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‘La herencia’, a prueba de sustos

Es muy poco el cine de género que se produce en Bolivia, y aunque pueda parecer más sencillo de hacer —sus fórmulas son claras y tiene públicos cautivos, con esquemas más universales— lo cierto es que significa enfrentarse a un espectador que lo sabe todo al respecto y se conoce todos los trucos, siendo muy difícil de sorprender. Y es el descuido de elementos muy importantes dentro del género el que hace que La herencia, de Christian Calvo, no logre sorprender a un seguidor del cine de terror.

La historia es sencilla y responde a los códigos habituales en este género: tres generaciones se ven afectadas por el pacto que hace una mujer (interpretada por Yamine Céspedes) para salvar la vida de su hijo Alan (Alejandro Amores), un hombre dedicado al alcohol y que se ve comprometido a pagar por su vida con la de su hijo. El problema es que su exesposa Sara (Gisely Ayub) no puede engendrar.

Una primera gran protagonista de la película es la casa donde acontecen todos los sucesos. De gran belleza y con los espacios adecuados para crear atmósferas de terror, la dirección se ha ocupado de mostrar al inmueble como alguien más, alguien aterrador que no dejará salir a sus ocupantes. No solo es el escenario macabro, sino que  significa la destrucción misma del ente que acosa a los personajes.

Ese primer buen acierto decae con las actuaciones, que por tratar de ser naturales, terminan en lo monótono y en la ausencia de matices. El argumento, por su ritmo, no ayuda a crear los personajes de forma óptima, distrayéndose en el intento de crear cada vez más complicaciones en la historia, en lugar de afianzar la empatía del público con los personajes principales.

El maquillaje es otro problema que afecta al eje central del terror: el susto. Aunque las circunstancias sean inverosímiles, el espectador tiene que tener siempre la posibilidad de saltar y gritar en su butaca, ya sea con los efectos de sonido, con la música o con los cambios de plano. Los más capaces sobresaltarán con la historia misma: el terror surgirá de lo que el espectador sabe que puede pasar.

En La herencia, los responsables de causar los sustos son niños que aparecen durante toda la película con ojeras de brillantes sombras de ojos y labios pintados con carmín, emulando  sangre muy difícil de creer.

Lo mismo sucede con el “malvado” elegido; un lejano Osiris, dios egipcio al que se evoca con rituales en los que los participantes parecen vestidos más para una fiesta temática que como parte de una pesadilla de terror. Desde los dibujos del milenario ojo hasta el supuesto libro de papiro son demasiado falsos como para que uno pueda dejarse entrar en la trama.

Como resultado, entonces, ni la música ni las típicas tomas de las niñas que aparecen y desaparecen correteando por la casa causan mayor emoción. No es una mala producción,  simplemente creo que no se ha sabido captar el ritmo del terror que se produce actualmente, ni proponer otro.