Thursday 28 Mar 2024 | Actualizado a 05:57 AM

Cinco libros en la vitrina

Títulos de autores nacionales publicados el último año fuera de Bolivia y cuyo futuro se presenta largo y vigoroso

/ 9 de agosto de 2015 / 04:00

A propósito de esos libros que hay que darse maneras de encontrar porque tardan en habitar las librerías —y no siempre llegan— me gustaría poner en la vitrina cinco títulos de autores bolivianos publicados fuera del país en el último año y así, acaso, iluminar una búsqueda o animar alguna lectura, ahora que varios —no los de poesía, ¡es una pena!— de ellos estarán a mano en la FIL. Y lo hago sin afán pontificio ni esquemático.

Esta es apenas una invitación basada en la lectura de Para comerte mejor, de Giovanna Rivero y La ola, de Liliana Colanzi, en cuento; La desaparición del paisaje de Maximiliano Barrientos, en novela, y Ego y El Pie de Eurídice, de Paola Senseve y Gabriel Chávez Casazola, respectivamente, en poesía. Cinco libros compuestos con rigor y oficio, que vale la pena visitar, no solamente porque sean bolivianos sino porque todos ellos han conseguido una voz propia, aguda, limpia y valiente.

Cuento. Es placentero y muy recomendable emprender Para comerte mejor (Sudaquia, EEUU, 2015) pues no es posible fugarse del ilusionismo de Rivero, de sus trampas impecables, ni de la hondura pasada por vidrio molido de sus personajes. Es la cima cuentística de Rivero, y eso que Sangre dulce y Tukzon son un punto alto. El título aquí no es un eufemismo. Estamos frente a una reinvención muy contemporánea y audaz de esas narraciones infantiles desconcertantes y siempre siniestras que se hacían en la Europa del siglo XVIII. De hecho, me recordó al hermosísimo ensayo Los campesinos cuentan cuentos: El significado de Mamá Oca, de Robert Darnton, en el cual se pueden encontrar las versiones primigenias de La caperucita roja o de Barba Azul, que son todo menos cuentos para niños.

Los de Rivero parecen cuentos inocentes y progresivamente se van convirtiendo en otra cosa; se van torciendo desde lo colectivo hacia la oscuridad de lo individual abrazando la abyección, y no por ello pierden su ternura. Además está el cruce de géneros, esa manera en que la escritora salta con virtuosismo del realismo a lo fantástico sin sacrificar verosimilitud ni potencia. Justo en ese cruce se produce la magia que hace que el lector termine deseando una moraleja, que por fuerza tiene que concebir él mismo.

Desasosiego y contemplación también producen los cuentos de Liliana Colanzi en La ola, (Montacerdos, Chile, 2014). Un libro cuyas piezas, muy bien resueltas, juegan con la inminencia de algo que está por colapsar pero que Colanzi, astuta narradora, deja para el lector. Liliana domina el arte de la provocación y no le teme a los riesgos. Igual que Rivero, cruza fronteras pero sobre todo de clases, creencias, tiempos. Y es en ese choque donde mejor brilla. La obsesión por la revelación de una imagen, la vitalidad sin arabescos de la escritura y la belleza que consigue explorando los límites es lo más destacable de este libro. El hilo gótico une a Rivero y Colanzi, alrededor del cual respira y se desgarra un territorio, un habla, un tiempo, un imaginario que todavía no ha sido definido suficientemente —el “gótico cruceño”— pero que sin duda quedará.

Novela. He sido muy feliz leyendo La desaparición del paisaje (Periférica, España, 2014) de Maximiliano Barrientos. Es una hermosa y melancólica novela, que deja al lector habitado de silencios que son poderosos motores de memorias, de culpas, de amores… Me gusta y me conmueve la forma en que el amor —voy a llamarlo así sin ambages— funciona como una máquina “hechiza”, contrahecha, que cascabelea llena de herrumbres, que se resiste a la desaparición, aunque su destino pareciera ser el contrario. Me gusta que la palabra amor no aparezca nunca.

Los personajes son entrañables en sus mundos aparentemente chatos y sin líneas de fuga. Las tensiones entre ellos funcionan como tenaces triángulos dialécticos, en los que el lector está todo el tiempo componiendo la síntesis. Barrientos demuestra en este libro esa fascinación por mirar que tienen los buenos fotógrafos. Nótese que digo fotografía y no cine por cuanto hay de composición en los cuadros de la novela, de signos, de gestos robados al descuido. Realmente, muy aconsejable.

Poesía. Ego (Ediciones Liliputienses, España, 2014) de Paola Senseve es un juego. Adoro a los escritores, a los narradores, a los poetas, a los artistas que se divierten, que juegan. Este curioso libro-objeto de poesía-diseño es una invitación lúdica en la que Senseve logra que el lector juegue, busque, encuentre, ría. Hay humor o más bien ironía en Ego, cuya exploración lingüística y gráfica termina siendo un manifiesto creativo, una reflexión personal sobre la poesía, una posición casi política.

El Pie de Eurídice de Gabriel Chávez Casazola (Gamar, Colombia, 2014) es una lindísima pieza que reúne lo mejor de su producción anterior y un cuerpo muy elocuente de inéditos que dejan sobradamente establecida la búsqueda del poeta. Chávez muestra su decantada transparencia, belleza y fuerza evocativa. Se trata de una poesía que no tiene pudor para conectar y, sin embargo, no se pierde en lo banal: al contrario, desde su aparente simpleza se cuela —como por las rendijas— en una cadencia espiritual, emotiva e incluso filosófica, que posteriormente reverbera o, mejor, se queda en el lector como un tatuaje, hermoso y perturbador.

Se trata pues de cinco libros que se abren paso fuera de Bolivia y cuyo vuelo será largo y vigoroso. Estoy segura.

Temas Relacionados

Comparte y opina:

La vitalidad de un rompecabezas

Paz Soldán toma una radiografía a la sociedad con el lenguaje de los muchos personajes de su última novela,  ‘Los días de la peste’.

/ 13 de agosto de 2017 / 04:00

Los días de la peste, de Edmundo Paz Soldán, es una novela coral en la que se engarzan al menos 30 voces y en la que, a pesar del ejercicio multitudinario, no decae la tensión, sino se afianza. En términos mecánicos, el motor cascabelea brevemente en el arranque hasta encontrar su punto, alcanza una velocidad crucero y no decae más. Quizás deba iniciar de otro modo: Siempre que se dice “novela coral”, me estremezco un poco; las ambiciones faraónicas suelen ser indiscutiblemente virtuosas y, al mismo tiempo, aburridísimas. Extenuantes paseos digresivos, puntos de vista mareantes, tramas laxas…. No es el caso de Paz Soldán.

La novela se arma con prolijidad en tres partes, en las que se intercalan voces narrativas diversas e imantadas por la radicalidad de su ejecución, por su versátil desempeño lingüístico. De modo que estamos ante una radiografía social —esto lo más interesante— cuya osamenta es nada menos que la lengua o, para ser rigurosa, su ejecución particular y singularísima en cada personaje, es decir, el habla. Un habla en muchos casos creada, no reproducida, que tiene alcances poéticos —intervenida de haikus, por ejemplo— y que goza de total vitalidad. Así, al gobernador le sigue Rigo, a éste Saba, a él Krupa, el Loco de las bolsas, la Jovera y Celeste y Usse y la Doctora y Lillo y Antuan y… El oído no se pierde, no se cansa, sino que va encontrando con rapidez las piezas de este rompecabezas orwelliano. Claro que decir orwelliano es casi un lugar común porque no es la distopía, el infierno de la cárcel lo que nos debe llamar la atención, sino el orden alcanzado, los equilibrios, la armonía perfecta, lo parecido que es a nuestro mundo ese otro subalterno.

La Casona, que puede ser San Pedro o casi cualquier cárcel sudamericana en donde el amontonamiento sea la norma, es una ciudadela, rodeada de muros, que no solo aloja en su interior violencia, pobreza, droga, tranzas, peleas territoriales, corrupción, sino un culto epidémico y vengativo a Ma Estrella o la Innombrable; este culto se expande, vaya metáfora, a la par de una arrasadora peste que cunde y que viene a desestabilizar el poder.

Paz Soldán ha respondido al suceder de los años con una prolífica y polifacética obra, que podría despistar sobre sus búsquedas al lector distraído. Ha migrado de géneros, ha explorado temas y formas, ha amasado el lenguaje en distintos modos (Dochera, Iris, Las visiones…), mas su interés por la política siempre ha estado allí, anidando agazapado. Sí, la política como la entendía Hannah Arendt, no como un hecho que es inherente al hombre, sino como un germen que surge de lo diverso, de la fricción humana, de la relación misma que por naturaleza es inflamable, del devenir de la convivencia, la cohabitación, el hacinamiento. De esa recurrente obsesión escribe Paz Soldán en Los días de la peste. Y no se pierde.

Temas Relacionados

Comparte y opina:

La vitalidad de un rompecabezas

Paz Soldán toma una radiografía a la sociedad con el lenguaje de los muchos personajes de su última novela,  ‘Los días de la peste’.

/ 13 de agosto de 2017 / 04:00

Los días de la peste, de Edmundo Paz Soldán, es una novela coral en la que se engarzan al menos 30 voces y en la que, a pesar del ejercicio multitudinario, no decae la tensión, sino se afianza. En términos mecánicos, el motor cascabelea brevemente en el arranque hasta encontrar su punto, alcanza una velocidad crucero y no decae más. Quizás deba iniciar de otro modo: Siempre que se dice “novela coral”, me estremezco un poco; las ambiciones faraónicas suelen ser indiscutiblemente virtuosas y, al mismo tiempo, aburridísimas. Extenuantes paseos digresivos, puntos de vista mareantes, tramas laxas…. No es el caso de Paz Soldán.

La novela se arma con prolijidad en tres partes, en las que se intercalan voces narrativas diversas e imantadas por la radicalidad de su ejecución, por su versátil desempeño lingüístico. De modo que estamos ante una radiografía social —esto lo más interesante— cuya osamenta es nada menos que la lengua o, para ser rigurosa, su ejecución particular y singularísima en cada personaje, es decir, el habla. Un habla en muchos casos creada, no reproducida, que tiene alcances poéticos —intervenida de haikus, por ejemplo— y que goza de total vitalidad. Así, al gobernador le sigue Rigo, a éste Saba, a él Krupa, el Loco de las bolsas, la Jovera y Celeste y Usse y la Doctora y Lillo y Antuan y… El oído no se pierde, no se cansa, sino que va encontrando con rapidez las piezas de este rompecabezas orwelliano. Claro que decir orwelliano es casi un lugar común porque no es la distopía, el infierno de la cárcel lo que nos debe llamar la atención, sino el orden alcanzado, los equilibrios, la armonía perfecta, lo parecido que es a nuestro mundo ese otro subalterno.

La Casona, que puede ser San Pedro o casi cualquier cárcel sudamericana en donde el amontonamiento sea la norma, es una ciudadela, rodeada de muros, que no solo aloja en su interior violencia, pobreza, droga, tranzas, peleas territoriales, corrupción, sino un culto epidémico y vengativo a Ma Estrella o la Innombrable; este culto se expande, vaya metáfora, a la par de una arrasadora peste que cunde y que viene a desestabilizar el poder.

Paz Soldán ha respondido al suceder de los años con una prolífica y polifacética obra, que podría despistar sobre sus búsquedas al lector distraído. Ha migrado de géneros, ha explorado temas y formas, ha amasado el lenguaje en distintos modos (Dochera, Iris, Las visiones…), mas su interés por la política siempre ha estado allí, anidando agazapado. Sí, la política como la entendía Hannah Arendt, no como un hecho que es inherente al hombre, sino como un germen que surge de lo diverso, de la fricción humana, de la relación misma que por naturaleza es inflamable, del devenir de la convivencia, la cohabitación, el hacinamiento. De esa recurrente obsesión escribe Paz Soldán en Los días de la peste. Y no se pierde.

Temas Relacionados

Comparte y opina: