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Chico Buarque ‘Cuando escribo no escucho música’

/ 31 de mayo de 2015 / 04:00

Es uno de los más grandes de la de la música popular brasileña. Y un destacado escritor. Facetas que alterna desde hace muchos años. En Río de Janeiro desgrana la historia de su propia familia, del hermano alemán que nunca conoció, su juventud y su oposición a la dictadura. Aspectos que trata en su nueva novela, El hermano alemán (Mondadori), recientemente publicada en español.

¿Cuándo se enteró usted de que tenía un hermano?

En 1967, a los 23 años. Vinicius de Moraes, Tom Jobim y yo fuimos a visitar al poeta Manuel Bandeira a su casa. Hablando de esto y de lo otro, Bandeira preguntó por mi padre: “¿Qué, cómo está Sergio? ¡Ah!, Cuánto tiempo hace que no lo veo, vivimos tantas cosas juntos… Se fue a Alemania, tuvo aquel hijo…”. Y ahí soltó eso.

¿Y qué hizo usted?

Pues le dije: “Pero ¿qué hijo?”. Y Vinicius replicó: “¿Pero tú no lo sabías, lo del hijo?”. Y yo: “Pues no”. Yo no sabía nada, era un secreto de familia. Después hablé con mis hermanos y con mi padre, pero había siempre una barrera a la hora de preguntar. Escribiendo este libro me he cuestionado por qué no le interrogué más. Pero existía un reparo, un impedimento, yo sentía cierta incomodidad con el tema.

Y siguió investigando, incluso la editorial contrató a dos detectives para que le ayudaran.

No, no, no eran detectives. Eran historiadores. Descubrieron que mi hermano se llamaba Sergio y que había sido adoptado por la familia alemana Günther. La verdad es que cuando comencé a escribir el libro tenía muy poca información. Tampoco la precisaba. Ni siquiera pretendía encontrarlo. La historia no iba por ahí. Pero pasó que, mientras lo escribía, uno de mis hermanos encontró en un cajón unos documentos que contenían datos para tirar del hilo.

Y así se enteró de que su hermano había sido cantante…

Sí, en Alemania Oriental había sido muy conocido, como cantante y presentador de televisión. Cuando me enteré de que había sido cantante, sentí una emoción muy fuerte. Y  cuando oí un disco suyo me di cuenta de que tenía la voz grave de mi padre. Porque a mi padre le gustaba mucho cantar. Y sonaba igual. En Alemania me contaron que mi canción A banda había sido traducida y era muy conocida en Alemania Oriental. Así que no es extraño que mi hermano sí que me oyera a mí cantar. Es una manera de haberme conocido un poco, ¿no?

En el libro el protagonista, parecido a usted, roba coches para divertirse. ¿Usted lo hacía?

Sí. Yo iba entonces con una pandilla de adolescentes del barrio, eran los tiempos de James Dean, del rock and roll, de una juventud un poco rebelde. Así que nuestro deporte era robar coches, circular en ellos por la ciudad y luego dejarlos en el fin del mundo. Y fui al calabozo por eso una vez. La Policía me dio para el pelo. Pero, bueno, eso yo ya lo he contado.

Paralelamente, era muy buen lector, ¿no?

Cierto. Yo diría que, antes de ser músico, quería ser escritor. Hasta que apareció la música en mi vida y me embarqué en ella. Pero la idea de dedicarme a la literatura no la abandoné. En los setenta publiqué mi primera novela, en los ochenta la segunda. Desde entonces alterno las dos cosas. Cuando hago una no hago otra porque consumen mucho. Cuando estoy escribiendo ni siquiera oigo música.

¿Son actividades tan diferentes?

Para mí, sí. Mucho. Y eso que mi escritura está muy influida por mi música, trata de llevar cierto ritmo musical. Además, hay que alternar las dos cosas porque, por lo menos en Brasil, es muy difícil que un escritor viva de la literatura. Los escritores trabajan de funcionarios, profesores, periodistas… Y todo esto está tan lejos de la literatura como la música. Ser periodista, por ejemplo, no le faculta a usted a escribir literatura.

Se dice que cada vez escribe más y compone menos.

Compongo menos que a los veinte. Es normal. La música popular es más un arte de juventud, con el tiempo ya no fluye con la abundancia de aquellos años. Tengo que esforzarme más, buscar más. Al principio tienes un millón de ideas, todo lo que te rodea sirve para hacer una canción. Después, todo se va volviendo más insípido, menos inspirador.

¿Aún sostiene que lo mejor de un concierto es cuando se acaba?

(Se ríe) No me gusta mucho dar conciertos, no, pero los tengo que hacer. Cuando lanzo un nuevo disco, sí que me dan ganas de ir por ahí y cantarlo en público. Además, eso hace que después pueda pasar dos años escribiendo. Si no, me arruinaría.

¿Por qué la música brasileña es tan conocida y la literatura no?

Puede que sea porque es peor, pero no lo creo. Es verdad que, por ejemplo, el argentino es un pueblo más literario que el brasileño. Y también que los literatos brasileños juegan con una desventaja, porque el portugués es más desconocido. Y la riqueza musical brasileña es fácilmente exportable, no necesita traducción.

Y al revés, ¿por qué la música brasileña es tan apreciada?

Porque, principalmente después de la bossa nova, tiene la influencia negra, es hija de la samba, pero con un toque del jazz, un toque armónico. Además, tiene influencia de los grandes compositores de la música clásica. Tom Jobim, nuestro gran maestro, era un conocedor profundo de Chopin y de Debussy entre otros muchos. Todo eso está en nuestra música, junto a los boleros cubanos y los ritmos mexicanos. El brasileño no excluye, asimila. El resultado es complejo, rico y único.

¿Cómo era ese mundo? ¿Cómo era convivir con Jobim, con Vinicius?

¡Ah! Ellos… eran, sobre todo, grandes amigos. Yo comencé a emocionarme de verdad por la música, a decidirme a hacer canciones seriamente a partir del tema Chega de saudade, compuesto por Tom Jobim y Vinicius e interpretada por João Gilberto. Les tenía en un altar. Conocía ya a Vinicius porque era amigo de mi padre, pero, para mí, era como hablar con un monumento. Así que la primera vez que me vine a Río a hablar con Tom Jobim, imagínese, era un sueño. Con el tiempo fueron mis amigos, mis socios, hice muchas canciones con ellos, fui aceptado en ese grupo selecto de la música popular brasileña.

Usted siempre ha tenido una posición política clara. Se opuso a la dictadura y ha apoyado a Lula y a Dilma Rousseff.

Yo tomo partido y no tengo ningún problema en proclamarlo. Siempre he apoyado al Partido de los Trabajadores: ahora a Rousseff y antes a Lula. A pesar de no ser miembro del partido y a pesar de tener mis desavenencias y de votar a otros candidatos y otros partidos en elecciones locales. Pero desde siempre he sabido que el problema de este país es la miseria, la desigualdad. El PT no lo ha resuelto todo, pero lo ha atenuado.

¿Y cómo ve la situación actual?

Muy confusa, la crisis económica es fuerte. Hay que tomar medidas impopulares. Al mismo tiempo, la oposición es muy dura. Y luego hay una ola de manifestaciones que, a mi juicio, no tienen un objetivo concreto o claro. El objetivo no es Dilma, sino Lula; tienen miedo de que Lula se presente de nuevo.

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Chico Buarque ‘Cuando escribo no escucho música’

/ 31 de mayo de 2015 / 04:00

Es uno de los más grandes de la de la música popular brasileña. Y un destacado escritor. Facetas que alterna desde hace muchos años. En Río de Janeiro desgrana la historia de su propia familia, del hermano alemán que nunca conoció, su juventud y su oposición a la dictadura. Aspectos que trata en su nueva novela, El hermano alemán (Mondadori), recientemente publicada en español.

¿Cuándo se enteró usted de que tenía un hermano?

En 1967, a los 23 años. Vinicius de Moraes, Tom Jobim y yo fuimos a visitar al poeta Manuel Bandeira a su casa. Hablando de esto y de lo otro, Bandeira preguntó por mi padre: “¿Qué, cómo está Sergio? ¡Ah!, Cuánto tiempo hace que no lo veo, vivimos tantas cosas juntos… Se fue a Alemania, tuvo aquel hijo…”. Y ahí soltó eso.

¿Y qué hizo usted?

Pues le dije: “Pero ¿qué hijo?”. Y Vinicius replicó: “¿Pero tú no lo sabías, lo del hijo?”. Y yo: “Pues no”. Yo no sabía nada, era un secreto de familia. Después hablé con mis hermanos y con mi padre, pero había siempre una barrera a la hora de preguntar. Escribiendo este libro me he cuestionado por qué no le interrogué más. Pero existía un reparo, un impedimento, yo sentía cierta incomodidad con el tema.

Y siguió investigando, incluso la editorial contrató a dos detectives para que le ayudaran.

No, no, no eran detectives. Eran historiadores. Descubrieron que mi hermano se llamaba Sergio y que había sido adoptado por la familia alemana Günther. La verdad es que cuando comencé a escribir el libro tenía muy poca información. Tampoco la precisaba. Ni siquiera pretendía encontrarlo. La historia no iba por ahí. Pero pasó que, mientras lo escribía, uno de mis hermanos encontró en un cajón unos documentos que contenían datos para tirar del hilo.

Y así se enteró de que su hermano había sido cantante…

Sí, en Alemania Oriental había sido muy conocido, como cantante y presentador de televisión. Cuando me enteré de que había sido cantante, sentí una emoción muy fuerte. Y  cuando oí un disco suyo me di cuenta de que tenía la voz grave de mi padre. Porque a mi padre le gustaba mucho cantar. Y sonaba igual. En Alemania me contaron que mi canción A banda había sido traducida y era muy conocida en Alemania Oriental. Así que no es extraño que mi hermano sí que me oyera a mí cantar. Es una manera de haberme conocido un poco, ¿no?

En el libro el protagonista, parecido a usted, roba coches para divertirse. ¿Usted lo hacía?

Sí. Yo iba entonces con una pandilla de adolescentes del barrio, eran los tiempos de James Dean, del rock and roll, de una juventud un poco rebelde. Así que nuestro deporte era robar coches, circular en ellos por la ciudad y luego dejarlos en el fin del mundo. Y fui al calabozo por eso una vez. La Policía me dio para el pelo. Pero, bueno, eso yo ya lo he contado.

Paralelamente, era muy buen lector, ¿no?

Cierto. Yo diría que, antes de ser músico, quería ser escritor. Hasta que apareció la música en mi vida y me embarqué en ella. Pero la idea de dedicarme a la literatura no la abandoné. En los setenta publiqué mi primera novela, en los ochenta la segunda. Desde entonces alterno las dos cosas. Cuando hago una no hago otra porque consumen mucho. Cuando estoy escribiendo ni siquiera oigo música.

¿Son actividades tan diferentes?

Para mí, sí. Mucho. Y eso que mi escritura está muy influida por mi música, trata de llevar cierto ritmo musical. Además, hay que alternar las dos cosas porque, por lo menos en Brasil, es muy difícil que un escritor viva de la literatura. Los escritores trabajan de funcionarios, profesores, periodistas… Y todo esto está tan lejos de la literatura como la música. Ser periodista, por ejemplo, no le faculta a usted a escribir literatura.

Se dice que cada vez escribe más y compone menos.

Compongo menos que a los veinte. Es normal. La música popular es más un arte de juventud, con el tiempo ya no fluye con la abundancia de aquellos años. Tengo que esforzarme más, buscar más. Al principio tienes un millón de ideas, todo lo que te rodea sirve para hacer una canción. Después, todo se va volviendo más insípido, menos inspirador.

¿Aún sostiene que lo mejor de un concierto es cuando se acaba?

(Se ríe) No me gusta mucho dar conciertos, no, pero los tengo que hacer. Cuando lanzo un nuevo disco, sí que me dan ganas de ir por ahí y cantarlo en público. Además, eso hace que después pueda pasar dos años escribiendo. Si no, me arruinaría.

¿Por qué la música brasileña es tan conocida y la literatura no?

Puede que sea porque es peor, pero no lo creo. Es verdad que, por ejemplo, el argentino es un pueblo más literario que el brasileño. Y también que los literatos brasileños juegan con una desventaja, porque el portugués es más desconocido. Y la riqueza musical brasileña es fácilmente exportable, no necesita traducción.

Y al revés, ¿por qué la música brasileña es tan apreciada?

Porque, principalmente después de la bossa nova, tiene la influencia negra, es hija de la samba, pero con un toque del jazz, un toque armónico. Además, tiene influencia de los grandes compositores de la música clásica. Tom Jobim, nuestro gran maestro, era un conocedor profundo de Chopin y de Debussy entre otros muchos. Todo eso está en nuestra música, junto a los boleros cubanos y los ritmos mexicanos. El brasileño no excluye, asimila. El resultado es complejo, rico y único.

¿Cómo era ese mundo? ¿Cómo era convivir con Jobim, con Vinicius?

¡Ah! Ellos… eran, sobre todo, grandes amigos. Yo comencé a emocionarme de verdad por la música, a decidirme a hacer canciones seriamente a partir del tema Chega de saudade, compuesto por Tom Jobim y Vinicius e interpretada por João Gilberto. Les tenía en un altar. Conocía ya a Vinicius porque era amigo de mi padre, pero, para mí, era como hablar con un monumento. Así que la primera vez que me vine a Río a hablar con Tom Jobim, imagínese, era un sueño. Con el tiempo fueron mis amigos, mis socios, hice muchas canciones con ellos, fui aceptado en ese grupo selecto de la música popular brasileña.

Usted siempre ha tenido una posición política clara. Se opuso a la dictadura y ha apoyado a Lula y a Dilma Rousseff.

Yo tomo partido y no tengo ningún problema en proclamarlo. Siempre he apoyado al Partido de los Trabajadores: ahora a Rousseff y antes a Lula. A pesar de no ser miembro del partido y a pesar de tener mis desavenencias y de votar a otros candidatos y otros partidos en elecciones locales. Pero desde siempre he sabido que el problema de este país es la miseria, la desigualdad. El PT no lo ha resuelto todo, pero lo ha atenuado.

¿Y cómo ve la situación actual?

Muy confusa, la crisis económica es fuerte. Hay que tomar medidas impopulares. Al mismo tiempo, la oposición es muy dura. Y luego hay una ola de manifestaciones que, a mi juicio, no tienen un objetivo concreto o claro. El objetivo no es Dilma, sino Lula; tienen miedo de que Lula se presente de nuevo.

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