La arcilla se transforma en las manos de la artista Lourdes Montero para adoptar formas que van mucho más allá del objeto utilitario y transformarse en algo que trasciende. “Uno se sorprende cómo una vasija se convierte en algo superior y rompe las formas tradicionales de lo utilitario. Hay un punto en el que ya no es un trabajo alfarero, sino es arte”, explica la ceramista, quien trabaja en su taller del barrio paceño de Koani. De ahí salió hace un mes su más reciente colección de obras, Vasijas, contenedores de vida, que presentó en su primera exposición individual, en la galería Crearte de La Paz.

La artista se acercó a la cerámica de niña en Santa Cruz, pero se introdujo por completo en ella cuando se fue a estudiar a México. “Es una cuestión de disciplina. Pasé tres meses amasando arcilla y torneando 100 vasos hasta que me salieran bien en el Taller Experimental de Cerámica con el maestro Alberto Díaz de Cossío Carbajal, muy reconocido en ese país”, dice la ceramista, quien obtuvo una mención en el premio Eduardo Abaroa por su trabajo.

Para Montero, la belleza es algo fundamental en su producción, y por eso se fija mucho en ese aspecto. “Lo que creas con la cerámica es un espacio vacío, esa es su esencia. No es la vasija en sí, sino la luz y la sombra en el interior que existen dentro de un objeto que concibes tridimensional. Cuido mucho sus formas”.

Para realizar sus obras, la artista trabaja con torno eléctrico y con un horno especial refractario, que puede llegar hasta los 1.300 grados. “La arcilla, que es tierra, tiene una fortaleza única. La temperatura se adecua a lo que quieras hacer. Una maceta tradicional cuece a 700 grados y por eso no se rompe. Una escultura muy delicada necesita 900 grados, sin embargo se debe cuidar bien de que la arcilla no tenga aire porque entonces se rompe dentro del horno”.

En los trabajos de Montero lo orgánico tiene un papel muy importante, y el medio ambiente marca sus creaciones. “Las líneas son una creación del ser humano, pero la naturaleza tiene curvas y volúmenes y marca mi trabajo, imagino que eso tiene que ver con que crecí en el oriente de Bolivia, con el verde y lo exuberante”, comenta la creadora.

Los colores destellan en los objetos de la artista: azul, ocre, verde, rojo… “Los hay los que se venden mejor, pero también existe el desafío del ceramista de crear sus propios tonos. Usar óxidos para preparar y hacer mezclas químicas. Entre los ceramistas guardamos el secreto del color que cada uno crea”.