La imposibilidad de declarar un premio desierto, más la temática fija y con tintes patrioteros, puede causar que uno de los galardones artísticos más importantes del país, el Premio Plurinacional Eduardo Abaroa,  comience a perder prestigio, especialmente en la categoría más visible, la de artes plásticas.

El Museo Nacional de Arte inauguró el martes una exposición con los 92 trabajos preseleccionados de esta categoría. Esta muestra reúne solo las obras de autores paceños presentadas para el concurso. Las de los otros departamentos fueron expuestas en sus respectivas capitales.

De toda esta colección saldrán las piezas ganadoras de pintura, grabado, dibujo y escultura. Y si la tendencia —ya presente desde hace dos versiones del galardón— se reproduce en las exposiciones individuales, el resultado no es alentador para el prestigio del premio.

Los participantes se han dado cuenta de que mientras más Eduardo Abaroas, Juancito Pintos o Colorados de Bolivia estén presentes en su propuesta, mayores son las posibilidades de ganar; incluso si la técnica no es muy refinada y la temática es común.

Esta es la definición de una obra a encargo, de un certamen dirigido a cumplir con los objetivos panfletarios del Gobierno. Esto no necesariamente significa que las obras creadas sean malas por antonomasia, pero en el caso del premio plurinacional parece estar convirtiéndose en norma.

Esto tampoco quiere decir que todas las piezas sean simples o de mala factoría. Algunos cuadros, dibujos, grabados o esculturas realmente llaman la atención por su originalidad al tratar la reivindicación marítima. Pero estas joyas se pierden entre un mar de rostros similares al de Abaroa que solo se diferencian por la técnica, de Colorados que marchan al combate sobre las letras de un texto —la mayoría recuerda a las ilustraciones de los textos escolares de primaria— o niños jugando o añorando el mar. Lo mismo ocurre en escultura, donde las anclas, olas y soldaditos predominan sobre cualquier otro elemento.

A esto se suma el hecho de que no se puede declarar ninguna categoría desierta. Esta obligatoriedad para premiar lo único que hace es fomentar la mediocridad y el servilismo. Así que, en vez de producir obras innovadoras, se repiten tópicos comunes y se premia “lo mejorcito”, ya que si solo basta con referirse a Antofagasta para ganar, mientras más patriotero el tema, mejor. Entonces… ¿para qué esforzarse?

Faltan trabajos que cuestionen enfoques o que planteen nuevas miradas. Que propongan técnicas sorpresivas o ángulos atrevidos que van a ser dejados de lado. Y lo peor es que esperan que los espectadores aplaudamos.

Claro que no todo es malo. De hecho, las piezas sorprendentes destacan, y podría ser que el jurado se decante por alguna de ellas, pero las apuestas no están a su favor y quienes quieran ser sorprendidos o impactados tendrán que fijarse en otras de las categorías del premio.