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Grillo: El último ‘rocker’

El oscilante ambiente rockero boliviano se queda huérfano por la sorpresiva decisión de Rodrigo Villegas, quien tras una prolífica carrera decidió bajar el telón de Llegas.

/ 2 de agosto de 2015 / 04:00

El Grillo dijo basta, y el escenario local se ha quedado huérfano. Él es, sin ninguna duda, el último rocker del oscilante ambiente boliviano, en un género que no termina de consolidarse bajo un sello auténtico pese a los esfuerzos de algunos que lo ponen todo, como es el caso del músico de la piel queloide.

Doce discos como solista es el background de un guitarrista que integró el cuarteto más famoso en la historia del rock boliviano, con una treintena de colaboradores en su andar compositivo: son activos que suman.

Los pseudocríticos —incluido el que escribe— le dijeron de todo: Que parafraseaba el jadeo de Spinetta o que vivía en una burbuja que lo impermeabilizaba del acontecer común y hacía de su obra una secuencia de experiencias introspectivas, casi oníricas. Lo cierto es que el Grillo, huraño, intratable e irascible, como toda personalidad llena de genialidades, siguió inclaudicable por la meteórica autopista del firmamento rockero.

Rodrigo Villegas Jáuregui —su nombre— fundó su primer grupo en los 80 a los 15 años, luego pasó a integrar el prometedor grupo Fox junto a los hermanos Joffré y Rodolfo Ortiz, con quienes interpretaba temas de Metallica y otras bandas de rock clásico, en escenarios como el cine Avenida de Miraflores. Pero su enérgica personalidad hizo que el proyecto se cerrara a finales de 1989.

Se convirtió en admirador del rock argentino post Malvinas, y acostumbraba tomarse un tren que le llevaba directamente desde la Estación Central en La Paz a la Estación de Retiro en Buenos Aires, donde tenía acceso a sus ídolos. Una aguja musical se había atravesado en esa brújula loca apodada Grillo. Y ya no hubo marcha atrás.

Sesionó, entre otros, para Jenny Cárdenas y posteriormente fue pilar del indiscutido fenómeno Lou Kass, grupo en el que la nueva generación de músicos buscaba mirarse, para dar un punto de giro al ambiente rockero boliviano de norte a sur, de este a oeste. Aquel cuarteto que se completaba con Rodolfo Ortiz en la batería, Martín Joffré en el bajo y el alemán Christian Krauss al micrófono tocó el cielo con las manos, y Rodrigo corrió con gran parte de aquellas exitosas composiciones con tan solo dos discos de estudio a los que todavía hoy muchos les prenden una vela. Irremediablemente, la fama les había llegado de un modo en el que los músicos jamás lo hubieran imaginado.

Pero nuevamente el carácter del talentoso guitarrista y el choque de egos terminó por sepultar a la banda más ambiciosa y creativa del rock nacional, cuya aparición se puede ver como la de una bisagra que partió la historia de la música contemporánea boliviana en dos.

Y luego fue Llegas, su banda, la que hizo y deshizo la noche con una propuesta más bien intimista, en contrapunto a lo que había hecho con Lou Kass, que derivó en una sucesión de discos grabados casi en su totalidad en su admirada Argentina, como El Pesanervios, grabado en el estudio de Fito Páez, que incluye aportes de músicos de primera línea como Ricardo Mollo, Claudia Puyó, Guillermo Vadalá, Claudio Cardone y Ulises Butrón.

Previo a esto tuvo un fugaz reencuentro con los Lou Kass para revivir aquello que les había quitado el sueño. Pero fue solo eso, resucitar las quimeras para luego volver a refugiarse en su laboratorio Llegas. A esta altura, los músicos que habían desfilado por su institución sumaban y siguieron sumando. Rodolfo Ortiz, Gery Bretel, Rocío Cuba, Martín Joffré, Óscar García, Jenny Cárdenas, María Teresa dal Pero, Juan Pereira, Carlos Olmos, Danilo Gallardo, Álvaro Arce, Peque Gutiérrez, Daniel Zegada, Enrique Lara, Bladimir Morales, Álvaro Eguino, Serdar Geldimuradov, Claudia Barrón, Benjamín Chambi, Marcelo Perales, Poche Ponce, Willy Yujra, David Portillo, Verónica Pérez, Julio Jaimes, Gonzalo Gómez, Mayra Gonzales, Diego Ballón, Daniel Subirana y así, así, así.

Tampoco faltaron las desgracias. Un accidente en su automóvil en la zona Sur de La Paz a finales de los 90 y una operación por un tumor cerebral en 2012 inflaron el mito del rocker. Luego, recuperado, siguió una etapa de redención con más música y confesiones íntimas de una vida estrepitosa que desembocó en su alejamiento de las drogas y el alcohol.

También se mandó la parte con un megaconcierto con los viejos amigos de Lou Kass, otro con invitado de lujo, el bajista gaucho Javier Malosetti, y la presentación soñada en la ciudad que dio los músicos que tanto lo han inspirado, Buenos Aires, en 2013.

Publicó un nuevo disco y a los pocos meses dio la sorpresa: El Grillo, sí, el del péndulo sempiterno, colgaría la guitarra de Llegas a los 20 años de su formación sin brindar mayores explicaciones que la de “mejor hacerlo en el mejor momento”. Pueden existir varias acotaciones para ello. Que está evitando repetirse a sí mismo, que ya lo ha dado todo, que el ambiente local es pequeño y no justifica, que se trata de una salida abrupta en el acostumbrado perfil del Grillo. En fin, lo cierto es que su partida deja un vacío enorme. El vacilante movimiento rockero se va quedando sin sus paladines. No es el primero en renunciar, ya lo han hecho otros de sus colegas ante la falta de respuestas. Pero su despedida es de las más dolidas.

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El oscilante ambiente rockero boliviano se queda huérfano por la sorpresiva decisión de Rodrigo Villegas, quien tras una prolífica carrera decidió bajar el telón de Llegas.

/ 2 de agosto de 2015 / 04:00

El Grillo dijo basta, y el escenario local se ha quedado huérfano. Él es, sin ninguna duda, el último rocker del oscilante ambiente boliviano, en un género que no termina de consolidarse bajo un sello auténtico pese a los esfuerzos de algunos que lo ponen todo, como es el caso del músico de la piel queloide.

Doce discos como solista es el background de un guitarrista que integró el cuarteto más famoso en la historia del rock boliviano, con una treintena de colaboradores en su andar compositivo: son activos que suman.

Los pseudocríticos —incluido el que escribe— le dijeron de todo: Que parafraseaba el jadeo de Spinetta o que vivía en una burbuja que lo impermeabilizaba del acontecer común y hacía de su obra una secuencia de experiencias introspectivas, casi oníricas. Lo cierto es que el Grillo, huraño, intratable e irascible, como toda personalidad llena de genialidades, siguió inclaudicable por la meteórica autopista del firmamento rockero.

Rodrigo Villegas Jáuregui —su nombre— fundó su primer grupo en los 80 a los 15 años, luego pasó a integrar el prometedor grupo Fox junto a los hermanos Joffré y Rodolfo Ortiz, con quienes interpretaba temas de Metallica y otras bandas de rock clásico, en escenarios como el cine Avenida de Miraflores. Pero su enérgica personalidad hizo que el proyecto se cerrara a finales de 1989.

Se convirtió en admirador del rock argentino post Malvinas, y acostumbraba tomarse un tren que le llevaba directamente desde la Estación Central en La Paz a la Estación de Retiro en Buenos Aires, donde tenía acceso a sus ídolos. Una aguja musical se había atravesado en esa brújula loca apodada Grillo. Y ya no hubo marcha atrás.

Sesionó, entre otros, para Jenny Cárdenas y posteriormente fue pilar del indiscutido fenómeno Lou Kass, grupo en el que la nueva generación de músicos buscaba mirarse, para dar un punto de giro al ambiente rockero boliviano de norte a sur, de este a oeste. Aquel cuarteto que se completaba con Rodolfo Ortiz en la batería, Martín Joffré en el bajo y el alemán Christian Krauss al micrófono tocó el cielo con las manos, y Rodrigo corrió con gran parte de aquellas exitosas composiciones con tan solo dos discos de estudio a los que todavía hoy muchos les prenden una vela. Irremediablemente, la fama les había llegado de un modo en el que los músicos jamás lo hubieran imaginado.

Pero nuevamente el carácter del talentoso guitarrista y el choque de egos terminó por sepultar a la banda más ambiciosa y creativa del rock nacional, cuya aparición se puede ver como la de una bisagra que partió la historia de la música contemporánea boliviana en dos.

Y luego fue Llegas, su banda, la que hizo y deshizo la noche con una propuesta más bien intimista, en contrapunto a lo que había hecho con Lou Kass, que derivó en una sucesión de discos grabados casi en su totalidad en su admirada Argentina, como El Pesanervios, grabado en el estudio de Fito Páez, que incluye aportes de músicos de primera línea como Ricardo Mollo, Claudia Puyó, Guillermo Vadalá, Claudio Cardone y Ulises Butrón.

Previo a esto tuvo un fugaz reencuentro con los Lou Kass para revivir aquello que les había quitado el sueño. Pero fue solo eso, resucitar las quimeras para luego volver a refugiarse en su laboratorio Llegas. A esta altura, los músicos que habían desfilado por su institución sumaban y siguieron sumando. Rodolfo Ortiz, Gery Bretel, Rocío Cuba, Martín Joffré, Óscar García, Jenny Cárdenas, María Teresa dal Pero, Juan Pereira, Carlos Olmos, Danilo Gallardo, Álvaro Arce, Peque Gutiérrez, Daniel Zegada, Enrique Lara, Bladimir Morales, Álvaro Eguino, Serdar Geldimuradov, Claudia Barrón, Benjamín Chambi, Marcelo Perales, Poche Ponce, Willy Yujra, David Portillo, Verónica Pérez, Julio Jaimes, Gonzalo Gómez, Mayra Gonzales, Diego Ballón, Daniel Subirana y así, así, así.

Tampoco faltaron las desgracias. Un accidente en su automóvil en la zona Sur de La Paz a finales de los 90 y una operación por un tumor cerebral en 2012 inflaron el mito del rocker. Luego, recuperado, siguió una etapa de redención con más música y confesiones íntimas de una vida estrepitosa que desembocó en su alejamiento de las drogas y el alcohol.

También se mandó la parte con un megaconcierto con los viejos amigos de Lou Kass, otro con invitado de lujo, el bajista gaucho Javier Malosetti, y la presentación soñada en la ciudad que dio los músicos que tanto lo han inspirado, Buenos Aires, en 2013.

Publicó un nuevo disco y a los pocos meses dio la sorpresa: El Grillo, sí, el del péndulo sempiterno, colgaría la guitarra de Llegas a los 20 años de su formación sin brindar mayores explicaciones que la de “mejor hacerlo en el mejor momento”. Pueden existir varias acotaciones para ello. Que está evitando repetirse a sí mismo, que ya lo ha dado todo, que el ambiente local es pequeño y no justifica, que se trata de una salida abrupta en el acostumbrado perfil del Grillo. En fin, lo cierto es que su partida deja un vacío enorme. El vacilante movimiento rockero se va quedando sin sus paladines. No es el primero en renunciar, ya lo han hecho otros de sus colegas ante la falta de respuestas. Pero su despedida es de las más dolidas.

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