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El libro más misterioso del mundo

Los arcanos del Códice Voynich, un enigma en forma de libro viejo y descosido de 234 páginas y 22,5 por 16 centímetros, permanecen irresueltos. El códice dormita desde hace más de 50 años en las estanterías de la Biblioteca Beinecke de la Universidad de Yale en espera de que alguien despeje su misterio. ¿Cuaderno botánico de plantas inexistentes? ¿Tratado cosmológico? ¿Obra de iniciación esotérica? ¿Código élfico? ¿Libro cabalístico? ¿Relato bélico? ¿Catálogo de pócimas para magia? ¿Solución anticonceptiva para mujeres medievales en pecado? ¿El diario de un extraterrestre? ¿Estudio sobre la transmutación de la piedra filosofal?

¿El engaño perpetrado por un genio? Hay quien aún lo sostiene, pero hace tiempo que la hipótesis falsaria perdió fuerza. Exactamente desde que, en los años 40, el lingüista estadounidense George Zipf formuló la Ley de Zipf sobre la frecuencia de las palabras utilizadas en un texto. Según ella, el vocablo más utilizado aparece el doble de veces que el segundo más utilizado, el triple de veces que el tercero, el cuádruple que el cuarto, y así sucesivamente. Los estudiosos confirmaron hace tiempo que el texto del Voynich cumple con esa matemática de la palabra… y evidentemente nadie en el siglo XV (fecha científicamente probada de origen del texto) podía conocer ese enunciado.

Desde hace más de un siglo, el códice que el librero lituano Wilfrid Wojnicz descubrió de forma casual en 1912 entre los anaqueles de la Villa Mondragone —una mansión cercana a Roma que perteneció a la noble familia Borghese— continúa reventando la lógica científica y segregando la misma dosis de hipótesis descabelladas que de intentos serios de resolución. No se sabe quién lo escribió ni quién lo ilustró, ni con qué intención. No se sabe en qué idioma está escrito. Hay quien lo asimila al sánscrito, otros prefieren identificarlo como una posible lengua oriental, quizá india, hay quien habla del tamil, incluso de un experimento de lenguaje universal asimilable al esperanto. No se sabe si todo es un lenguaje encriptado porque ni los máximos expertos estadounidenses en descifrado de códigos militares han sido capaces de asomarse a la cuestión con un mínimo de fiabilidad. Tan solo el año pasado el profesor de la Universidad de Berdfordshirev en Reino Unido, Stephen Bax aseguró que había descifrado 14 símbolos de los miles que pueblan el libro.

Una certeza reina sobre el misterio: en 2011, la prueba del Carbono 14 practicada al manuscrito por un equipo de la Universidad de Arizona arrojó la aproximada partida de nacimiento del Voynich: un día entre 1404 y 1438. El día en que —probablemente, solo probablemente— un monje culminó, sobre las tablas de un scriptorium del norte de Italia y con el olfato de la paciencia, lo que 600 años después la fiel y entregada secta de seguidores del Códice Voynich sigue llamando el libro imposible.

Entre semejante maraña de incertidumbres, la aparición de cualquier noticia confirmada en torno a este enigma editorial hay que recibirla como lo que es: un hito. Por vez primera, y más allá de las reproducciones más o menos afortunadas elaboradas en el pasado, el Voynich tendrá su fotocopia: la editorial española Siloé ha sido la elegida entre aspirantes de todo el mundo por la Universidad de Yale para clonar el manuscrito.

Juan José García y Pablo Molinero son los dos socios propietarios de Siloé, especializada desde hace 20 años en clonar con igual altura de sensibilidad y rigor libros de horas medievales, volúmenes miniados, beatos, códices y cartularios de toda especie. Apenas 30 libros editados en dos décadas dan cuenta del trabajo de orfebrería puesto en pie por estos editores enamorados de su obra, y ahora emocionados con este auténtico pelotazo editorial.

“Supimos de la existencia del Voynich en 2005 y nos dijimos inmediatamente que había que copiarlo. Lo que más nos incitó a ello fue el hecho de que es uno de los libros más solicitados para exposiciones del mundo. Y es más sencillo para una institución como la Biblioteca Beinecke, en vez de estar poniendo trabas al préstamo una y otra vez, anunciar: ‘Ya existe una réplica exacta del códice, la ha hecho una editorial española y usted puede dirigirse a ella’. Esto fue un buen argumento para que nos concedieran el proyecto”, según explica García en una de las salas del pequeño museo del libro antiguo Fadrique de Basilea, en el casco histórico de Burgos, un escaparate de las obras facsimilares ejecutadas por la editorial a lo largo de su trayectoria (Beato de Ginebra, Libro de horas de Laval, Vida y milagros de San Luis, Codex Calixtinus de Salamanca, Cartulario de Valpuesta… todo ello en un museo privado y “sostenible” en palabras de sus responsables, ya que en este caso las obras expuestas, además, están a la venta).

Hace dos años ya que los responsables de la Beinecke Library de Yale les anunciaron que eran ellos los elegidos para un contrato por el que suspiraban editores de todo el mundo. Desde entonces, los socios de Siloé, poseedores de 12 premios nacionales del Ministerio de Cultura de España a la mejor labor editorial en la modalidad de facsímiles, y expositores habituales en las ferias de París, Nueva York o Fráncfort, han estado negociando el convenio de edición y las condiciones de trabajo para clonar el Voynich. “Este tipo de decisiones”, explica García, “no se toman de la noche a la mañana, en las universidades norteamericanas las cosas se maduran y se meditan muchísimo, hay departamentos cuasi estancos sobre todo tipo de materias que hasta que se ponen de acuerdo pasan años”.

EXACTITUD. Pero el momento de la verdad ha llegado. En febrero, García y su equipo viajarán hasta New Haven (EE UU) para, en una sala semioscura, tranquila y con luz fría de la Beinecke Library, con el original del Códice Voynich ya sobre la mesa de trabajo y un guarda de seguridad que no les quitará el ojo, iniciar las tareas de clonación. “¡Bueno, lo de la vigilancia es normal!”, bromea el editor burgalés. Las universidades estadounidenses y británicas, sobre todo, son enormemente cuidadosas con las medidas de seguridad. “Cuando clonamos el Bestiario de Westminster en la abadía de Westminster, por ejemplo, nos pidieron certificados de seguridad hasta de las clavijas de los focos que utilizábamos para iluminar; es que claro, ¡con un foco defectuoso puedes incendiar una abadía o una biblioteca!”.

El trabajo de clonación sobre una joya de la codicología como esta es complejo. No caben los atajos, tampoco los engaños, tal y como explican Molinero y García: “Cada folio se trabaja de modo independiente, no utilizamos flejes, no utilizamos troquelado, todo se hace a mano, página a página, para que el libro tenga el mismo contorno envejecido que el original. Y luego hay que tener en cuenta que estamos ante una materia viva que ha permanecido prácticamente inerte durante 600 años y pasando por diferentes fases climatológicas y de conservación, que habrá estado en sitios con humedad, en sitios secos, que le habrá dado más luz, menos luz, estos libros suelen tener una deshidratación en mayor o menor grado, y todo eso le ha dado en algunas zonas un aspecto como quemado… y cuando pasas las páginas hay como un cuarteo, una especie de semichasquido, y todo eso hay que lograrlo, y es técnicamente muy complicado”.

Pero además el Voynich añade sus propias dificultades: “Es un libro hecho en vitela, es decir, en piel de animal no nato, o sea, la piel del feto de un cordero o de una ternera, el material más suave y delicado que te puedes echar a la cara; además, el libro tiene folios que se abren, se desdoblan, se multiplican… y eso lo hace todo más complicado técnicamente”.

Paradójicamente, el caso del Códice Voynich, un libro de 600 años de edad, tiene el poder de retrotraernos a la infancia por su indescifrabilidad: al no poder ser leído, es meramente contemplado, a la manera en que el niño contempla un cómic o un libro cuando aún no ha aprendido a leer. Y es eso: que el mundo aún no ha aprendido a leer el Voynich. Y ya se verá si un día lo hace.