovetski, Deleuze, Derrida y Beatriz Preciado, entre otros, con la recurrencia de Michel Foucault.

En el contexto de la globalización mediática y las industrias culturales, la duplicación digital ha facilitado el acceso a la música, el cine y a las diversas opciones de entretenimiento digital, desde la meca hollywodense hasta la meca hindú de Bollywood. Esta última, desde El Alto, seduce a los fanáticos del cine con su imaginario multicultural y su diversidad idiomática —maratí, tamil, telugu, bengalí o hindi—  subtitulada en castellano. Esta oferta ha eclipsado a las de la música latina y los éxitos tropicales.

Si bien los territorios tienen límites aparentemente azarosos, algunos enclaves, desde hace casi una década, se han consolidado, como un emblemático espacio destinado al rock y a la indumentaria ‘dura’, que convoca regularmente a fanáticos que con montos razonables pueden acceder a material audiovisual impensable en otros escenarios.

Otros puntos musicales resisten las mutaciones. Jóvenes migrantes hoy han cedido sus espacios a sus hijos alteños que llevan adelante el negocio musical. En algunos casos, se reúnen  así formas de vestir, de escuchar y disfrutar la música, que incluso podrían acercarnos a las “culturas híbridas” de las que habla García Canclini. Pero también a los universos culturales locales, como el aymara, con jóvenes orgullosos de su origen, auténticos alteños que escribieron capítulos destacados en la historia musical de su ciudad, como Scoria, pioneros en el rock aymara o el joven y carismático Ukamau y Ke que dejó un legado notable para el denominado hip hop alteño:

Libertad para los medios y no libertinaje, el pueblo está cansado de escuchar puras mentiras y recibir un mal mensaje con sus anuncios subliminalmente logran meter malas cosas a la cabeza de la gente. Medios mentirosos”.

La rebelión, el inconformismo, las búsquedas de reafirmación de la identidad  y la interpelación a las sociedades injustas se han interconectado gracias a esas sincronías musicales, capaces de diluir fronteras ligústicas, espaciales o temporales. Así nutren la fascinante dinámica de las tribus urbanas que redefinen identidades, espacios y canales de expresión, hoy acentuados por la interconectividad virtual y sus narrativas transmediáticas y polifónicas en universos mágicamente musicales como El Alto, centro de esas rutas alternas de la contracultura.

* Feminista queer

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El Alto, ciudad de las mágicas rutas contraculturales

En la feria de la zona 16 de Julio —en torno a la música, la ropa y los libros— confluyen y se entrecruzan algunos caminos de las tribus urbanas contraculturales.

/ 8 de marzo de 2015 / 04:00

La ciudad de El Alto alberga a migrantes de todo el país. Este hecho define una urdimbre muy dinámica en la que coexisten diversas expresiones multi e interculturales con múltiples rutas contraculturales en el devenir de los encuentros propios y globales.

Algunas de esas rutas contraculturales de las juventudes alteñas confluyen en uno de los puntos geográficos más notables de la ciudad de El Alto: la feria de la zona 16 de Julio, el mercado de cosas usadas más grande, mágico y surreal del mundo boliviano. Un espacio donde el desperdicio tiene valor y lo insólito cobra sentido para los cazadores de rarezas o antigüedades.

En la feria de la zona 16 de Julio se encuentra verdaderas joyas: libros de ediciones de principios del siglo XX o incluso del siglo XIX, discos de vinilo de los grandes clásicos, no solo del rock, sino también del folklore o de la música universal. También se encuentra discos compactos de new age, rock en sus diversas vertientes o los nuevos éxitos y un abanico amplio de hip hop o de las sonoridades asiáticas como el K-Pop coreano y japonés, así como los crecientes puntos de música cristiana, entre otros. Además, en la feria está el siempre cautivante sector de los muebles, los adornos viejos y los restos de casonas derruidas por la avalancha del cemento y la propiedad horizontal.

En este escenario, el desecho cobra valor. El reciclaje, la reutilización o la adecuación optimizan el poder adquisitivo de los consumidores y, a la vez, resaltan el valor intrínseco de esos hallazgos y “capitales simbólicos” siempre sorprendentes.

En la feria de la zona 16 de Julio, además de ese universo musical, se concentra también el mayor mercado de ropa de segunda mano, probablemente ropa de donación del primer mundo y con certeza de contrabando. Esa ropa, si bien ahoga la producción textil local, paradójicamente sigue seduciendo a miles de comerciantes y compradores de diversas latitudes, incluso turistas, que sucumben a la tentación vintage a precios fabulosos.

A pesar de las constantes mutaciones de las ofertas, la feria sigue reservando puntos fijos para la indumentaria de los jóvenes k-pops, emos, punks, rockeros, darks, góticos, neohippies o hippies. En esos puntos se encuentra verdaderas piezas de colección en cuero, algodón, terciopelo, seda, bordados o rayón. Ahí están al alcance de la mano marcas originales de jeans Levis, Guess, Armani o chamarras Náutica, Mango o Tommy Hilfiger, por mencionar algunas marcas famosas, además de indumentaria europea. La accesibilidad de estas prendas ayuda a desmitificar la seducción de las marcas de impacto global  que son parte de nuestras fluidas fronteras a través de la publicidad. Las icónicas estrellas del deporte, de la música o del cine enarbolan precisamente estos dispositivos de consumo masivo con eficacia en las sociedades actuales, incluida la nuestra.

También están los enclaves de música especializada, siempre cautivantes por su oferta renovada. Desde hace más de una década no dejan de sorprender por la innovación, por las producciones locales nutridas por las estéticas musicales de la contracultura. Esta producción musical en su origen se traduce en accesorios, como muñequeras, mochilas rockeras o k-poperas, tazones con iconografía relacionada a Pink Floyd o Los Beatles,  o las inquietantes máscaras de los Slipknot. Estas manifestaciones no están exentas de mutación.

Dependiendo de las tendencias globales y del acceso a las redes sociales, todo cambia con una vertiginosidad sorprendente.

Hasta hace algunos años, por ejemplo, había un fantástico enclave de música new age. La vendedora, una joven cholita muy bien informada, ofrecía con gran solvencia desde Tangerine Dream, Enya, Lorena McKennith y la serie musical Putumayo, hasta las diversas propuestas del new age andino.

Hoy, en cambio, se puede encontrar, en medio de la oferta musical rockera, estupendos libreros que ponen a consideración de ávidos lectores literatura ocultista, tesis posmodernistas, títulos de estudios culturales o filosofía contemporánea. Libros de autores como Lyotard, Baudrillard, Lipovetski, Deleuze, Derrida y Beatriz Preciado, entre otros, con la recurrencia de Michel Foucault.

En el contexto de la globalización mediática y las industrias culturales, la duplicación digital ha facilitado el acceso a la música, el cine y a las diversas opciones de entretenimiento digital, desde la meca hollywodense hasta la meca hindú de Bollywood. Esta última, desde El Alto, seduce a los fanáticos del cine con su imaginario multicultural y su diversidad idiomática —maratí, tamil, telugu, bengalí o hindi—  subtitulada en castellano. Esta oferta ha eclipsado a las de la música latina y los éxitos tropicales.

Si bien los territorios tienen límites aparentemente azarosos, algunos enclaves, desde hace casi una década, se han consolidado, como un emblemático espacio destinado al rock y a la indumentaria ‘dura’, que convoca regularmente a fanáticos que con montos razonables pueden acceder a material audiovisual impensable en otros escenarios.

Otros puntos musicales resisten las mutaciones. Jóvenes migrantes hoy han cedido sus espacios a sus hijos alteños que llevan adelante el negocio musical. En algunos casos, se reúnen  así formas de vestir, de escuchar y disfrutar la música, que incluso podrían acercarnos a las “culturas híbridas” de las que habla García Canclini. Pero también a los universos culturales locales, como el aymara, con jóvenes orgullosos de su origen, auténticos alteños que escribieron capítulos destacados en la historia musical de su ciudad, como Scoria, pioneros en el rock aymara o el joven y carismático Ukamau y Ke que dejó un legado notable para el denominado hip hop alteño:

Libertad para los medios y no libertinaje, el pueblo está cansado de escuchar puras mentiras y recibir un mal mensaje con sus anuncios subliminalmente logran meter malas cosas a la cabeza de la gente. Medios mentirosos”.

La rebelión, el inconformismo, las búsquedas de reafirmación de la identidad  y la interpelación a las sociedades injustas se han interconectado gracias a esas sincronías musicales, capaces de diluir fronteras ligústicas, espaciales o temporales. Así nutren la fascinante dinámica de las tribus urbanas que redefinen identidades, espacios y canales de expresión, hoy acentuados por la interconectividad virtual y sus narrativas transmediáticas y polifónicas en universos mágicamente musicales como El Alto, centro de esas rutas alternas de la contracultura.

* Feminista queer

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