Friday 19 Apr 2024 | Actualizado a 09:20 AM

Les Luthiers sin esmoquin

Los miembros originales y las incorporaciones del grupo argentino reflexionan y bromean sobre su presente y su futuro mientras viajan por España en la primera gira sin David Rabinovich

/ 8 de noviembre de 2015 / 04:00

Los cuatro genuinos integrantes de Les Luthiers se han citado para debatir sobre el futuro del grupo. Aún no se han vestido con su ropa de escena. Van llegando puntuales al estrecho camerino asignado a Marcos Mundstock en el Auditorio de Oviedo, donde el día anterior comenzó su recorrido español 2015-2016. Es la gira más difícil: la primera sin Daniel Rabinovich, el notario que se convirtió en humorista. Y un momento clave para el grupo.

Apenas han transcurrido ocho semanas desde que Rabinovich falleció a los 71 años. En sus últimos meses de enfermedad, planteaba a sus compañeros la posibilidad de que este grupo humorístico argentino crease unas “franquicias Les Luthiers”, algo así como los elencos de El Circo del Sol que actúan por el mundo con diferentes artistas, pero una idea común y un espectáculo idéntico. La reunión empieza a programar ese proceso, aún incipiente, pero que se acelerará en 2017, cuando se cumplan 50 años de Les Luthiers en el escenario.

Los cuatro luthiers dueños de la marca comienzan elogiando a los dos incorporados: Tato Turano y Martín O’Connor, quienes se reparten los papeles de Rabinovich. Mundstock, Maronna, López Puccio y Núñez Cortés recuerdan satisfechos, pero también inquietos, que las risas del público siguen surgiendo en el mismo momento en que las desataba Ravinovich, el inolvidable Neneco para ellos y para todos sus amigos. Lo toman como una cierta cura conjunta de humildad.

Se refieren a sí mismos como personajes. Por ejemplo, Mundstock comenta: “Cuando Marcos se pone la capa del primo de Drácula…”, y ese Marcos no es él, sino el otro Marcos, el que aparece en escena. Y el Marcos que se pone la capa causa la carcajada porque su histrionismo contrasta con la seriedad desternillante del Marcos locutor que presenta cada escena, y que sí que es Marcos la persona. Los Luthiers temen que no ocurra igual cuando la capa la vista un reemplazante que no ha sido antes Marcos el locutor y persona. Habrá que probar.

Están felices también con los dos nuevos reservas (Roberto Antier y Tomás Mayer-Wolf). Tanto estos últimos como Turano y O’Connor cuentan con mucha experiencia en escena; trabajaron antes como músicos, cantantes y actores. O’Connor y Turano llevan años supliendo bajas temporales del elenco y ya se pueden considerar miembros estables de la formación. Ahora se trata de que los otros dos se fogueen para el día en que les toque sustituir a alguien.
Antier es instrumentista, cantante y actor. Todos elogian su entusiasmo y su confianza en que estará pronto a la altura de Mundstock, a quien comenzará sustituyendo en el papel del primo de Drácula durante la escena La redención del vampiro. Y en esta reunión establecen qué día de la gira se enfrentará a su primera prueba con público y cómo se irá desarrollando su incorporación paulatina.

También debaten sobre cómo presentarlo. ¿Debería anunciarlo una voz al comienzo del espectáculo? ¿Debería saludar con los demás al principio, pese a participar solo en una escena? De momento, eso lo dejan pendiente. Desde luego, Antier parece entusiasmado con la idea de su estreno. Mientras se desarrolla la reunión en el camerino estrecho, él ya se mueve por el trascenio ataviado con la capa y acciona divertido el interruptor que la convierte en luminosa. Parece sentirse ya un verdadero luthier.

INDEPENDENCIA. Los miembros del grupo casi nunca viajan todos juntos, rara vez se alojan en el mismo hotel y solo excepcionalmente se reúnen para comer o cenar. Hace años un psicólogo les sugirió unas normas que incluyen la máxima libertad personal, siempre que todos cumplan con las obligaciones comunes. Durante mucho tiempo hicieron “terapia institucional” en Buenos Aires. Y Mundstock aclara ahora: “Pero ya hace bastante que nos dimos el alta”.
La primera obligación de esta gira está anotada: una rueda de prensa en el Palacio de los Deportes de Madrid. Cada cual elige su vuelo y su alojamiento, dentro de la amplia gama de posibilidades que les facilita el director de producción. En Oviedo, por ejemplo, se reparten en tres hoteles.

Mundstock viaja acompañado por su esposa, Laura Glezer, y por la hija de ambos, Lucía, hincha del Madrid. Tienen una cita irreemplazable: el derbi Atlético-Real Madrid. Así que aterrizan el domingo por la mañana y asisten al partido por la noche en el estadio. Los demás van llegando, uno a uno, al aeropuerto de Barajas. En total viajan los seis luthiers (algunos de ellos, con sus parejas), los dos reemplazantes, el director de producción y nueve técnicos. En Madrid se suman Pablo Maronna (hijo de Jorge Maronna), gerente general en España, y el equipo local de sonido y luminotecnia contratado para esta gira (otras seis personas).

Desde Argentina vienen cinco toneladas de material y 24 maletas con pertenencias personales. Cada instrumento musical ha sido envuelto en su embalaje a medida, con cuidadosa protección para los instrumentos informales: el bolarmonio, el latín o violín de lata, la violata o viola de lata… Todos los objetos y aparatos necesarios para este espectáculo, titulado ¡Chist!, se transportarán luego por carretera en dos grandes camiones.

La rueda de prensa de Madrid se desarrolla con veinte fotógrafos y se remata con un asado argentino del que participan los periodistas. Al terminar, un autocar traslada enseguida a todo el equipo hasta Oviedo. Para no hacer paradas, llevan dos conductores: “No podemos perder tiempo, en Oviedo nos esperan una rica fabada y el arroz con leche”.

La gente no suele reconocerlos por la calle sin vestir sus característicos esmóquines de escena. Pero sí lo hace el periodista mexicano Adalberto Ríos, considerado el más importante fotógrafo documentalista de su país. Está de vacaciones por España y les toma unas fotos cuando coinciden a la salida del hotel. Luego, cada cual hace su vida. Algunos van a comprar un par de regalos porque esa noche, después de la función, tendrán doble fiesta de cumpleaños. Coinciden los de Carlos López Puccio y Lucía Mundstock, la hincha madridista de 23 años que se prepara para una carrera como actriz.

TRADUCCIÓN. Esa misma noche empieza el espectáculo. Cuando Mundstock presenta una de las canciones del imaginario Johann Sebastian Mastropiero, el teatro ríe con solo escuchar el nombre de este peculiar compositor. El luthier locutor se acompaña de una carpeta abierta que le facilita la lectura. ¿Lee realmente un texto, o se lo sabe de memoria al cabo de tantas actuaciones? “Sí, sí, lo leo”, explicará después. “Es la mejor manera de simular que estoy leyendo”.

Después de las primeras funciones, el conjunto argentino ha cambiado dos palabras del guion para adaptarlas al español de España. Cada vez que perciben un ruido lingüístico, se aprestan a corregirlo. En el estreno y en la segunda función dijeron “financista”, y en la tercera usarán ya “financiero”. Y también abandonan el término “hotel” (motel) para decir en su lugar “picadero”… que ya habían utilizado en España hace años, pero no lo recordaban.

En esa misma función, mientras tres de los luthiers se hallan en escena con uno de los números, de repente los otros dos —Maronna y López Puccio— necesitan ensayar el que han de representar ellos dos poco después. Se titula Solo necesitamos (una parodia de la música hippy). Les ha sobrevenido cierta inseguridad porque estrenan esa canción en España y la han retocado respecto a versiones anteriores. Se sitúan en uno de los laterales del escenario, cierran las puertas y cantan. Les sale perfecto. Dos minutos después la repiten ante el público.

Terminan esa intervención y López Puccio se sienta en una silla y al rato suelta una carcajada tras uno de los chistes. Pero ¿cómo es posible que aún se ría, si tiene que saberse la función entera de memoria? “Me río”, contesta, “porque en este número suelo volverme al camerino y hacía mucho que no lo veía. Es muy gracioso”.

Esa silla que deja Puccio para regresar al escenario la ocupa poco después O’Connor, que acaba de regresar desde las luces y cuenta lo que acarrea sustituir a Rabinovich: “¡Me han ayudado todos tanto…!”. Y lo dice con tanta sinceridad que es imposible no sentir también el deseo de echarle una mano en lo que haga falta.

La función termina entre aclamaciones, como los dos días anteriores. Apenas siete minutos después ya están todos vestidos con ropa de calle y subiendo al minibús que les llevará a un restaurant para celebrar los dos cumpleaños con una opípara cena. En el trayecto acaban hablando sobre bancos y barcos, no se sabe bien por qué, hasta que uno de ellos remata el tema: “¿Cómo es posible que los barcos les hayan quitado a los bancos el monopolio del verbo atracar?”.

Un par de días antes, el representante y gerente del grupo, Lino Patalano, se había reunido con el concejal de Cultura de Oviedo, quien le propuso que el grupo celebre en el prestigiosísimo teatro Campoamor de Oviedo sus 50 años en escena, que se cumplen el 4 de septiembre de 2017.
Para entonces, los miembros históricos del grupo desean seguir trabajando si el cuerpo lo permite, para lo que son de gran ayuda las incorporaciones y un eficiente sistema de reemplazos. De esta forma se garantizarían algunos años más, para que el público de Les Luthiers siga disfrutando de un espectáculo donde se ofrece algo tan valioso como escaso: dos horas continuas de felicidad.

Temas Relacionados

Comparte y opina:

Sobre la prensa escrita y en internet: Optimismo para salvar a los medios

La autora no vacila en afirmar que ‘el papel está sin duda destinado a desaparecer’, pero (y esto ya constituye una  interpretación del que escribe) una cosa es que los diarios impresos lleven camino de morir y otra que los asesinemos.

/ 29 de febrero de 2016 / 18:12

La sola perspectiva de leer el libro Salvar los medios de comunicación alegrará el camino del periodista español en cuyas manos haya caído. Pero necesitará una cierta dosis de optimismo para mantener esa sensación al terminarlo.

Los diarios impresos no dejan de perder ejemplares, y los diarios digitales no dejan de ganar lectores. Sin embargo, esa transfusión no ha resultado precisamente beneficiosa para los medios que publican sus informaciones y sus artículos en ambos soportes. Los miles de lectores que abandonan el papel para pasarse a la pantalla no se llevan consigo los ingresos que representaban (antes se les cobraba por lo que ahora reciben gratis). Ni siquiera los ingresos indirectos derivados de la publicidad.

Los anuncios rimbombantes sobre el número de lectores de un diario en internet pueden deslumbrarnos, pero los publicistas saben lo que hay detrás. Y la ensayista francesa Julia Cagé, doctora en Economía por Harvard y autora del libro, lo desentraña muy bien desde el principio.

Las cifras de ciberlectores de un diario se cuentan en millones, mientras que los compradores de la edición impresa apenas suman unos cientos de miles. Se manejan para ello, en el lado de internet, los conceptos “visitas totales”, “páginas leídas” o “visitantes únicos”. Este último es el más ajustado, y aun así lleva también su truco. Por ejemplo, Le Monde (según los datos del libro) suma más de ocho millones de visitantes únicos al mes. Pero estos “visitantes” cursan una media de ocho visitas en todo ese periodo, por lo cual la cifra media de visitantes cotidianos se queda en 1,5 millones. Y, además, la media de estancia de cada uno no supera los cinco minutos.

En la acera del papel, Le Monde vende 300.000 ejemplares, pero cada uno de ellos lo lee una media de seis personas. Por tanto, la suma da un público de 1,8 millones. ¡Superior a la de la versión digital! Además, un lector del diario impreso permanece en contacto con sus páginas (y con su publicidad) entre 25 y 35 minutos. Y las “páginas vistas” suelen ser todas.

Muchos anunciantes aprecian las ventajas de internet, y por eso se van a Google, a YouTube… a fin de aprovechar su mayor eficacia y precisión. Así que, según Julia Cagé, la solución parece inevitable: “Los contenidos de pago son el futuro de una industria de la que está huyendo la publicidad”. (Y eso que el libro no recoge la llegada de programas que la bloquean para no molestar al usuario). Todo lo cual convive con otra afirmación igualmente preocupante: “Hoy ya nadie está dispuesto a pagar por obtener información”.

Pese a todo, muchos diarios empiezan a no valorar el producto donde la información todavía se paga: el papel. Y por eso su calidad y sus redactores, según Cagé, comienzan a descender. Ella no vacila en afirmar que “el papel está sin duda destinado a desaparecer”, pero (y esto ya constituye una interpretación del arriba firmante tras leer la exposición de la autora) una cosa es que los diarios impresos lleven camino de morir y otra que los asesinemos.

En cualquier caso, señala la ensayista, “lo importante es que se produzca información de calidad”, independientemente del soporte. Desde luego. Pero ¿cómo se garantiza eso con las actuales caídas de ingresos? Julia Cagé construye en la segunda par-te de su obra una propuesta que puede resultar muy verosímil si uno se imagina francés y altamente improbable si regresa de inmediato a su ser hispano.

En resumen, se trata de considerar a los medios informativos como un bien público (equiparables a la universidad); y de crear unas entidades sin ánimo de lucro (tipo fundación) que se nutran de fondos allegados gracias a enormes ventajas fiscales, mediante inversiones privadas irrecuperables; con topes en los derechos de voto, pero no en las aportaciones, con una prima de presencia accionarial para los pequeños donantes, con recapitalizaciones del mismo tenor en caso de pérdidas y con una gestión profesional independiente.

¿Pero quién nombra a esos gestores? Se supone que los propios promotores del medio, que deberán seducir a los inversores afines a su proyecto (ya sean un grupito de potentados o una muchedumbre de concienciados; atraídos en ambos casos a la colecta por el anzuelo de influir en el medio, aunque con restricciones para impedir una hegemonía indeseada).

Así explicado, esto puede parecer un sueño. No obstante, Julia Cagé lo sostiene con documentación y rigor. Su juventud (31 años) no impide adivinarle en este ensayo una sólida formación académica y personal. La autora nos sorprende con su mirada distinta, idealista, creativa; y con su propuesta tal vez salvadora. Pero quizá primero en un país con más experiencia en ver a la prensa como un bien cultural digno de ser protegido con neutralidad.

(*) Alex Grijelmo, es escritor y periodista español.

Comparte y opina: