Además de escritor, Alberto Chimal es ingeniero informático, lo cual puede explicar que sea uno de los autores latinoamericanos con más presencia en internet. Este docente universitario de literatura lleva una página web en la que escribe regularmente —sobre todo lo que llama microficción— y en la que abre camino a jóvenes escritores gracias a concursos en línea. Además, sus tweets son pequeñas obras poéticas con cientos de seguidores. Tanta actividad en la red le lleva a reflexionar sobre los efectos que las nuevas tecnologías tienen en la cultura.

— ¿Qué son las microficciones?

— La microficción es el cuento brevísimo, que tiene mucha tradición en América Latina, ya lo hacían Monterroso, Borges o Bioy. Las redes son un campo muy rico para la experimentación y, por eso, una muy buena plataforma para difundir este tipo de textos. Es muy parecido a cuando llegó la imprenta: son tecnologías que abren posibilidades de difusión de la lectura que antes no había.

— ¿La obsesión de los medios por lo inmediato está acabando con nuestra capacidad de reflexión?

— Las herramientas digitales no se agotan con la presentación de lo más momentáneo. La red también es un depósito de memoria humana, un archivo que acumula gran cantidad de informaciones. Pero corremos el peligro de endiosar lo inmediato, lo llamativo. Y en muchas ocasiones endiosamos la tontería porque es algo más accesible, de lo que podemos reírnos porque no representa un desafío. En gran medida los medios de comunicación de ahora ascienden al tonto del pueblo a categoría de sabio del pueblo, pero aún hay resquicios por los que puede pararse esa tendencia.

— ¿No están perdiendo los lectores capacidad de concentración y de abstracción por el exceso de oferta de internet y los nuevos medios?

— Me preocuparía que esa dispersión de la atención en los lectores fuera cierta, y creo que si está ocurriendo hay que esforzarse en combatirla. Aún se puede fomentar la lectura intensa por internet, que es muy enriquecedora. Hay defensores más radicales de la lectura en línea que anuncian muy alegremente que se va a dejar de leer a Tolstoi y a Balzac y todas esas novelas tradicionales, que ya pasó su época porque hay que dedicarles un tiempo del que ya no disponemos. No puedo ni quiero estar de acuerdo con ellos pero, honestamente, creo que ni ellos ni yo sabemos qué es lo que va a pasar porque ni siquiera sabemos qué es lo que está pasando.

— ¿Cambia su estilo según escriba para el papel o internet?

— Sí, como escritor, las redes  sociales sin duda te cambian el enfoque, porque para comunicar en ellas tienes ser más directo. Para mí la transición a lo digital no fue muy problemática porque llevaba tiempo leyendo en línea y cuando empecé a publicar en internet ya tenía una idea formada de a qué me enfrentaba. Y también tenía muy claro que la diferencia entre el papel o lo digital está solo en el soporte: los nuevos medios nunca deberían modificar el mensaje de fondo, aunque sí la manera de comunicarlo.

— Al derribar las fronteras geográficas con los nuevos medios de comunicación, ¿no corremos el riesgo de perder en diversidad cultural?

— Sí, hay bastante de cierto en que internet, como antes la televisión, provoca aculturación. Me sorprendió mucho, al pasearme ayer por La Paz, encontrarme con un grupo de chicas que estaban en una plaza bailando pop coreano, que me dicen que tiene mucho auge acá. Eso ha ocurrido siempre, pero lo preocupante es que ahora la aculturación es más desigual, asimétrica. Las grandes corporaciones, estados y poderes fácticos son casi los únicos que tienen la capacidad de imponer sus ideas, sus obras científicas y artísticas a las poblaciones menos poderosas, como es en gran parte de América Latina.

— ¿Ha quedado el negocio editorial irremediablemente en manos de las multinacionales?

— Sí y no. En internet se están formando pequeñas comunidades o mercados paralelos, a pesar de que Randonm House y otras grandes corporaciones editoriales tienen una ventaja injusta pero innegable. Porque lo que no pueden hacer esos editores enormes es involucrarse con su entorno inmediato y crear una comunidad en ese entorno. Por eso están surgiendo microeditoriales que utilizan otros recursos tecnológicos, como la impresión por demanda, en la que no se hacen tirajes fijos sino que quien quiere el libro se lo hace fabricar.

Esto sirve para que autores que no se ajustan a las grandes expectativas y exigencias del mercado global puedan distribuir una cierta cantidad de ejemplares. El libro electrónico también es una buena alternativa para los independientes, aunque teniendo siempre en cuenta que el mercado del lector digital no es el mismo que el del lector impreso.