Los autores de Bolivia, su historia buscan el debate. Son conscientes de que su obra es innovadora, de que ofrece explicaciones sobre el pasado del país diferentes a las tradicionales y de que por eso va a levantar polvareda. Una discusión que no rehúyen porque la creen beneficiosa para que, como dice una de las directoras de la publicación, María Luisa Soux, “nos miremos de forma más abierta, perdamos ciertos complejos y olvidemos el lamento boliviano, ese pesimismo histórico que en muchos casos ha supuesto un fuerte impedimento para que avancemos”.

La experiencia histórica de Bolivia no difiere mucho de las de otros países de su entorno o de más allá. Está jalonada de momentos mejores y peores, en ella surgen multitud de conflictos pero también soluciones y razones para el optimismo. La historiadora de la Justicia Andrea Urcullo, que en este libro ha escrito sobre la Guerra del Pacífico, discrepa con una forma de ver el pasado que cree derrotista, que se describe el mundo en clave dual y siempre nos adjudica el peor papel. “Hay que darle la vuelta a esta mirada”, concluye Urcullo, “en nuestro pasado hay cosas malas como en cualquier experiencia histórica, pero también las hay buenas y ésas debemos recuperarlas”.

PROCESO. Este cambio de mentalidad comienza desde el momento en que los 29 historiadores a cargo (con amplia mayoría de mujeres y reunidos en la Coordinadora de la Historia) enfocaron cómo iban a desarrollar el trabajo. Las historias de Bolivia que se han escrito y manejado hasta ahora “han quedado muy pasadas”, en opinión de Róger Mamani, otro de los autores. La que más se conoce es la de Mesa y Gisbert, que responde a una tendencia en la historiografía que estos nuevos autores ven “muy presidencialista”, casi una mera sucesión de personajes y batallas en la que “falta el otro lado de la historia”, que es más silencioso pero, probablemente, más decisivo. “Tratamos de descubrir los procesos de larga duración”, dice Mamani, lo cual es posible en una obra tan extensa. La realidad social y las estructuras mentales cambian muy despacio en movimientos que pasan por encima de los tradicionales cortes de la historiografía, que marca barreras realmente inexistentes entre, por ejemplo, la colonia y el periodo republicano.

Soux sabe que habrá polémica sobre esta nueva forma de mirar el pasado. Pone como ejemplo el trato que el libro da a la colonia y que rompe con las dos vertientes tradicionales: “la historia rosa y la negra”. Para la autora resulta imposible que “un sistema solo con explotadores y explotados subsistiera tanto tiempo. El empoderamiento de los pueblos indígenas no es una invención del siglo XX, es un proceso de muy larga duración. Se dice que en la independencia los indígenas no participaron porque no era su proyecto y eso es claramente falso”. Urcullo está de acuerdo y rechaza “el mito de un periodo prehispánico inmaculado que se replica hoy como si no hubiera nada en medio”. Esta desmitificación alcanza a los protagonistas de los hechos, a los que—sin quitarles el mérito de sus logros— también se retrata en esta obra: “decir lo que no nos gusta de Tupak Katari o Pedro Domingo Murillo no es fácil, pero tenemos que hacerlo”, afirma Mamani.

Otro punto de discordia con la tradición historiográfica es la visión sobre el oriente. “Allí había prácticamente un Estado, nada que ver con el imaginario del salvaje desnudo”, defiende Soux. Y así la obra argumenta que ambos mundos —siempre vistos como separados— realmente poseían una alta articulación, a pesar de que “hasta ahora, por razones políticas, se nos decía que las tierras altas y las bajas tenían historias diferentes”. Así, la visión de este libro “no es andino centrista”. “Nos esforzamos en ello y creo que lo hemos logrado, aunque sea mejorable”, reconoce Mamani.

Este grupo de jóvenes historiadores plantea una enmienda a la totalidad: “esa idea de que Bolivia era un desastre completo no es cierta”, sostiene Soux, quien explica que el país vivió un desarrollo muy temprano del estado en el siglo XIX —con presupuestos, leyes y estadísticas— mientras que muchos países cercanos se columpiaban en una inestabilidad que rozaba la anarquía absoluta. “Hemos comprobado que Bolivia no era especialmente excluyente de las mayorías con relación a otros países. Hay que romper este mito como muchos otros y mirarnos más amablemente”.

Los autores esperan que poco a poco este cambio de perspectiva se imponga en las ciencias sociales y más allá. “Queremos llegar al público en general, lo que no pasa ahora”, asegura Mamani. Por eso se han esforzado en escribir buscando un punto medio: ni para los iniciados ni para los escolares. Sin perder el rigor y evitando caer en generalidades, han recurrido a las notas al pie solo cuando son indispensables, y han redactado textos lo más accesibles posibles para que todo el que quiera pueda acercarse a esta nueva mirada sobre la historia de Bolivia.

Esta es otra historia

Un trabajo colectivo e interdisciplinario que describe y reinterpreta la construcción de nuestra sociedad en una obra arriesgada  y dirigida a todos los bolivianos

Claudia Benavente – Directora de La Razón

23 de junio. Un martes ya sin sol que se parecía a una noche de fogata. Pese a la prohibición, el sonido de petardos y algunos pedazos de cielo por segundos iluminados nos hacía pensar en aquella masacre de San Juan. El paso de los años nos expone al olvido y con él, a la pérdida de nuestra identidad.

El mejor remedio es contarnos otra vez lo que sucedió porque solo el tiempo narrado le da sentido al ayer y al hoy. Y fue lo que un grupo de investigadores (con aplastante mayoría de mujeres y con alta predominancia de historiadores) hizo esa noche del 23 de junio.

Seis tomos bajo un mismo paraguas: Bolivia, su historia. Un proyecto con años de camino andado entre la primera semilla, la articulación de un nuevo enfoque de la historia boliviana (desde los orígenes hasta los últimos años con permiso de ingreso a la historiografía) y la publicación de seis tomos puestos a la venta por el periódico de mayor influencia, La Razón. Se escribe en pocas líneas pero se logra en años de sembrar la idea, reunir a investigadores para dar a cada gran periodo de la historia boliviana un coordinador(a) y un equipo de profesionales con conocimiento y alto interés en la temática.

¿Y qué hace en esta fiesta un diario? No olvide que en los periódicos se escribe la historia del presente. Un lugar común que de todas formas sella el espíritu de los periodistas: es esa idea de que el periodismo escrito seguirá siendo una de las fuentes privilegiadas de los historiadores. De repente viene de allí el celo por la precisión (no siempre lograda).

Entonces, estaremos de acuerdo en que el papel periódico, además de garantizar una limpieza a toda prueba de ventanas, sirve para registrarse en archivos que serán visitados por profesionales de diferente pelaje disciplinario para encontrar retratadas sociedades que sistematizan sus latidos cotidianos sobre papel y con tinta.

Sin embargo, para hacer historia es indispensable la distancia temporal. Unos 30 años, dirá un académico puro y duro. Para el caso, los periódicos habíamos tenido nomás un cordón casi umbilical con la historia.

Entonces, qué mejor forma, para el periódico La Razón, de festejar su 25 aniversario (un cuarto de siglo, una dosis ya respetable para la historia de un país) que tenderle la alfombra al paso de una treintena de estudiosos en su decidido proyecto de poner sobre la mesa otra historia de Bolivia.
¿Por qué es otra? Son muchas las razones. Nos quedaremos con siete.

Uno. Porque no es el trabajo de un solo autor que lo abarca todo y que en ese abrazo de buena fe, y con admirable musculatura intelectual, deja caer piezas elementales para retratar tiempos complejos e inevitablemente termina perdiendo cierta o peligrosa nitidez en la comprensión de un todo.
Dos. Porque el trabajo colectivo permite no solo una gruesa trenza de investigadores de periodos específicos y con conocimiento experto. Permite el diálogo.

El trabajo colectivo, no de yuxtaposición de autores o textos respetando un orden cronológico de los hechos sino de miradas centradas en capítulos particulares de la historia que ponen sus trabajos a cohabitar y se someten así a un debate de muchas voces y posiciones. Claro, otra cosa es con guitarra. Y otra, más difícil, es con guitarra en medio de una orquesta sinfónica. Lo que nos lleva a nuestro punto tres.

Tres. Porque es un intento de volver a escribir, describir e interpretar nuestra construcción de sociedad. El ejercicio plantea un fértil campo para el intercambio de información, para la confrontación de interpretaciones, para el agudo debate de ideas. Al mismo tiempo, actualiza lo ya avanzado, lo ya dicho hasta hoy.

Cuatro. Porque este texto es hijo de la firme decisión de salir de los no numerosos textos globales sobre la historia boliviana (y preboliviana) con un sello de apthapi que busca otra (y no definitiva) narración, interpretación, enfoque de nuestros principales capítulos temporales. Ya no predomina el desfile sistemático de fechas, de nombres, de lugares. Es una apuesta interpretativa. Arriesgada, ahí radica su valor.

Cinco. Es, por tanto, un trabajo inter (y no pluri) disciplinario sobre nuestra historia: historiadoras (sí, más “doras” que “dores”), economistas, arqueólogos, pedagogos…un rosario (no santo) de camisetas que, a lo largo de seis tomos, forman parte de una misma selección, la verde, la nuestra. Cada tomo con su vigilante coordinador, cada tomo con su color, cada tomo con su Romel Quiñónez (y aclaro que mi camiseta atigrada es innegociable).

Seis. Es un trabajo de chinos con manos bolivianas. No es mano de obra barata, es mano de obra altamente calificada y ése es otro de los orgullos de esta colección: ha logrado reunir profesionales en las materias abordadas.

Siete. Porque este esfuerzo monumental no ha tenido como norte sumarse a la lista de publicaciones universitarias de lujo o ser la vedette de las discusiones dentro de las aulas o en encuentros académicos de los top. Desde el primer día supieron que la colección de los seis tomos tenía que llegar a las manos jóvenes, a las manos más humildes, al abanico más amplio de lectores. Y le dieron en el blanco. Y La Razón también.

Detrás de estas siete razones hay un componente no menos importante en esta nueva edificación de nuestro pasado (y configuración de nuestro presente): estas firmas están unidas por la amistad, la solidaridad, el tejido, por tardes enteras de fin de semana martillando un mismo sueño.