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Pasante de moda

Comedia soft, amable, entretenida a ratos: pareciera existir una coincidencia general acerca del último emprendimiento de Nancy Meyers. Ahí terminan empero los acuerdos y se instala la discusión. El resultado, anotan algunos, es la consecuencia de la filmografía de Meyers, atenida a los medios tonos en el abordaje de las contrariedades de gente de buen pasar apesadumbrada por cuestiones que tienen sin cuidado al grueso de los peatones afanados por sobrevivir. ¿Recuerdan aquella telenovela titulada Los ricos también lloran? Por ese lado va la cosa.

Tal resultado, aseveran los más, es fruto de la violencia ejercida por la directora sobre las reglas de su marco diegético, lo que reduce Pasante de moda a una impostura, producto a su vez del fingido interés argumental por asuntos no exentos de significación, pero en esta película recurridos con mero sentido utilitario. El vergonzoso trato de esta nuestra egoísta sociedad hacia los adultos mayores, a los que desecha sin miramientos a una edad cada vez más temprana en lugar de aprovechar su experiencia, sus conocimientos y su madurez acumulada a lo largo de muchas décadas. O la vigencia de rígidos prejuicios sobre la mujer profesionalmente exitosa, mirada con menoscabo de sus méritos personales, amén de sentirse culpabilizada por dejar de lado sus roles “específicos” de ama de casa y madre.

Ordenémonos. Ben Whittaker, viudo de 70 años, libre de apreturas económicas, se siente aburrido e insatisfecho pues considera que todavía puede trabajar —lo único que hizo a lo largo de su vida— conservándose así útil para la sociedad. Decide entonces probar suerte en la convocatoria a pasantías para jubilados promovida por cierta empresa de venta de ropa.

Jules, la gerenta de la empresa, enfrenta dos dilemas: seguir lidiando en solitario con las dificultades producto de la vertiginosa expansión del negocio o atender al reclamo de los inversores para contratar un asesor solvente. Y, por otra parte, reconducir la relación de pareja averiada por el resentimiento de su marido, a cargo de la hija de ambos luego de poner un alto a su carrera a fin de facilitar la dedicación íntegra de Jules a la empresa.

Elegido de inmediato y a pesar de ellos por un comité de yuppies —que a lo sumo acumulan la mitad de los años del candidato— para hacerse cargo de la asesoría, Ben revierte pronto las desconfianzas iniciales ganándose la simpatía general gracias a su don de gentes y a su sabiduría sin límites.

En ese punto la trama amaga anunciar un encontronazo generacional entre ambos protagonistas, provocado por los recelos de la hasta entonces jefa única e indiscutida, y por las opuestas maneras de manejo gerencial. Pero no pasa nada, puesto que en lugar del buceo Meyers prefiere retozar siempre en la superficie. Podía haberle sacado mejor partido a la secuencia de la prueba del setentón examinado por unos recién graduados si de verdad le hubiese importado ahondar en las fronteras etarias.

Peor les va, a la directora y a los espectadores, cuando la película finge meter el palo en el avispero de los preconceptos sobre lo que la mujer puede y debe hacer. Puro ademán sin voluntad cierta de adentrarse en honduras, de exponerse a alguna picadura. De la simulación da cuenta, entre otros desbarres, la parrafada largada por Jules acerca del valor de la independencia femenina, seguida pocos minutos después por una secuencia, dizque cómica, en torno a las impericias de una señora al volante.

Jules y sus secretarias lloran fácil, lo cual no impide a la primera sentenciar “odio a las mujeres que lagrimean en el trabajo”, aparente autoironía sobre el cliché, empastelada también cuando Ben —quien se proclama feminista— declara “las mujeres lloran” y a renglón seguido, en vena de chistoso, añade llevar siempre consigo una sábana por si fuera preciso atender algún descontrol de esos seres incapaces de refrenar sus sentimientos.

El guión —de la misma Meyers— peca de errático, dispersándose en anécdotas y personajes secundarios sin peso ni función dramática, lo cual extiende el metraje bastante más de lo conveniente, sobre todo en el último tercio de sus dos horas y algo de duración, con al menos 20 minutos prescindibles.

Estilísticamente la puesta tampoco osa apartarse un milímetro de los convencionalismos narrativos, y esto suma a la chatura general de un trabajo confiado tal vez en la eventualidad de que sus protagonistas se las compongan para sacar las papas del fuego. A De Niro le sientan mejor estos roles suaves, despojados de la crispación que en sus últimas apariciones lo mostraron gesticulando en demasía con un limitado y reiterativo repertorio histriónico de muecas. Así y todo su Ben carece de aristas y volumen, aun cuando trasciende de la función de asesor gerencial a consultor sentimental de Jules. Hathaway invierte un mayor empeño, sin zafarse por entero de los escollos del guión, que la fuerzan a cambiar de tono según las oscilaciones, a menudo caprichosas, de la trama.

En su momento, allá por mediados de los 90 del siglo pasado, Meyers y sus colegas Nora Ephron y Penny Marshall despertaron gran expectativa al dar la impresión de traer de la mano un nuevo momento inaugural de la comedia romántica, con una mirada propia de mujer a los avatares de la vida cotidiana. La eventualidad quedó en escarceo no más, y de las tres fue justamente Meyers la primera en evidenciar que se trataba de un espejismo. Los tiempos tampoco estaban para bollos, ni para grandes proyecciones autorales con los atascos de la producción independiente, acorralada por la gran industria en pleno proceso de ocupación hegemónica de circuitos vía las megacorporaciones para las cuales la industria del entretenimiento es apenas parte de sus múltiples rubros de inversión.

En cualquier caso Ephron y Marshall mantuvieron un tiempo el ímpetu y luego fueron haciendo mutis por el foro, mientras la directora de Pasante de moda, desde hace rato ya mejor conceptuada como guionista, persiste en despeñarse en esta suerte de caída libre al vacío no interrumpida por un pasatiempo llevadero, intrascendente y minado de guiños engañosos.

Ficha técnica

Título original: The Intern. Dirección: Nancy Meyers. Guión: Nancy Meyers. Fotografía: Stephen Goldblatt. Montaje:  Robert Leighton.   Diseño: Kristi Zea. Arte: W. Steven Graham, Doug Huszti. Efectos: Fred Buchholz,  Ryan Andersen. Música: Theodore Shapiro. Producción: Celia D. Costas, Suzanne McNeill Farwell, Stefan Mentz. Intérpretes: Robert De Niro, Anne Hathaway, Rene Russo, Anders Holm –USA / 2015.