En el escenario, el adelantado Don Rodrigo Díaz de Cabrera (interpretado por Ernesto Acher) espera, tapándose la cara con las manos, a que se cumpla su sentencia. Cerca de él el narrador, Marcos Mundstock, se muestra impávido, mientras que en el lado de los instrumentistas Daniel Rabinovich comienza a cantar y tocar con los timbales una canción de esclavos africanos. “Chabaia nenge nimón”, empieza el tema que el actor y músico interpreta de forma entrecortada. De pronto suena un “¡Achicoria!” y desde ese momento se despliega uno de los ejemplos de improvisación más famosos de Les Luthiers. Tan exitoso es que cuando Rabinovich pronuncia “Aiá yo, Acá tu, Aiá tu, Acá yo, Aiá yo y tu, acá Achicoria”, Munstock y Archer no pueden evitar reírse, igual que la audiencia.

Todo esto sucede durante la representación más conocida de la Cantata del adelantado Don Rodrigo Díaz de Carreras, de sus hazañas en tierras de Indias, de los singulares acontecimientos en que se vio envuelto y de cómo se desenvolvió, de 1978. Esta obra consolidó al recién fallecido Daniel Rabinovich (1943-2015) como uno de los pilares de Los Luthiers, tal vez el alma del grupo. Su incontenible capacidad artística —era actor de teatro, cine y televisión, escritor, cantante e intérprete de varios instrumentos— resumía la naturaleza polifacética del grupo argentino.

El director de coros Julio Barragán se confiesa como un fanático del grupo: “Como músico no puedo no admirar a Les Luthiers. Son artistas que abordan una gran cantidad de géneros, desde los más populares, como el merengue El Negro no Puede Bailar, hasta los clásicos, la ópera y las piezas sinfónicas como Cardoso en Gulevandia”. Para el músico y gestor cultural Walter Gómez el aporte del Les Luthiers va más allá de sus astutos juegos de palabras: “Han creado humor sin descuidar la parte técnica de la música. Nos han inspirado a buscar el mejor resultado sin importar qué género practiquemos”. A lo que Barragán añade que “trabajan más allá de sus capacidades para presentar algo extraordinario”.

Extraordinario es también que lleven tantos años bajo los focos. Desde su concepción en 1967, varias generaciones de iberoamericanos y españoles han crecido escuchando sus obras y cantando sus temas, y lo siguen haciendo. Gabriel Feldman, el empresario que logró que el grupo actuara en la ciudad de Santa Cruz en agosto de 2013, recuerda que Les Luthiers fue una presencia permanente en su niñez. Barragán asegura que su hija, de 16 años, escuchaba las grabaciones cuando tenía seis, y sigue haciéndolo. Sus composiciones marcaron épocas en las vidas de muchos de los oyentes: “Ya no puedo escuchar música chaqueña sin evitar pensar en Les Luthiers”, es un comentario que hacía un espectador antes de la presentación en Santa Cruz.

Durante más de 30 años los seguidores que no tenían la oportunidad de acudir a sus espectáculos, siempre con lleno total, solo los conocieron por sus voces. Pudieron ponerles la cara cuando —con la llegada de las nuevas tecnologías y el internet— los discos de vinilo y casetes dieron paso a unos videos que cuentan con millones de visitas en Youtube y millones copias en DVD que se compran, legales o piratas, en mercados callejeros y tiendas de lujo.
Y siempre, al centro, estaba Rabinovich. No hay charla sobre el elenco argentino en la que entre sonrisas o carcajadas no se recuerden algunas las líneas del cómico. Achicoria, Esther Piscore, Torcuato Gemini o La gallinita dijo eureka siempre salen a colación.

Cuando uno ve esos “viejésimos” videos descubre que gran parte del éxito depende de la improvisación. Una pausa en un diálogo puede dar paso a un disparate, a un giro novedoso. Incluso las condiciones del escenario y del clima dan pie a salirse de lo escrito. La vez que llegaron a Santa Cruz, junto a ellos arribó un surazo con una tormenta que coincidió sus dos funciones. En la segunda, durante el scketch El Día del Final (Exorcismo Sinfónico-Coral), cuando Mundstock, Jorge Marona y Carlos López Puccio hablaban de tormentas, terremotos y otras señales del fin del mundo, un relámpago relumbró por la puerta de la sala Sonilum. Rabinovich agregó al guion: “mire, si hasta truena y relampaguea”.

Y es por todo eso que —como confiesa Barragán— los directores de Latinoamérica buscan en sus audiciones a un Huesitos Williams para cantar música popular, o a un Johann Sebastian Mastropiero en la clásica. Mientras, los amantes de Les Luthiers vivimos esperando que nos llegue el momento de conocer a la famosa Esther Piscore o ir A la Playa con Mariana. Por eso, pese a que el 21 de agosto Daniel Rabinovich se fue de este mundo, nosotros no le dejaremos descansar, reproduciendo con aún más emoción nuestras Lutherapias.

Filosofía cotidiana, aguda y estrafalaria

José Emperador – La Razón

La pianista Martha Argerich y el director de orquesta Daniel Barenboim —considerados actualmente los mejores del mundo en sus campos— ocupaban el escenario del teatro Colón, en Buenos Aires, hace poco más de un año. Nada extraño en este templo de la cultura si no fuera porque a la música sinfónica y seria de la Orquesta West-Eastern Divan se unió el irreverente Conjunto de Instrumentos Informales Les Luthiers, en el que aún participaba Daniel Rabinovich. Todo un reconocimiento al humor musical del grupo y a la calidad de sus estrafalarios instrumentos.

Los lutiers (luthiers en francés) son artesanos que fabrican y reparan instrumentos musicales. Desde la Edad Media se han dedicado exclusivamente a los de cuerda, pero el grupo Les Luthiers ha llevado su creatividad más allá, e incluyen las familias de viento, percusión y electrónica, y extrañas combinaciones entre ellas. Instrumentos diferentes confeccionados con objetos cotidianos, y que acompañan textos también diferentes —muchos dicen que surrealistas— en los que se destacan frases tan atinadas y tan rotundas que, además de provocar sonrisas y carcajadas, retratan la realidad mejor que la mayoría de los tratados de filosofía.

El Calephone es un instrumento de viento que compone el Cuarteto de baño, junto a dos de cuerda —el Nomeolbídet y el Lirodoro o Lira de asiento— y uno de percusión, la Desafinaducha. Toda esta familia puede parecer un tanto escatológica, mas ha ganado gran protagonismo al acompañar diálogos con frases habituales en cualquier casa pero llenas de fina poesía, como: “Tengo celos de las flores que alegran tu hogar pero, más que nada, tengo celos de tu marido” o “Mi esposa me dijo: ‘pronto seremos tres’. ¿Iba a tener un bebé? No, iba a tener un amante”. Porque la cotidianidad de Les Luthiers mucho tiene que ver con equívocas relaciones de pareja. Aunque también ilustran momentos no tan alcance de todos los mortales, sino reservados a los elegidos: “Cuántos gobernantes han meditado sus actos en un cuarto de baño, como si fuera su despacho, al extremo de no distinguirse dónde resuelven sus asuntos, y dónde hacen más… decisiones incorrectas”.

La política también queda retratada en el imaginario de estos locos argentinos. Pero con un tinte no partidista sino más bien moral, de compromiso con las libertades y el recuerdo de los malos tiempos de las dictaduras: “Me duele que se piense que éste es un gobierno autoritario. Que no se piense eso, es una orden”, dice un portavoz del gobierno de la república de Banania, a quien también se le puede escuchar: “De no ser por nuestra acción de gobierno nuestras calles estarían llenas de pornografía, de corrupción, de violencia… de gente”.

Frases rotundas que pueden escribirse en una computadora cualquiera pero que sin duda son más expresivas y ganan musicalidad si salen de las teclas del Dactilófono o Máquina de tocar. Con este instrumento de percusión —una mezcla imposible entre el xilófono y la máquina de escribir— se han musicalizado más de 20 obras. Otra especie de monstruo es la Mandocleta, un híbrido de mandolina y bicicleta, con la que Marcos Mundstock se ha dado paseos musicales por escenarios de medio mundo. Les Luthiers han utilizado estos inventos para interpretar desde supuestas obras clásicas del imaginario e inefable Johann Sebastian Mastropiero a desternillantes boleros, tangos, cumbias, rocanroles o temas de música india. En todos los casos, las letras no dejan títere con cabeza.

Ni siquiera se han tomado en serio los preparativos para viajar a ese más allá en el que desde la semana pasada habita Rabinovich: “El camino de la sabiduría es largo. Encontrarás la fuerza en Kyoto, encontrarás la destreza en Kuwen… pero la paz se encuentra en Bolivia”. La baja de este miembro fundamental de Les Luthiers quizás deje demasiado desamparados a las canciones, a los instrumentos informales y a sus compañeros, que ya acusan el paso de los años: “Antes, cientos de mujeres nos cedían sus gracias por pasión. Ahora, gracias si por compasión nos ceden el asiento”. Un conocedor de su obra siempre podría replicar que no es para tanto porque, en el fondo “como bien dicen en inglés, Time is money: El tiempo es un maní”. Aunque la muerte de Rabinovich está tan reciente que estos genios aún son capaces de responder a las especulaciones sobre su futuro con un: “ha estado usted razonando fuera del recipiente”.