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Umberto Eco: ‘Internet puede haber tomado el puesto del mal periodismo’

En su nueva novela, ‘Número Cero’, el filólogo e intelectual italiano apunta al periodismo. En ella habla de la ‘máquina del fango’ o cómo se trata hoy la política, con base en sospechas y chismorreos

/ 12 de abril de 2015 / 04:00

Desde la atalaya de su experiencia, de las palabras, el pensamiento y la brillantez de sus reflexiones, el filólogo e intelectual italiano apunta al periodismo en su nueva novela, Número Cero. En ella habla de la “máquina del fango” o cómo se trata hoy la política, con base en sospechas y cotilleos. Una táctica que no es nueva, pero que internet ha convertido en más fácil, en más creíble. Eco traza la historia de un editor que monta un periódico que no saldrá, pero que le servirá para intimidar y chantajear a sus adversarios.

Umberto Eco tiene a la entrada de su casa de Milán, antes de su desfiladero de libros, el periódico de su pueblo (Alessandria, en el Piamonte), que recibe a diario. Cuando le pedimos fotos de su juventud fue a un ordenador, que es el centro borgiano de su aleph particular, su despacho, y halló fotos que lo llevan al principio mismo de su vida, cuando era un crío de pañales. Todo lo hace con eficacia y buen humor, y rápidamente; lleva en la boca, casi siempre, el tabaco apagado con el que seguramente huye del tabaco. Tiene una inteligencia directa, no rehuye nada, ni hace circunloquios. Acostumbrado a pesar las palabras, las dice como si le vinieran dadas por un ejercicio intelectual que tiene su reflejo en los pasillos superpoblados de esta casa que se parece al paraíso de los libros. Ya tiene 83 años; ha adelgazado, pues lleva una dieta que lo alejó del whisky (con el que a veces almorzaba) y de otros excesos. Es uno de los grandes filólogos del mundo; desde muy joven ganó notoriedad como tal, pero un día quiso demostrar que el movimiento narrativo se demuestra andando y publicó, con un éxito planetario, la novela El nombre de la rosa (1980), cuyo misterio, cultura e ironía asombraron al mundo.

Desde ese éxito no ha dejado de trabajar, como filólogo y como novelista, y desde entonces el profesor Eco es también el novelista Eco; ahora aparece (en numerosos países) con una nueva novela que le nace desde el centro de sus intereses ciudadanos: él se siente un periodista cuyo compromiso civil le ha llevado por décadas a hacer autocrítica del oficio; su novela Número Cero pinta a un editor que monta un periódico que no saldrá, pero cuya presencia le sirve para intimidar y chantajear a sus adversarios. ¿Puede pensarse legítimamente en que en ese editor está la metáfora de Berlusconi, el magnate de los medios en Italia?, le pregunté. El profesor dijo: “Si quiere ver en Vimecarte un Berlusconi, adelante, pero hay muchos Vimecarte en Italia”.

Una novela sobre el periodismo. ¿Por qué?

Llevo escribiendo críticas del oficio desde los años sesenta, además de tener en el bolsillo el carné de periodista. Con Piero Ottone mantuve un buen debate polémico sobre la diferencia entre noticia y comentario. Escribir sobre cierto tipo de periodismo era una idea que me rondaba en la cabeza desde siempre.

Hay lectores que han encontrado en Número Cero el eco de muchos artículos míos, cuya sustancia he utilizado porque ya se sabe que la gente olvida mañana lo que leyó hoy. De hecho, algunos me han alabado. Por ejemplo, hay quienes han aplaudido lo que escribo del desmentido en prensa, ¡y de eso escribí lo mismo hace quince años! Así que abordé el tema porque lo llevo conmigo. Hasta el principio del libro es muy mío, pues ese episodio en que el agua no sale del grifo era también el principio de El péndulo de Foucault. Por entonces alguien me dijo que no era una buena metáfora, y la quité; pero, para Número Cero, me gustó esa idea, el agua que se retiene en el grifo y no sale, y tú esperas al menos una gota. Me gustó esa idea, bajé al sótano, encontré aquel primer manuscrito y la volví a usar. Todo es así: en la discusión que hay con Bragadoccio (periodista clave en la trama de Número cero) sobre qué coche comprar, lo que escribo es un listado que hice en los años noventa cuando mismo no sabía qué automóvil quería…

La novela está llena de referencias al cinismo del editor que pone en marcha un periódico para extorsionar…

Para chantajear… Tenía en mi mente a un personaje de la historia de Italia, Pecorelli, que hacía una especie de boletín de agencia que jamás acababa en los quioscos. Pero sus noticias terminaban en la mesa de un ministro y se transformaban en chantaje. Hasta que fue asesinado. Se dijo que fue por orden de Andreotti u otros. Era un periodista que hacía chantajes y no precisaba llegar a los quioscos: bastaba con que amenazara con difundir una noticia que podría ser grave para los intereses de otro. Al escribir el libro pensaba en ese periodismo que existió siempre y que en Italia recibió recientemente el nombre de “máquina del fango”.

¿En qué consiste?

En que para deslegitimar al adversario no hace falta que lo acuses de matar a su abuela o de que es un pedófilo: es suficiente con difundir sospecha sobre sus actitudes cotidianas. En la novela aparece un magistrado (que existió en realidad) sobre el que se lanzan sospechas, pero no se lo descalifica directamente, se dice simplemente que es estrafalario, que usa calcetines de colores… Es un hecho verdadero, consecuencia de la máquina del fango.

El editor, el director del periódico que no llega a salir, dice a través de su testaferro: “Es que la noticia no existe, es el periodista el que la crea”.

Sí, naturalmente. Mi novela no es solo un acto de pesimismo sobre el periodismo de fango; acaba con un programa de la BBC, que es un ejemplo de buen hacer. Porque hay periodismo y periodismos. Lo llamativo es que cuando se habla del malo, todos los periódicos tratan de hacer creer que se está hablando de otros. Muchos diarios se han reconocido en Número cero, pero han hecho como que estaba hablando de otro.

El periodista está retratado también como un paranoico en busca de historia cueste lo que cueste, y babea cuando cree encontrarla…

Ocurre cuando Bragadoccio encuentra la autopsia de Mussolini… Siempre he dicho, también cuando escribía novelas históricas, que la realidad es más novelesca que la ficción. En La isla del día antes describo a un personaje haciendo un extraño experimento para descubrir las longitudes; es muy cómico, y la gente dijo: “Mira qué bonita la invención de Eco”. Pues era de Galileo, que también tenía ideas locas de vez en cuando y había inventado esta máquina para vendérsela a los holandeses. Si buceas en la historia puedes hallar episodios más dramáticos, más cómicos, y también más verdaderos, que los que puede inventar cualquier novelista. Por ejemplo, mientras busqué material para Número Cero hallé la autopsia entera de Mussolini. Ningún narrador de la pesadilla y del horror ha conseguido jamás imaginarse una historia como ésta, y es verdadera. Y se la serví al personaje Bragadoccio, periodista de investigación, que babeaba mientras la iba utilizando para su crónica sobre la conspiración que se inventó.

Y usted no la inventó, claro.

Está en internet, es así. Luego es muy fácil imaginar que un personaje tan paranoico y tan obsesivo como ese periodista empiece a gozar tanto de la autopsia como de las calaveras que encuentra en la iglesia de Milán por donde pasa su historia. También en este caso de la iglesia todo es verdadero: he intentado dibujar una Milán secreta, con esas calles, esas iglesias, que albergan realidades que parecerían fantasías…

Hoy, la realidad y la fantasía tienen un tercer aliado, internet, que cambió por completo el periodismo.

Internet puede haber tomado el puesto del periodismo malo… Si sabes que estás leyendo un periódico como El País, La Repubblica, Il Corriere della Sera…, puedes pensar que existe un cierto control de la noticia y te fías. En cambio, si lees un periódico como aquellos ingleses de la tarde, sensacionalistas, no te fías. Con internet ocurre al contrario: te fías de todo porque no sabes diferenciar la fuente acreditada de la disparatada. Piense tan solo en el éxito que tiene en internet cualquier página web que hable de complots o que se invente historias absurdas: tienen un increíble seguimiento, de navegadores y de personas importantes que se las toman en serio.

En este momento ya es difícil pensar en el mundo del periodismo que protagonizaban, aquí, en Italia, gente como Piero Ottone o Indro Montanelli…

¡Pero la crisis del periodismo en el mundo empezó en los cincuenta y sesenta, justo cuando llegó la televisión, antes de que ellos desaparecieran! Hasta entonces el periódico te contaba lo que pasaba la tarde anterior, por eso muchos se llamaban diarios de la tarde: Corriere della Sera, Le Soir, La Tarde, Evening Standard… Desde la invención de la televisión, el periódico te dice por la mañana lo que tú ya sabías. Y ahora pasa igual. ¿Qué debe hacer un diario?

Dígalo usted.

Tiene que convertirse en un semanal. Porque un semanal tiene tiempo, son siete días para construir sus reportajes. Si lees Time o Newsweek ves que varias personas han contribuido a una historia concreta, que han trabajado en ello semanas o meses, mientras que en un diario todo se hace de la noche a la mañana. Un periódico que en 1944 tenía 4 páginas hoy tiene 64, con lo cual tiene que rellenar obsesivamente con noticias repetidas, cae en el cotilleo, no puede evitarlo… La crisis del periodismo, entonces, ha empezado hace casi cincuenta años y es un problema muy grave e importante.

¿Por qué es tan grave?

Porque es cierto que, como decía Hegel, la lectura de los periódicos es la oración de la mañana del hombre moderno. Y yo no consigo tomarme mi café de la mañana si no hojeo el diario; pero es un ritual casi afectivo y religioso, porque lo hojeo mirando los titulares, y por ellos me doy cuenta de que casi todo lo había sabido la noche anterior. Como mucho, me leo un editorial o un artículo de opinión. Ésta es la crisis del periodismo contemporáneo. ¡Y de aquí no se sale!

¿De veras cree que no?

El periodismo podría tener otra función. Estoy pensando en uno que haga una crítica cotidiana de internet, algo que ocurre poquísimo. Un periodismo que me diga: “Mira qué hay en internet, mira qué cosas falsas se están diciendo, reacciona, yo te lo muestro”. Y eso se puede hacer. Sin embargo, se piensa aún que el diario está hecho para que lo lean unos señores viejos —ya que los jóvenes no leen— que además no usan internet. Habría que hacer un periódico que se convierta no solo en la crítica de la realidad cotidiana, sino también en la crítica de la realidad virtual. Éste es un posible futuro para un buen periodismo.

En su novela, un editor concibe un periódico que no va a salir, para dar miedo. ¿Es una metáfora de lo que sucede?

Y no solo. En Número Cero profundizo en la técnica del dossier. El chantaje consiste en anunciar una documentación, un informe. La carpeta puede estar vacía, pero la amenaza de que existe basta: cada uno de nosotros tiene un cadáver en el armario o a lo mejor ha tenido una multa por exceso de velocidad hace treinta años. La amenaza de la existencia de un dossier es fundamental. La técnica del expediente es como la técnica del secreto. Filósofos ilustres como Simmel y otros han dicho que el secreto más poderoso es el secreto vacío. Además, es una técnica infantil: el niño dice (burlándose): “¡Yo sé una cosa que tú no sabes!”. Decir que sabes una cosa que el otro no sabe es una amenaza. Muchos de los secretos están vacíos y por eso son mucho más poderosos. Luego vas a ver los verdaderos informes y solo son recortes de prensa. Se venden a un Gobierno y a los servicios secretos o a la Policía y son dossieres vacíos, llenos de cosas que sabíamos todos menos los servicios secretos.

Número cero es una novela de ficción, pero todo se puede verificar en la realidad…

Es el periodismo real del que hablo. Los periódicos especializados en la máquina del fango existen. No todos los diarios emplean esta máquina, pero existen los que la utilizan, y por una modesta suma de dinero te podría dar los nombres…

¿Y cómo se sale del fango?

Dando noticias acreditadas. Además, ¿qué es la máquina del fango? Normalmente se utiliza para deslegitimar al adversario y desprestigiarlo sobre cuestiones privadas. Quiero decir que en la época áurea si no te gustaba un presidente de Estados Unidos, ya fuera Lincoln o Kennedy, lo matabas; era por así decirlo un procedimiento honesto, como se hace en la guerra… En cambio, con Nixon y con Clinton se produjo una deslegitimación basada en cuestiones privadas. Uno incitaba a robar papeles, el otro hacía cosas con una chica en su estudio… Ésta es la máquina del fango. Podrías haber dicho, cosa que no ocurrió en Estados Unidos, que Kennedy se acostaba con Marilyn Monroe; la máquina del fango hubiera utilizado eso… A aquel juez de Rímini de mi libro (que como se dijo existió en otra ciudad) le pusieron encima la máquina del fango: llevaba calcetines estrafalarios, fumaba demasiado. En realidad, había dictado una sentencia que por aquel entonces no le había gustado a Berlusconi. Y lo que hizo la maquinaria del ex primer ministro fue buscar su desprestigio a través de episodios menores. Puedes deslegitimar a Netanyahu por lo que hace con Palestina. Pero si lo acusas, pongo por caso, de pedófilo, entonces ya no estarás funcionando con hechos, sino que estás poniendo en marcha la máquina del fango.

Frente a la máquina del fango…

Las pruebas, las noticias contrastadas. Para la máquina del fango es suficiente con difundir una sombra de sospecha o trabajar sobre un cotilleo menor. Al fin y al cabo, en Italia, Berlusconi fue puesto contra las cuerdas contando lo que hacía por la noche en su casa. Se podían decir de él, y se han dicho, cosas mucho más graves, sobre sus conflictos de intereses, por ejemplo. Pero eso dejaba al público indiferente. Y en cuanto se probó que iba con una menor de edad entonces se le puso en dificultades. ¡Como ves, hasta defiendo a Berlusconi! Él ha sido vencido a partir de revelaciones sobre su vida privada más que por noticias sobre hechos verdaderos y otras cosas de las que es responsable.

Cita en su libro la Operación Gladio en relación con sucesos ocurridos tras la Guerra Mundial. Entran ahí hasta las sospechas sobre la autoría de la matanza de los abogados de Atocha. Aquella sombra de la extrema derecha ahora vuelve al mundo con los atentados islamistas. ¿Qué opina de este momento otra vez sangriento, protagonizado esta vez por terroristas yihadistas?

Es como el nazismo: pensaba restablecer la dignidad del pueblo alemán matando a todos los judíos. ¿De dónde nace el nazismo? De una profunda frustración. Habían perdido una guerra y es en los momentos de grandes crisis cuando el cacique del pueblo puede congregar a la opinión pública alrededor del odio hacia un enemigo. Ocurre ahora con el mundo musulmán: tres siglos de frustración, tras el imperio otomano, tras el imperialismo, surge esa frustración en forma de odio y de fanatismo…

¿Y cómo se lucha contra eso?

No lo sé. Estaba muy claro cómo se podía luchar contra el fanatismo nazi porque los nacionalsocialistas se encontraban en un territorio identificable. Aquí la cosa es más compleja.

¿Tiene miedo?

No por mí: por mis nietos.

Usted ha escrito un libro en el que un periódico del fango da batallas sucias sin salir a la calle… ¿Concibe que un día no haya periódicos?

Es un riesgo muy grave porque, después de todo lo que he dicho de malo sobre el periodismo, la existencia de la prensa es todavía una garantía de democracia, de libertad, porque precisamente la pluralidad de los diarios ejerce una función de control. Pero para no morir, el periódico tiene que saber cambiar y adaptarse. No puede limitarse solamente a hablar del mundo, puesto que de ello ya habla la televisión. Ya lo he dicho: tiene que opinar mucho más del mundo virtual. Un periódico que sepa analizar y criticar lo que aparece en internet hoy tendría una función, y a lo mejor incluso un chico o una chica jóvenes lo leerían para entender si lo que encuentra online es verdadero o falso. En cambio, creo que el diario funciona todavía como si la red no existiera. Si miras el periódico de hoy, como mucho encontrarás una o dos noticias que hablan de internet. ¡Es como si los rotativos no se ocuparan nunca de su mayor adversario!

¿Es su adversario?

Sí. Porque lo puede matar.

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El paisaje tras la batalla

Juan Goytisolo, el premio Cervantes 2014 que falleció esta semana, era un escritor genial y de cuchillo preciso, además de un exiliado esquivo y distante.

/ 18 de junio de 2017 / 04:00

Llamabas a Goytisolo y él respondía en seguida, en París o en Marrakech (Marruecos). Y a cualquier hora. “¿Cómo estás?” “La mar de bien”. Incluso cuando en su vida caían chuzos de punta. “La mar de bien”. En Examen de ingenios, José Manuel Caballero Bonald hace esta definición de su colega: “Era algo esquivo, algo receloso, de efusiones difíciles”. Su viaje al sur le dio alegría, pero siguió siendo allí, junto a la plaza de los muertos, aquel que dejó España para irse de todas partes. París fue una estación de paso; pero incluso allí fue un extranjero. Era efectivamente Juan Sin Tierra, el hombre que dio una batalla para desaparecer estando.

Cuando se rompía un lado de Europa se fue a Sarajevo, con Susan Sontag, a alumbrar las bibliotecas quemadas. Allí trabajaron los dos para darle luz sin balas a Esperando a Godot. En cierto modo él estuvo toda su vida esperando a un Godot que le hiciera regresar a la niñez hundida.

España le dolía como un bombardeo inesperado. Su dolor por España se decía con pocas palabras. Su marcha fue su declaración de principios. Y luego fue como si nunca se hubiera muerto Franco. Dejó aquí el dictador su estercolero. Incapaz de decir gritando lo que sentía, Goytisolo lo vertió en palabras nutridas por el espanto y el desafecto que, en el plano privado, destellaban como dagas propias en Coto vedado. Era un niño desposeído, mimado y extrañado a la vez, roto, un muchacho roto. Era tan privado, tan impenetrable. Un paseo con él podía durar horas de silencio. Decía “La mar de bien”. Y callaba.

La plaza de Marrakech donde hizo su vida al aire nació hace siglos, pero él la inauguraba cada día, como si la plaza amaneciera con Juan Goytisolo. Él llegaba, caminando como un futbolista retirado, sus piernas arqueadas, sus chaquetas bien abrigadas, y se sentaba con los contertulios callados. Siglos de silencio mirándose, como Beckett y Joyce mirándose en la Closerie des Lilas en París. Ni una risa. Una especie de timbre automático le resonaba dentro y entonces se levantaba. A comer. El mejor cordero está aquí al lado. Pero tienes que comerlo con las manos. Solo sabe si lo comes con las manos.

Tenía la autoridad de los solitarios. En Londres despreciaba los taxis, el metro, los autobuses; en todas partes buscaba refugio al aire libre. En Holborn alguien encontró un día un telegrama actual, de 1977, enviado por un tal Blanco White a cualquier sitio. Debía ser un descendiente de aquel solitario expelido por España, José María Blanco White, con el que dialogaba sobre el exilio y la nada, ambas soledades. Él creyó que ese telegrama amarillo era un fantasma del pasado de España comunicándose con él.

Su regocijo duraba un instante, como el regocijo de los viejos tristes. Luego seguía su viaje, circunspecto, esquivo, receloso, dándole vueltas a las plazas en las que ya había estado. En la plaza de Marrakech se relajaba. Era otro y el mismo, alerta, sus manos sobre las rodillas como para volar. Rodeado de afectos, estaba solo, sus ojos eran solos, él era esquivo, receloso, Juan desposeído. Daban ganas de abrazarlo, aunque tenías la conciencia de que, quizá, cuando llegaras a su cuerpo, ya él habría escapado.

Ese carácter que con tanta eficacia describe Caballero Bonald le convirtió en un solitario, en un ave de nariz curva que oteaba peligros que a veces hacía grandes. Era de pocos amigos, y de amistades muy fuertes, una a una. Era capaz de dar guantazos por algunos escritores con los que no tuvo nada que ver, solo porque los encontraba solos, o a su lado.

Esta es una anécdota que observé: había preparado un texto sobre de su amiga Susan Sontag. Al sentarse en el restaurante donde ambos comían en Madrid se enteró de que El País había encargado esa reseña a otra persona y allí mismo hizo añicos el papel. Luego juntó las piezas y el texto se publicó, como otro que también se había preparado. Un día observó en México que a un amigo no le hacían el coro que él creía justo, y la armó. Pero Juan podía ser así, marchaba detrás de su idea con una fidelidad que a veces daba una mezcla de respeto y recelo: ¿aceptará que le diga esto o lo otro? Podía ser, también, capaz de una ternura medida, como la que cuenta Javier Rodríguez Marcos en su biografía.

Pero en la escritura y en la expresión corporal o verbal era como un cuchillo preciso que podía ser a la vez concluyente y letal. Un ave solitaria que también se posaba sobre los baldíos y que desde allí expandía abrazos que también lo hicieron especial, tan cariñoso como podía ser un tímido sin cura. Acaso por todo eso, porque era así Juan Goytisolo, cuando lo llamabas y decía “La mar de bien” pensabas que quizá había alcanzado una cima de felicidad, el sosiego que no pudo tener nunca. Pero no era así. Ese “la mar de bien” era lo más cerca que estaba de la paz cuando le sonaba el teléfono y se despertaba en él el lejano sentimiento de que una vez tuvo una patria.

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La red de corazones solitarios

Todos, desde la bisabuela al bisnieto, miraban internet; Google, redes y periódicos digitales

/ 23 de agosto de 2015 / 04:00

En un restaurante del sur de España, a las diez y media de la noche de un día de éstos, una mesa estaba ocupada por todas las generaciones de una familia, desde la bisabuela al bisnieto, que tenían algo en común además de los apellidos. Todos tenían un aparato en las manos y todos consultaban algo: allí no hablaba nadie. Desde la bisabuela al bisnieto, todos miraban internet: Google, redes, periódicos… Los dedos fervorosos navegaban con la ligereza de un poni, y en los rostros se reflejaba esa luz cenital que ahora habita entre nosotros como la lumbre de los corazones.

Todos los que miran esa reverberación luminosa son hoy deudores de un invento que Jorge Luis Borges convirtió en una adivinación de ciego en El Aleph y que vislumbró Ray Bradbury en uno de sus relatos más futuristas. Él no lo sabrá nunca, pero lo que escribió como imposible es lo que sucedía en el restaurante: una familia se reúne ante la televisión y considera que la realidad es lo que sucede en la pantalla y no lo que pasa, dramáticamente, en la puerta de al lado.

Así es la vida de estos inventos: terminan dominando el futuro con una fuerza increíble; así que lo que hace quince años era una suposición de locos encerrados en garajes de los campus de Estados Unidos ahora es Google o Facebook, o Twitter, y todo ha ido destinado a ser consumido masivamente por gente que ya no tiene esas edades imberbes, sino por seres humanos que ya disfrutan de la quietud que se supone a los bisabuelos. De modo que todo lo que pasa en la pantalla desata un interés similar al que podrían despertar en los niños de mi generación las noticias falsas sobre la muerte de un superhéroe del cómic o las suposiciones que había en la legendaria, y tan cercana a lo real, Farenheit 451. Ahora se ha presentado un teléfono nuevo y se ha hecho con el secretismo y la repercusión que hubiera querido para sí Orson Welles cuando desarrolló la idea del programa más famoso de la radio en el mundo.

Google, la madre de casi todas estas batallas o al menos la que apadrina a muchas de ellas, ha adoptado ahora un nombre, Alphabet, que hubiera hecho las delicias del Borges de El Aleph. Y ese hecho, la creación de un paraguas para sus empresas, ha parado las linotipias —digamos linotipias para hacernos ilusiones románticas— del universo porque no es solo una noticia comercial o tecnológica: Google, internet, Facebook y Twitter ya forman parte —como la luz de aquella familia en el sur de España— de una red de corazones solitarios destinataria universal de todos esos inventos, que son, sí, comerciales y tecnológicos, pero que vienen a calmar la ansiedad de saber de otros. Aunque de los otros no tengamos ni  idea, pero son nuestros amigos o contertulios de una conversación infinita que Borges adivinó con la certeza de un hombre cegado por su propia luz.

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Umberto Eco: ‘Internet puede haber tomado el puesto del mal periodismo’

En su nueva novela, ‘Número Cero’, el filólogo e intelectual italiano apunta al periodismo. En ella habla de la ‘máquina del fango’ o cómo se trata hoy la política, con base en sospechas y chismorreos

/ 12 de abril de 2015 / 04:00

Desde la atalaya de su experiencia, de las palabras, el pensamiento y la brillantez de sus reflexiones, el filólogo e intelectual italiano apunta al periodismo en su nueva novela, Número Cero. En ella habla de la “máquina del fango” o cómo se trata hoy la política, con base en sospechas y cotilleos. Una táctica que no es nueva, pero que internet ha convertido en más fácil, en más creíble. Eco traza la historia de un editor que monta un periódico que no saldrá, pero que le servirá para intimidar y chantajear a sus adversarios.

Umberto Eco tiene a la entrada de su casa de Milán, antes de su desfiladero de libros, el periódico de su pueblo (Alessandria, en el Piamonte), que recibe a diario. Cuando le pedimos fotos de su juventud fue a un ordenador, que es el centro borgiano de su aleph particular, su despacho, y halló fotos que lo llevan al principio mismo de su vida, cuando era un crío de pañales. Todo lo hace con eficacia y buen humor, y rápidamente; lleva en la boca, casi siempre, el tabaco apagado con el que seguramente huye del tabaco. Tiene una inteligencia directa, no rehuye nada, ni hace circunloquios. Acostumbrado a pesar las palabras, las dice como si le vinieran dadas por un ejercicio intelectual que tiene su reflejo en los pasillos superpoblados de esta casa que se parece al paraíso de los libros. Ya tiene 83 años; ha adelgazado, pues lleva una dieta que lo alejó del whisky (con el que a veces almorzaba) y de otros excesos. Es uno de los grandes filólogos del mundo; desde muy joven ganó notoriedad como tal, pero un día quiso demostrar que el movimiento narrativo se demuestra andando y publicó, con un éxito planetario, la novela El nombre de la rosa (1980), cuyo misterio, cultura e ironía asombraron al mundo.

Desde ese éxito no ha dejado de trabajar, como filólogo y como novelista, y desde entonces el profesor Eco es también el novelista Eco; ahora aparece (en numerosos países) con una nueva novela que le nace desde el centro de sus intereses ciudadanos: él se siente un periodista cuyo compromiso civil le ha llevado por décadas a hacer autocrítica del oficio; su novela Número Cero pinta a un editor que monta un periódico que no saldrá, pero cuya presencia le sirve para intimidar y chantajear a sus adversarios. ¿Puede pensarse legítimamente en que en ese editor está la metáfora de Berlusconi, el magnate de los medios en Italia?, le pregunté. El profesor dijo: “Si quiere ver en Vimecarte un Berlusconi, adelante, pero hay muchos Vimecarte en Italia”.

Una novela sobre el periodismo. ¿Por qué?

Llevo escribiendo críticas del oficio desde los años sesenta, además de tener en el bolsillo el carné de periodista. Con Piero Ottone mantuve un buen debate polémico sobre la diferencia entre noticia y comentario. Escribir sobre cierto tipo de periodismo era una idea que me rondaba en la cabeza desde siempre.

Hay lectores que han encontrado en Número Cero el eco de muchos artículos míos, cuya sustancia he utilizado porque ya se sabe que la gente olvida mañana lo que leyó hoy. De hecho, algunos me han alabado. Por ejemplo, hay quienes han aplaudido lo que escribo del desmentido en prensa, ¡y de eso escribí lo mismo hace quince años! Así que abordé el tema porque lo llevo conmigo. Hasta el principio del libro es muy mío, pues ese episodio en que el agua no sale del grifo era también el principio de El péndulo de Foucault. Por entonces alguien me dijo que no era una buena metáfora, y la quité; pero, para Número Cero, me gustó esa idea, el agua que se retiene en el grifo y no sale, y tú esperas al menos una gota. Me gustó esa idea, bajé al sótano, encontré aquel primer manuscrito y la volví a usar. Todo es así: en la discusión que hay con Bragadoccio (periodista clave en la trama de Número cero) sobre qué coche comprar, lo que escribo es un listado que hice en los años noventa cuando mismo no sabía qué automóvil quería…

La novela está llena de referencias al cinismo del editor que pone en marcha un periódico para extorsionar…

Para chantajear… Tenía en mi mente a un personaje de la historia de Italia, Pecorelli, que hacía una especie de boletín de agencia que jamás acababa en los quioscos. Pero sus noticias terminaban en la mesa de un ministro y se transformaban en chantaje. Hasta que fue asesinado. Se dijo que fue por orden de Andreotti u otros. Era un periodista que hacía chantajes y no precisaba llegar a los quioscos: bastaba con que amenazara con difundir una noticia que podría ser grave para los intereses de otro. Al escribir el libro pensaba en ese periodismo que existió siempre y que en Italia recibió recientemente el nombre de “máquina del fango”.

¿En qué consiste?

En que para deslegitimar al adversario no hace falta que lo acuses de matar a su abuela o de que es un pedófilo: es suficiente con difundir sospecha sobre sus actitudes cotidianas. En la novela aparece un magistrado (que existió en realidad) sobre el que se lanzan sospechas, pero no se lo descalifica directamente, se dice simplemente que es estrafalario, que usa calcetines de colores… Es un hecho verdadero, consecuencia de la máquina del fango.

El editor, el director del periódico que no llega a salir, dice a través de su testaferro: “Es que la noticia no existe, es el periodista el que la crea”.

Sí, naturalmente. Mi novela no es solo un acto de pesimismo sobre el periodismo de fango; acaba con un programa de la BBC, que es un ejemplo de buen hacer. Porque hay periodismo y periodismos. Lo llamativo es que cuando se habla del malo, todos los periódicos tratan de hacer creer que se está hablando de otros. Muchos diarios se han reconocido en Número cero, pero han hecho como que estaba hablando de otro.

El periodista está retratado también como un paranoico en busca de historia cueste lo que cueste, y babea cuando cree encontrarla…

Ocurre cuando Bragadoccio encuentra la autopsia de Mussolini… Siempre he dicho, también cuando escribía novelas históricas, que la realidad es más novelesca que la ficción. En La isla del día antes describo a un personaje haciendo un extraño experimento para descubrir las longitudes; es muy cómico, y la gente dijo: “Mira qué bonita la invención de Eco”. Pues era de Galileo, que también tenía ideas locas de vez en cuando y había inventado esta máquina para vendérsela a los holandeses. Si buceas en la historia puedes hallar episodios más dramáticos, más cómicos, y también más verdaderos, que los que puede inventar cualquier novelista. Por ejemplo, mientras busqué material para Número Cero hallé la autopsia entera de Mussolini. Ningún narrador de la pesadilla y del horror ha conseguido jamás imaginarse una historia como ésta, y es verdadera. Y se la serví al personaje Bragadoccio, periodista de investigación, que babeaba mientras la iba utilizando para su crónica sobre la conspiración que se inventó.

Y usted no la inventó, claro.

Está en internet, es así. Luego es muy fácil imaginar que un personaje tan paranoico y tan obsesivo como ese periodista empiece a gozar tanto de la autopsia como de las calaveras que encuentra en la iglesia de Milán por donde pasa su historia. También en este caso de la iglesia todo es verdadero: he intentado dibujar una Milán secreta, con esas calles, esas iglesias, que albergan realidades que parecerían fantasías…

Hoy, la realidad y la fantasía tienen un tercer aliado, internet, que cambió por completo el periodismo.

Internet puede haber tomado el puesto del periodismo malo… Si sabes que estás leyendo un periódico como El País, La Repubblica, Il Corriere della Sera…, puedes pensar que existe un cierto control de la noticia y te fías. En cambio, si lees un periódico como aquellos ingleses de la tarde, sensacionalistas, no te fías. Con internet ocurre al contrario: te fías de todo porque no sabes diferenciar la fuente acreditada de la disparatada. Piense tan solo en el éxito que tiene en internet cualquier página web que hable de complots o que se invente historias absurdas: tienen un increíble seguimiento, de navegadores y de personas importantes que se las toman en serio.

En este momento ya es difícil pensar en el mundo del periodismo que protagonizaban, aquí, en Italia, gente como Piero Ottone o Indro Montanelli…

¡Pero la crisis del periodismo en el mundo empezó en los cincuenta y sesenta, justo cuando llegó la televisión, antes de que ellos desaparecieran! Hasta entonces el periódico te contaba lo que pasaba la tarde anterior, por eso muchos se llamaban diarios de la tarde: Corriere della Sera, Le Soir, La Tarde, Evening Standard… Desde la invención de la televisión, el periódico te dice por la mañana lo que tú ya sabías. Y ahora pasa igual. ¿Qué debe hacer un diario?

Dígalo usted.

Tiene que convertirse en un semanal. Porque un semanal tiene tiempo, son siete días para construir sus reportajes. Si lees Time o Newsweek ves que varias personas han contribuido a una historia concreta, que han trabajado en ello semanas o meses, mientras que en un diario todo se hace de la noche a la mañana. Un periódico que en 1944 tenía 4 páginas hoy tiene 64, con lo cual tiene que rellenar obsesivamente con noticias repetidas, cae en el cotilleo, no puede evitarlo… La crisis del periodismo, entonces, ha empezado hace casi cincuenta años y es un problema muy grave e importante.

¿Por qué es tan grave?

Porque es cierto que, como decía Hegel, la lectura de los periódicos es la oración de la mañana del hombre moderno. Y yo no consigo tomarme mi café de la mañana si no hojeo el diario; pero es un ritual casi afectivo y religioso, porque lo hojeo mirando los titulares, y por ellos me doy cuenta de que casi todo lo había sabido la noche anterior. Como mucho, me leo un editorial o un artículo de opinión. Ésta es la crisis del periodismo contemporáneo. ¡Y de aquí no se sale!

¿De veras cree que no?

El periodismo podría tener otra función. Estoy pensando en uno que haga una crítica cotidiana de internet, algo que ocurre poquísimo. Un periodismo que me diga: “Mira qué hay en internet, mira qué cosas falsas se están diciendo, reacciona, yo te lo muestro”. Y eso se puede hacer. Sin embargo, se piensa aún que el diario está hecho para que lo lean unos señores viejos —ya que los jóvenes no leen— que además no usan internet. Habría que hacer un periódico que se convierta no solo en la crítica de la realidad cotidiana, sino también en la crítica de la realidad virtual. Éste es un posible futuro para un buen periodismo.

En su novela, un editor concibe un periódico que no va a salir, para dar miedo. ¿Es una metáfora de lo que sucede?

Y no solo. En Número Cero profundizo en la técnica del dossier. El chantaje consiste en anunciar una documentación, un informe. La carpeta puede estar vacía, pero la amenaza de que existe basta: cada uno de nosotros tiene un cadáver en el armario o a lo mejor ha tenido una multa por exceso de velocidad hace treinta años. La amenaza de la existencia de un dossier es fundamental. La técnica del expediente es como la técnica del secreto. Filósofos ilustres como Simmel y otros han dicho que el secreto más poderoso es el secreto vacío. Además, es una técnica infantil: el niño dice (burlándose): “¡Yo sé una cosa que tú no sabes!”. Decir que sabes una cosa que el otro no sabe es una amenaza. Muchos de los secretos están vacíos y por eso son mucho más poderosos. Luego vas a ver los verdaderos informes y solo son recortes de prensa. Se venden a un Gobierno y a los servicios secretos o a la Policía y son dossieres vacíos, llenos de cosas que sabíamos todos menos los servicios secretos.

Número cero es una novela de ficción, pero todo se puede verificar en la realidad…

Es el periodismo real del que hablo. Los periódicos especializados en la máquina del fango existen. No todos los diarios emplean esta máquina, pero existen los que la utilizan, y por una modesta suma de dinero te podría dar los nombres…

¿Y cómo se sale del fango?

Dando noticias acreditadas. Además, ¿qué es la máquina del fango? Normalmente se utiliza para deslegitimar al adversario y desprestigiarlo sobre cuestiones privadas. Quiero decir que en la época áurea si no te gustaba un presidente de Estados Unidos, ya fuera Lincoln o Kennedy, lo matabas; era por así decirlo un procedimiento honesto, como se hace en la guerra… En cambio, con Nixon y con Clinton se produjo una deslegitimación basada en cuestiones privadas. Uno incitaba a robar papeles, el otro hacía cosas con una chica en su estudio… Ésta es la máquina del fango. Podrías haber dicho, cosa que no ocurrió en Estados Unidos, que Kennedy se acostaba con Marilyn Monroe; la máquina del fango hubiera utilizado eso… A aquel juez de Rímini de mi libro (que como se dijo existió en otra ciudad) le pusieron encima la máquina del fango: llevaba calcetines estrafalarios, fumaba demasiado. En realidad, había dictado una sentencia que por aquel entonces no le había gustado a Berlusconi. Y lo que hizo la maquinaria del ex primer ministro fue buscar su desprestigio a través de episodios menores. Puedes deslegitimar a Netanyahu por lo que hace con Palestina. Pero si lo acusas, pongo por caso, de pedófilo, entonces ya no estarás funcionando con hechos, sino que estás poniendo en marcha la máquina del fango.

Frente a la máquina del fango…

Las pruebas, las noticias contrastadas. Para la máquina del fango es suficiente con difundir una sombra de sospecha o trabajar sobre un cotilleo menor. Al fin y al cabo, en Italia, Berlusconi fue puesto contra las cuerdas contando lo que hacía por la noche en su casa. Se podían decir de él, y se han dicho, cosas mucho más graves, sobre sus conflictos de intereses, por ejemplo. Pero eso dejaba al público indiferente. Y en cuanto se probó que iba con una menor de edad entonces se le puso en dificultades. ¡Como ves, hasta defiendo a Berlusconi! Él ha sido vencido a partir de revelaciones sobre su vida privada más que por noticias sobre hechos verdaderos y otras cosas de las que es responsable.

Cita en su libro la Operación Gladio en relación con sucesos ocurridos tras la Guerra Mundial. Entran ahí hasta las sospechas sobre la autoría de la matanza de los abogados de Atocha. Aquella sombra de la extrema derecha ahora vuelve al mundo con los atentados islamistas. ¿Qué opina de este momento otra vez sangriento, protagonizado esta vez por terroristas yihadistas?

Es como el nazismo: pensaba restablecer la dignidad del pueblo alemán matando a todos los judíos. ¿De dónde nace el nazismo? De una profunda frustración. Habían perdido una guerra y es en los momentos de grandes crisis cuando el cacique del pueblo puede congregar a la opinión pública alrededor del odio hacia un enemigo. Ocurre ahora con el mundo musulmán: tres siglos de frustración, tras el imperio otomano, tras el imperialismo, surge esa frustración en forma de odio y de fanatismo…

¿Y cómo se lucha contra eso?

No lo sé. Estaba muy claro cómo se podía luchar contra el fanatismo nazi porque los nacionalsocialistas se encontraban en un territorio identificable. Aquí la cosa es más compleja.

¿Tiene miedo?

No por mí: por mis nietos.

Usted ha escrito un libro en el que un periódico del fango da batallas sucias sin salir a la calle… ¿Concibe que un día no haya periódicos?

Es un riesgo muy grave porque, después de todo lo que he dicho de malo sobre el periodismo, la existencia de la prensa es todavía una garantía de democracia, de libertad, porque precisamente la pluralidad de los diarios ejerce una función de control. Pero para no morir, el periódico tiene que saber cambiar y adaptarse. No puede limitarse solamente a hablar del mundo, puesto que de ello ya habla la televisión. Ya lo he dicho: tiene que opinar mucho más del mundo virtual. Un periódico que sepa analizar y criticar lo que aparece en internet hoy tendría una función, y a lo mejor incluso un chico o una chica jóvenes lo leerían para entender si lo que encuentra online es verdadero o falso. En cambio, creo que el diario funciona todavía como si la red no existiera. Si miras el periódico de hoy, como mucho encontrarás una o dos noticias que hablan de internet. ¡Es como si los rotativos no se ocuparan nunca de su mayor adversario!

¿Es su adversario?

Sí. Porque lo puede matar.

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Serrat, el poeta de las pequeñas cosas

A sus 70 años y a punto de celebrar medio siglo en el arte, Serrat echa una mirada al camino recorrido

/ 7 de septiembre de 2014 / 04:00

Sigue siendo el poeta de las pequeñas cosas. A sus 70 años y a punto de celebrar medio siglo sobre el escenario, con más discos vendidos y más auditorios repletos a su espalda que ningún otro, se sigue emocionando con el sol, el mar, el recuerdo de sus padres, la ternura de sus hijas o el abrazo de los amigos.

— ¿Cómo era el muchacho, el niño?

— Era un chico muy movido, muy activo, torpe, se me caían los vasos, estaba pensando en hacer la tercera cosa cuando aún no había hecho la primera, tenía que hacer las otras dos y no me acordaba de la anterior. Fui un excelente estudiante, muy brillante en la escuela de agricultura y en la universidad.

— En su primer paisaje humano su madre fue fundamental

— Era la que ponía el orden cotidiano, el trabajo, que era mucho, y el ejemplo, que también era mucho. Mi padre era lampista y trabajaba en Catalana de Gas. Muy mañoso, podía hacer cualquier cosa, desde una nevera hasta toda la instalación eléctrica de la casa, pintaba las paredes, alicataba el baño, lo hacía todo. Con todo lo habilidoso que ha sido mi padre, yo he sido muy torpe. El ejemplo no me lo daba con esto, me lo daba con su comportamiento, con su respeto a la gente, a su mujer, estas cosas tan importantes, el espejo con el que aprendes cómo son o cómo deberían ser las cosas. Mi madre también era un poco hiperactiva, con un genio más levantisco, me recuerda a la madre de Juan José Millás, cuando él cuenta que ella era desconcertante porque abría la nevera y decía: “¡Ay, cuánto pan, qué haremos con tanto pan!”. Y al día siguiente decía: “¡No hay pan, no hay pan!”. Tanto por exceso como por defecto mi madre pensaba que la hecatombe estaba a la vuelta de la esquina, aunque era muy instintiva y repentina, en realidad era capaz de conducir un ejército. Tenía un carácter muy sólido, menos duro de lo que ella quería aparentar, pero muy consistente. Y a pesar de todo lo que he dicho, muy cariñosa.

— Ese episodio de la infancia y la adolescencia que es central no solo en su vida sino en sus canciones, ¿le devuelve imágenes, postales de casa, con otros, de cosas que hayan ocurrido y que le vengan de vez en cuando a la memoria?

— Sí, pero vienen más si las reclamas. Y ahora las he reclamado para conmemorar mis 50 años en el escenario. Y previamente estoy preparando la presentación de “un objeto” para Navidad que contiene 50 canciones y 50 relatos, no sabemos muy bien aún cómo será ese objeto. Las 50 canciones no son lo que podría ser un relato histórico, en principio traté de hacer una lista cronológica y que la cronología llevara de una canción a otra, pero era bastante aburrido al oído y seguramente como documento.

— ¿Qué le ha sorprendido entre lo que se ha encontrado?

— La claridad con la que aparecen, los ves con una nitidez extraordinaria y se pierde más lo accesorio pero lo que es central viene caminando solo. A veces, no sé cómo explicarlo bien, ves que el recuerdo tenía una falda plisada y ojos azules, pero no sabes cómo se llamaba.

— ¿Cómo vivieron sus padres la evidencia de que era un artista apreciado?

— Antes de ser un artista conocido y apreciado, a mi madre le produjo un patatús saber que yo iba ser un músico y mi padre respondió con una extraordinaria serenidad dándome toda la confianza cuando les anuncié que iba a dejar la universidad y que me iba a dedicar plenamente al oficio de cantar y viajar. Hasta entonces yo había sido la gran esperanza blanca de mi familia, el que iba a convertirse en profesor de instituto, y a mi madre le rebrincó bastante aquello. Cuando ocurrían estas cosas mi madre no decía nada, optaba por sentarse en un sillón, mirar hacia otro lado y llorar, pero no decía nada. Mi padre le dijo: “Mujer, estate tranquila que el chico sabrá lo que hace”.

— ¿De dónde le venían las canciones?

— La inspiración me llegaba de un imaginario en el que había una gran parte de recuerdos, pero también una parte de pesebre, de jugar con las figuritas y adornarlas, por ejemplo, yo no tenía una tía como La tieta pero las veía, las adornaba, las llenaba de tópicos. De alguna manera es lo que sigo haciendo.

— Creó un universo que coincidió con el mundo de otros, como ‘Mediterráneo’

— Otras ya venían de otros caminos y de otros lugares, algunas con pretensiones más amplias, pero en ningún momento me planteé si unas eran muy locales y otras muy globales, a fin de cuentas no lo sabía. Luego entendí que la única forma de que algo pueda ser realmente internacional y que le interese a gente de todo el mundo es que sea bien provinciano porque lo entiende cualquiera en cualquier parte.

— Usted ha alegrado la vida de mucha gente en tiempos difíciles. Y también ha tenido sus momentos duros: el exilio, la enfermedad… ¿Qué estímulos ha tenido en esas situaciones?

— En 1975, cuando me tuve que quedar fuera a raíz de los últimos fusilamientos de Franco, eso me afectó bastante en la parte creativa; era muy difícil escribir, todo lo que tengo escrito de aquella época es francamente malo, como si con todo lo que ocurría me hubiera quedado vacío. Tuve que inventar una gira por México de varios meses para alargar el proceso de la muerte de Franco, que parecía que no acababa nunca, hasta la transición que llevaba a la desaparición de los mecanismos represivos. Tuve dos cosas muy buenas, la primera haber conocido en aquella época a un grupo maravilloso de gente en el exilio en México, de Max Aub a Mantecón; y la suerte de conocer un país y de intimar con él. Llegó un momento en que ya no pude aguantar más y me vine. Recuerdo con la misma amargura también los años que no podía ir a Argentina o a Chile cuando estuve vetado por aquellos gobiernos. La prohibición me parece un castigo injusto para el que nunca estás preparado. ¿La enfermedad? Ya ves, ni me acuerdo.

— Por ir a una de sus canciones más bellas, ¿cuáles serían hoy para usted las pequeñas cosas?

— No son pequeñas ya, las pequeñas cosas son las que nos acaban haciendo feliz el día, que estés trabajando, que tu hija entre en silencio y despacito, se ponga a tu lado y te pegue un susto de cojones. Cuando se te pasa el susto te das cuenta de lo hermoso que es tener una hija así de cariñosa y que juegue contigo de esa manera, con esta confianza. Esta es una de las pequeñas cosas que me han ocurrido antes de que tú llegaras. Este sol, tener la posibilidad de disfrutar lo que la vida puede llegar a ofrecerte. Aquí la gran cuestión es ser agradecido cuando para otros todo esto es imposible.

Joan Manuel Serrat lleva medio siglo cantando y hoy afronta la tarea de reconstruir ese pasado en el que ha sido feliz y nos ha hecho felices. Nació el 27 de diciembre de 1943, en Barcelona, y ha cantado al amor, al Mediterráneo, a las pequeñas cosas. Su vida y su voz están unidas a las vidas y a las aspiraciones de varias generaciones de españoles y de latinoamericanos que ven como propios el barrio de Serrat, su mar, sus creencias, las imágenes y las palabras a las que ha puesto música. Ahora prepara un disco en el que comparte sus canciones con amigos y colegas como Ana Belén, Víctor Manuel o Miguel Ríos. El álbum se llamará Trencadís y lo estrenará en febrero de 2015 en una gira que comenzará en Uruguay, continuará por América y concluirá en España.

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Serrat, el poeta de las pequeñas cosas

A sus 70 años y a punto de celebrar medio siglo en el arte, Serrat echa una mirada al camino recorrido

/ 7 de septiembre de 2014 / 04:00

Sigue siendo el poeta de las pequeñas cosas. A sus 70 años y a punto de celebrar medio siglo sobre el escenario, con más discos vendidos y más auditorios repletos a su espalda que ningún otro, se sigue emocionando con el sol, el mar, el recuerdo de sus padres, la ternura de sus hijas o el abrazo de los amigos.

— ¿Cómo era el muchacho, el niño?

— Era un chico muy movido, muy activo, torpe, se me caían los vasos, estaba pensando en hacer la tercera cosa cuando aún no había hecho la primera, tenía que hacer las otras dos y no me acordaba de la anterior. Fui un excelente estudiante, muy brillante en la escuela de agricultura y en la universidad.

— En su primer paisaje humano su madre fue fundamental

— Era la que ponía el orden cotidiano, el trabajo, que era mucho, y el ejemplo, que también era mucho. Mi padre era lampista y trabajaba en Catalana de Gas. Muy mañoso, podía hacer cualquier cosa, desde una nevera hasta toda la instalación eléctrica de la casa, pintaba las paredes, alicataba el baño, lo hacía todo. Con todo lo habilidoso que ha sido mi padre, yo he sido muy torpe. El ejemplo no me lo daba con esto, me lo daba con su comportamiento, con su respeto a la gente, a su mujer, estas cosas tan importantes, el espejo con el que aprendes cómo son o cómo deberían ser las cosas. Mi madre también era un poco hiperactiva, con un genio más levantisco, me recuerda a la madre de Juan José Millás, cuando él cuenta que ella era desconcertante porque abría la nevera y decía: “¡Ay, cuánto pan, qué haremos con tanto pan!”. Y al día siguiente decía: “¡No hay pan, no hay pan!”. Tanto por exceso como por defecto mi madre pensaba que la hecatombe estaba a la vuelta de la esquina, aunque era muy instintiva y repentina, en realidad era capaz de conducir un ejército. Tenía un carácter muy sólido, menos duro de lo que ella quería aparentar, pero muy consistente. Y a pesar de todo lo que he dicho, muy cariñosa.

— Ese episodio de la infancia y la adolescencia que es central no solo en su vida sino en sus canciones, ¿le devuelve imágenes, postales de casa, con otros, de cosas que hayan ocurrido y que le vengan de vez en cuando a la memoria?

— Sí, pero vienen más si las reclamas. Y ahora las he reclamado para conmemorar mis 50 años en el escenario. Y previamente estoy preparando la presentación de “un objeto” para Navidad que contiene 50 canciones y 50 relatos, no sabemos muy bien aún cómo será ese objeto. Las 50 canciones no son lo que podría ser un relato histórico, en principio traté de hacer una lista cronológica y que la cronología llevara de una canción a otra, pero era bastante aburrido al oído y seguramente como documento.

— ¿Qué le ha sorprendido entre lo que se ha encontrado?

— La claridad con la que aparecen, los ves con una nitidez extraordinaria y se pierde más lo accesorio pero lo que es central viene caminando solo. A veces, no sé cómo explicarlo bien, ves que el recuerdo tenía una falda plisada y ojos azules, pero no sabes cómo se llamaba.

— ¿Cómo vivieron sus padres la evidencia de que era un artista apreciado?

— Antes de ser un artista conocido y apreciado, a mi madre le produjo un patatús saber que yo iba ser un músico y mi padre respondió con una extraordinaria serenidad dándome toda la confianza cuando les anuncié que iba a dejar la universidad y que me iba a dedicar plenamente al oficio de cantar y viajar. Hasta entonces yo había sido la gran esperanza blanca de mi familia, el que iba a convertirse en profesor de instituto, y a mi madre le rebrincó bastante aquello. Cuando ocurrían estas cosas mi madre no decía nada, optaba por sentarse en un sillón, mirar hacia otro lado y llorar, pero no decía nada. Mi padre le dijo: “Mujer, estate tranquila que el chico sabrá lo que hace”.

— ¿De dónde le venían las canciones?

— La inspiración me llegaba de un imaginario en el que había una gran parte de recuerdos, pero también una parte de pesebre, de jugar con las figuritas y adornarlas, por ejemplo, yo no tenía una tía como La tieta pero las veía, las adornaba, las llenaba de tópicos. De alguna manera es lo que sigo haciendo.

— Creó un universo que coincidió con el mundo de otros, como ‘Mediterráneo’

— Otras ya venían de otros caminos y de otros lugares, algunas con pretensiones más amplias, pero en ningún momento me planteé si unas eran muy locales y otras muy globales, a fin de cuentas no lo sabía. Luego entendí que la única forma de que algo pueda ser realmente internacional y que le interese a gente de todo el mundo es que sea bien provinciano porque lo entiende cualquiera en cualquier parte.

— Usted ha alegrado la vida de mucha gente en tiempos difíciles. Y también ha tenido sus momentos duros: el exilio, la enfermedad… ¿Qué estímulos ha tenido en esas situaciones?

— En 1975, cuando me tuve que quedar fuera a raíz de los últimos fusilamientos de Franco, eso me afectó bastante en la parte creativa; era muy difícil escribir, todo lo que tengo escrito de aquella época es francamente malo, como si con todo lo que ocurría me hubiera quedado vacío. Tuve que inventar una gira por México de varios meses para alargar el proceso de la muerte de Franco, que parecía que no acababa nunca, hasta la transición que llevaba a la desaparición de los mecanismos represivos. Tuve dos cosas muy buenas, la primera haber conocido en aquella época a un grupo maravilloso de gente en el exilio en México, de Max Aub a Mantecón; y la suerte de conocer un país y de intimar con él. Llegó un momento en que ya no pude aguantar más y me vine. Recuerdo con la misma amargura también los años que no podía ir a Argentina o a Chile cuando estuve vetado por aquellos gobiernos. La prohibición me parece un castigo injusto para el que nunca estás preparado. ¿La enfermedad? Ya ves, ni me acuerdo.

— Por ir a una de sus canciones más bellas, ¿cuáles serían hoy para usted las pequeñas cosas?

— No son pequeñas ya, las pequeñas cosas son las que nos acaban haciendo feliz el día, que estés trabajando, que tu hija entre en silencio y despacito, se ponga a tu lado y te pegue un susto de cojones. Cuando se te pasa el susto te das cuenta de lo hermoso que es tener una hija así de cariñosa y que juegue contigo de esa manera, con esta confianza. Esta es una de las pequeñas cosas que me han ocurrido antes de que tú llegaras. Este sol, tener la posibilidad de disfrutar lo que la vida puede llegar a ofrecerte. Aquí la gran cuestión es ser agradecido cuando para otros todo esto es imposible.

Joan Manuel Serrat lleva medio siglo cantando y hoy afronta la tarea de reconstruir ese pasado en el que ha sido feliz y nos ha hecho felices. Nació el 27 de diciembre de 1943, en Barcelona, y ha cantado al amor, al Mediterráneo, a las pequeñas cosas. Su vida y su voz están unidas a las vidas y a las aspiraciones de varias generaciones de españoles y de latinoamericanos que ven como propios el barrio de Serrat, su mar, sus creencias, las imágenes y las palabras a las que ha puesto música. Ahora prepara un disco en el que comparte sus canciones con amigos y colegas como Ana Belén, Víctor Manuel o Miguel Ríos. El álbum se llamará Trencadís y lo estrenará en febrero de 2015 en una gira que comenzará en Uruguay, continuará por América y concluirá en España.

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