Norte estrecho
Villarroel reflexiona sobre la emigración con una cuidada producción, diálogos creíbles, buenas actuaciones y música melancólica
El poeta cruceño Paz Padilla tentó suerte en 2009 con En busca del paraíso, en un terreno expresivo ajeno a su práctica creativa habitual, ensayando adentrarse, sin lograrlo, en las cuitas de los connacionales seducidos por las noticias que presentaban España como un sitio de fácil acceso a empleos y remuneraciones. Nunca quedó claro si se trataba de un esfuerzo serio para acercar al espectador a la realidad o si el asunto confiaba apenas en los encantos de algunas modelos, de dudoso talento histriónico. Apostaría a que ninguno de quienes se tragaron el anzuelo recuerdan de qué iba la cosa, puesto que el resultado invitaba al olvido instantáneo.
Ahora, por segunda ocasión en un lustro, el cine boliviano encara las vicisitudes de los emigrantes bolivianos desembarcados en ese norte todavía mítico, no obstante las impugnaciones de los lugares comunes que alimentan la fábula del paraíso al alcance de cualquiera con la ambición requerida para acceder a las mieles del éxito.
Es el caso de Jorge, emigrante boliviano dueño o administrador de un relativamente próspero local de videoconferencias en Washington. Su contrariedad es que, al igual que muchos otros, se encuentra indocumentado, con la espada del arresto más la deportación pendiendo a centímetros. Y la quimera de Tarjeta Verde, que cada día parece más inalcanzable.
En lugar de aventurarse a una generalización acerca del drama de los inmigrantes —proclive a terminar enfangada en los lugares comunes— los guionistas Omar Villarroel —asimismo director— y Juan Cristóbal Ríos Violand —autor en 2006 del guion de ¿Quién mató a la llamita blanca? (Rodrigo Bellot)— atinaron a construir en el centro regentado por Jorge un microcosmos en torno al cual orbita un retablo de latinos de variopintos orígenes, cada uno forcejeando a su manera con la árida realidad.
Es un dato tal vez no menor: ambos residen en Estados Unidos, y el local de videoconferencias efectivamente existió, a cargo de Villarroel y su familia. Hay conocimiento de primera mano de un espacio en el cual la nostalgia y la necesidad de reconfirmar los afectos encuentran una terapia momentánea.
En tal escenario se entrecruzan cuatro historias de gente en el afán de constatar si el edén paga el alto precio de la lejanía con los suyos. Charo, madura empleada de hogar, gasta sus menguantes fuerzas para juntar los dólares supuestamente requeridos por su hijo para culminar su carrera, aun cuando en el fondo ésta le importa poco. Julio salió de Santa Cruz dejando a su pequeña a cargo de una tía de pocas pulgas. Mauricio partió de Buenos Aires movido por su vocación de actor, presumiendo que las autopistas a Hollywood se hallaban expeditas.
De manera deliberada, o no, allí en los cubículos frente a las pantallas la escenificación de los deseos y el escamoteo de las desazones —la ficción dentro de la ficción— densifican una trama reticente al manoseado esquema de inmigrantes buenos versus originarios malos, si bien no deja de pasarle la escofina a ciertos convencionalismos del mal cine de allá: la policía y la justicia garantes de la seguridad del común, los ciudadanos respetuosos de normas y procedimientos, señalamientos incluidos al pasar gambeteando la machaconería y dispensándose de la victimización de sus protagonistas. Ello queda explicitado con contención, para no caer en la caricaturización, durante la audiencia de Jorge con la jueza de cuyos designios depende su futuro.
La videoconferencia, entonces, en su triple valencia: puente de acercamiento y al mismo tiempo sucedáneo, en el sentido explorado por Baudrillard, del diálogo, de la intimidad. Y en tercer lugar, espejo de doble faz en el cual quien mira la puesta en escena de su interlocutor se ve actuando a sí mismo, pues ambos saben que el otro dice aquello que supone que al pariente le interesa escuchar.
El sucedáneo es apenas un simulacro de aquello a lo cual sustituye, algo así como el “falso vivo” utilizado por la Tv para aparentar una entrevista en directo. Todos los personajes actúan, durante el lapso que los “reúne” gracias a la tecnología, los roles que quisieran desempeñar, si bien en la vida real las cosas distan mucho de semejarse a esas ilusiones.
Así somos, así nos mostramos en ese gran teatro del mundo que decía Calderón de la Barca, en ese escenario de dementes, apuntaba Shakespeare. Solo que las pantallas han hecho del teatro la realidad, al reemplazar la comunicación por las figuraciones. De tal suerte, la narración despliega su significación dramática en virtud del juego entre el campo, el encuadre si se prefiere, y el fuera de campo, esto es la verdad enmascarada por las apariencias encuadradas.
La ópera prima de Villarroel accedió en 2010 a un financiamiento parcial de Ibermedia, fondo iberoamericano de apoyo a propuestas cinematográficas. Sin embargo, a renglón seguido el director cochabambino debutante tropezó con las usuales dificultades para obtener los restantes recursos. Por eso, el proyecto demoró cuatro años en cuajar.
La obstinación valió la pena pues, a pesar de no ser una obra perfecta, Norte estrecho entrega más altos que bajos. Es una producción cuidada, con varios aciertos de puesta. Tratándose de un relato centrado en historias personales los desempeños actorales están llamados a ser su sostén básico, y si bien Luis Bredow —con varios momentos de alto voltaje interpretativo en el papel de Jorge— y Carmen Salinas —conocida actriz mexicana en el de Charo— descollan fácil, el resto del elenco multinacional tampoco desentona.
Los diálogos son casi todos creíbles sin sermonear y la música suma a la melancolía, que es el tono prevaleciente, eximiéndose de protagonismos falsos y estridencias superfluas. Los otros rubros técnicos están trabajados con la prolijidad exigible a cualquier emprendimiento con afanes de pelear en serio un lugar en las pantallas.
El desenlace, previsible es cierto, con Jorge de regreso, semeja uno de los tópicos finales felices del cine comercial. Depende de la lectura del espectador extraer las conclusiones, aun si la aparente admisión implícita del discutible lugar común de “más vale malo conocido que bueno por conocer” puede disgustar, al haber tomado partido por un corolario simplista en definitiva.
Ficha técnica
Título original: Norte estrecho. Dirección: Omar L. Villarroel. Guión: Omar L. Villarroel, Juan Cristóbal Ríos Violand. Fotografía: Daniel Abbott. Montaje: Juan Pablo Dibitonto. Música: Alejandro Rivas Cottle. Diseño: Omar L. Villarroel. Arte: Carlos Guillén, Iván Siacara. Maquillaje: Jessie Harris. Efectos: Ismael Cabrera. Producción: Omar Villarroel, Alejandro Loayza. Intérpretes: Luis Bredow, Carmen Salinas, Federico Saslavsky, Pablo Fernández, Jorge A. Jiménez – BOLIVIA/2014.