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Crímenes ocultos

Con una mezcla de película policiaca de intriga, algunos momentos de cine bélico y otros que intentan armar un gran fresco histórico reconstruyendo la opresiva atmósfera de la Unión Soviética bajo el estalinismo, el director Daniel Espinosa —un realizador sueco de familia chilena— intenta sin mucho éxito, es mejor decirlo de entrada, poner entre paréntesis aquella hipócrita consigna sacada a relucir en su momento por el régimen en cuestión y sus defensores: “en el paraíso no puede haber asesinatos”. Puesto que la URSS era el paraíso o cuando menos su antesala, allí la existencia de homicidas y homicidios era desechada por definición.

Leo Demidov pudo haber sido uno de soldados del montón que sirvió a la patria combatiendo al hitlerismo. Pero el azar hizo que el fotógrafo Yevgueni Jaldei lo retratara alzando la bandera de la hoz y el martillo sobre el Reichstag de Berlín el 2 de mayo de 1945, y lo catapultara al podio de héroe ejemplarizador de la bravura de sus connacionales en la Segunda Guerra Mundial.

Pese a su fidelidad sin mácula al estalinismo, Leo —convertido en la posguerra en un agente de élite de la policía militar encargada de eliminar a todo disidente simplemente tachándolo de traidor y espía de Occidente— es pronto presentado en la película como un sujeto de buen juicio e intachable ecuanimidad, cualidades que lo enfrentan muy pronto a sus colegas y superiores, todos ellos fríos ejecutores sin sentido de culpa de aquella purga inacabable que alcanzó cotas de horror difíciles de imaginar.

La conflictiva relación del protagonista con su entorno se torna directamente insostenible cuando su propia mujer es acusada de traición. Al defenderla, muta de ser un modelo de héroe a la categoría de villano común, expulsado de Moscú a distantes comarcas donde aparecen con cada vez mayor frecuencia cadáveres de niños muertos en accidentes ferroviarios, de acuerdo con las versiones oficiales, pese a que todas las evidencias contradicen esa explicación. El desmentido inapelable a las pretensiones paradisiacas de un sistema despótico y totalitario.

Obsesionado por dar con el asesino de infantes, Demidov recuerda poco a poco su propia infancia como huérfano, víctima del Holodomor, el Holocausto ucraniano perpetrado por Stalin entre 1932 y 1933 con un saldo de varios millones de víctimas. De esa manera, en un solo individuo, la película —cuyo título original El niño 44 resultaba más acorde a la trama y a su intención aleccionadora— intenta compendiar la incertidumbre existencial de los ciudadanos soviéticos a los cuales los demenciales caprichos del dictador y sus funcionarios podían transformar de la noche a la mañana de mártir en paladín y a continuación en apestado político.

Basado en una novela de Tom Rob Smith, el guión de Richard Price no se fija un horizonte dramático. Se dedica a errar entre diversas subtramas, cayendo en el recurrente pecado de tantas adaptaciones que —a título de fidelidad al texto— intentan embutir todo cuanto contenía el libro, en este caso en los interminables 139 minutos insumidos por Crímenes ocultos, y no contar en definitiva nada.

A la incompetente adaptación se suma la propia torpeza del director Espinosa. Se supone que las cosas pudieron haber sido diferentes si Ridley Scott hubiese asumido la dirección, tal como estaba previsto, en lugar de limitarse a tareas de producción. En cambio, el despiste de quien finalmente llevó a la práctica el proyecto queda en evidencia. Por ejemplo, en su disparatada manera de ambientar la trama, intentando recrear el entorno real de su desarrollo.

Todo transcurre supuestamente en la URSS. Sin embargo, puesto que los actores —al menos los principales— son mayormente norteamericanos e ingleses, a Espinosa se le ocurrió la peregrina idea de hacerlos hablar en inglés —cuidando de la taquilla estadounidense— pero con un acento supuestamente ruso, entre cómico e irritante, que conspira en definitiva contra la credibilidad de todo el asunto, como si este tuviese lugar en un barrio neoyorkino de inmigrantes centro europeos.

Por lo demás, la intriga y el suspenso sufren las consecuencias de las indecisiones del guion, distrayéndose en anécdotas insubstanciales acerca de las envidias personales y profesionales entre los colegas del protagonista. O trayendo a colación roles secundarios abandonados casi enseguida con la misma ligereza con la que asoman sin ton ni son en medio de la historia. El asesino serial, inspirado en la figura de Andrei Chikatilo, conocido como El carnicero de Rostov solo aparece durante unos cuantos minutos, cuando ya la trama deambula en un errático anticlimax, definitivamente perdido el norte por un director ayuno de pulso para salvar las lagunas del libreto.

Cuatro países coproductores sumaron recursos, actores y técnicos en este acto en definitiva fallido, que incumple todas las promesas insinuadas de partida en el relato. La opresiva atmósfera del inicio, el clima paranoico que impera en la sociedad soviética, va escorando sin remedio hacia el tedio. El impulso cuestionador de aquellos mitos políticos, en muchos casos no más que mentiras lisas y llanas que pautaron buena parte de las controversias ideológicas de los años 50, se diluye en la inanición dramática que se apodera del relato. Incluso varios actores siempre solventes naufragan en la ocasión, limitándose a estar en pantalla sin convicción alguna, ni asidero para generar un mínimo siquiera de sintonía entre sus personajes y el espectador.

Hay novelas especialmente resistentes a su traducción cinematográfica. Desconozco la de Smith, aunque no escasearon los comentarios elogiosos después de su publicación. Pero el magro resultado visto en pantalla pareciera ser un indicio del error cometido por quienes creyeron que se trataba de un material apto para ser llevado a la pantalla. En cualquier caso, esta adaptación resulta ser un fiasco mayúsculo, salvo para quienes quieran aprender cómo no se debe hacer la tarea.

Ficha técnica

Título original: Child 44. Dirección: Daniel Espinosa. Guion: Richard Price. Novela original: Tom Rob Smith. Fotografía: Oliver Wood. Montaje: Pietro Scalia, Dylan Tichenor. Diseño: Jan Roelfs. Arte: Erik Polczwartek.  Efectos: Miroslav Miclik, Pavel Sagner. Música: Jon Ekstrand. Producción: María Cestone, Molly Conners, Elishia Holmes. Intérpretes: Xavier Atkins, Mark Lewis Jones, Tom Hardy, Gary Oldman, Joel Kinnaman, Fares Fares. FRANCIA-ESPAÑA/2014.