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‘Perder una lengua es algo brutal, no debe permitirse’

Violeta Demonte (Paraná, Argentina, 1944) dejó en 1969 un Buenos Aires moderno por un Madrid provinciano. No tenía intención de quedarse, pero lo hizo y ahora es catedrática emérita de Lengua Española de la Universidad Autónoma y autora de obras esenciales como Gramática descriptiva de la lengua española. En 2014 recibió el Premio Nacional de Investigación en Humanidades.

— ¿Qué se pierden las sociedades que marginan las humanidades?

— Se pierden mucho, pero también es verdad que las humanidades tienen que pensar en cómo hacerse a los tiempos que cambian. La visión del conocimiento científico es cada vez más utilitaria, economicista, y en ese contexto las humanidades no pueden competir con la biotecnología. Hay que intentar acortar esa brecha, mostrando que las humanidades sirven.

— Ejercen una influencia fundamental para formar buenos ciudadanos.

— Tienen incidencia en ayudar a ser crítico, a discernir. Vivimos en un mundo de información abrumadora, ¿y cómo discrimina un ciudadano lo que está bien o lo que interesa más, lo que es sólido y lo que es líquido? Sirven para que entendamos las instituciones, situándolas en el pasado y en el presente, para que leamos mejor y escribamos mejor. Pero no sé si la sociedad tiene conciencia de ello y si los profesores transmiten esas potencialidades de las humanidades. Todos tenemos un poco de culpa.

— Son tiempos de revoluciones tecnológicas y culturales. ¿También son tiempos de pequeñas revoluciones en el lenguaje con SMS, emoticonos, whatsapps, tuits?

— No es una revolución, pero se han generado otros códigos para comunicarse. Yo no tengo miedo. Algunos sostienen que el uso frecuente de esos sistemas más simples, más esquemáticos, más burdos en algún sentido, donde se destruye un poquito la sintaxis, es peligroso. Yo pienso que no lo es siempre y cuando, y eso es tarea de la escuela, el usuario entienda que se está manejando en varios estilos y registros. Lo importante es enseñar a distinguir registros y a ser capaz de usarlos todos.

— ¿Se escribe peor de lo que se habla o se habla peor de lo que se escribe?

— Son dos mundos distintos. La escritura tiene unos requisitos que se deben satisfacer, y para eso hay que escribir mucho. En este momento se escribe mucho y bastante bien. Algunos periódicos cuidan la escritura. En estos sistemas de comunicación más inmediatos seguramente se escribe mal, pero la noción de escribir bien o escribir mal es relativa.

— ¿Y cómo hablamos? Se dice que se habla mal, pero no hay una vara de medir cómo se habla.

— El lenguaje es una ventana al pensamiento. Quien tiene pensamiento lo puede desmenuzar a través del lenguaje, hacerlo riguroso, por eso es tan importante enseñar a leer y a escribir. La gente habla como puede. Nadie habla ni bien ni mal en ese sentido: dice lo que puede decir. Cuando se habla de hablar mal nos referimos a situaciones en las que hay que ser cuidadoso, preciso y elegante. Yo creo que los políticos son deliberadamente ambiguos e imprecisos, cuando no ramplones. Los periodistas tienen una conciencia lingüística encomiable. En general hay una tendencia en la sociedad al grito y al improperio, que es hablar muy mal. Es no saber dirigirse a los otros, no tener más léxico que el insulto o la zafiedad.

— ¿Son sexistas las lenguas o lo son los usos que se hacen de ellas?

— Lo que es sexista es el uso de la lengua. El gran debate es sobre el uso del masculino y femenino. He sido, soy y seguiré siendo partidaria de visibilizar a través del lenguaje, y no me pueden decir que hay un término general y que el masculino es el género no marcado. Hay estudios psicolingüísticos que muestran que si tú a un niño le mencionas los profesores, piensan que son solo los hombres. El lenguaje refuerza una posición cultural.

— ¿La Academia de la Lengua se resiste a adaptarse a nuevos tiempos en materia de igualdad?

— Sobre las acepciones y definiciones tiene una actitud razonable. Hay que hacer llegar a los académicos las observaciones para que las contemplen y las introduzcan. Son lentos, pero cada vez menos. Sobre la introducción de mujeres, eso ya es otra historia. Creo que en esto sí ha sido una institución muy atrasada.

— ¿Qué se pierde cuando se extingue una lengua?

— Es horrible… como lingüista, también como persona. Un biólogo diría lo mismo con respecto a las especies. No se puede perder una lengua. Es un pecado, todo un drama para la humanidad. Se pierde una parte del ser humano, porque las lenguas se relacionan, se separan, surgen durante miles de años… Perder una lengua es perder un trozo de la naturaleza y de la cultura, es algo brutal. No debería ser, no puede permitirse.

— Hay casi 500 millones de hablantes de español en el mundo, ni el 10% están en España. ¿Está justificada la hegemonía del español de la Península cuando se fija la norma?

— No existe el español estándar. El español estándar es una convención abstracta. Es un español culto que pueden entender todos los hablantes del mundo hispano, no tiene que tener restricciones de pronunciación. La Real Academia Española (RAE) ha hecho un esfuerzo por introducir a las academias americanas en las decisiones sobre la ortografía y la gramática. El español es una lengua muy unitaria, ortográficamente lo es, donde las diferencias léxicas se están debilitando. El español de España ya no es la lengua oficial estándar.

— ¿Ya no hay una visión colonialista desde España?

— Algunos dicen que sí. Y es posible que algunas actitudes lo expliquen. La RAE tiene más poder económico, es más fuerte que las americanas. Creo que los hablantes no sienten ya el español de España como el modelo lingüístico, ni en el Caribe, ni en Estados Unidos, ni en Argentina. Quizá las instituciones españolas tienen un peso mayor injustificado, porque la mayoría de los diccionarios salen desde España. Hay algo de colonialismo en el liderazgo que quiere tener la RAE, pero no creo que los hablantes se sientan inhibidos por ello. En eso hay un avance.

— ¿Qué cinco palabras definen estos tiempos?

– “Desigualdad”, que es tremenda. “Banalidad”, en la transmisión de la información y en el uso de los medios de comunicación. “Mentira”, en el lenguaje de los políticos particularmente. “Descuido”, en el uso preciso y rico de la lengua. Y la falta de “Empatía”, de la capacidad para aproximarse y sentir cómo sufren los demás.