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También gracias a los arqueólogos

La illa del Ekeko volvió de Suiza no solo por las oraciones de los apus y achachilas

/ 9 de noviembre de 2015 / 04:00

Motivo de satisfacción y beneplácito fue y es la restitución de la llamada illa, pequeña escultura prehispánica de la cultura Pukara. Es justo congratularnos por un hecho prácticamente sin precedentes en la historia de la arqueología boliviana salvo por las piezas que se recuperaron junto a los textiles de Coroma, de ello hace ya tiempo. Pero por detrás de cada una de las grandes o pequeñas acciones en el ámbito internacional hay gente que encamina los resultados favorables. Están quienes señalan el objetivo, los que se mueven entre las partes, y quienes abrigan fe y esperanza, oran, gritan y lloran.

También están los especialistas: los futbolistas que patean, los intelectuales que investigan… Todos, unos más que otros, importantes en la consecución de las metas. Olvidar a alguna de esas partes es caer en injusticia.

En el caso de la illa sucedió que el antropólogo Cancio Mamani, investigando sobre el Ekeko y la Alasita, cayó en un libro del gran Ponce Sanginés de 1969, en el que se refería a varias esculturas que serían los antecedentes de los actuales ekekos. Una de ellas, tal vez la más antigua, se decía que había sido robada hace más de siglo y medio de Tiwanaku por un viajero y estudioso suizo de apellido Von Tschudi que se la llevó a Berna, Suiza, donde permaneció expuesta al público en el Museo Histórico junto a cientos de otras reliquias de todas partes del mundo.

Para Mamani aquello no era correcto, más aun tratándose de una de las más antiguas representaciones de la importante deidad andina, y pensó que debería recuperarse. Expuso su idea a la entonces ministra de Culturas Elizabeth Salguero, quien, sin embargo, dejó el cargo al poco tiempo. Empero, como los dioses andinos también mueven sus hilos, hicieron que Salguero fuese nombrada más tarde embajadora de Bolivia en Alemania y Suiza. Estando allí retomó la idea y se puso manos a la obra. Visitó a las autoridades suizas, propició reuniones… coordinando siempre con las autoridades bolivianas, quienes tomaron el proyecto como un asunto de Estado.

En enero de 2014 una comisión boliviana encabezada por el vicecanciller Juan Carlos Alurralde; el viceministro de Descolonización, Félix Cárdenas; la embajadora y dos guías espirituales aymaras, viajó a Suiza. Al día siguiente de su retorno a La Paz, el vicecanciller me dijo que el director del Museo de Berna se había mostrado poco receptivo a la idea boliviana de la devolución de la estatuilla. Los argumentos bolivianos, basados en el folklore, no habían convencido a la autoridad suiza, quien reclamaba un documento con bases científicas que sustentasen la demanda boliviana. En ese momento Alurralde inquirió sobre mi participación en la elaboración de ese documento.

Días después me llamó el propio Cancio Mamani y junto con el viceministro Cárdenas reiteraron la solicitud. Un correo electrónico de la embajadora Salguero refrendaba la petición para que me encargara del documento que sustentase el reclamo boliviano ante las autoridades suizas, no solo desde el punto de vista arqueológico sino también desde la historia de la arqueología boliviana, que son cosas distintas. Los suizos convocaron a otros especialistas, pero el Gobierno boliviano había contratado mis servicios. Creo que en ningún momento defraudé la expectativa, ni en términos de lapsos ni de rigurosidad, evacuando un amplio informe que fue presentado al museo.

Para entonces la correspondencia con la embajadora era muy nutrida. A ella le agradezco haberme provisto de buena parte de la documentación que se usó en el producto final. En mi archivo electrónico hay varios importantes correos, como uno del 5 de junio donde Salguero dice haber presentado mi informe a la dirección del museo. “Al parecer, su informe es el mejor”, señala la nota. Cinco días después, con el don de gentes que posee, la embajadora me escribía: “¡Un millón de gracias! usted se merece un lugar especial en la historia si logramos la recuperación de la illa del Ekeko”. A fines de 2014 arribaba la valiosa pieza a La Paz, y era el Jefe del Estado en persona el encargado de presentarla ante los medios de comunicación.

Ha pasado casi un año. Hace unos días recibí un elegante sobre con el escudo boliviano estampado, con el que se me invitaba al estreno del documental El espíritu llama desde lejos que, según reza el afiche, “relata todo el proceso de recuperación de la illa”. Según el mismo, su retorno se debió única y exclusivamente a las oraciones, a los apus y achachilas, a la actuación de las autoridades gubernamentales y, en menor medida, a los antropólogos convocados por los suizos. Es más, en parte saliente se les dice a los suizos: “Hay que entender que lo que ustedes llaman científicos, nosotros lo llamamos yatiris”. En otras palabras, en Bolivia no existirían científicos, y todo lo lograron los yatiris.

Aún guardo la esperanza de que, en un futuro no muy lejano, este Gobierno reconozca abiertamente la participación de los especialistas en las distintas esferas del acontecer nacional, incluida la arqueología, hoy dejada de lado.

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¿Cómo se dice adiós a un amigo?

Mario Montaño Aragón fue un destacado antropólogo y lingüista boliviano.

/ 20 de octubre de 2013 / 04:00

Acababa yo de llegar a Oruro desde Llallagua, cuando supe la infausta noticia de la partida definitiva de don Mario Montaño Aragón. Tras arribar a La Paz, aún con los botines llenos de polvo, encaminé mis pasos hacia donde se hallan sus restos. Sabía que ello no le ofendería, todo lo contrario. Recuerdo que se vanagloriaba de conocer el país “palmo a palmo”, y aunque obviamente es una metáfora, don Mario caminó y trajinó por los nueve departamentos, y por cada una de sus provincias.

Y en ese trajinar conoció personas, comunidades, lugares de paisaje diverso, expresiones folklóricas, sitios arqueológicos, y mucho más. Con diligencia documentó toda la información posible y una vez tabulados los datos los vertió al papel convirtiéndolos en libros como Antropología boliviana o su más importante legado: Guía etnográfica y lingüística.

Pero los títulos que salieron de su pluma fueron muchos más, de los cuales se me viene a la memoria: Raíces semíticas de la religiosidad aymara y kichua y Diccionario de mitología aymara. Sus artículos y conferencias pueden contarse por cientos. Y es que se interesó por diversos temas sobre los que sus interpretaciones fueron plausibles unas veces y otras no. Pienso en el yacimiento lítico precerámico que descubrió en Botijlaca, y que poco interés despertó por parte de los investigadores. También pienso en la llamada Fuente Magna que se halla en un museo paceño, y que él la atribuyó a la tradición mesopotámica, aunque nunca se tradujeron sus supuestos “textos”. Pienso también en sus acertadas cavilaciones sobre la whipala que de prehispánica no tiene nada. Y así, podríamos estar un largo rato acordándose de los temas que abordó.

Como lingüista creo que fue excepcional, manejaba una decena de idiomas nativos y también  incursionó con éxito en lenguas extranjeras. Otra de sus virtudes fue la gran capacidad de orador. Construía con facilidad y propiedad frases y las adornaba con delicado gusto. Muchas veces fue un arma que usó para ridiculizar alguna idea antagónica o a su poseedor.

Pero no se crea que don Mario era un tipo rudo, aburrido y/o serio. Tenía sentido del humor y especial amabilidad. En lo particular, conmigo siempre tuvo un trato cordial, desde que le conocí hacia 1981 en el primer congreso de arqueología al que asistí como expositor y que se celebró en Copacabana. De allí en adelante estuvimos juntos muchas veces en diferentes actividades, construyendo poco a poco lo que con orgullo puedo decir que fue una amistad sincera. Creo que fue un privilegio haberle conocido.

Hoy se nos adelantó en la partida. Hace unos años, frente al lecho de muerte de don Antonio Paredes, Mario Montaño exclamó: “La obra de Antonio es única porque él recorrió por todos los pueblos de Bolivia para rescatar sus tradiciones y costumbres. Ha muerto un hombre de bien, paz en su tumba”. Sin querer había indicado su propio epitafio.

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El Dakar y la arqueología

El rally Dakar, a su paso por Chile, destruyó un invalorable patrimonio arqueológico

/ 26 de mayo de 2013 / 04:00

El rally Dakar es una competición en la que automóviles, motos, cuatrimotos y camiones se lanzan a campo traviesa por zonas arenosas, de roca, barro y vegetación, arrasando prácticamente con lo que se pone a su paso.

Y eso precisamente es lo que sucedió en una anterior versión del Dakar, luego de la cual arqueólogos chilenos constataron que se había destruido invalorable patrimonio cultural.

Ello hizo que el Colegio de Arqueólogos de Chile se hiciera parte del recurso de protección que interpusieran en la Corte de Apelaciones un ecologista y la Fundación Patrimonio Nuestro, en contra de la versión 2014 del Dakar que tenía que pasar por Chile, gracias a lo cual ya no se correrá en ese país.

Con antelación, los arqueólogos peruanos habían tomado similar iniciativa, pero entiendo que al menos se ha de amortiguar el impacto arqueológico en ese país.

Una amiga chilena, la antropóloga física Tamara Pardo, me comenta que los arqueólogos de su país hicieron un recorrido por el tramo en que se iba a correr, pero los organizadores cambiaron la ruta a último momento temiendo que se filtrara información ,y por tanto, la prospección no sirvió de nada.

Bolivia no estaba inicialmente incluida en el recorrido, pero curiosamente abrió muy alegremente sus puertas a esta competición que, dicho sea de paso, es totalmente elitista (pues participar en ella cuesta arriba de los 30 mil euros) y contraria por tanto, a los ideales socialistas que dice enarbolar el gobierno actual.

Se ha dicho en las últimas horas, además, que no pasaría por Tupiza, ni por Uyuni y tampoco por Villazón, poblaciones que se estaban “afilando” por las jugosas ganancias que les dejaría el turismo. El Gobierno había declarado al evento nada menos que “prioridad nacional”, invirtiendo 18,5 millones de bolivianos para que la competencia apenas pase por la cordillera de Lípez hasta llegar a Uyuni entre el 12 y 13 de enero.

¿En qué se han invertido, o se invertirán, esos 18,5 millones de bolivianos? Creo que no se ha explicitado suficientemente. Con esa cifra, sin embargo, muchos sitios arqueológicos que en nuestro territorio están en peligro de desaparecer, podrían al menos conservarse. Me he lamentado, en otras oportunidades, por el mal estado de conservación de cientos de sitios, incluyendo los más importantes que tiene Bolivia, como los Monumentos Nacionales, que están echados al olvido pues a los anteriores gobiernos no les interesó, y menos a éste. Sin embargo, son los vestigios de nuestros antepasados, y por tanto, nuestra historia.

Volviendo al Dakar, lo peor es que, para variar, no se ha hecho ningún estudio de impacto ambiental, y menos de impacto arqueológico. En la anterior versión, 207 sitios arqueológicos fueron impactados en Chile. No sabemos cuántos podrán impactarse en nuestro territorio bajo el entusiasta impulso del propio Ministerio de Culturas, algo paradójico.

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El rally Dakar, a su paso por Chile, destruyó un invalorable patrimonio arqueológico

/ 26 de mayo de 2013 / 04:00

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Y eso precisamente es lo que sucedió en una anterior versión del Dakar, luego de la cual arqueólogos chilenos constataron que se había destruido invalorable patrimonio cultural.

Ello hizo que el Colegio de Arqueólogos de Chile se hiciera parte del recurso de protección que interpusieran en la Corte de Apelaciones un ecologista y la Fundación Patrimonio Nuestro, en contra de la versión 2014 del Dakar que tenía que pasar por Chile, gracias a lo cual ya no se correrá en ese país.

Con antelación, los arqueólogos peruanos habían tomado similar iniciativa, pero entiendo que al menos se ha de amortiguar el impacto arqueológico en ese país.

Una amiga chilena, la antropóloga física Tamara Pardo, me comenta que los arqueólogos de su país hicieron un recorrido por el tramo en que se iba a correr, pero los organizadores cambiaron la ruta a último momento temiendo que se filtrara información ,y por tanto, la prospección no sirvió de nada.

Bolivia no estaba inicialmente incluida en el recorrido, pero curiosamente abrió muy alegremente sus puertas a esta competición que, dicho sea de paso, es totalmente elitista (pues participar en ella cuesta arriba de los 30 mil euros) y contraria por tanto, a los ideales socialistas que dice enarbolar el gobierno actual.

Se ha dicho en las últimas horas, además, que no pasaría por Tupiza, ni por Uyuni y tampoco por Villazón, poblaciones que se estaban “afilando” por las jugosas ganancias que les dejaría el turismo. El Gobierno había declarado al evento nada menos que “prioridad nacional”, invirtiendo 18,5 millones de bolivianos para que la competencia apenas pase por la cordillera de Lípez hasta llegar a Uyuni entre el 12 y 13 de enero.

¿En qué se han invertido, o se invertirán, esos 18,5 millones de bolivianos? Creo que no se ha explicitado suficientemente. Con esa cifra, sin embargo, muchos sitios arqueológicos que en nuestro territorio están en peligro de desaparecer, podrían al menos conservarse. Me he lamentado, en otras oportunidades, por el mal estado de conservación de cientos de sitios, incluyendo los más importantes que tiene Bolivia, como los Monumentos Nacionales, que están echados al olvido pues a los anteriores gobiernos no les interesó, y menos a éste. Sin embargo, son los vestigios de nuestros antepasados, y por tanto, nuestra historia.

Volviendo al Dakar, lo peor es que, para variar, no se ha hecho ningún estudio de impacto ambiental, y menos de impacto arqueológico. En la anterior versión, 207 sitios arqueológicos fueron impactados en Chile. No sabemos cuántos podrán impactarse en nuestro territorio bajo el entusiasta impulso del propio Ministerio de Culturas, algo paradójico.

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Leer en el país del silencio

Un recuerdo y un homenaje al recientemente desaparecido escritor Jesús Urzagasti

/ 12 de mayo de 2013 / 04:00

Un día recibí una llamada  telefónica: “Habla Jesús Urzagasti del matutino Presencia. Hemos estado recibiendo artículos suyos y publicándolos. Nos interesa el tema que viene desarrollando, así que lo invito a colaborar con nosotros. Tendrá un espacio semanal en nuestro periódico ¿le interesa?”.

¡Claro que me interesaba! Y quedé muy agradecido, pues tenía ganas de difundir mis divagaciones sobre el Mundo Andino precolombino; pero a la vez algo asustado, ya que había aceptado escribir semanalmente, cosa que no había hecho antes.

Envié mi primer artículo un miércoles, como se me había indicado, y salió el domingo; y así ocurrió los siguientes domingos, sin que yo terminara de salir de mi sorpresa por haberme convertido en un colaborador oficial del que yo consideraba el mejor medio impreso por aquel entonces.

Cinco o seis semanas después recibí otra llamada. Esta vez era una mujer. “Le hablamos del departamento contable del periódico Presencia. No ha pasado a recoger su cheque.”

“¿Cuál cheque?”, pregunté. “Usted ha recibido una invitación oficial a escribir —me respondió—; por ello el periódico debe pagarle mensualmente”.
Me sentí feliz. ¡No sólo podía publicar, sino que me pagaban por hacerlo! No era mucho, pero en época de “vacas flacas”, cualquier mendrugo ayuda.

Mantuve mi columna por mucho tiempo, y hasta sostuve una interesante polémica con Juan Siles Guevara, historiador ya desaparecido.

Fue unos meses más tarde que conocí en persona a Jesús Urzagasti, y varias veces fui invitado a cenar a su casa. Jesús era afable, tenía una voz grave y la sonrisa fácil. No tardamos en hacer buenas migas. La primera vez que fui a su casa me obsequió uno de sus libros pero, irreverente e ignaro en materia de poesía o novela, apenas leí las primeras páginas.

Tuvieron que pasar 20 años para redescubrir a Urzagasti, de la mano de Rebeca Prada, una de mis docentes en la maestría sobre filosofía y ciencia política que estaba cursando. Confieso que aún soy ignaro en poesía y novela, y me he vuelto más irreverente con los años. Pero no pude ni puedo sustraerme al hecho de que los entendidos, aquellos de alma sensible, reverencien a Jesús Urzagasti como uno de los más grandes escritores que ha dado la patria. Su condición de “periférico” (dado que era chaqueño) le obligó a tramontar mundos en prolongados viajes no precisamente físicos y ello lo hacía alguien extraordinario. No es casual, por ello, que algunos de sus poemas figuren en antologías latinoamericanas y que haya sido escogido como uno de los diez mejores novelistas bolivianos.

Lo cierto es que uno nunca sabe en qué momento será tocado por alguien de tanta valía humana y profesional como Urzagasti, pero ese “toque” puede, sin duda, dar un giro a la vida, aunque sea de pocos grados. ¿Será posible el reencuentro? Si es así, espero, Jesús, que me enseñes cómo leer en el país del silencio.

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/ 12 de mayo de 2013 / 04:00

Un día recibí una llamada  telefónica: “Habla Jesús Urzagasti del matutino Presencia. Hemos estado recibiendo artículos suyos y publicándolos. Nos interesa el tema que viene desarrollando, así que lo invito a colaborar con nosotros. Tendrá un espacio semanal en nuestro periódico ¿le interesa?”.

¡Claro que me interesaba! Y quedé muy agradecido, pues tenía ganas de difundir mis divagaciones sobre el Mundo Andino precolombino; pero a la vez algo asustado, ya que había aceptado escribir semanalmente, cosa que no había hecho antes.

Envié mi primer artículo un miércoles, como se me había indicado, y salió el domingo; y así ocurrió los siguientes domingos, sin que yo terminara de salir de mi sorpresa por haberme convertido en un colaborador oficial del que yo consideraba el mejor medio impreso por aquel entonces.

Cinco o seis semanas después recibí otra llamada. Esta vez era una mujer. “Le hablamos del departamento contable del periódico Presencia. No ha pasado a recoger su cheque.”

“¿Cuál cheque?”, pregunté. “Usted ha recibido una invitación oficial a escribir —me respondió—; por ello el periódico debe pagarle mensualmente”.
Me sentí feliz. ¡No sólo podía publicar, sino que me pagaban por hacerlo! No era mucho, pero en época de “vacas flacas”, cualquier mendrugo ayuda.

Mantuve mi columna por mucho tiempo, y hasta sostuve una interesante polémica con Juan Siles Guevara, historiador ya desaparecido.

Fue unos meses más tarde que conocí en persona a Jesús Urzagasti, y varias veces fui invitado a cenar a su casa. Jesús era afable, tenía una voz grave y la sonrisa fácil. No tardamos en hacer buenas migas. La primera vez que fui a su casa me obsequió uno de sus libros pero, irreverente e ignaro en materia de poesía o novela, apenas leí las primeras páginas.

Tuvieron que pasar 20 años para redescubrir a Urzagasti, de la mano de Rebeca Prada, una de mis docentes en la maestría sobre filosofía y ciencia política que estaba cursando. Confieso que aún soy ignaro en poesía y novela, y me he vuelto más irreverente con los años. Pero no pude ni puedo sustraerme al hecho de que los entendidos, aquellos de alma sensible, reverencien a Jesús Urzagasti como uno de los más grandes escritores que ha dado la patria. Su condición de “periférico” (dado que era chaqueño) le obligó a tramontar mundos en prolongados viajes no precisamente físicos y ello lo hacía alguien extraordinario. No es casual, por ello, que algunos de sus poemas figuren en antologías latinoamericanas y que haya sido escogido como uno de los diez mejores novelistas bolivianos.

Lo cierto es que uno nunca sabe en qué momento será tocado por alguien de tanta valía humana y profesional como Urzagasti, pero ese “toque” puede, sin duda, dar un giro a la vida, aunque sea de pocos grados. ¿Será posible el reencuentro? Si es así, espero, Jesús, que me enseñes cómo leer en el país del silencio.

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