Intensa-mente
La nueva película de Pixar supera la categoría de entretenimiento pasajero e insustancial y ofrece al espectador múltiples lecturas sobre la adolescencia y la vida
Definitivamente, a muchas millas de distancia de la conservadora bobería edulcorada y de la anacrónica zoología falsamente asexuada y antropomorfa que Disney convirtió en sinónimo de cine infantil machacando sobre la premisa de la presunta imposibilidad de los pequeños para disfrutar de cualquier propuesta que tuviese alguna relación con las complejidades de la vida real, la productora Pixar —creada por Lucasfilm en los 70 e impulsada por Steve Jobs desde mediados de los 80— vuelve a sus raíces después de algunos años de extravío, para poner en pantalla este trabajo basado en una sorprendente imaginería visual.
Entre otras cosas, el resultado reivindica al 3D como una tecnología válida cuando está puesta al servicio de los propósitos narrativos en lugar de reducirse a ser el espectáculo en sí misma, tal cual sucede con el grueso de los emprendimientos que de ella se sirven al modo de anzuelo destinado a incrementar la rentabilidad de tantas hechuras ayunas de la más mínima idea.
Interrogado acerca de su credo estético y dramatúrgico, Pete Docter, codirector de Intensa-mente, apuntó que “siempre hay que buscar la experiencia humana real”, sintetizando así el concepto original mismo de la productora, responsable hace justo dos décadas de Toy Story (1995), dirigida por el mismo Docter, el título que trazó un auténtico parte aguas en materia de películas infantiles.
Catorce años más tarde le tocó a Docter poner en claro que no obstante las indecisiones provocadas por la asociación de Pixar con Disney —cuyo ejemplo más lamentable fue Cars 2—, el impulso innovador de la productora de la lámpara saltarina se mantenía en pie. Aquel nuevo momento de inspiración se tradujo en Up, una aventura de altura (2009), historia de un viejo malhumorado y un chico boy scout lanzados juntos a descubrir cuan maravilloso puede ser aventurarse a explorar lo desconocido e inimaginable.
El reto que se autoimpuso esta vez Docter, en alianza con Ronaldo del Carmen, era ciertamente mayúsculo, inspirado, dice, en los cambios emocionales de su hija adolescente. Se trata justamente de adentrarse en las vacilaciones, los conflictos, los dolores de la pubertad, tenso momento existencial que confronta a los niños en trance de dejar de serlo con las rispideces iniciales de la vida adulta. De paso, la trama cuestiona ciertos mecanismos y conceptos anacrónicos pero persistentes en los métodos y procesos educativos, tratando en definitiva de colocarse en el lugar de la protagonista y no verla a través de la distorsionada mirada de los mayores.
Todo ello contado justamente desde dentro del cerebro de Riley, cuando su familia resuelve abandonar la Minnesota de la infancia mudándose hacia San Francisco, decisión que la obliga, sin comprender los motivos, a dejar atrás amigos, juegos y certidumbres para enfrentarse a un mundo desconocido y percibido como hostil. Es el desarraigo con todas las connotaciones del término.
Lo verdaderamente nuevo en el, se dijo, complicado acercamiento a la personalidad de Riley es que sus oscilaciones emocionales no se muestran a través de las reacciones externas del personaje sino mediante una inmersión, vía el “comando central” de su mente, en el choque de los sentimientos puestos en juego frente a cada situación.
Ira, Desagrado y Temor componen un equipo comandado por Alegría, en permanente forcejeo con Tristeza y con la melancolía que esta última dispara, muy a tono con una de las manifestaciones más propias de las dubitaciones adolescentes o pre eso mismo, subvirtiendo de paso uno de los cánones del cine infantil de acuerdo con el cual los pequeños jamás pueden ser infelices, estado este último que, por el contrario, caracterizaría a los adultos. Herencia a su vez de otro discutible y esquemático paradigma de acuerdo con el cual el candor constituye una valla infranqueable a la maldad propia de aquellos.
No se trata por cierto de una película para niños aun cuando éstos disfruten de los innumerables momentos dinámicos de la trama, cuando ésta adquiere la vivacidad alocada de un divertido relato de aventuras, sumando personajes sorprendentes como Bing Bong —el amigo imaginario de Riley— sin abandonar empero el objetivo de fondo de la trama, la ya dicha inmersión en las tensiones medulares del traumático tránsito desde la placidez de la inocencia a las turbulencias de la entrada en la madurez. No es poca cosa.
Discrepo con quienes inscriben Intensa-mente en la lista de los logros mayores de Docter. Sin minimizar la riqueza gráfica y visual, ni el atrevimiento, del asunto, tengo la impresión que en esta oportunidad, por una mezcla letal de exceso de ambiciones y desatención al rancio enigma disparador de tantas controversias irresueltas —e irresolubles—, el director se da de bruces contra una imposibilidad fáctica: de traducir conceptos abstractos y/o genéricos en imágenes, siempre inevitablemente concretas y específicas.
Aun los dibujos más estilizados exhiben inevitablemente algún punto de contacto referencial con la realidad, así solo sea por las formas y los colores utilizados. Manos a la obra ya frente a semejante escollo, Docter alterna propuestas visuales plausibles —el oscuro abismo del olvido, el tren del pensamiento, los sueños que semejan imágenes propias de la producción de un estudio—, con otras francamente pueriles —las islas (de honestidad, familia, hockey, etc.)—.
El propio modo de representación de recuerdos y emociones —esferas de variados colores— no acaba de cuajar del todo. El efecto es un argumento algo farragoso que pasa sin solución de continuidad de la complejidad psicológica de la protagonista, en medio de su desacomodo frente a gentes y ambientes desconocidos, a la resolución simplista de algunos de los conflictos mayores cuando el mundo circundante interpela los axiomas que ofrecían llanas respuestas a todo.
No obstante tan opinables ingredientes, el mérito básico del film reside en su meritorio esfuerzo para superar el entretenimiento pasajero e insustancial del grueso de las producciones que lo confunden con la banalidad y, por ello mismo, se resignan al olvido instantáneo. En cambio, Intensa-mente permanece abierto a múltiples lecturas dejando en el espectador huellas que persisten mucho después de encenderse las luces de la sala de proyección.
Ficha técnica
Título: Inside-out Dirección: Pete Docter, Ronaldo Del Carmen. Guión: Meg LeFauve, Josh Cooley, Pete Docter. Historia: Pete Docte, Ronaldo Del Carmen. Animación: Brendan Beesley, Shad Bradbury. Montaje: Kevin Nolting. Diseño: Ralph Eggleston. Música: Michael Giacchino. Efec-tos: Amit Baadkar. Producción: John Lasseter, Mark Nielsen. Voces: Amy Poehler, Phy-llis Smith, Richard Kind, Bill Hader, Mindy Kaling, Kaitlyn Dias, Diane Lane, Kyle MacLachlan.