Icono del sitio La Razón

El abracadabra hay que sudarlo

En la magia hay engaño pero, a diferencia de la brujería o la estafa, el espectador sabe que está siendo burlado. Como decía el poeta Joan Brossa, se trata de un espectáculo para un público inteligente que no tiene necesidad de poner a prueba su inteligencia y se deja engañar tranquilamente. En cambio, quien no esté seguro de sí mismo buscará todo el rato pescar el truco para que no le tomen por tonto. El gran mago argentino René Lavand (1928-2015) sostenía que no se trata de desafiar al público a ver quién es capaz de descubrir el truco: “solo pretendo lograr emociones”.

El ícono de la magia es un caballero trajeado sacando un conejo de una chistera que estaba vacía, que se atribuye al episodio protagonizado por la inglesa Mary Toft, que en 1726 aseguró haber parido varios conejos. Aunque confesó finalmente la patraña, la notoriedad del suceso resultó imborrable. El sombrero de copa no se inventó hasta 1797, pero los estudiosos no descartan que el mago Isaac Fawkes (1675-1732) fuera el primero en parodiar el evento sacando conejos de un tricornio.

Algunos grandes magos han mantenido vibrantes combates contra la superchería. El francés Robert Houdin (1805-1871), relojero, fabricante de autómatas y padre de la magia moderna, en su libro Magia y física recreativa, ataca a dos espiritistas explicando la tramoya de sus sesiones. Harry Houdini (1874-1926) mantuvo una larga discusión con Arthur Conan Doyle, el creador de Sherlock Holmes, un crédulo en los contactos sobrenaturales: “Sir Arthur cree que tengo grandes poderes de médium y que algunas de mis hazañas las hago con la ayuda de espíritus”, escribió. “Todo lo que yo hago se logra gracias a medios humanamente posibles, sin importar lo desconcertante que sea para el profano”.

Mientras los ilusionistas huyen de nigromantes y pitonisas, los científicos se acercan a la magia. Por ejemplo, la neuróloga Susana Martínez-Conde, que en el libro Los engaños de la mente escribe: “Inventamos gran parte de lo que vemos para tapar huecos en las escenas vividas, que el cerebro no puede procesar”. También cita una recomendación de Arturo de Ascanio (1929-1997), padre de la cartomagia española: demorar el tiempo entre la realización del truco y la presentación del efecto para que el público tenga más dificultad para establecer una relación causal. Los magos no engañan al ojo, engañan al cerebro.

La aparición del cine y los efectos especiales hizo que el público reclamara a los magos prodigios de más envergadura, algo que tenía sus peligros. El Gran Lafayette (1871-1911) presentaba un espectáculo en Edimburgo cuando una lámpara provocó un incendio. Fallecieron diez miembros de la compañía. Entre los cadáveres se identificó por la vestimenta a Lafayette, pero dos días más tarde apareció otro cuerpo vestido igual. Éste era el cadáver del mago y el primero, el de un doble de Lafayette, imprescindible para determinadas ilusiones.

El propio Houdini falleció en un accidente laboral. Tras un espectáculo en Montreal, unos jóvenes le retaron a recibir una serie de puñetazos en el abdomen para demostrar su legendaria fuerza. Houdini aceptó, pero el primer puñetazo llegó sin que él estuviera preparado. Pese a los dolores y la fiebre siguió con sus actuaciones unos pocos días, hasta que un desmayo lo llevó al hospital. Falleció de peritonitis.

La historia de la magia alberga muchos nombres importantes. También son muchos los géneros. Desde el mentalismo a los grandes aparatos. Y también la magia de cerca, en la que parecen violarse las leyes del universo en una simple mesilla donde las manos —27 huesos y 19 músculos cada una— crean asombrosas ilusiones.

Todos los trucos requieren mucho trabajo. El libro El placer de la magia, de Miguel Gómez, aconseja al que usa los naipes: “Al levantar el paquete, comienza a girar la mano palma hacia arriba. Este es el momento en que las cartas empalmadas pueden quedar expuestas. Para evitarlo, estira por completo el dedo índice, apoya su falangeta contra la esquina exterior izquierda del paquete y cierra la horca del pulgar apoyando este dedo contra el costado del nudillo del índice”. No parece fácil. El abracadabra hay que sudarlo.