Ida
Un filme en austero blanco y negro de sobrecogedora belleza
Hubo muchos “sorprendidos” con el Oscar a mejor película extranjera conferido a Ida del director polaco Pawel Pawlikowski. Por dos motivos, cuando menos: que una película de tal origen, vale decir de una producción con intermitente presencia en las carteleras, hubiese accedido a la estatuilla, y la propia calidad de esta realización de contextura estética y narrativa ciertamente fuera de lo común.
Lo primero resulta atribuible al desconocimiento del prominente lugar del cine hecho en Polonia en el panorama cinematográfico mundial durante la segunda mitad del siglo pasado, pero un tanto desdibujado luego del desmoronamiento del “socialismo real”.
Si algo singularizó nítidamente al cine polaco dentro de las producciones del Este europeo fue el cuidado figurativo y narrativo de una filmografía que no dejó, por lo demás, de mirar por el espejo retrovisor en procura de las pistas que permitieran encontrar en el pasado la explicación a sus dramas contemporáneos, sin que tal preocupación analítica hubiese impuesto una rigidez académica sobre hechuras muy a menudo fuertemente experimentales e innovadoras.
La primera de las innumerables figuras con proyección internacional fue la de Alexander Ford, en los años inmediatamente posteriores a la Segunda Guerra Mundial. Entre los varios picos de la obra de Ford sobresale El octavo día de la semana (1958), trabajo de gran madurez que trazó la huella por la que luego transitarían varios otros directores notables.
Algunos de estos últimos, es el caso de Andrzej Wajda, figuran en la nómina de los realizadores más sólidos de la historia del cine mundial con títulos como Kanal (1956) —íntegramente rodada en las cloacas de Varsovia recreando la lucha clandestina contra los ocupantes nazis—, Cenizas y diamantes (1958), El bosque de los abedules (1970), La boda (1973), La tierra prometida (1974), El hombre de mármol (1977) y Director de orquesta (1980). Uno solo de esos trabajos, con una fuerza expresiva construida en general a base de violentos contrastes y una belleza figurativa deslumbrante, hubiese bastado para inscribir el de Wajda en la selecta lista de los 20 o 30 maestros cinematográficos indiscutibles.
Otras figuras mayores del cine polaco fueron Jerzy Kawalerowicz (Sor Juana de los Ángeles, 1961), Krzysztof Zannusi (El año del sol tranquilo, 1974), Jerzy Skolimowski (Trabajo clandestino, 1982), Krzysztof Kieslowski (Tres colores, 1995) y Agnieszka Holland (La doble vida de Verónica, 1991). El más conocido es sin duda Roman Polanski, aunque el grueso de su trabajo lo desarrolló fuera de su Polonia natal. De todos modos algunos títulos, como El pianista (2002), resultan indesligables de aquella historia cuyos ecos resuenan de modo más o menos explícito en la filmografía de todos los directores recién mencionados.
Lo propio ocurre con Ida, emprendimiento que marca el regreso del director Pawlikowski a sus orígenes luego de haber ganado experiencia durante varios años en la BBC.
Anna, novicia a punto de tomar los hábitos se apresta a viajar al encuentro de uno de los pocos parientes vivos que le restan en ese mundo fuera del claustro del convento del cual salió en muy pocas oportunidades a lo largo de su existencia. Es una suerte de viaje iniciático considerado indispensable por la Madre Superiora.
“Te quedarás con tu tía el tiempo necesario”, sentencia, sabiendo que en realidad se trata de poner a prueba la verdadera vocación de la aspirante a monja, persuadida además de la urgencia de encarar a Anna con su verdadera identidad, secreto celosamente guardado hasta ese —¿momentáneo?— paréntesis en la vida religiosa de la protagonista.
El develamiento de la realidad es brutal. Sin mayores circunloquios, Anna descubre que en realidad es Ida, hija de padres judíos asesinados durante la ocupación nazi. “Eres una monja judía” le espeta su alcoholizada tía mezclando cinismo y crueldad, antes de sumergirse juntas en el escenario del terrible pasado familiar: la vieja granja ocupada por unos vecinos que denunciaron a los padres de Ida, mandándolos a una muerte segura, con el solo afán de quedarse con la propiedad.
No es aquel el único horror con el cual se topa perpleja, poco a poco la tía Wanda irá poniendo al descubierto su propio desencantado balance existencial. Exfiscal del Estado comunista, fue a principios de los años 50 el factótum de varios sonados procesos de inocultable cuño estalinista, cerrados con la condena a muerte de innumerables ciudadanos acusados de “enemigos del pueblo”.
Ambientada al despuntar los 60, la película asume los patrones estéticos y narrativos de entonces para recrear la ominosa atmósfera de un país todavía golpeado por las heridas en carne viva de la guerra y terminado de aplastar por la impostura del régimen autoritario al mando.
Lejos de la ciudad, la narración nos traslada a un pequeño pueblo rural con sus amplios espacios abiertos, sus precarias habitaciones de hotel, sus deprimentes bares y centros comunitarios. Allí, mientras Wanda escarba una y otra vez en su amargura, Anna-Ida siente flaquear algunas certezas, sobre todo luego de conocer a un joven músico de jazz.
Lejos de cualquier tentación ornamental, Pawlikowski recupera con fines estrictamente dramáticos un austero blanco y negro de sobrecogedora belleza, así como el hoy olvidado formato 4:3 (cuadrado). Sin sumar minutos innecesarios, limitándose a utilizar el tiempo preciso para acompañar muy de cerca, pero sin caer en la sobre dramatización gestual, el periplo de Anna en busca de sí misma, la realización apela a los planos fijos, encuadrando de manera poco académica a los personajes con grandes espacios vacíos en la parte superior. Ese recurso visual enfatiza la profunda chatura de un entorno que pareciera condenado al estancamiento eterno, sensación agudizada por el moroso transcurrir del ritmo del relato, ajeno a cualquier sobresalto.
De tal suerte, evadiendo subrayados y moralejas edificantes, centrada en los conflictos de sus personajes el director arma con esta obra minimalista, articulada alrededor de los expresivos ojos de Ida —una alegoría que sortea airosamente los riesgos de la frialdad y la autoindulgencia “artística”—, a propósito de las circunstancias históricas de un país que sobrevive a duras penas a su destino, lejos de renunciar empero a dar la batalla por la esperanza.
Ficha técnica
Título original: Ida.
Dirección: Pawel Pawlikowski.
Guión: Pawel Pawlikowski, Rebecca Lenkiewicz.
Fotografía: Ryszard Lenczewski, Lukasz Zal.
Montaje: Jaroslaw Kaminski.
Diseño: Marcel Slawinski, Katarzyna Sobanska-Strzalkowska.
Arte: Jagna Dobesz. Maquillaje: Anna Kieszczynska.
Efectos: Slawomir Maslanka, Piotr Nowacki, Jaroslaw Kapuscinski.
Música: Kristian Eidnes Andersen.
Producción: Eric Abraham, Piotr Dzieciol, Sofie Wanting Hassing, Christian Falkenberg Husum, Magdalena Malisz, Ewa Puszczynska.
Intérpretes: Agata Kulesza, Agata Trzebuchowska, Dawid Ogrodnik, Jerzy Trela, Adam Szyszkowski, Halina Skoczynska, Joanna Kulig, Dorota Kuduk, Natalia Lagiewczyk, Afrodyta Weselak, Mariusz Jakula, Izabela Dabrowska, Artur Janusiak, Anna Grzeszczak, Jan Wociech Poradowski, Konstanty Szwemberg, Pawel Burczyk, Artur Majewski, Krzysztof Brzezinski, Piotr Sadul, Lukasz Jerzykowski, Artur Mostowy, Marek Kasprzyk. POLONIA, DINAMARCA, INGLATERRA, FRANCIA, 2013.