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¿Recuerdas cuando leíamos de corrido?

La falta de concentración en la lectura, por la exposición a internet y las pantallas, despierta preocupación entre los científicos

/ 7 de junio de 2015 / 04:00

Un martes cualquiera, a las ocho y media de la mañana, el andén del metro de Madrid es una colección de hombres y mujeres con la nuca doblada. Miran las pantallas de sus móviles y leen al ritmo que marcan las yemas de sus dedos que suben y bajan. Esta imagen se repite por las calles, en las salas de espera del médico, en las colas de los supermercados. Leemos mucho, a todas horas y a trompicones. El cambio en la forma de leer y procesar la información se ha convertido en una creciente fuente de observación y preocupación entre neurocientíficos y psicólogos, que temen que nuestra capacidad de concentración y de leer en profundidad esté mermando.

Los científicos trabajan con la hipótesis de que la forma de leer en internet, rápida, superficial y saltando de una información a otra, junto a la expansión de las redes sociales y de los teléfonos inteligentes, han cambiado no solo nuestra forma de leer, sino también nuestro cerebro. Dicen incluso que el actual es un momento histórico, comparable a la invención de la imprenta o incluso de la escritura, y que hay que retomar el control de nuestros hábitos de lectura.

CONCENTRACIÓN. Investigaciones científicas de todo el mundo apuntan en esa dirección. En Europa, más de un centenar de estudiosos suman fuerzas en una plataforma con la que pretenden desentrañar los efectos de la digitalización en los distintos tipos de lecturas. “Es muy plausible que la lectura profunda sea menos compatible con la lectura en las pantallas y que sea más difícil concentrarse porque las redes sociales, los correos, los anuncios web compiten por la atención del lector. Ese es el patrón que emerge de numerosos experimentos”, indica Anne Mangen, de la Universidad de Stavanger, en No-ruega, y presidenta de la plataforma europea E-Read. El proyecto que preside Mangen se beneficia de la preocupación y el interés por el asunto: “Casi cada día tenemos investigadores que quieren sumarse al proyecto. Hemos tocado nervio”.

Hasta aquí, la sinopsis de este artículo. A partir de ahora viene el resto, mucho más largo y en el que se desa-rrollarán las afirmaciones arriba expuestas. Es probable que usted no llegue hasta el final, que se distraiga y corra a comprobar los mensajes de su celular. No se preocupe, no será el único.

REVOLUCIÓN. Maryanne Wolf, neurocientífica cognitiva de la Universidad estadounidense de Tufts, es un referente en la materia. “Temo que la lectura digital esté cortocircuitando nuestro cerebro hasta el punto de dificultar la lectura profunda, crítica y analítica”, explica por teléfono Wolf, quien accede a abandonar por unos minutos su encierro californiano, donde trabaja en su próximo libro sobre la lectura. “Las investigaciones nos dicen que ha disminuido mucho nuestra capacidad de concentración. Los jóvenes cambian su atención unas 20 veces a la hora, de un aparato a otro. Cuando se sientan a leer, tienden a reproducir esa lectura interrumpida y en zigzag. Estamos en un cambio muy profundo”.

Wolf cree que el momento histórico que más se asemeja a la revolución actual fue la transición de los griegos de la cultura oral a una centrada en la escritura. Sócrates protestó contra la cultura escrita porque pensaba que el habla era el único proceso intelectual capaz de probar, analizar e interiorizar conocimientos y de conducir a los jóvenes a la sabiduría y la virtud, explica Wolf. Las ideas escritas, creía, cortocircuitarían este proceso.

En los últimos años los teléfonos inteligentes y las redes sociales han ocupado parcelas y minutos de nuestras mentes, antes liberados. El último informe de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) resalta la rápida penetración de los smartphones (por ejemplo, solo en España existen 73,3 conexiones por cada 100 habitantes). “Neurólogos y psicólogos confirman que nuestro cerebro ha perdido capacidad de concentración. La gente ya no quiere leer largo y profundo. El cambio es rapidísimo y los teléfonos inteligentes han acelerado este proceso porque además hacen que la gente lea en movimiento, lo que supone una distracción adicional. Las implicaciones para nuestra cultura y nuestra sociedad son inmensas”.

ATONTARSE. Andrew Dillon, catedrático de Psicología de la Información de la Universidad de Austin, en Texas, es otro de los grandes estudiosos del fenómeno y no alberga dudas de que “asistimos a un cambio en nuestra forma de leer. Durante siglos apenas ha habido cambios. Aprendíamos a leer y a lo largo de nuestra vida íbamos perfeccionando esa habilidad. Ahora todo eso ha cambiado. Vamos saltando de un vínculo a otro. Leemos mucho, pero de una forma muy superficial. Como sociedad, estamos perdiendo la capacidad de formular ideas profundas y complejas. Corremos el riesgo de estar atontándonos, de pensar de manera más simplista y fragmentada. Tenemos que dar a la mente la oportunidad de manejar ideas complicadas”.

Los expertos como Maryanne Wolf, autora de Cómo aprendemos a leer, recomiendan reservar un tiempo cada día para desconectar de las pantallas y de internet y así recobrar el sosiego necesario para la lectura profunda. Wolf explica que no solo basta con sentarse y coger un libro. Aconseja dejar fuera de la habitación el móvil y la tableta para no sucumbir a la tentación. “Hay que hacer un esfuerzo consciente, porque cada vez nos bombardean con más información. La tecnología que hemos creado es un imán para la lectura superficial”, coincide Andrew Dillon, decano de la Facultad de la Información de la Universidad estadounidense de Austin (Texas).

Mangen, la investigadora noruega, ha realizado tres estudios empíricos en los últimos años para analizar el impacto de las pantallas en la lectura. En uno de ellos, chicos de 15 años leyeron textos de cuatro folios en papel y otros lo hicieron en formato digital. Cuando les examinaron de comprensión lectora, vieron que los que habían leído en papel habían comprendido mucho mejor el texto. En otro de sus experimentos participaron adultos canadienses a los que se les dio un relato muy triste. Los que leyeron en papel mostraron mayor empatía que los que usaron una tableta. Mangen, como otros expertos, advierte de que aún no se pueden extraer conclusiones generales en parte porque tal vez haya lecturas que se beneficien del uso de las pantallas, pero la lectura profunda muy probablemente se resentirá.

APRENDIZAJE. La misma cautela transmite Ladislao Salmerón, uno de los dos representantes españoles en el proyecto de investigación europeo. Asegura, sin embargo, que algunos estudios sugieren que la información digital nos proporciona la sensación de una falsa facilidad para analizar los datos y que el miedo es que esa sensación se traslade al ámbito de la lectura profunda, “uno de los actos más complejos del ser humano”. Salmerón, de la Universidad de Valencia, asegura que es muy difícil establecer una clara causalidad entre los hábitos de lectura digital y la concentración o la impaciencia. Ha estudiado el movimiento ocular durante la lectura de estudiantes de 13 y 14 años, y ha concluido que los alumnos buenos en papel leen mejor también en digital, siempre que utilicen las estrategias de lectura profunda y no abusen del escaneo.

Uno de los estudios a los que Salmerón hace referencia es el de R. Ackerman y M. Goldsmith, de la Universidad de Haifa (Israel), que concluye que los alumnos que utilizan la pantalla estudian menos tiempo que los que leen los mismos textos en papel, porque la lectura en pantalla genera la sensación de falso aprendizaje y dejan la tarea antes de tiempo. Otro, de la Universidad de Northwestern (EEUU), estudió a padres que leen a sus hijos con una tableta y otros que les leen un libro en papel. Estos últimos dedican más tiempo a comentar cuestiones relacionadas con la historia y su vocabulario, mientras los primeros comentan más elementos técnicos (cómo encender el aparato, para qué sirven los botones…) durante la lectura. Otro estudio más examinó los efectos de la multitarea en los estudiantes y concluyó que los estudiantes que mensajeaban mientras leían un texto demostraban una comprensión lectora mucho peor.

Naomi Baron, lingüista de la American University y autora de Words Onscreen: The Fate of Reading in a Digital World (Palabras en la pantalla: el futuro de la lectura en el mundo digital) explica que ha realizado varios experimentos con estudiantes universitarios de Estados Unidos, Alemania, Japón y Eslovaquia que indican que se concentran más y mejor cuando leen en papel. Cita otros estudios que afirman que se está dando una cierta resurrección de la lectura tradicional. “Hace tres o cuatro años, en Estados Unidos y en Reino Unido mucha gente pensó que la lectura digital iba a acabar con la lectura en papel. Los últimos dos años demuestran que la gente sigue comprando libros”.

Para Baron, la cuestión no es tanto el soporte, papel o digital, sino más bien las distracciones inherentes a la conexión a internet y a las redes sociales. “Tengo alumnos para los que la lectura es el tiempo que transcurre hasta el siguiente bip que les anuncia que tiene un mensaje en el móvil, que un amigo ha actualizado su Facebook, o que tienen un WhatsApp. El problema es que las redes sociales producen la sensación de que siempre tienes que estar disponible para contestar. Es muy difícil concentrarse, porque la hiperconexión hace que temas estar perdiéndote algo. Somos socialmente más inseguros y estamos más estresados”.

Insiste además en que la multitarea, a diferencia de otras actividades, no mejora con la práctica. “Si tocas el violín y practicas mucho, acabarás tocando mejor. El problema es que cuando haces varias cosas distintas a la vez —estoy escribiendo y salto a comprar un billete por internet, por ejemplo—, los estudios psicológicos concluyen que no lo haces tan bien como si estuvieses haciendo una sola cosa, por mucho que ejercites la multitarea”.

OPTIMISMO. Los expertos recomiendan un tiempo diario de desconexión. No solo basta con coger un libro. Hay que alejar el móvil y la tableta para no sucumbir a la tentación. “Es importante reservar un tiempo cada día para leer desconectados de internet. Hay que proponérselo, porque cada vez nos acosan con más información”, aconseja Salmerón.

Al contrario que sus colegas anglosajones, el investigador español Antonio Basanta mira al futuro con gran optimismo. “La tele y la radio también iban a ser una catástrofe. Pero nunca se ha leído tanto en el mundo ni ha habido tanta información disponible. Si se maneja bien, puede ser algo extraordinariamente positivo. No se trata de poner puertas al campo, sino de adiestrar a las personas para que extraigan el máximo rendimiento de los distintos tipos de lecturas, de la unívoca y de la plural. Picotear o leer con profundidad no son acciones antagónicas, son complementarias. Sí, hay una oferta que nos invade, pero lo que tenemos que hacer es tomar de nuevo el timón”. Basanta defiende que la convivencia de las formas de lectura debe convertirse en un objetivo prioritario en la escuela: “El sistema educativo no enseña esas capacidades”.

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¿Recuerdas cuando leíamos de corrido?

La falta de concentración en la lectura, por la exposición a internet y las pantallas, despierta preocupación entre los científicos

/ 7 de junio de 2015 / 04:00

Un martes cualquiera, a las ocho y media de la mañana, el andén del metro de Madrid es una colección de hombres y mujeres con la nuca doblada. Miran las pantallas de sus móviles y leen al ritmo que marcan las yemas de sus dedos que suben y bajan. Esta imagen se repite por las calles, en las salas de espera del médico, en las colas de los supermercados. Leemos mucho, a todas horas y a trompicones. El cambio en la forma de leer y procesar la información se ha convertido en una creciente fuente de observación y preocupación entre neurocientíficos y psicólogos, que temen que nuestra capacidad de concentración y de leer en profundidad esté mermando.

Los científicos trabajan con la hipótesis de que la forma de leer en internet, rápida, superficial y saltando de una información a otra, junto a la expansión de las redes sociales y de los teléfonos inteligentes, han cambiado no solo nuestra forma de leer, sino también nuestro cerebro. Dicen incluso que el actual es un momento histórico, comparable a la invención de la imprenta o incluso de la escritura, y que hay que retomar el control de nuestros hábitos de lectura.

CONCENTRACIÓN. Investigaciones científicas de todo el mundo apuntan en esa dirección. En Europa, más de un centenar de estudiosos suman fuerzas en una plataforma con la que pretenden desentrañar los efectos de la digitalización en los distintos tipos de lecturas. “Es muy plausible que la lectura profunda sea menos compatible con la lectura en las pantallas y que sea más difícil concentrarse porque las redes sociales, los correos, los anuncios web compiten por la atención del lector. Ese es el patrón que emerge de numerosos experimentos”, indica Anne Mangen, de la Universidad de Stavanger, en No-ruega, y presidenta de la plataforma europea E-Read. El proyecto que preside Mangen se beneficia de la preocupación y el interés por el asunto: “Casi cada día tenemos investigadores que quieren sumarse al proyecto. Hemos tocado nervio”.

Hasta aquí, la sinopsis de este artículo. A partir de ahora viene el resto, mucho más largo y en el que se desa-rrollarán las afirmaciones arriba expuestas. Es probable que usted no llegue hasta el final, que se distraiga y corra a comprobar los mensajes de su celular. No se preocupe, no será el único.

REVOLUCIÓN. Maryanne Wolf, neurocientífica cognitiva de la Universidad estadounidense de Tufts, es un referente en la materia. “Temo que la lectura digital esté cortocircuitando nuestro cerebro hasta el punto de dificultar la lectura profunda, crítica y analítica”, explica por teléfono Wolf, quien accede a abandonar por unos minutos su encierro californiano, donde trabaja en su próximo libro sobre la lectura. “Las investigaciones nos dicen que ha disminuido mucho nuestra capacidad de concentración. Los jóvenes cambian su atención unas 20 veces a la hora, de un aparato a otro. Cuando se sientan a leer, tienden a reproducir esa lectura interrumpida y en zigzag. Estamos en un cambio muy profundo”.

Wolf cree que el momento histórico que más se asemeja a la revolución actual fue la transición de los griegos de la cultura oral a una centrada en la escritura. Sócrates protestó contra la cultura escrita porque pensaba que el habla era el único proceso intelectual capaz de probar, analizar e interiorizar conocimientos y de conducir a los jóvenes a la sabiduría y la virtud, explica Wolf. Las ideas escritas, creía, cortocircuitarían este proceso.

En los últimos años los teléfonos inteligentes y las redes sociales han ocupado parcelas y minutos de nuestras mentes, antes liberados. El último informe de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) resalta la rápida penetración de los smartphones (por ejemplo, solo en España existen 73,3 conexiones por cada 100 habitantes). “Neurólogos y psicólogos confirman que nuestro cerebro ha perdido capacidad de concentración. La gente ya no quiere leer largo y profundo. El cambio es rapidísimo y los teléfonos inteligentes han acelerado este proceso porque además hacen que la gente lea en movimiento, lo que supone una distracción adicional. Las implicaciones para nuestra cultura y nuestra sociedad son inmensas”.

ATONTARSE. Andrew Dillon, catedrático de Psicología de la Información de la Universidad de Austin, en Texas, es otro de los grandes estudiosos del fenómeno y no alberga dudas de que “asistimos a un cambio en nuestra forma de leer. Durante siglos apenas ha habido cambios. Aprendíamos a leer y a lo largo de nuestra vida íbamos perfeccionando esa habilidad. Ahora todo eso ha cambiado. Vamos saltando de un vínculo a otro. Leemos mucho, pero de una forma muy superficial. Como sociedad, estamos perdiendo la capacidad de formular ideas profundas y complejas. Corremos el riesgo de estar atontándonos, de pensar de manera más simplista y fragmentada. Tenemos que dar a la mente la oportunidad de manejar ideas complicadas”.

Los expertos como Maryanne Wolf, autora de Cómo aprendemos a leer, recomiendan reservar un tiempo cada día para desconectar de las pantallas y de internet y así recobrar el sosiego necesario para la lectura profunda. Wolf explica que no solo basta con sentarse y coger un libro. Aconseja dejar fuera de la habitación el móvil y la tableta para no sucumbir a la tentación. “Hay que hacer un esfuerzo consciente, porque cada vez nos bombardean con más información. La tecnología que hemos creado es un imán para la lectura superficial”, coincide Andrew Dillon, decano de la Facultad de la Información de la Universidad estadounidense de Austin (Texas).

Mangen, la investigadora noruega, ha realizado tres estudios empíricos en los últimos años para analizar el impacto de las pantallas en la lectura. En uno de ellos, chicos de 15 años leyeron textos de cuatro folios en papel y otros lo hicieron en formato digital. Cuando les examinaron de comprensión lectora, vieron que los que habían leído en papel habían comprendido mucho mejor el texto. En otro de sus experimentos participaron adultos canadienses a los que se les dio un relato muy triste. Los que leyeron en papel mostraron mayor empatía que los que usaron una tableta. Mangen, como otros expertos, advierte de que aún no se pueden extraer conclusiones generales en parte porque tal vez haya lecturas que se beneficien del uso de las pantallas, pero la lectura profunda muy probablemente se resentirá.

APRENDIZAJE. La misma cautela transmite Ladislao Salmerón, uno de los dos representantes españoles en el proyecto de investigación europeo. Asegura, sin embargo, que algunos estudios sugieren que la información digital nos proporciona la sensación de una falsa facilidad para analizar los datos y que el miedo es que esa sensación se traslade al ámbito de la lectura profunda, “uno de los actos más complejos del ser humano”. Salmerón, de la Universidad de Valencia, asegura que es muy difícil establecer una clara causalidad entre los hábitos de lectura digital y la concentración o la impaciencia. Ha estudiado el movimiento ocular durante la lectura de estudiantes de 13 y 14 años, y ha concluido que los alumnos buenos en papel leen mejor también en digital, siempre que utilicen las estrategias de lectura profunda y no abusen del escaneo.

Uno de los estudios a los que Salmerón hace referencia es el de R. Ackerman y M. Goldsmith, de la Universidad de Haifa (Israel), que concluye que los alumnos que utilizan la pantalla estudian menos tiempo que los que leen los mismos textos en papel, porque la lectura en pantalla genera la sensación de falso aprendizaje y dejan la tarea antes de tiempo. Otro, de la Universidad de Northwestern (EEUU), estudió a padres que leen a sus hijos con una tableta y otros que les leen un libro en papel. Estos últimos dedican más tiempo a comentar cuestiones relacionadas con la historia y su vocabulario, mientras los primeros comentan más elementos técnicos (cómo encender el aparato, para qué sirven los botones…) durante la lectura. Otro estudio más examinó los efectos de la multitarea en los estudiantes y concluyó que los estudiantes que mensajeaban mientras leían un texto demostraban una comprensión lectora mucho peor.

Naomi Baron, lingüista de la American University y autora de Words Onscreen: The Fate of Reading in a Digital World (Palabras en la pantalla: el futuro de la lectura en el mundo digital) explica que ha realizado varios experimentos con estudiantes universitarios de Estados Unidos, Alemania, Japón y Eslovaquia que indican que se concentran más y mejor cuando leen en papel. Cita otros estudios que afirman que se está dando una cierta resurrección de la lectura tradicional. “Hace tres o cuatro años, en Estados Unidos y en Reino Unido mucha gente pensó que la lectura digital iba a acabar con la lectura en papel. Los últimos dos años demuestran que la gente sigue comprando libros”.

Para Baron, la cuestión no es tanto el soporte, papel o digital, sino más bien las distracciones inherentes a la conexión a internet y a las redes sociales. “Tengo alumnos para los que la lectura es el tiempo que transcurre hasta el siguiente bip que les anuncia que tiene un mensaje en el móvil, que un amigo ha actualizado su Facebook, o que tienen un WhatsApp. El problema es que las redes sociales producen la sensación de que siempre tienes que estar disponible para contestar. Es muy difícil concentrarse, porque la hiperconexión hace que temas estar perdiéndote algo. Somos socialmente más inseguros y estamos más estresados”.

Insiste además en que la multitarea, a diferencia de otras actividades, no mejora con la práctica. “Si tocas el violín y practicas mucho, acabarás tocando mejor. El problema es que cuando haces varias cosas distintas a la vez —estoy escribiendo y salto a comprar un billete por internet, por ejemplo—, los estudios psicológicos concluyen que no lo haces tan bien como si estuvieses haciendo una sola cosa, por mucho que ejercites la multitarea”.

OPTIMISMO. Los expertos recomiendan un tiempo diario de desconexión. No solo basta con coger un libro. Hay que alejar el móvil y la tableta para no sucumbir a la tentación. “Es importante reservar un tiempo cada día para leer desconectados de internet. Hay que proponérselo, porque cada vez nos acosan con más información”, aconseja Salmerón.

Al contrario que sus colegas anglosajones, el investigador español Antonio Basanta mira al futuro con gran optimismo. “La tele y la radio también iban a ser una catástrofe. Pero nunca se ha leído tanto en el mundo ni ha habido tanta información disponible. Si se maneja bien, puede ser algo extraordinariamente positivo. No se trata de poner puertas al campo, sino de adiestrar a las personas para que extraigan el máximo rendimiento de los distintos tipos de lecturas, de la unívoca y de la plural. Picotear o leer con profundidad no son acciones antagónicas, son complementarias. Sí, hay una oferta que nos invade, pero lo que tenemos que hacer es tomar de nuevo el timón”. Basanta defiende que la convivencia de las formas de lectura debe convertirse en un objetivo prioritario en la escuela: “El sistema educativo no enseña esas capacidades”.

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Pueblos en venta: Abandonadas, varias aldeas españolas son ofrecidas por herederos pobres

Los reportajes emitidos en las televisiones de toda Europa, del mundo árabe y hasta de Australia sobre los pueblos fantasmas españoles han causado una avalancha de potenciales compradores. Las noticias de que por la mitad del precio de una plaza de garaje en Londres —titular del Daily Mail de mayo— es posible comprarse un pueblo en España han permitido soñar a un ejército de urbanitas desencantados e inversores a la caza del chollo.

/ 28 de septiembre de 2014 / 04:00

Pavel clava el trípode de su cámara entre los matorrales y ruinas que un día fueron Esblada, un pueblo de la provincia de Tarragona en el que hoy cuelga el cartel de “Se vende”. Pavel y un reportero de la televisión rusa han ido allí a documentar un fenómeno que causa fascinación más allá de las fronteras españolas: la venta de pueblos abandonados a precio de saldo en un país en crisis y con un campo crecientemente despoblado. Fuera, en la mayoría de los países, las localidades no se abandonan. Por eso, las cerca de 3.000 que hay en España, según el Instituto Nacional de Estadística (INE) representan para algunos extranjeros una oportunidad de inversión única y, para otros, una exótica pieza de museo al alcance de sus bolsillos, casi un sueño.

Los reportajes emitidos en las televisiones de toda Europa, del mundo árabe y hasta de Australia sobre los pueblos fantasmas españoles han causado una avalancha de potenciales compradores. Las noticias de que por la mitad del precio de una plaza de garaje en Londres —titular del Daily Mail de mayo— es posible comprarse un pueblo en España han permitido soñar a un ejército de urbanitas desencantados e inversores a la caza del chollo.

Por el camino, han descubierto la España interior, en la que no se bebe sangría ni hay 365 días de sol; en la que se respiran siglos de historia y una belleza que cautiva. El ruidazo mediático ha reportado, sin embargo, escasas nueces por el momento, y cuesta creer que vaya a contribuir a resolver el problema de la despoblación rural. Mientras el campo español y los herederos empobrecidos esperan con los brazos abiertos, el maná de los Mr. Marshall de este mundo no acaba de llegar. Excesiva burocracia, rehabilitaciones muy costosas y trabas para acceder al crédito son parte de la tozuda realidad con la que se topan.

“Recibimos una media de 150 correos electrónicos al día; a muchos les interesan los pueblos”, informa Elvira Fafián, gerente de aldeasbandonadas.com, el portal que casi monopoliza este mercado. En torno al 70% de las consultas procede de extranjeros. “En 2014 hemos notado una demanda muy fuerte”, señala. “No damos abasto. Esto ha sido un boom”. Los interesados son suizos, alemanes, mexicanos, rusos, chinos y estadounidenses. Dice Fafián que sienten que la crisis ha desplomado los precios y que, si compran ahora, poco menos que serán millonarios dentro de diez años.

El cerca de un centenar de pueblos que se anuncian en el portal de Fafián oscilan entre los 60.000 euros y los dos millones (77.000 a 2,6 millones de dólares). Las 14 casas de Esblada, el pueblo donde graba Pavel, se venden por 280.000 euros (unos 360.000 dólares). En su día debió de ser una preciosa aldea agrícola incrustada en la sierra de Ancosa, pero hoy es un conjunto de restos de muros de piedra recubiertos de jaras entre los que apenas se adivinan los senderos que fueron calles. Esblada lleva medio siglo deshabitada, desde que cerró la fábrica de insecticidas y el carbón vegetal se industrializó.

Esblada ilustra bien una de las grandes dificultades para vender estos lugares. Puede que tengan precios de risa, pero el coste de las reconstrucciones es varias veces superior al de la venta. Cuando los extranjeros que aterrizan en España cargados de ilusión sacan la calculadora, el pragmatismo acaba por imponerse. El desfile de potenciales compradores resulta continuo, certifica Ramón Martín, un vinatero afincado al otro lado de la carretera, junto a la iglesia. El vendedor es un banco que se lo embargó al anterior propietario, quien quiso montar un negocio rural.

Hay pocas cifras disponibles en un mercado en el que reina la opacidad, pero parece claro que, mientras la compraventa de todo tipo de viviendas por extranjeros ha marcado un máximo histórico este año, según los datos del Colegio de Registradores, en el caso de las pequeñas localidades la fiebre inversora no acaba de prender. En aldeasabandonadas.com cifran en “uno o dos pueblos” las ventas anuales, pero se niegan a ofrecer más detalles.

Para Mark Adkinson, que tiene cinco aldeas a la venta, el principal obstáculo es la falta de acceso al crédito para este tipo de propiedades. Cuenta que varias veces cerró tratos que al final se quedaron en papel mojado porque los bancos solo dan créditos si hay escrituras y muchos de estos pueblos no las tienen en regla. Confirma el creciente interés, pero también que, de momento, no ha vendido ni un solo pueblo. Aún así, Adkinson es de los que tiene la sensación de estar sentado encima de una mina de oro. Piensa que el futuro de este mercado es muy prometedor y que “esto solo puede ir a más. Hay mucha gente con dinero en el mundo. Cuando se les pase el miedo de la crisis, vendrán. La gente está harta de las ciudades y quiere elegir a sus vecinos. En España es posible”.

Javier Vázquez Renedo, un joven arquitecto, lleva meses rastreando con la idea de poner en pie una aldea geriátrica para jubilados extranjeros. “Esto es solo el inicio. Ahora es cuando el mercado empieza a moverse. Han bajado los precios y la gente vende más ahora porque necesita el dinero”. Se muestra convencido de que hay infinidad de lugares abandonados que aún no han aflorado. Esos pueblos por descubrir son los que Vázquez, Adkinson y el resto buscan por toda España.

A unos 1.000 kilómetros al oeste de Esblada, en la Ribeira Sacra gallega, José Ramón Castro, de 62 años, y su madre, Alicia López, de 88, no comparten el optimismo de los vendedores. Son los únicos pobladores de una preciosa aldea de Lugo que lleva años deshabitada y que ahora los herederos del resto de las casas han decidido juntarse para vender. La vida es tan dura en este monte que uno de los vecinos vendió su vivienda a cambio de un traje y se fue a Cuba. Madre e hijo resisten a duras penas y a la fuerza. “No hemos tenido suerte en la vida, por eso estamos aquí”, dice la octogenaria. Viven de lo que da la huerta, de los frutales y de la pensión. Y se han resignado a que no haya vecinos que les ayuden a matar un cerdo y luego celebrarlo, o con quien reducir al jabalí que se hizo fuerte en el pueblo durante un mes sin que nadie les socorriera.

“Hace años, a este pueblo daba gusto verlo”, recuerda Castro, con un jersey roído, barba crecida y unos pantalones empercudidos que se le caen. “Si viera lo felices que fuimos aquí de niños… Ahora esto es una selva. Como no lo compren, se viene abajo”. La pareja trata de no entusiasmarse cada vez que un extranjero se deja caer por la escondida aldea en la que viven solo ellos desde hace años. Muchos son lo que han pasado por aquí y han quedado obnubilados ante la belleza de este paraíso frondoso, cuajado de melocotones, de castañas y de cerezas. Les enamora, pero al final, no pican. Los forasteros se van para no volver.

Un cementerio cercado

Faustino Calderón dedica buena parte de su vida a patearse pueblos abandonados y a intentar averiguar por qué se extinguió la actividad en cada uno de ellos. Plasma sus andanzas en su blog “Pueblos deshabitados”, que recibe cientos de miles de visitantes y se ha convertido en una valiosa guía del medio rural español. Calderón desconfía del supuesto boom de la venta de pueblos y no la considera una solución deseable para mitigar la despoblación del campo español. “Se rompe la memoria, se pierde la identidad de los pueblos”.

A este nostálgico declarado le preocupa además que las localidades acaben en manos de una sola persona. Habla de lugares que hace años se vendieron y ahora son recintos vallados a los que no se puede acceder. Un caso notorio es el de Villaescusa de Palositos, en la Alcarria, donde los vecinos pelean desde hace años para acceder al cementerio el día de Todos los Santos.

Sí le despierta, sin embargo, cierto optimismo el creciente fenómeno de los llamados “pueblos de verano”, esos en los que en invierno hay cuatro personas y en verano pandillas de niños gritones llenan las calles. Son lugares en los que los hijos han ido acondicionando las casas que heredaron de sus padres y pasan allí los veranos o los fines de semana. “Es una manera de revitalizarlos, de frenar la despoblación, aunque la gente no viva allí de forma permanente”.

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