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También gracias a los arqueólogos

Motivo de satisfacción y beneplácito fue y es la restitución de la llamada illa, pequeña escultura prehispánica de la cultura Pukara. Es justo congratularnos por un hecho prácticamente sin precedentes en la historia de la arqueología boliviana salvo por las piezas que se recuperaron junto a los textiles de Coroma, de ello hace ya tiempo. Pero por detrás de cada una de las grandes o pequeñas acciones en el ámbito internacional hay gente que encamina los resultados favorables. Están quienes señalan el objetivo, los que se mueven entre las partes, y quienes abrigan fe y esperanza, oran, gritan y lloran.

También están los especialistas: los futbolistas que patean, los intelectuales que investigan… Todos, unos más que otros, importantes en la consecución de las metas. Olvidar a alguna de esas partes es caer en injusticia.

En el caso de la illa sucedió que el antropólogo Cancio Mamani, investigando sobre el Ekeko y la Alasita, cayó en un libro del gran Ponce Sanginés de 1969, en el que se refería a varias esculturas que serían los antecedentes de los actuales ekekos. Una de ellas, tal vez la más antigua, se decía que había sido robada hace más de siglo y medio de Tiwanaku por un viajero y estudioso suizo de apellido Von Tschudi que se la llevó a Berna, Suiza, donde permaneció expuesta al público en el Museo Histórico junto a cientos de otras reliquias de todas partes del mundo.

Para Mamani aquello no era correcto, más aun tratándose de una de las más antiguas representaciones de la importante deidad andina, y pensó que debería recuperarse. Expuso su idea a la entonces ministra de Culturas Elizabeth Salguero, quien, sin embargo, dejó el cargo al poco tiempo. Empero, como los dioses andinos también mueven sus hilos, hicieron que Salguero fuese nombrada más tarde embajadora de Bolivia en Alemania y Suiza. Estando allí retomó la idea y se puso manos a la obra. Visitó a las autoridades suizas, propició reuniones… coordinando siempre con las autoridades bolivianas, quienes tomaron el proyecto como un asunto de Estado.

En enero de 2014 una comisión boliviana encabezada por el vicecanciller Juan Carlos Alurralde; el viceministro de Descolonización, Félix Cárdenas; la embajadora y dos guías espirituales aymaras, viajó a Suiza. Al día siguiente de su retorno a La Paz, el vicecanciller me dijo que el director del Museo de Berna se había mostrado poco receptivo a la idea boliviana de la devolución de la estatuilla. Los argumentos bolivianos, basados en el folklore, no habían convencido a la autoridad suiza, quien reclamaba un documento con bases científicas que sustentasen la demanda boliviana. En ese momento Alurralde inquirió sobre mi participación en la elaboración de ese documento.

Días después me llamó el propio Cancio Mamani y junto con el viceministro Cárdenas reiteraron la solicitud. Un correo electrónico de la embajadora Salguero refrendaba la petición para que me encargara del documento que sustentase el reclamo boliviano ante las autoridades suizas, no solo desde el punto de vista arqueológico sino también desde la historia de la arqueología boliviana, que son cosas distintas. Los suizos convocaron a otros especialistas, pero el Gobierno boliviano había contratado mis servicios. Creo que en ningún momento defraudé la expectativa, ni en términos de lapsos ni de rigurosidad, evacuando un amplio informe que fue presentado al museo.

Para entonces la correspondencia con la embajadora era muy nutrida. A ella le agradezco haberme provisto de buena parte de la documentación que se usó en el producto final. En mi archivo electrónico hay varios importantes correos, como uno del 5 de junio donde Salguero dice haber presentado mi informe a la dirección del museo. “Al parecer, su informe es el mejor”, señala la nota. Cinco días después, con el don de gentes que posee, la embajadora me escribía: “¡Un millón de gracias! usted se merece un lugar especial en la historia si logramos la recuperación de la illa del Ekeko”. A fines de 2014 arribaba la valiosa pieza a La Paz, y era el Jefe del Estado en persona el encargado de presentarla ante los medios de comunicación.

Ha pasado casi un año. Hace unos días recibí un elegante sobre con el escudo boliviano estampado, con el que se me invitaba al estreno del documental El espíritu llama desde lejos que, según reza el afiche, “relata todo el proceso de recuperación de la illa”. Según el mismo, su retorno se debió única y exclusivamente a las oraciones, a los apus y achachilas, a la actuación de las autoridades gubernamentales y, en menor medida, a los antropólogos convocados por los suizos. Es más, en parte saliente se les dice a los suizos: “Hay que entender que lo que ustedes llaman científicos, nosotros lo llamamos yatiris”. En otras palabras, en Bolivia no existirían científicos, y todo lo lograron los yatiris.

Aún guardo la esperanza de que, en un futuro no muy lejano, este Gobierno reconozca abiertamente la participación de los especialistas en las distintas esferas del acontecer nacional, incluida la arqueología, hoy dejada de lado.