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Andrés Trapiello: ‘Todo suena a Cervantes, pero todo se entiende’

Don Quijote de La Mancha está traducido a 145 lenguas y dialectos. El último idioma en que se puede leer la obra es el español actual, gracias a una versión que acaba de publicar Andrés Trapiello. Unos se han indignado por lo que creen una falta de respeto al original, y otros alaban el esfuerzo por hacer que los hispanohablantes de hoy también puedan entender a Cervantes, como explica el propio Trapiello en esta entrevista concedida a La Razón.

— Como lector, ¿cuántos intentos tuvo que hacer para entender el Quijote?

— En España, y en América, el Quijote está desde muy temprano en la vida de los escolares, y aun en la de los adultos que no lo han leído ni lo leerán. Conocemos sus aventuras y en esencia la naturaleza de don Quijote. Mi primer Quijote me llegó con nueve o diez años. Una edición para niños, extractada, con glosario y dibujos explicativos. Entonces no lo leí: lo miré, porque no entendía nada. En la universidad picoteé algunos capítulos, para los exámenes. La primera vez que lo leí de verdad contaba ya con unos 22 o 23 años. Era una edición sin notas, y entendí, claro, la mitad. Pero lo disfruté todo.

— ¿Qué le llevó a escribir esta traducción?

— Ver cómo a los hispanohablantes se les obligaba a leer un libro escrito en una lengua, el castellano del siglo XVII, que no hablamos y apenas entendemos cuando la leemos. A muchos buenos lectores tener que leerlo en fatigosas ediciones anotadas les disuade o derrota, como dice Mario Vargas Llosa en el prólogo a mi traducción.

— ¿Qué regla general ha seguido para establecer qué traducir y qué dejar como estaba?

— No hay más norma que el habla que conocemos, la que yo conozco en España. Y el oído, saber lo que la gente entiende, sin rebajar un ápice la exigencia. Mi traducción no es menos fiel ni respetuosa que una de Shakespeare o de Homero. Pero me encantaría que cuando llegue a América se pudiera afinar aún un poco más con el español de cada república americana. Porque los libros están vivos.

El libro está pensado para que el lector no distinga si lo que lee es el original o una traducción. He traducido muchas palabras que ya nadie comprende, pero otras, difíciles que aún usamos, no. Lo mismo ocurre con los refranes, sobre todo con los hipérbatos y subjuntivos, que prácticamente han desaparecido hoy. Quien lea mi traducción tendrá que acudir alguna vez al diccionario, como con cualquier libro y autor. Pero estamos hablando de uno que suele tener entre cuatro y siete mil notas a pie de página. ¿Se imagina leer así, por ejemplo, Guerra y paz?

— ¿Qué le responde a quienes tildan a su traducción de “delito de lesa literatura” y de restarle sabor al Quijote?

— A esos les diría que si es por sabor, han de leerse toda la literatura en su sabor original, y aplicar su norma al griego de la Ilíada, al árabe de Las mil y una noches y al japonés Basho. Por suerte, nuestra lengua es la más cercana a la de Cervantes, mucho más que el inglés o el alemán, por eso esta traducción ha podido ser mucho más fiel a las que hay en cualquier otra lengua. Así, todo suena a Cervantes, pero todo se entiende.

— ¿Puede dar un ejemplo de su traducción?

— Suelo citar esta conversación de dos estudiantes, camino de las bodas de Camacho. Uno dice: “Si no os picáredes más de saber más menear las negras que lleváis que la lengua, vos lleváredes el primero en licencias, como llevaste cola”. Que, traducido, queda así: “Si os hubierais jactado de utilizar la lengua tanto como os jactáis de manejar esas espadas que lleváis, habríais sido el primero en la licenciatura, y no el último de la cola”.

— ¿Ya nadie leerá el Quijote original o, al revés, esta versión suya ayudará a que más lectores se animen a hacerlo?

— El Quijote original seguirá leyéndose. Y mi traducción también se leerá, y a algunos les bastará con eso, y otros querrán ir al original. La traducción preparará a muchos para el libro original. Yo empecé leyendo a Leopardi en español y hoy lo leo en italiano, solo por el gusto de leerlo en esa lengua.

— De los grandes autores hispanoamericanos, ¿cuáles imaginaría usted a favor o en contra de su traducción?

— No tengo la menor idea. Puestos a jugar, prefiero pensar que les habría gustado a todos. Borges siempre dijo que le gustaba más el Quijote en inglés que en español. Él lo leyó por primera vez a los diez años en una traducción inglesa, con un inglés de su tiempo. Cuando se enfrentó al original, no entendía nada. Los libros son para leerlos, no para presumir. En el prólogo de mi libro cito a Juan Ramón Jiménez: “Un día, cuando acaso se haya transformado el español en otra lengua y tenga que traducirse como hoy el latín o el arábigo español, habrá que traducirlo como un poeta pudiera traducir el mar, la lengua misteriosa del mar que parece tan clara y tan corriente”. Y eso es lo que he tratado de hacer.