Javier Moro escribe mucho. Principalmente novelas —ya tiene ocho publicadas— pero también guiones de cine y artículos que narran sus viajes. Porque Moro también viaja mucho. Ha recorrido buena parte del mundo desde que era niño y le llevaba su padre. Luego ha seguido viajando, pero ya no como turista sino para documentarse y poder crear unas novelas que le han valido un notable éxito. Con El imperio eres tú ganó el prestigioso premio Planeta en 2011. El libro se centra en la figura de Pedro I, emperador del Brasil tras la independencia de Portugal. Ya antes había recorrido ese país durante tres años para escribir Senderos de libertad, en el que hace una encendida defensa de la Amazonía y homenajea a los defensores anónimos del medio ambiente y de los pueblos indígenas.

Su última novela, A flor de piel, vuelve a América y relata la historia de la Real expedición filantrópica de la vacuna, que en 1803 llegó a lo que entonces aún eran colonias españolas para luchar contra las epidemias masivas de viruela. En ese viaje participó Isabel Zendal, a quien la Organización Mundial de la Salud (OMS) reconoció en 1950 como “primera enfermera de la historia en misión internacional”.

La próxima semana Moro visitará Bolivia por primera vez, para asistir a la Feria Internacional del Libro de La Paz. Pocas horas antes de partir hacia Lima, en su casa, con un refresco que intenta mitigar el sofocante calor del verano de Madrid, rodeado de libros, mapas y recuerdos de muchas partes del mundo, mira de frente y habla con pausa pero con pasión de sus influencias literarias, de América y de la ilusión que aún mantiene por conocer nuevas gentes y nuevas culturas.

— En su biografía se ven dos sólidas vocaciones, una viajera y una literaria. ¿Cree que el viaje le llevó a la literatura o la literatura al viaje?

— El viaje me llevó a la literatura. He tenido la inmensa fortuna de viajar desde niño, gracias a que mi padre era profesional de una compañía aérea. Hace treinta o cuarenta años viajar era menos frecuente que hoy y las condiciones eran sensiblemente diferentes. Llegamos a Bangkok, a comienzos de los 60 y encontramos un aeropuerto que no era más que una casona en cuyo suelo dormía el encargado. Gracias a experiencias como ésta me forjé como escritor y como persona: comprendí la bondad de conocer gente de otros países, de empaparse de otras sociedades, de enriquecerse con puntos de vista diversos. Pero mi género no son los libros de viajes, no relato mis viajes. Más bien trabajo sobre el terreno para recrear personajes, ambientes y acontecimientos con una máxima exactitud.

— ¿Cuáles son sus referentes literarios? ¿La literatura de viajes de Verne y London o la que se adentra más en el exotismo, como Malraux y Flaubert?

— Fui alumno del Liceo Francés, e inevitablemente mi primera influencia literaria es la novela francesa del siglo XIX: Stendhal, Flaubert y otros. Aún guardo la impresión que me supuso descubrir la obra mitad justiciera, mitad artística de Émile Zola. Más adelante recibí influencias más variadas, desde Ramón J. Sénder hasta Norman Mailer. Y, por supuesto, Dominique Lapierre, a quien me unen lazos de familia, y con quien tuve el honor de coescribir Era medianoche en Bhopal. Además leí mucho teatro. Principalmente de dramaturgos franceses —entre otros Anouilh y Pagnol— y como estudiante de antropología aprendí mucho con Levi-Strauss y Clastres.

Y naturalmente gocé del llamado “boom latinoamericano”. He de confesar que cuando comienzo un nuevo libro me detengo a leer algunas páginas de García Márquez, principalmente de El amor en los tiempos del cólera. Volver al autor colombiano me sirve para adentrarme, para purificarme en la riqueza de nuestra lengua.

— Además de escritor usted tiene amplia experiencia como coproductor de cine, ¿qué arte considera más adecuado para reproducir las sensaciones del viaje?

— Participé en la producción de Valentina y Crónica del alba. Además viví una larga temporada en Hollywood, donde escribí varios guiones Uno lo vendí al director Ridley Scott: trataba de la amistad entre un indígena kayapó y un antropólogo, capaces de detener la construcción de una presa que amenazaba el equilibrio ambiental del Mato Grosso. La película nunca se realizó, pero gracias al guión pude sufragar el viaje de investigación de mi ópera prima: Senderos de libertad. Pero el mundo del cine me produce cierta fatiga. En ese medio no eres dueño de lo que haces, dependes de las pautas y de los recursos que imponen los demás. La literatura te confiere la libertad de depender de ti mismo.

— Usted prepara minuciosamente sus libros, con prolongadas estancias sobre el terreno. ¿Qué espacio ocupa la ficción en ellos?

— En mis obras la ficción aparece solo donde no llega la documentación. Procuro que los personajes, los hechos, los ambientes, se ajusten a la realidad y se nutran de una firme base histórica. La ficción aparece en elementos difíciles de documentar, como los diálogos. Pero, más que fabular, mi tarea es dramatizar.

— ¿Es el exotismo un recurso para hablar de lo cercano a través del tamiz de lo lejano?

— Considero que lo que llamamos exótico no es más que un punto de vista. Lo que a un observador le resulta exótico es cotidiano en la vida de otros. Me gusta conocer esas realidades diversas, ir a los sitios, hablar con las personas, mi método es realizar entrevistas. Y siempre encuentro facilidades, las personas disfrutan hablando de sus vidas y sintiéndose escuchadas. Solo he encontrado obstáculos cuando hay relaciones de poder de por medio. Como cuando preparaba en la India El sari rojo: hubo un gran revuelo porque el partido de Sonia Gandhi no deseaba que se desvelara su origen humilde. Pesaba una cuestión cultural, en occidente se valora a quien asciende desde un estrato inferior, pero en la India suponía conculcar la pureza de casta.

— Latinoamérica está muy presente en su narrativa: Senderos de libertad, El imperio eres tú, Flor de mestizaje. ¿Cuál sería su atractivo?

— Es difícil hablar de una sola Latinoamérica porque es un mundo extraordinariamente diverso. Lo que existe es una comunidad de pueblos con un notorio mestizaje en las costumbres, la alimentación, la vestimenta. Es una y a la vez muchas, como decía Octavio Paz “no es muchos árboles sino uno e inmenso”.

— ¿Cuál es el papel de la lengua y la literatura como eje de comunicación entre España y Latinoamérica?

— Lo fantástico, lo prodigioso, es el idioma común. Se trata, sin duda, del mayor capital del mundo hispano. Hace unos años escribí en un prólogo que “mi patria abarca algo más grande que mi país, mi patria es el idioma”. También dijo Paz que “estamos unidos por la lengua a una tierra y un tiempo”. Yo, de hecho, me siento un escritor no español sino hispano: en los próximos meses viajaré por varios países de Sudamérica, y doy fe de que sus sociedades demuestran un fervor por la lectura mucho más participativo que en Europa. No es raro encontrar auditorios de 600 personas escuchando la ponencia o la lectura de un escritor.

— ¿Ha variado la visión sobre la deforestación de la Amazonía desde que publicó Senderos de libertad?

— Se trata de una tragedia enorme, hace más de veinte años escribí sobre ello en Senderos de libertad, y la situación sigue agravándose. Entiendo que es un problema principalmente social, sobre todo en Brasil: los terratenientes copan las propiedades, y los menos pudientes se ven obligados a adentrarse en la selva en busca de tierras fértiles que es necesario quemar para explotarlas. Por otra parte, la demanda incesante de materias primas por parte de China y otras potencias, y la renuencia de los países ricos a aportar recursos económicos vuelven aún más compleja la situación. La situación afecta a todo el planeta, hay que mantener las áreas boscosas para contener el cambio climático. No es casual que la encíclica Laudato Si del Papa Francisco sea un alegato para salvar el medio ambiente.

— ¿Cuál será el futuro de los pueblos indígenas en la globalización?

— Resulta muy inquietante. Los pueblos indígenas aspiran a mantener al máximo su idiosincrasia pero carecen de los recursos apropiados para combatir la tendencia globalizadora. Las culturas agricultoras-recolectoras, cazadoras, tienen un futuro sombrío. Están desapareciendo culturas, tradiciones, idiomas, y con ellas una manera única de relacionarse con la naturaleza. No soy por tanto optimista, la cultura dominante acaba por imponerse. Es la fuerza de la historia, la misma que ha deparado que en definitiva todos los pueblos hayan acabado siendo objeto de colonización.

— ¿Qué espera de la Feria Internacional del Libro de La Paz? ¿Cuáles son sus sensaciones?

— Es mi primera visita a Bolivia. Hace unos meses recibí una invitación de la Cámara del Libro que me despertó una enorme ilusión, ya que es uno de los pocos países de la región que no he tenido ocasión de conocer. Pese a ello estoy en contacto con lectores bolivianos, y en mi novela A flor de piel escribí acerca de la Bolivia de comienzos del siglo XIX en el contexto de unos valientes que llevaron vacunas desde España a las comunidades indígenas del altiplano. Me gusta porque en La Paz firmaré ejemplares de mis libros e impartiré alguna conferencia, hablaré con los medios de comunicación y podré charlar con los lectores. Y, desde luego, viajaré: al menos a Potosí y a Sucre. Tengo noticia de que es un país muy auténtico y poblado de gente realmente agradable… sé que Bolivia me deslumbrará.