Wednesday 24 Apr 2024 | Actualizado a 21:32 PM

B. B. King, la gran memoria del blues

El maestro de los maestros, el guitarrista que creó un nuevo lenguaje eléctrico con su inseparable Lucille, muere a los 89 años

/ 17 de mayo de 2015 / 04:00

Musicalmente hablando, es como si al mundo le quitaran, casi definitivamente, una parte de su memoria. Se va uno de los últimos grandes padres fundadores del blues, un hombre que creó un nuevo lenguaje con la guitarra eléctrica, pieza esencial en la arquitectura de la música popular norteamericana del siglo XX. Se va algo más que un simple músico. Porque B. B. King, muerto el viernes a los 89 años, representaba todo un modo de vida y de creación musical en Estados Unidos.

El músico se desmayó en octubre durante un concierto y tuvo que cancelar el resto de la gira por la deshidratación y el agotamiento provocados por la diabetes que le fue diagnosticada hace más de dos décadas. Desde entonces, su estado de salud no hizo más que empeorar.

Nacido en el seno de una familia pobre, en una diminuta cabaña de un pueblo de Mississippi, su primera experiencia musical llegó a los 12 años cuando formó parte de un grupo vocal de gospel, y el predicador le enseñó sus primeros acordes con una guitarra. Entonces recogía algodón en una granja de la ciudad de Lexington. Luego lo hizo en Indianola durante los primeros años cuarenta.

Con su famosa Lucille —nombre que dio a su inseperable guitarra Gibson— y un puñado de dólares en el bolsillo, se mudó en 1946 a Memphis, la ciudad que poco después alumbraría a Elvis Presley. Allí, a finales de los cuarenta y principios de los cincuenta, desarrolló un estilo único: mezclaba el sonido rural y más acústico con la vitalidad eléctrica de la ciudad. Allí se convirtió en el rey de la calle Beale e hizo avanzar el blues. Le otorgó en esos primeros años un carácter particular y asombroso. Canciones como I’ve Got a Right To Love My Baby, Please Love Me, Three O’Clock Blues, Sugar Mama o Gotta Find My Baby, eran composiciones que muestran un blues nada convencional, donde se escuchaban orquestas de metales que le alejaban del prototipo del músico primitivo del sur, pero sin perder las raíces de su tierra. Con su voz aguda y el poder de su guitarra, era el medio camino perfecto entre Mississippi y Chicago, entre lo rural y lo urbano, entre el Génesis y el Nuevo Testamento del blues.

El suyo fue el sonido del blues moderno, que más tarde explotó en Chicago y marcó a toda la generación el rock de los sesenta. Tuvo grandes discípulos blancos como Eric Clapton o Mike Bloomfield. Los Rolling Stones, fascinados por el cancionero de los primeros bluesmen originales, se lo llevaron de gira. De telonero, con ellos dio alguno de los miles de conciertos que tenía en su hoja de ruta. Porque B. B. King, que ansiaba sacar el mayor dinero posible a través de la música locuaz y contagiosa de su guitarra, se tomó por costumbre hacer más de 250 actuaciones al año.

De alguna forma, en las últimas dos décadas quedó etiquetado como el gran embajador del blues clásico, de ese sonido primigenio que sonaba más real y absorbente que en ningún otro cuando lo tocaban y lo cantaban aquellos hombres y mujeres que vivieron una época determinada. Muchos fueron cayendo mientras él seguía tan incombustible como en sus años más jóvenes, aunque con los achaques de la edad: sufría problemas de vista y tenía que tocar sentado durante toda la actuación. Pero aún así ahí estaba B. B. King, llamado por muchos el Rey del blues, con quien todas las figuras musicales querían compartir escenario, bien fueran guitarristas discípulos suyos hasta el Luciano Pavarotti. Es un artista esencial para comprender el desarrollo de la música norteamericana del siglo XX, el fascinante universo del blues original, nacido del mundo rural y después electrificado a través de su Gibson hasta moldear un lenguaje impactante. Ahí estaba, en definitiva, B. B. King, memoria de un tiempo irrepetible, tal vez el último guitarrista que, cuando queríamos hablar de blues, nos recordaba cómo empezó todo.

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El retrato más completo de Sinatra

Un documental recorre de manera pormenorizada y con imágenes inéditas la vida y la carrera de uno de los íconos de la música del siglo XX

/ 23 de noviembre de 2015 / 04:00

La barra de un glamuroso bar de copas aparece vacía mientras la cámara se dirige hacia una gramola. A mitad de trayecto aparece un televisor encendido: el informativo está dando la noticia de la muerte de Frank Sinatra. Pero, a partir de ese trágico comienzo, todo lo que llega a continuación es vida, y no una cualquiera. Posiblemente es una de las más fascinantes y por la que más tinta se ha gastado. De esta forma, comienza Sinatra: todo o nada, el documental que, producido por la cadena estadounidense HBO, se sumerge en la vida de uno de los músicos más gigantes del siglo XX.

“Sinatra es El gran Gatsby. El fiel reflejo del sueño americano”, asegura Alex Gibney (Nueva York, 1953), director del filme. Reconocido por su trabajo en otros notables documentales sobre la cienciología o las vidas del rey del funk James Brown y del fundador de Apple Steve Jobs, el realizador hace un recorrido pormenorizado de la existencia de Sinatra desde su nacimiento hasta el final de sus días. Para ello, no repara en metraje. En total, cuatro horas de documental, que la cadena TCM va a emitir en dos partes. Aunque está programado que el 12 de diciembre, cuando Sinatra cumpliría 100 años, se pueda ver todo seguido, sin interrupciones.

Imágenes y testimonios que se convierten en la biografía más documentada que se ha filmado de La Voz, gracias, en buena parte, a la colaboración de su familia, que ha dado acceso a un archivo visual nunca antes visto. De hecho, sus hijos Nancy y Frank Sinatra Jr. aportan anécdotas y muchos comentarios. Gibney reconoce que no fue fácil conseguir su participación, pero la valora positivamente, aunque se hubiese agradecido que la cinta hubiera profundizado más en la parte menos amable de la estrella, cuya voz a través de diversas entrevistas antiguas casi hace de hilo conductor de toda la película. “Me gustó la idea de verle como contador de su historia”, afirma Gibney.

Hay momentos reveladores, como cuando el prestigioso y veterano periodista Walter Cronkite pone en duda en una entrevista su dura infancia en Hoboken. Con todo, Sinatra hablaba de una “madre severa” y un padre “muy reservado” que llegó a decirle que acabaría como vagabundo cuando decidió dejar el colegio a los 16 años para dedicarse a la música. O cuando se ve cómo se le apaga el micrófono en su concierto de retirada en Los Ángeles en 1971, que no fue tal porque dio muchos más hasta su muerte. “Era algo ilustrador: como si la cultura le hubiese pasado por encima”, cuenta Gibney, quien afirma que fue Sinatra quien empezó el fenómeno de las fans antes que Elvis Presley.

En el filme se puede ver el éxito que tuvo en la orquesta de Tommy Dorsey —“los instrumentos acabaron amoldándose a su voz”, explica un crítico musical—, lo mal que llevó la presión de la prensa por no hacer el servicio militar durante la Segunda Guerra Mundial o por tener contactos con la mafia, su estrecha amistad con el presidente John F. Kennedy o todas sus relaciones amorosas, especialmente aquella tan tormentosa con Ava Gadner, quien confiesa que una noche creyó que Frank se había suicidado cuando oyó un disparo en la habitación del hotel. Pero no: en pleno arrebato, Sinatra había apuntado a la almohada. Por este tipo de historias, y como se ve en el documental, incluso hoy, 17 años después de su muerte, decir Sinatra remite a una vida sinónimo de superación, pajaritas negras, fiesta, sofisticación, mujeres, alcohol y canciones bellas y eternas.

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B. B. King, la gran memoria del blues

El maestro de los maestros, el guitarrista que creó un nuevo lenguaje eléctrico con su inseparable Lucille, muere a los 89 años

/ 17 de mayo de 2015 / 04:00

Musicalmente hablando, es como si al mundo le quitaran, casi definitivamente, una parte de su memoria. Se va uno de los últimos grandes padres fundadores del blues, un hombre que creó un nuevo lenguaje con la guitarra eléctrica, pieza esencial en la arquitectura de la música popular norteamericana del siglo XX. Se va algo más que un simple músico. Porque B. B. King, muerto el viernes a los 89 años, representaba todo un modo de vida y de creación musical en Estados Unidos.

El músico se desmayó en octubre durante un concierto y tuvo que cancelar el resto de la gira por la deshidratación y el agotamiento provocados por la diabetes que le fue diagnosticada hace más de dos décadas. Desde entonces, su estado de salud no hizo más que empeorar.

Nacido en el seno de una familia pobre, en una diminuta cabaña de un pueblo de Mississippi, su primera experiencia musical llegó a los 12 años cuando formó parte de un grupo vocal de gospel, y el predicador le enseñó sus primeros acordes con una guitarra. Entonces recogía algodón en una granja de la ciudad de Lexington. Luego lo hizo en Indianola durante los primeros años cuarenta.

Con su famosa Lucille —nombre que dio a su inseperable guitarra Gibson— y un puñado de dólares en el bolsillo, se mudó en 1946 a Memphis, la ciudad que poco después alumbraría a Elvis Presley. Allí, a finales de los cuarenta y principios de los cincuenta, desarrolló un estilo único: mezclaba el sonido rural y más acústico con la vitalidad eléctrica de la ciudad. Allí se convirtió en el rey de la calle Beale e hizo avanzar el blues. Le otorgó en esos primeros años un carácter particular y asombroso. Canciones como I’ve Got a Right To Love My Baby, Please Love Me, Three O’Clock Blues, Sugar Mama o Gotta Find My Baby, eran composiciones que muestran un blues nada convencional, donde se escuchaban orquestas de metales que le alejaban del prototipo del músico primitivo del sur, pero sin perder las raíces de su tierra. Con su voz aguda y el poder de su guitarra, era el medio camino perfecto entre Mississippi y Chicago, entre lo rural y lo urbano, entre el Génesis y el Nuevo Testamento del blues.

El suyo fue el sonido del blues moderno, que más tarde explotó en Chicago y marcó a toda la generación el rock de los sesenta. Tuvo grandes discípulos blancos como Eric Clapton o Mike Bloomfield. Los Rolling Stones, fascinados por el cancionero de los primeros bluesmen originales, se lo llevaron de gira. De telonero, con ellos dio alguno de los miles de conciertos que tenía en su hoja de ruta. Porque B. B. King, que ansiaba sacar el mayor dinero posible a través de la música locuaz y contagiosa de su guitarra, se tomó por costumbre hacer más de 250 actuaciones al año.

De alguna forma, en las últimas dos décadas quedó etiquetado como el gran embajador del blues clásico, de ese sonido primigenio que sonaba más real y absorbente que en ningún otro cuando lo tocaban y lo cantaban aquellos hombres y mujeres que vivieron una época determinada. Muchos fueron cayendo mientras él seguía tan incombustible como en sus años más jóvenes, aunque con los achaques de la edad: sufría problemas de vista y tenía que tocar sentado durante toda la actuación. Pero aún así ahí estaba B. B. King, llamado por muchos el Rey del blues, con quien todas las figuras musicales querían compartir escenario, bien fueran guitarristas discípulos suyos hasta el Luciano Pavarotti. Es un artista esencial para comprender el desarrollo de la música norteamericana del siglo XX, el fascinante universo del blues original, nacido del mundo rural y después electrificado a través de su Gibson hasta moldear un lenguaje impactante. Ahí estaba, en definitiva, B. B. King, memoria de un tiempo irrepetible, tal vez el último guitarrista que, cuando queríamos hablar de blues, nos recordaba cómo empezó todo.

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La música legendaria de los Beatles, disco a disco

En 1962 nació el cuarteto, 50 años para celebrar con un recorrido por su música

/ 2 de septiembre de 2012 / 04:00

Please Please Me (1963)
1962. Liverpool, una población gris de la costa occidental británica, a orillas del río Mersey. Allí, cuatro chicos llevan decenas y decenas de actuaciones en bares y, como tantas bandas que empiezan en la ciudad, basan su repertorio en imitar a sus ídolos del rock’n’roll norteamericano, que conocen a través de los discos que llegan del otro lado del Atlántico. Los Beatles, tras ser rechazados por Decca, graban para la filial de EMI, Parlophone. Estos teddy boys (jóvenes con tejanos negros ajustados y zapatos de puntera estrecha) son los abanderados del Mersey Sound, el nuevo ruido que mezcla rock americano con skiffle local. Please Please Me, lanzado en 1963, es todo un éxito nacional, un brillante estallido de júbilo y recreo musical, con ocho temas de la talentosa sociedad Lennon-McCartney y seis de autores estadounidenses.

Una canción. Love Me Do. El primer sencillo. La canción con la que Los Beatles se dieron a conocer al mundo. Una composición que marcará sus vidas y los identifica con su propio universo beatle. La canción favorita de Ringo.
 
With the Beatles (1963)
La magnífica continuación de su debut, con un esquema similar de versiones de compositores estadounidenses y temas propios de Lennon-McCartney. La inmediatez, la energía y la inocencia de Please Please Me siguen intactas. El contagioso ritmo y la vibrante actitud de los cuatro de Liverpool se expanden con asombrosa gracia entre la juventud británica. Toda la espontaneidad de su música se apoya en un plan de marketing estudiado al milímetro: los flequillos, las camisas blancas, los trajes, la imagen aseada y sutilmente irreverente… Nace el fenómeno beatle. La historia les espera.

Una canción. Please Mister Postman. El clásico de The Marvelettes, la primera banda de la factoría Motown en conseguir el número uno en Estados Unidos, parece hecho a su medida. Un ejemplo perfecto de su gran capacidad para versionar el pop norteamericano. El beat es cegador.
 
A Hard Day’s Night (1964)
Elvis Presley era el único que podía decir que sabía lo que sentían Los Beatles con tanta histeria desatada por las fans. Unos y otros eran el objetivo de las incontroladas fans y vivían en permanente estado de acoso y admiración sin límites. Y como el rey del rock’n’roll necesitaban de una película para difundir su mensaje musical y convertirse en íconos más reconocibles y valiosos. A Hard Day’s Night es el disco de la banda sonora de la película del mismo nombre, que ayudó a dar más forma y contenido a la imaginería pop de los fab four. Lennon compuso la mayoría de los temas, aunque, como siempre, los créditos recogían la sociedad Lennon-McCartney. La fórmula no varía: canciones de menos de dos minutos y medio y aspirando a un pop directo y efectivo.

Una canción. A Hard Day’s Night. Una pista que transmite buena parte de la esencia de la liberación del pop de los 60. Efusividad sonora y temática de insinuación sexual. Los jóvenes, nuevos consumidores hambrientos de ocio, quieren su espacio y lo quieren ahora.
 
Beatles For Sale (1964)
Muchos fans lo califican como el disco más flojo de la banda. Otros, en cambio, lo defienden con uñas y dientes aunque sólo sea porque empiezan a aparecer los primeros síntomas de buscar nuevos horizontes artísticos en sus principales compositores. Los Beatles dieron el gran salto, tan recordado por los musicólogos, cuando fueron de gira por EEUU y dieron el pistoletazo de salida a la Invasión Británica. Allí, conocieron a Bob Dylan y, aparte de darles sus primeros porros de marihuana, este fue una influencia directa de Lennon, que admiraba la psicología más adulta y madura de sus letras.

Una canción. I’m a Loser. Es un buen ejemplo de ese cambio de perspectiva. Lennon se abre al mundo menos inocente de Dylan y entra en la vía de nuevas fórmulas compositivas.
 
Help! (1965)
La Beatlemanía ya goza del mismo respaldo espectacular a ambas orillas del Atlántico. Este álbum, que llegó a lo más alto de las listas estadounidenses, es la banda sonora de la película con el mismo nombre, mucho menos interesante que la anterior A Hard Day’s Night. Estamos ante una obra maravillosa, donde ya no hay tanto pop beat, a pesar del trallazo grandioso de Help que abre el disco, y hay más folk y composiciones en clave intimista.

Una canción. Yesterday. Tal vez, el tema más famoso de Los Beatles, el más versionado y radiado. La canción de Paul McCartney que el resto despreció, especialmente Lennon. No salió como single pero es, para muchos críticos y músicos, la mejor balada pop de la historia.
 
Rubber Soul (1965)
Este disco está pensado para el mercado navideño pero está lejos de ser un trabajo de paso. Los caminos de exploración ya están abiertos y no hay vuelta atrás. Los cuatro fabulosos de Liverpool se lanzan a investigar sus inquietudes musicales y líricas más allá de todo lo hecho anteriormente. Las canciones de amor ya no son un simple lamento o celebración. Ahora, guardan más recovecos complejos y evocadores.

Además, está lleno de pistas magistrales como In My Life, The Word, Michelle, Nowhere Man o Norwegian Wood.
Una canción. Norwegian Wood. Los Beatles han inspirado a centenares de músicos pero también a escritores como Haruki Murakami. Su novela Tokio Blues nace de la escucha de esta canción que Lennon compuso por sus infidelidades. George Harrison añade el sitar.
 
Revolver (1966)
Año capital en la música popular con la publicación de obras maestras como Aftermath de los Rolling Stones, Blonde on Blonde de Bob Dylan, Pet Sounds de Beach Boys o Fith Dimension de The Byrds. Los Beatles, siempre en ascenso, sitúan su nuevo trabajo a la altura de todas estas maravillas del rock. Revolver es un disco redondo, donde el concepto de obra entera de principio y fin es un hecho. Se supera la celebración del sexo y el amor adolescente para adentrarse en una visión más trascendental de la vida. Se suben a la cresta de los nuevos tiempos.

Una canción. Taxman. Se hace necesario incluir algún tema de George Harrison en estas selecciones porque su aportación siempre fue digna de aplauso. Esta composición suya, una dura crítica a la Hacienda británica, es muy celebrada.
 
Sgt. Pepper’s
Lonely Hearts Club Band (1967)
Considerado el mejor disco del rock por muchas publicaciones, el álbum conceptual más importante de toda una generación, con la portada más comentada de la historia, el disco del Sargento Pimienta es una cumbre sin igual, el Everest de un estudio de grabación, con permiso de Pet Sounds. El LSD ya era un compañero de viaje de los británicos y su objetivo fue olvidarse de las giras y centrarse en crear todo un mundo interior en un plástico. Este mundo es un homenaje al campo británico pero con aspiraciones de tocar el cielo y las estrellas a través de la música.

Una canción. Lucy in the Sky with Diamonds. Pocos temas han sido tan comentados en la vida. Cada uno le encuentra un significado distinto, como el viaje de LSD que tantos ven. Un emblema de la recreación pop en un estudio.
 
Magical Mystery Tour (1967)
Forma parte de la etapa psicodélica del grupo y es una obra menor, más teniendo en cuenta su predecesor, que marcó un antes y un después. Su inspiración nace de un viaje de McCartney por Estados Unidos en plena eclosión hippie. Se hizo una cinta para la ocasión. Este año se recuerda más por acontecimientos históricos para el futuro del grupo: la muerte de Brian Epstein, manager de la banda, la relación de Lennon con Yoko Ono y la aparición del Maharishi Mahesh Yogi.

Una canción. All You Need is Love. Rebosa sentimiento, es un gozo emocional de instrumentos y voces. En los coros están Mick Jagger, Keith Richards o Eric Clapton. Se utilizó para la primera retransmisión vía satélite en televisión.
 
The Beatles (1968)
El doble álbum de los fab four, llamado Álbum blanco por el color de su portada, es producido en India, donde, más que encontrar un nuevo guía espiritual, Los Beatles hallan todos los motivos para su futura separación. Es el trabajo más polémico del grupo por las tensiones y las discordancias que trae. Es el resultado de la suma de los cuatro por separado más la sombra de Yoko Ono, ya presente diariamente en la vida de Lennon y que lleva a éste a publicar su primer disco fuera del entorno Beatle. Es un disco desigual con grandes momentos (Back in the U.S.S.R.), pero también con las peores cotas del grupo (Revolution 9 o Honey Pie).

Una canción. Back in the U.S.S.R. McCartney estaba harto de que tacharan en EEUU a la banda de comunista por su música. Se parodió de todo en este rock’n’roll con ecos de Beach Boys. McCartney toca la batería tras una discusión con Ringo, que deja la grabación.
 
Abbey Road (1969)
Es un milagro que este disco vea la luz después de los problemas en India. Pero se consigue y, encima, no es el último. Con todo, las cosas ya no son como antes y la sociedad Lennon-McCartney, apoyada en Ringo y Harrison, está rota. La cara A es de Lennon y la B para McCartney, mientras Harrison aporta sus mejores canciones. Conclusión: los de Liverpool, pese a la dejadez y la falta de espíritu colectivo, demuestran su grandeza dejando algunas joyas para la posteridad.

Una canción. Here Comes the Sun. El mejor Harrison luce fenomenal en este álbum y esta canción es la mejor prueba de su talento. Se le ocurrió un día en el jardín de su amigo Eric Clapton. Absorbente.
 
Let It Be (1970)
El fin. McCartney anuncia que deja la banda después de que Lennon no le dijese nada de que había contratado a Phil Spector para incluir arreglos en algunas canciones, entre ellas The Long and Winding Road, una excelente composición. Lennon está metido en la heroína, McCartney se autoproclama líder aunque los demás no le soportan, Harrison está con la cabeza en la India y a Ringo ya le importa todo muy poco. El adiós del grupo, para colmo, es grabado por las cámaras para otro documental.
Una canción. Let It Be.

Nacida de un sueño de McCartney, es una balada que lleva todas sus señas de identidad: melancolía emotiva captada gracias a unos arreglos sublimes y un tono mágico.

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