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Un baile de ida y vuelta

Yadir Vázquez presenta las bases interculturales del flamenco en el espectáculo ‘Latidos de España’, de la compañía A Compás

/ 20 de septiembre de 2015 / 04:00

La rica diversidad de las danzas españolas, entre ellas el flamenco, es la expresión del mestizaje entre una variedad de pueblos y culturas que se enriquecieron mutuamente al cruzar el Atlántico. En la ruta de Cádiz a La Habana y de La Habana a Cádiz la danza y la música dieron origen a los “palos y cantes de ida y vuelta”, una joya del intercambio y diálogo cultural entre América y Europa que la compañía de danza A Compás presentará en su espectáculo Latidos de España, el próximo fin de semana en el Teatro Municipal Alberto Saavedra Pérez.

El maestro de danza, coreógrafo y director de A Compás, Yadir Vázquez, representa por sí mismo este mestizaje producto del ir y venir. Vive en La Paz desde hace 12 años aunque nació y se formó en La Habana, donde fue solista y luego regidor del Ballet Español de Cuba. Y sus raíces cruzan el Atlántico desde Galicia, la región española donde nacieron sus abuelos. Una riqueza que Vázquez ha sabido aprovechar bien: “Todas las culturas se armonizan y forman parte en mi trabajo: la parte cubana, con raíces africanas, la española y, ahora, la boliviana”.

“Cádiz y La Habana eran los puertos de encuentro, y de ahí vienen los cantes de ida y vuelta, que tienen una preponderancia en este espectáculo. De los gitanos que se embarcaron surgieron los palos como los tangos, las guajiras y las colombianas”, comenta Vázquez. Se conocen como palos a las variedades del cante flamenco, cada cual con su propia estructura métrica o modo.

El coreógrafo celebra que la interculturalidad y el diálogo hayan configurado las artes y otras manifestaciones culturales que conocemos hoy. Y lamenta que a menudo —y erróneamente— se piense que las expresiones culturales son “puras”, o tan propias que no quepan otros colores y matices. A Vázquez le gusta reforzar esta idea y hacerla evidente en cada uno de sus espectáculos.

“España no pudo resistirse al invite de esa música provocadora”, dice el musicólogo Faustino Núñez en su libro Cuba y Andalucía entre las dos orillas, al referirse a la poco reconocida influencia afroamericana. Sobre sus cimientos rítmicos Manuel de Falla, Isaac Albéniz y otros compositores españoles escribieron piezas dedicadas a Cuba. “La lista sería interminable si quisiéramos ofrecer todos los tangos y habaneras en la música popular española”, que fueron resultado de lo que el autor llama “efecto armónico de espejo” entre Andalucía y Cuba.

Así, desde que nació en el siglo XVIII, el flamenco se fue enriqueciendo con las fuertes influencias procedentes del Caribe. Muchos historiadores afirman que éstas se cristalizaron a finales del siglo XIX en un tipo de tonada que se dio a llamar “guajira”, que arraigó en la cultura y música popular de Andalucía y cobró rango de cante flamenco. Por eso el espectáculo incorpora este palo con el Tango Guajira que Vázquez encargó al cantaor cubano Andrés Correa, sobre un tema del cantaor Naranjito de Triana.

La coreografía de Latidos de España incluye un mano a mano entre Yadir Vázquez y Marcos Jiménez, bailaor andaluz que visitó Bolivia en mayo. Pero no todo va a ser flamenco. Se podrá contemplar, además, el baile clásico español, la estilización de la danza andaluza y otros bailes regionales. “Si bien el flamenco escénico se ha constituido en nuestra carta de presentación, es una necesidad imperiosa que la compañía recupere su esencia”. Una esencia que, según aclara Vázquez, va más allá.

Desde que llegó a Bolivia, Vázquez se ha dedicado también a la enseñanza, para cultivar la pasión por las danzas españolas y el flamenco en cientos de estudiantes que pasaron por su escuela. De ella han surgido un puñado de bailaoras que hoy conforman el elenco profesional de A Compás. La compañía lleva ya tres temporadas a pleno rendimiento, y Vázquez la considera preparada para emprender una nueva etapa en la que incorpore la dramaturgia y otros elementos. Está seguro de que las bailarinas han logrado la madurez necesaria para dar este salto adelante, y confía en que pronto el público corresponda con una actitud aún más abierta a conocer y comprender las historias, raíces y esencias de la danza española.

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Adrenalina y amor por el arte

‘Ensamble’, un espectáculo pertinente, rico y fresco, aprovechó las capacidades de sus 20 bailarines.

/ 9 de julio de 2017 / 04:00

Qué representa para un bailarín o bailarina de oficio danzar, subir al escenario con cierta frecuencia? Sus motivaciones son la pasión y el amor por su arte, sentir la adrenalina frente al público y enfrentar los retos de cada puesta en escena. En Ensamble, el 27 y 28 de junio, se advirtió con diáfana claridad que los 20 bailarines, de diversas escuelas y diferentes trayectorias, sintieron esas motivaciones. En el Teatro Municipal se materializó un proyecto, a pesar de las dificultades no solo financieras que tienen las producciones artísticas en nuestro país.

Ensamble, con dirección de Magaly Rodríguez, destacada maestra de ballet, repositora y directora artística de dos importantes centros de formación dancística de La Paz, acompañó este proceso, con las mismas convicciones y pasión, sumando su deseo de mostrarnos algunas reposiciones del repertorio de la Escuela Nacional de Ballet de Cuba, su país natal, como un ligero y clásico Entree, y Abadou, de estilo contemporáneo, interpretado adecuadamente por Truddy Murillo y Álvaro Murillo, con música de Zap Mama.

Se intercalaron piezas clásicas, neoclásicas y contemporáneas con creaciones de los bailarines, en solos y en conjunto, logrando un aire fresco, ligero, entretenido y exigente para aprovechar la diversidad y las individualidades de cada bailarín. Ahí radicó la riqueza y la pertinencia de Ensamble.

Apreciamos el clásico pas de deux del ballet El Corsario, por Fabricio Ferrufino y Carolina Mercado, que exige el alto dominio técnico, sobriedad y elegancia presentes, en buena medida, en esta pareja. Truddy Murillo (Dejar partir, con música de Ludovico Enaudi) y Katherina Renhfeld (Como un suspiro, con música de Michael Nyman), mostraron un estilo contemporáneo en fusión con jazz lírico. Ambas fueron capaces de interpretar otras piezas en grupo, a dúo o trío, en lenguaje clásico y neoclásico.

Una grata sorpresa fue Simer Man, de Alvin Ailey, de mucha fuerza y brío, con Ferrufino, Álvaro Murillo y Shaka Uriarte. La energía masculina se desborda con grandes saltos y amplios despliegues en el espacio. Las mujeres, con la creación colectiva “Latir”, transmitieron los latidos y la gracia femenina. El público disfrutó sin esperar más que lo que se ofrecía: bailarines profesionales y otros con experiencia entregando lo mejor de sus destrezas y su versatilidad.

“Es primordial el dominio de la técnica, el conocimiento de los estilos y la comprensión de la dramaturgia, pero para la plena realización de un artista de la danza, las exigencias van más allá” (Alicia Alonso). Un artista debe ser inquieto: intelectual y espiritualmente. Tanto los que estudian como quienes los apoyan deberían acompañar el proceso de formación asistiendo a las presentaciones de danza. Y más aún cuando estarán en escena bailarines de trayectoria y buen nivel técnico.

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Puro flamenco

‘La Farruca’ pone todo el corazón en sus movimientos y sus palabras, que provienen de una larga dinastía de bailaores.

/ 16 de abril de 2017 / 04:00

He cruzado el charco por amor a vosotros. Para un gitano, montarse en un pájaro de acero y cruzar el charco es difícil, pero lo hice por el amor que tenéis por el flamenco”. Así fue el saludo que dio la renombrada bailaora sevillana La Farruca al iniciar el ciclo de clases que ofreció a más de 40 personas, entre bailaoras, profesores, estudiantes y amantes de este arte que día a día cautiva a más personas en el mundo. “Hay corazones flamencos”, así lo cree la maestra que llegó a Bolivia por invitación del guitarrista y cantaor Christian del Río y su productora, en el marco de una gira por Perú y Ecuador.

El duende, ese espíritu intangible que llevamos dentro —según lo describía Federico García Lorca— ese “algo que sale de adentro”, sentido, motor y fuente de los artistas del flamenco, late en Rosario Montoya Manzano, nacida en Sevilla, perteneciente a una familia que cultiva este arte por varias generaciones. La Farruca es hija de Antonio Montoya Flores, El Farruco, una leyenda del flamenco, de quien se cuenta que en su honor, durante una gira por Europa, el telón del Teatro Palace de Londres se levantó 18 veces.

Esa es la fuente, el raigambre y la inspiración de la bailaora: su padre, de quien cuenta anécdotas y a quien menciona repetidas veces en sus charlas y entrevistas, y a quien tiene presente en cada uno de sus movimientos. Potente, altiva, y con una energía indescriptible, impartió en la ciudad de La Paz, en el Teatro Nuna, seis horas de clases diarias, durante tres días. Ni la altura ni ningún otro pretexto o inconveniente pudieron frenar el espíritu infatigable y genuino de esta mujer, quien también ha cultivado esta pasión en sus hijos. Farruquito, Farru y El Carpeta son los sobrenombres artísticos de sus hijos quienes, al igual que ella, tienen un sitial importante en el mundo del flamenco.

La Farruca ofreció su corazón y algo más en un taller en La Paz. Enseñó bulerías, alegrías y soleás, estilos o “palos flamencos” más populares, de los cerca de 80 que se conocen o que están registrados en algunas enciclopedias especializadas. Y se sintió a gusto con el grupo al que brindó sus enseñanzas: “Parece que aquí se está explorando el flamenco y estoy encantada, porque el flamenco se está esparciendo y esto es un gozo para mí”.

En cada paso, en cada ritmo, la bailaora inscribió su sello personal y transmitió no solo la pasión sino también la mística, el respeto que tanto ella clama y que —según su sentir— se ha perdido hoy en día ante la diversidad de estilos, fusiones y formas en las que ha derivado este arte. Es defensora del “flamenco puro”, es decir de la forma tradicional, escuela en la que ella se formó, el mismo que está compuesto por el cante, la guitarra, y el baile, como esencia fundamental. Montoya dice respecto del flamenco, ese flamenco “puro” por cuya defensa es capaz de cruzar fronteras, océanos y cordilleras que “se compone de muchas cosas: de colocación, de sentir, pero sobre todo de corazón. El flamenco es lo que eres. Es una guitarra, un cante y una bailaora bien vestida y pare de contar”.

En medio de un breve descanso en el ciclo de clases que impartió La Farruca describe que este arte, tanto, es parte de su vida, de su día a día. Y no solo para ella sino para toda una familia, la suya, que más bien podría definirse como una dinastía flamenca. Es un estilo de vida. Proveniente de la cultura gitana, donde la familia es el núcleo en torno al cual se articula casi todo, donde ella creció rodeada de palmas, taconeos, guitarras, fiestas y cante. “Yo lo puedo describir porque yo lo tengo en mi casa. Somos una familia donde existe el flamenco en cada instante del día. Es comiendo, es bailando. Del salón al cuarto de baño vamos bailando. Y cuando nos paramos es porque nos ha venido algo a la mente, algún paso. El flamenco es nuestra forma de vivir”.

Orgullosa de sus raíces, asegura que el flamenco no acabará jamás. Hoy se ha extendido por el mundo entero, al ser considerado Patrimonio de la Humanidad.

Pero este estatus no le convence del todo a La Farruca, pues dice que para bien o para mal se viene difundiendo no siempre el flamenco tradicional y algunas veces hasta se está “prostituyendo”. “El flamenco nuestro no es así, es mucho respeto, es quitarnos el sombrero por cada persona que lucha por el flamenco”. “El flamenco ha sido toda la vida patrimonio de la humanidad. Por suerte o por desgracia, alguien dice haberlo descubierto, pero existe desde hace cientos de años”. Y así como deplora a las nuevas tendencias, asegura que este arte es algo que nunca morirá. “Es así, no tiene fin. Nunca se acaba. Un grifo de agua lo tenemos que cerrar porque puede haber escasez, pero el flamenco al contrario, cada vez es más y más ¡Venga y venga!” Lo dice con acento y energía: “No es como una cosa que se va apagando poco a poco, como una vela, es como un manantial, donde va, lleva riqueza, va con alegría, con aire. Es vida”.

En la actualidad se puede ver que hay muchos estilos y se hacen muchas fusiones —como ocurre con otras artes contemporáneas— ocasionando que se vean enfrentadas dos visiones muy distintas: unos que buscan abrir y ampliar este arte y otros que defienden la tradición. En todo caso, podemos decir que en Bolivia hemos tenido el privilegio de tener a una de las exponentes y defensoras de ese flamenco vernáculo, que despierta pasiones dentro y fuera de España. Ahora nos queda bien claro que tenemos para largo con la dinastía de los Farrucos.

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La pasión de la danza

Norma Quintana presenta un drama que se ha convertido en emblema del taller experimental que dirige desde hace dos décadas

/ 21 de marzo de 2016 / 04:00

Todos participamos de la Pasión de Cristo. Experimentamos esta pasión cada día en cuanto integramos una humanidad que se comporta unas veces como Pilatos o Judas y, otras tantas, como Cristo. Nos comportamos como hombres y mujeres que contemplan azorados la repetición de este drama, que es el drama de los hombres”. Este es el concepto que sustenta La Pasión de Cristo según San Lucas, la propuesta de danza–teatro inscrita en el género dramático que el Taller Experimental de Danza (TED), de la Universidad Católica Boliviana, bajo la dirección y con coreografía de Norma Quintana, presenta el martes y miércoles en el Teatro Municipal.

El espectáculo se basa en la obra musical La Pasión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo, del compositor y director de orquesta clásico Krzysztof Penderecki, un polaco que mantiene al público en una tensión constante gracias a unos recursos sonoros y un lenguaje musical cargados de efectos. Quintana considera la propuesta escénica de La Pasión de Cristo según San Lucas como una obra “emblemática”, pues surgió hace 20 años, en un momento de su proceso vital en el que el trabajo y el acercamiento al teatro le abrieron nuevas posibilidades creativas gracias a la utilización de símbolos y la improvisación. Estos elementos, junto al fuerte acento que se pone en la interpretación, se convierten en los ejes fundamentales de la obra.

El TED nació hace 22 años de la mano de Quintana, bailarina clásica y maestra de ballet, quien decidió abrirse a la experiencia de la creación tras alejarse del Ballet Oficial en un tiempo en el que esta institución pasaba por momentos críticos. Al TED lo llamaron La Burbuja del Aula 26, ya que sus actividades las desarrollaba en una sala (número 26) de siete por siete metros. Este pequeño espacio no solo ha servido para inspirar el amor por la danza y abrir nuevos horizontes para muchos de los que atravesaron sus puertas, sino que también ha representado una oportunidad para bailarines profesionales, quienes no tenían dónde bailar o querían tomar unas clases y mantenerse a punto mientras estudiaban una carrera. Algunos, además, tuvieron la oportunidad de obtener una beca artística que cubriera los costos de sus estudios.

La Burbuja del Aula 26 se constituyó en un proyecto pionero, al menos en La Paz, donde una universidad brindaba a sus estudiantes el privilegio de vivir la experiencia de la danza para enriquecer su formación profesional, y nada menos que a la cabeza de una maestra con una vasta experiencia artística y una sólida formación. “Todos cayeron alguna vez por aquí”, relata Quintana, al tiempo que rememora cómo al menos seis generaciones de estudiantes y bailarines formaron parte de esta aventura. “Era absolutamente surrealista lo que se vivió en esa sala, donde parecía que las paredes se dilataban”, dice.

La concepción de que, alguna vez en su vida, todos los seres humanos manifiestan la necesidad de experimentar el placer del arte, las posibilidades expresivas y comunicativas que las diferentes disciplinas artísticas ofrecen, no es nueva. Autores con diversos enfoques han demostrado que dichas experiencias son fundamentales en el proceso de conformación del sujeto, tanto en su dimensión individual como social. Y así lo considera Quintana, quien defiende que la danza aporta y ha aportado mucho a quienes la experimentan, porque una vivencia así queda grabada en la memoria corporal, tanto como en el ser interior, y deja una huella imborrable.

“Es tanta la vida compartida entre la gente que ha pasado por el taller…”, afirma al recordar anécdotas y momentos inolvidables. “El TED ha representado para mí una escuela de coreografía, un aprendizaje muy valioso. Allí pude aprender que un gesto cotidiano es arte; que antes de ser bailarín, una persona es un ser humano, más allá de la técnica”.

Quintana ha montado varias obras de su creación junto al TED, que abarcan diferentes estilos o géneros como la danza-teatro y el neoclásico. La interpretación y la dramatización son los elementos clave que explota en sus bailarines y que la coreógrafa explora como recursos expresivos, más que buscar la pureza técnica. A pesar de provenir de una escuela rígida como lo es la clásica, reconoce que se vio enriquecida gracias a su acercamiento a la danza contemporánea y al teatro.

Entre los hitos fundamentales en el proceso de formación del TED estuvo la experiencia con César Brie, fundador del Teatro de los Andes, quien en su sede en Yotala, Sucre, —aquel “monasterio laico” como él le solía llamar— por el año 1996, acogió a un grupo de estudiantes del taller de danza y a su directora para desarrollar una experiencia conjunta de intercambio de saberes. Quintana recuerda que la experiencia fue profundamente enriquecedora, ya que desde que salía el sol hasta que se ponía todos juntos, actores y danzarines, experimentaban mucho: acrobacias, improvisaciones, teatro y danza clásica. Esa vivencia ha dejado una profunda huella en su aprendizaje de cómo crear danzas.

La colaboración con Nicholas Rodrígues, coreógrafo y maestro de danza estadounidense, que trabajó con el Taller en 1998, fue otro hito importante porque ofreció a los integrantes del TED una formación complementaria desde el punto de vista técnico. Otra fase decisiva que nombra Quintana la constituye la serie de musicales que montó, abriendo otra posibilidad expresiva para estudiantes y bailarines profesionales que siempre rondaron un taller que aún ofrece el privilegio de participar en clases gratuitas con una renombrada maestra y, además, contar con un lugar dónde trabajar artísticamente.

“El taller es como la danza: efímero, de alguna manera”, dice Norma con cierta resignación, ya que todo maestro quisiera tener un elenco estable por un tiempo más prolongado. Sin embargo, ella aprendió a convivir con esta realidad del ir y venir de los bailarines y estudiantes, e incluso a sacarle provecho. Por La Burbuja del Aula 26 han pasado muchos y algunos han permanecido al menos cinco años, el tiempo que duran sus carreras universitarias: . “Pero esto es como la vida, nadie se queda para siempre en un lugar”, asegura Quintana.

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La danza clásica boliviana tiene bien el pulso

Los bailarines han alcanzado un alto dominio técnico y artístico gracias a las enseñanzas de los grandes maestros

/ 16 de noviembre de 2015 / 04:00

El mes de la danza de este año tuvo dos presentaciones dedicadas al género clásico. Noches en línea clásica se denominó la propuesta, a cargo de la coreógrafa y formadora Noreen Guzmán de Rojas, quien reunió a bailarines, coreógrafos y maestros de este género en una buena oportunidad para tomar el pulso a la danza clásica en La Paz.

Unos 70 bailarines, entre estudiantes y profesionales, compartieron el escenario del Teatro Municipal Alberto Saavedra Pérez. Estuvieron presentes los principales centros de formación: la Escuela del Ballet Oficial, CAP Escuela de Danza, Estudio Dance Mariela González y la Escuela de Danza Mandala. También actuaron los elencos profesionales de ArteMóvida, La compañía, Ballet Clásico-Contemporáneo San Andrés (UMSA), Compañía de danza Gaviota, el grupo Da Capo, y bailarines solistas independientes como Paulette Machicado y Mauricio Zenteno.

Entre todos demostraron que, en la actualidad, Bolivia cuenta con una generación de artistas que brillan por su buen dominio de la técnica, su expresividad, su sensibilidad y su talento artístico innegables, lo que se debe agradecer a su trabajo pero también a una generación de maestras y maestros  que están transmitiendo mucho a sus alumnos.

calidad. Paulette Machicado, Fernanda Arteaga, Fabricio Ferrufino, Mauricio Zenteno, Milán Aguirre, Vera Zuazo, Lucas Bandin, Truddy Murillo, Steffi Soria Galvarro y Sara Revollo son los bailarines profesionales que destacaron en este encuentro, tanto por su calidad técnica como por su capacidad interpretativa. Tampoco se debe olvidar a Carolina Mercado —no pudo presentarse por una lesión— ni a Andrea Escóbar —desarrolla su carrera en compañías extranjeras— que también forman parte de este puñado de bailarines profesionales solistas que han alcanzado un muy alto nivel.

Las líneas clásica y neoclásica de la danza son lenguajes y medios de expresión de una larga tradición, pero que también permiten la experimentación. Por eso se pudieron apreciar propuestas como las de Norma Quintana, con las obras Trío —con música de Francisco García de Castro— y Concierto, de Astor Piazzola. Ésta última cerró la temporada con broche de oro, pues demostró ser una obra muy bien desarrollada desde el punto de vista coreográfico, fluida, ágil, sobria e intensa.

Ese mismo enfoque eligió Noreen Guzmán de Rojas en Retorno imaginario, con música de compositores bolivianos como Ramiro Soriano y Gastón Arce, y la interpretación del grupo musical Voz Abierta. La coreógrafa desarrolló en esta obra la temática de la memoria recreando imágenes del subconsciente cargadas de simbolismos, con un toque surrealista e intimista. Para ello se valió de la fusión de estilos, entre el neoclásico y contemporáneo, rompiendo con la mera representación o exhibición de virtuosismo y poniendo énfasis en la interpretación.

Otra de las piezas que sorprendió y gustó al público fue Misa Criolla, con música de Ariel Ramírez y coreografía de César Paco, director de la compañía de la UMSA. La creación de Paco tuvo momentos muy bien logrados, desde el punto de vista coreográfico, con un buen manejo del espacio, y creó imágenes que se corresponden con el carácter de la obra musical, cuya esencia es la combinación de lo religioso-espiritual y los elementos folklóricos.

INSPIRACIÓN. Truddy Murillo ha logrado ya un sello propio por su manera de crear obras con base en temáticas y músicas latinoamericanas. Presentó Frida y sedujo al público con el personaje elegido como inspiración, Frida Kahlo, que permitió a Murillo expresar toda su característica fuerza y su particular encanto. Con un grupo de 14 mujeres que personificaban a la diva mexicana, y con música de Lila Downs y Chavela Vargas, creó el clima deseado. Sin embargo, desde el punto de vista coreográfico, el tratamiento no fue muy esmerado.

Una grata sorpresa supuso el trío Da Capo, compuesto por Fernanda Arteaga, Camila Bruckner y Adriana Ruiz. Estas jóvenes bailarinas hicieron sus primeras armas en el campo de la coreografía y presentaron una creación colectiva titulada Verse, con música de Erik Satie y Astor Piazzola, en la que se observan más aciertos que desaciertos.

Variados pas de deux de famosas obras clásicas permitieron que los bailarines mostraran su dominio técnico y sus habilidades como intérpretes, ya que en el ballet clásico son en estos dúos donde los bailarines exhiben su virtuosismo. Destacaron Paulette Machicado y Mauricio Zenteno con el pas de deux del tercer acto de La Bella Durmiente, y Milán Aguirre con una variación e interpretación del Corsario. El fragmento Copos de nieve del ballet El cascanueces, a cargo de Magaly Rodríguez, fue otra de las obras muy bien logradas, a la que le siguió Flores de Jazmín y Sitaki, dirigida por Mariela González.

Gracias al trabajo que los participantes del mes de la danza llevan  realizando, a los amantes de este arte nos queda la grata certeza de que el lenguaje clásico, como medio de expresión y espacio de experimentación, está vigente en nuestro medio y continúa nutriendo y aportando mucho al desarrollo de la danza escénica en Bolivia.

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Ballet, búsqueda de la perfección

La maestra Andrea Escóbar imparte un taller, reivindica el esfuerzo y lamenta el decaimiento de la compañía estatal

/ 19 de julio de 2015 / 04:00

Apreciar la perfección lograda en cada movimiento, la liviandad de un salto, la brillantez de un giro, la expresividad y energía que emanan de un artista de la danza, es ciertamente un gozo para el espectador. Pero para llegar a sentir, expresar y transmitir esas sensaciones se requiere transitar por un largo y apasionante camino, como lo definen dos profesionales de la danza y el ballet: la bailarina boliviana Andrea Escóbar y el maestro británico David Sturner, quienes dirigieron un taller esta semana en La Paz, dentro de una gira que efectúan por Sudamérica impartiendo clases.

La profesión de bailarina o bailarín es una de las más difíciles y exigentes. Supone largas horas de trabajo en una sala y mucho esfuerzo, energía y determinación, “pero es la más fascinante de todas”, afirman estos dos artistas, que han hecho de la danza no solo su oficio, sino su razón de vivir. Escóbar se define con orgullo y seguridad en sí misma como una “bailarina profesional”. Esta artista boliviana que dejó el país hace 15 años, ha podido hacer realidad su sueño de vivir para bailar y bailar para vivir, algo que para muchas y muchos estudiantes de danza en Bolivia es algo inalcanzable, por el hecho de que no existen en nuestro medio las condiciones necesarias para hacerlo, y por la falta de reconocimiento a la profesión.

PRÁCTICA. Escóbar comenzó sus estudios en la Escuela del Ballet Oficial, ingresando posteriormente a la compañía del Ballet Oficial de Bolivia, donde bailó como solista con la coreógrafa Noreen Guzmán de Rojas. Al ver que en el país no tenía mayores oportunidades para hacer una carrera como ella soñaba, partió y encontró en Argentina una tradición en la danza y el ballet, y un buen nivel para continuar la formación y cultivar una experiencia profesional. Tenía el convencimiento de que ser bailarina profesional no era solo pasar clases y bailar en dos o tres espectáculos al año, pues  en esta profesión —y más aún que en otras— se requiere estar siempre en plena práctica, subir al escenario de manera permanente e interactuar constantemente con diferentes coreógrafos y maestros.

Andrea realizó sus estudios de especialización en el Instituto Superior de Arte del Teatro Colón de Buenos Aries. Ya graduada, trabajó en las mejores compañías de Argentina, como el Ballet del Mercosur, dirigido por Maximiliano Guerra, el Ballet Concierto bajo la conducción de Iñaki Urlezaga, el Ballet Argentino de Julio Bocca, el del Teatro de Córdoba, o el Ballet de Salta. En España pasó por la compañía de Carmen Roche y por el Ballet Nacional de Nacho Duato. Fue primera bailarina invitada del Ajkun Ballet Theater de Estados Unidos y, en India, en el Imperial Fernando Ballet en Nueva Delhi. Después de todo este periplo, retornó a Buenos Aires como bailarina independiente, recibiendo permanentes invitaciones para participar en festivales y presentaciones como de primera figura.

Esta artista se presenta en escenarios fuera del país al menos 15 veces al mes, y asegura que el oficio del bailarín es eso, estar en escenario, perfeccionar un estilo o rol en cada presentación. “Hay que trabajar mucho, tener muchas funciones. El oficio del bailarín es habitar el escenario, darte al público, mostrarte, y eso es lo que no existe en Bolivia; quizá acá los bailarines tienen muchas clases, ensayan uno o dos meses pero, ¿de qué les sirve si suben al escenario a lo mucho dos o tres veces al año?”, lamenta.

Escóbar está convencida de que en esta profesión alcanzar la perfección es algo que se persigue, pero que pocos podrían decir que lograron: “Trabajo pensando que nunca voy a llegar al máximo nivel, porque cada vez quiero perfeccionar más, ya sea un rol o pulir más un estilo. Nunca llegas a alcanzar la perfección, pero ésa es justamente la belleza del ballet”.

La limpieza técnica y la expresión son elementos que Escóbar considera fundamentales, “algo que se logra con mucha práctica. Puedes tener un bailarín con muchas piruetas, pero no lo es todo. No es solamente el virtuosismo, es una cuestión de claridad del movimiento, de ver cada uno de los movimientos, todos los pasos bien definidos. También tienes que hacer de todo: repertorio, moderno, clásico”. Es el camino que hay que recorrer, lo que es apasionante: “transitar por un mundo muy diferente con códigos muy diferentes donde no buscas ser rico”, sino satisfacciones, desafíos permanentes. “Es la mejor de las profesiones”, dice convencida.

En Bolivia, desarrollar una carrera de bailarín o bailarina es algo muy difícil, porque no se reconoce este oficio como una “profesión”, se lo toma muchas veces como un hobby, señala Escóbar, que añade que la situación ha empeorado en la actualidad. “Fue muy triste ver una compañía moribunda” expresó al referirse al Ballet Oficial, que en el pasado vivió tiempos mucho mejores, cuando se montaban obras del repertorio clásico y se hacían producciones donde se disfrutaba de los principales representantes del ballet del país: “Ahora se ve a los bailarines dispersos. Al no existir una compañía estatal que sea capaz de mostrar un trabajo serio, que realice giras permanentes, que impulse varias producciones al año, con diferentes coreógrafos y que sea capaz de aglutinar a las y los mejores bailarines del país, la situación de la danza no avanzará, a pesar de que existen talentos y gente muy valiosa”.

Enseñanza. Cosa muy distinta es el rol de “maestro o maestra de danza”, asegura ella, idea que refuerza su compañero David Sturner, quien explica que ese oficio requiere también mucho estudio y dedicación. Sturner es un destacado maestro nacido en Londres, que inició sus estudios de danza en la misma ciudad, en la escuela de Martha Graham y luego visitó muchas otras. Desarrolló su carrera como bailarín en prestigiosas instituciones de Alemania y los últimos años trabajó como maestro y ensayista en las mejores compañías de Argentina —donde reside actualmente— entre las que figuran la del Teatro Colón, del Teatro General San Martín, el Ballet Argentino Julio Bocca y la del Teatro Argentino de La Plata. Como maestro, fue invitado al Ballet de Nueva Zelanda, la compañía de Deborah Colker en Brasil y el Ballet Nacional y Municipal de Lima.

No es imposible avanzar en el mundo de la danza, opina Sturner: “para formar una compañía, basta con tener al menos unos 12 bailarines profesionales de buen nivel”. Pero éstos deben tener claro que “la clave es trabajar mucho, y con muchos coreógrafos, con muchos directores, no desconcentrarse de lo que hacen, no dispersarse”. A lo que Escóbar añade que “es fundamental el apoyo del Estado”.

Desde su experiencia en Argentina, donde algunas compañías independientes de calidad cuentan con auspicios privados, Sturner argumenta que “cuando se tiene gente suficientemente capaz, la danza independiente puede lograr apoyos, incluso de las empresas”.

Esto no ocurre en Bolivia y por eso las y los bailarines que logran un buen nivel se van, “porque no encuentran oportunidades ni fuentes de trabajo dignas en este campo”, según Escóbar. La bailarina asegura que lo fundamental es tener “una persona muy capaz a la cabeza de una compañía, alguien que acumule  mucha experiencia en dirección, que haya trabajado en ballets profesionales, ya que solo así podrá dirigir y orientar en todo lo que se necesita”.

Así, los bailarines profesionales en Bolivia se enfrentan a un enorme de-safío. Además de desarrollar y sostener su exigente profesión y mantenerse técnica y artísticamente activos —y aparte de luchar por sobrevivir— tienen que esforzarse para que se respete su trabajo. Pero, a pesar de todas estas dificultades, asevera Escóbar, es posible llegar a ser un profesional de la danza. Aunque siempre tiene que cumplirse una condición: “tener ganas de hacer esto, marcarse un referente de dónde se quiere llegar, amar lo que se hace, tomar la danza como una profesión y respetarla”.

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