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Las montañas que ya no veremos

Los Andes de antes eran diferentes, eran paja y adobe y ahora son calamina y ladrillo. Muchos pueblos han sido reemplazados y modernizados pensando que es lo que se tenía que hacer, y yo me pregunto si será acertado. Lo mismo ocurre en la región amazónica y en los Yungas. Los Andes que conocí son los Andes que nunca volveremos a ver”, afirma Alain Mesili, un boliviano nacido en Francia que acaba de publicar un libro con casi 300 fotografías de muy alta calidad que resumen 48 años de fascinación por las montañas y sus habitantes, y que se titula Ayer los Andes.

Mesili fue periodista independiente y guía de alta montaña durante mucho tiempo, desde que llegó a Bolivia hasta hace bien poco. Antes, en París, ejerció como editor en la Universidad de La Sorbona, donde hizo estudios de Historia y Literatura, y de ahí le quedó el interés por los libros. Ha publicado 17, entre guías para andinistas, ensayos y libros de fotografía. Ayer los Andes tiene un enfoque especial porque es el primero que ha publicado solo con fotos en blanco y negro. “Mientras que el color resulta más adecuado para alegrar el ojo, el blanco y negro es lo más sublime que hay, es mucho más propicio para la reflexión”, dice, y pone de ejemplo cómo en los últimos años su uso se ha generalizado entre los fotógrafos, las galerías y los museos más importantes del mundo.

Mesili utiliza el blanco y negro como refuerzo de la reflexión que quiere provocar combinando la fotografía artística y la social, que retrata tanto a las montañas como a sus habitantes, porque siempre ha sido un hombre comprometido y de izquierdas. En Ayer los Andes se pueden contemplar varios ejemplos de esta forma de entender el mundo, pero más fotos sociales habrá en el próximo libro, que ya tiene preparado para publicar en julio y se titula Memoria de los Andes. Y más aún en el que completará la trilogía y estará dedicado a los mineros de oro en los glaciares de La Paz y, probablemente, también en el Beni.

Ayer los Andes tiene un tacto muy agradable. Se debe al papel que se utilizó, de primera calidad, específicamente fabricado para este tipo de libros y que se tuvo que importar de Alemania. Este papel pasó por una imprenta también especializada, que trabajó con tintas para fotografía y en un proceso que desde el comienzo manejó dos colores y no cuatro, como es habitual. Así, las imágenes ganan en precisión, no hay altibajos de tonalidades. “El proceso es una novedad en Bolivia, nunca se había impreso un libro de fotografías de esta calidad”, según Mesili, que se dice consciente de que también supone un riesgo comercial que no podría haber enfrentado sin el apoyo de Ministerio de Culturas y Turismo, porque ha sido “una inversión fuerte y no muy fácil de recuperar porque el público tiende a comprar obras en color”.

Cuando pasa por la lente de Mesili el paisaje habla, y con un acento poético bien fuerte, que impacta. “Se ve esta tendencia en los cielos que retrato y a los que pongo mucha atención. Lo envuelven todo y en el fondo son bastante tristes”, asegura. Desde luego, rebosan fuerza. En consecuencia, los paisajes y la gente que vive debajo de ellos toman un carácter dramático y profundo que queda reforzado por los marcados contrastes de luces y sombras. La ciudad de La Paz, colgada de unas montañas de proporciones inabarcables, reluce en las imágenes y en la memoria del fotógrafo, quien compara cómo era cuando él llegó hace 48 años, en los tiempos en los que el tren bajaba por las laderas corriendo entre las casas y la gente, y cómo es ahora, con el teleférico sobrevolando todo y ofreciendo unas vistas de las que hasta el momento solo disfrutaban los cóndores.

De esa La Paz antigua hay pocas fotografías en el libro. El autor intentó recuperarlas, pero los clichés estaban demasiado deteriorados y no fue posible, a pesar del intenso y largo trabajo que les dedicó. Mesili ha pasado casi cuatro años restaurando sus antiguas fotos analógicas. El proceso empezó por juntarlas todas, pues andaban repartidas y casi perdidas por diversos archivos y colecciones privadas de Bolivia, de Francia, de Alemania e incluso de Rusia, donde el fotógrafo pasó un año en la época de Gorbachov. Viajó lo que fue necesario y finalmente juntó 7.000 negativos y diapositivas, para ponerse a trabajar sobre más de 2.000, los que estaban en mejores condiciones. Fueron innumerables horas de dedicación al detalle, de mucha paciencia con los clichés y manejo de los productos químicos y de la computadora.

De esta labor concienzuda surge la recopilación de montañas y gente que ofrece el libro. Tiene un capítulo de fotos llenas de fuerza y expresividad dedicadas al tinku tal como era en los años 70 del siglo pasado. Gracias a una invitación, Mesili tuvo la oportunidad de visitar una fiesta que le impresionó y que describe con intensidad y precisión en un texto amplio y narrado en primera persona que en la obra acompaña a las fotografías.
Lucha, sangre y muertos que representan bien ese cambio que el tiempo ha provocado en los Andes. “Lo que retraté entonces tiene que ver poco con el tinku de hoy que, por un lado, se ha folklorizado, y es una especie de representación para el visitante”. “Y por otro lado, ya no existe la misma devoción” y buena parte de los combatientes buscan resolver por la violencia pleitos cotidianos, por tierras u otros motivos: “ahora tiene un carácter vengativo, y muchos participantes lo utilizan para ajustar cuentas, y así se mofan de la Pachamama. Se ve un gran cambio y eso que 40 años no es mucho tiempo”.

Le aceptaron en el tinku a pesar de verlo como un gringo, y desde entonces Mesili ha sabido cultivarse esa confianza imprescindible para retratar a los habitantes de las montañas. “La gente es introvertida, pero si uno se toma el tiempo de estar con ella es más fácil; si no lo haces, se va a enojar cuando saques la cámara”. Muchos ven al pueblo aymara como bastante cerrado, pero si se sabe cómo llamar, la puerta se abre. El secreto está en convivir. “En las minas de la cordillera es muy difícil y yo me he ganado la confianza a base de compartir con los mineros, esforzándome en adaptarme a lo que ellos creen. Tienen una idea de las montañas que es realmente increíble: para ellos tienen nombre y espíritu, y se mueven”.

Los cambios han llegado, además, a la fotografía en Bolivia, que se ha modernizado. El primer capítulo del libro echa un vistazo sobre la historia de este arte en el país, algo que hay que rescatar porque “hay muy pocos textos sobre ella”. “Como muchas cosas en Bolivia, éste es un campo nuevo. Los trabajos de los fotógrafos de La Paz son más conocidos, pero no los de Potosí y Oruro”, asegura Mesili. “Y aquí tuvimos y tenemos muy buenos fotógrafos, que están a la última y tienen un nivel muy alto. En cambio, en España se publicó recientemente un muy buen libro con parte de la obra de los mejores en

Latinoamérica y no sale ni un boliviano”. Para paliar ese olvido, Ayer los Andes habla de todos estos autores y los archivos que guardan su obra.

Otra forma de rescatar la memoria de lo que una vez se colocó frente al lente de la cámara para compararlo con lo que se puede retratar hoy en los Andes. Un escenario inigualable que cambió mucho en los 40 años que abarca el libro, pero que Mesili sigue encontrando lo suficientemente apasionante como para seguir dedicándole sus fotografías y sus reflexiones, que sirven y seguirán sirviendo para que muchos se internen por primera vez entre las montañas y la gente que las habita.