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El músico total

Tras musicar los sonetos de Shakespeare, la última locura del compositor, cantante y poeta Rufus Wainwright es la ópera ‘Prima Donna’

/ 1 de febrero de 2016 / 16:31

Elton John dijo de él en 2004: “Es el mayor cantautor del planeta”. En aquellos tiempos, Rufus Wainwright ya llevaba dos tercios de su vida en los escenarios. Hijo de cantantes de folk, nació en 1973 y a los 6 años tocaba el piano; a los 13 salía de gira y a los 14 actuaba, cantaba y componía para la película canadiense Tommy Tricker. A los 25, fue artista del año para la prestigiosa revista Rolling Stone. En la travesía de los 30 se casó con un hombre, tuvo una hija con su amiga Lorca Cohen (hija de Leonard). Amplió su mundo de trovador de voz, piano y guitarra a las grandes orquestas y los teatros de ópera, donde da rienda suelta a sus demonios con un lirismo exquisito y un desbocado gusto musical. Hoy, a los 42, Wainwright es mucho más que un cantautor pop; es el músico total.

— ¿No es disparatado escribir óperas en el siglo XXI?

— Sí, es una locura, pero también tiene su lado fantástico. En unos tiempos en que el pop es tan comercial, tan predecible, la juventud necesita un entorno musical más profundo. Son retos que se han hecho antes también. Wagner compuso El anillo del nibelungo cuando las orquestas ni siquiera sabían tocar ese tipo de partituras. Hay una gran tradición en la ópera de crear lo imposible, de luchar contra los elementos, y ahora es una buena época para ir contra el statu quo. Para ser un verdadero compositor de ópera necesitas como mínimo haber escrito tres. Ya hice Prima Donna. La próxima es Adriano, sobre la novela de Marguerite Yourcenar, pero si no es tan buena como Prima Donna, tal vez no escriba ninguna más. Se tarda mucho en escribir una ópera. Tengo 42 años y no puedo dedicar tanto esfuerzo a algo que no sea bueno.

— ¿Cómo se pasa de componer una canción pop de tres minutos a una ópera de tres horas? Porque, además, no solo ha compuesto la música de Prima Donna, sino que ha escrito el libreto, ha pensado en caracteres, en la escenografía…

— Es muy diferente, sí. Es raro. Tienes que aislarte de la realidad y conseguir que también se aísle el público. Se trata de engañarle con los ingredientes para que no se dé cuenta del tiempo. Cuando compongo ópera tengo que pensar en la vida de los otros, de los personajes, y eso es más difícil. El personaje tiene que sentirse bien dentro de lo que estás componiendo. En cambio, cuando escribo una canción hablo de mi vida.

— La crítica fue buena en otro de sus retos, la musicalización de 25 sonetos de Shakespeare para la Berliner Ensemble Orchestra.  

— Eso lo hice con el escenógrafo Bob Wilson. Era muy distinto, porque se trataba de musicar poesía y la producción escénica de Wilson tenía una gran importancia. El mundo de la ópera es más fanático; o te adoran o te odian, no hay término medio. Y tiene sentido, porque es un arte muy intenso.

— Ha grabado siete ambiciosos discos con buenas críticas y pésimas ventas.

— Muchas veces desearía convertirme en un músico más comercial, concentrarme en canciones de pop y ser más aceptable, más famoso, pero no puedo de repente borrarlo todo. Para mí la música tiene que tener sentido, ser un desafío. No puedo engañarme y convertirme en lo que no soy. Me gusta el punk, el trash y la música electrónica, aprecio los conciertos de la gente joven, pero en cuanto pienso en utilizar un sintetizador lo que deseo es un chelo.

— Irónicamente, su gran éxito comercial es su versión del Hallelujah, de Leonard Cohen, para la película Shrek, y su canción The Maker Makes en la cinta Brokeback Mountain.

— Hallelujah puede cubrir varias carreras de intérpretes. Le ha dado éxito a mucha gente, como John Cale o Jeff Buckley…, y a mí. Si solo fuera por el dinero, las bandas sonoras estarían bien, pero en el mundo del cine la música está al final de las exigencias, te conviertes en el chico de la música, y en Hollywood todo suena igual. No me parece un trabajo atractivo.

— Usted declaró su homosexualidad siendo un adolescente, cuando no era fácil, y ahora es un gran activista por la igualdad de derechos.

— Entonces era muy diferente. No había matrimonio homosexual, había sida, era realmente horrible. Por tanto, ahora que tengo 40 años, es bueno ver que estoy casado, que tengo una niña… Me emociona personalmente, pero veo hombres mayores gais que es gente verdaderamente triste, que no ha podido tener nada de todo esto. Ven a la gente joven y se alegran por nosotros, pero dicen que les hubiera gustado casarse y tener hijos. Ni siquiera pensaron nunca que pudieran llegar a tener esa posibilidad. Es realmente triste. Pero el mundo está cambiando.

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Lisboa, ¿Pero dónde estabas?

La capital de Portugal se ha convertido en un nuevo centro que atrae nuevas tendencias, a jóvenes emprendedores y a gente de todo el globo.

/ 3 de septiembre de 2017 / 04:00

El 25 de abril desfilan los comunistas pidiendo derechos, y por San Antonio, las novias pidiendo casamiento. Son contrastes de la avenida de la Libertad, la principal arteria lisboeta cae hasta el río Tajo, de donde partían —y a veces regresaban— las carabelas. Cinco siglos atrás los portugueses se lanzaban de aventura por el mundo, hasta que llegó un largo letargo. Hoy Lisboa vive una pasión, una ambición que sus gentes, sus políticos, sus empresarios nunca habían conocido con tal intensidad.

“Este barrio daba miedo hace 10 años. El país era una ruina”. El brasileño Rodrigo Azambuja sabe de lo que habla. En 1989 aterrizó en el Chiado, en la parte alta de la ciudad, cuando los edificios de la zona estaban abandonados. Él diseña alfombras por encargo en su taller de la calle Emenda. “Conocí otras épocas doradas: la Expo Universal, la entrada del euro, pero ahora es diferente, por primera vez, llega un turismo masivo, joven y cool”.

Su atelier parece un museo, con su lanateca de colores y tapices colgados de las paredes. Rompe el clasicismo un gran ordenador donde el artista reproduce las figuras geométricas y los colores que desean sus compradores. Siempre con un cigarrillo en la mano, Azambuja cocina arroz mientras la casa se le llena de invitados, pues en su carácter no cabe el no. La cita era para 10 personas, ya entraron más de 40 y este brasileño mantiene encendidos el cigarro y la sonrisa: “Más agua en la cazuela y llega”. En el barullo se mezclan financieros, músicos, ministras, vecinos y lingüistas, todos bienvenidos, de Suiza a Sevilla. No es la única casa lisboeta que en esta época parece un reality.

En otros pisos, el belga Mark Deputter monta obras teatrales. Es el director del teatro Maria Matos, donde la mitad de la programación se dedica a compañías extranjeras. Un par de veces al año representan también algunos trabajos en casa de algún particular. A Lisboa llega lo último de la escena internacional, ya sea una opereta lituana o una comedia farsi. “No podemos competir en cantidad, pero sí en calidad; en crear comunidades pequeñas, pero fuertes, dinámicas y singulares”, cuenta Joana Hecker, una neoyorquina que vino para unos meses con una beca de investigación y aquí sigue cinco años después. “En Nueva York, la única religión es el dinero, la gente se mueve exclusivamente por negocios. Aquí descubrí la religión de los amigos, el tiempo para las relaciones sociales y las comunidades”.

Música. Lisbon Ling Room Sessions ofrece conciertos en casas particulares ofrecidas por los miembros de la comunidad. Son muy íntimas y reciben a todo tipo de músicos.

Hace tres años fundó con Ricardo Lopes, su compañero, la Lisbon Living Room, una empresa que organiza conciertos en casas cedidas por sus dueños. “Empezó por la necesidad de oír música en un lugar agradable, después uno de los primeros asistentes se ofreció a regalarnos el vino, luego otro, que tenía un restaurante, ofreció las tapas. El público paga unos 10 euros; los músicos siempre cobran, por lo menos el doble que en un bar y, además, la gente va para escucharlos”, cuenta la joven. Ya tienen una lista de correo de 1.500 usuarios y una gran cola de ofertas de casas-concierto. “La gente sabe que el último domingo de mes, aunque sea Navidad, hay una sesión. Desconocen el lugar, incluso los intérpretes, hasta pocos días antes. No tenemos ninguna ambición de crecimiento, solo nos guía la calidad y la identidad”, explica Lopes.

“No somos anglosajones, no somos latinos, pero también somos eso”, acostumbra a advertir Marlon Silva, DJ Marfox. A sus 29 años ha pinchado en el MOMA de Nueva York, pero el verdadero templo de esta música de origen africano y sonido electrónico que abandera se encuentra bajo un puente lisboeta, en MusicBox, una disco de moda en la Rua Nova do Carvalho, un barrio antaño frecuentado por marineros y prostitutas. “Invertimos en esta calle porque había una historia que contar”. Roger Mor es el cuentahistorias de Mainside, una sociedad inmobiliaria que más que edificios crea conceptos. Allí compró un burdel de cinco plantas y lo dejó tal cual, con sus minicuartos alquilados por horas, sus jofainas, sus fotos eróticas en blanco y negro, incluso con la ajada ropa de las meretrices. “Nadie decente pasaba por aquí; se nos ocurrió pintar de rosa el asfalto de la calle. Hoy todo el mundo la conoce por este nombre, la Rua da Rosa, y su principal atractivo es la Pensión Amor”, cuenta Mor.

Años antes, en plena crisis, Mainside ya vio en otro barrio degradado, Alcántara, la posibilidad de crear algo distinto. “Compramos una fábrica abandonada y la convertimos en un espacio alternativo y vanguardista para los lisboetas. Nos sorprendió que también atrajera a los jóvenes extranjeros”, recuerda Mor. Más de 1 millón de visitantes pasan al año por LX Factory; siempre hay algo novedoso, una exposición, grafiteros en acción o simplemente gente guapa. “Nuestros proyectos conservan la historia del lugar; nos parece fundamental que Lisboa, si quiere mantener su atractivo, conserve su singularidad”. De momento, lo conserva. La facturación turística en el primer trimestre de 2017 ha crecido un 38,6% respecto al mismo periodo del año anterior; las llegadas al aeropuerto, un 26%. Desde 2014, cada mes se abren de media dos hoteles y el 75% de los departamentos son vendidos a foráneos.

Maria Alvares reconvirtió el viejo almacén de vinos Abel Pereira da Fonseca en un lugar de trabajo para los que no quieren oficinas. Sara de Paretere, su hija, administra los espacios. “Es un centro creativo donde todos aportamos cosas, porque aquí es muy fácil el contacto entre los diferentes negocios”. Por esta nave ya han pasado neozelandeses, franceses y americanos. “El 85% del espacio está ocupado. No hay sorpresas en la factura mensual”, explica. Ella no cree en las voces que hablan sobre la pérdida de identidad de la urbe. “Tenemos muchísimo edificio abandonado y la política municipal no es tirar, sino rehabilitar. La ciudad está linda como nunca”.

Fernando Medina, el alcalde de Lisboa, no esconde que ciertos factores externos han ayudado al descubrimiento internacional de la capital, como la inestable situación en los países del norte de África. Medina no olvida tampoco la labor de su antecesor, António Costa, hoy primer ministro del país. También apunta como factor determinante el carácter de los portugueses: “En un mundo donde se cierran puertas, nuestra tolerancia se ha convertido en un valor muy importante. No es una impostura, nacimos así”. En los barrios de Alfama o Intendente hay vecinos de 120 nacionalidades.

En la capital, lo que no es propiedad del Ayuntamiento, pertenece al Ejército. De su fábrica de manutención militar, en el barrio de Beato, salían macarrones para todos los soldados que Portugal tenía esparcidos en sus guerras coloniales. Amasadoras y hornos lanzaban 18 toneladas de pasta y de panes al día. Hoy es pura arqueología industrial, donde conviven silos de madera de varias épocas. Un lugar fantasmal de 30.000 metros cuadrados y 20 edificios se van a convertir en la zona más moderna de la ciudad. La vieja área industrial de Marvila y Beato ahora recibe a los artistas y a las incubadoras tecnológicas. “Lo fundamental de una start-up es que corre contra el tiempo”, explica el director del llamado Hub Creativo, Luis Fontes. “20.000 euros les dan para tres meses en Londres o en Silicon Valley. Aquí para un año. Pueden desarrollar su producto. De nuestras universidades también salen buenos licenciados que pueden vivir con sueldos de este país. El sol y la playa nunca faltarán. Nuestra competencia en Europa para atraer proyectos siempre es la misma, Barcelona”.

Este futuro barrio será una especie de all included empresarial. Uno de los pabellones, antigua residencia de oficiales, se dedicará al cobijo de los emprendedores, al menos mientras aterrizan. “No tendrán que preocuparse por buscar alojamiento; se lo ofrecemos aquí mismo, al menos mientras se instalan”. Las firmas tecnológicas van eligiendo naves donde instalarse. Hay para todos los gustos arquitectónicos, la vieja pastelería, el economato, un monasterio o un convento. Los silos enormes de grano también seguirán en pie, porque aquí nada se tira. “Van a convertirse en unos hoteles únicos en el mundo”, explica el alcalde.

La urbe no va a dejar de ser el señuelo europeo de un día para otro. Le quedan palacios por habitar y levantar la vía del tren que aún separa la ciudad del río. “Lo vamos a hacer”, promete el alcalde. “Tenemos el plan y el dinero”.

Gastronomía. Edificios antiguos han sido recuperados para promocionar múltiples culturas gastronómicas. Así sucedió con Casa de Pasto, uno de los restaurantes de moda.

La capital se recrea buscando que el turista repita y descubra atractivos fuera del Chiado. Este verano se estrena el mirador sobre el puente rojo. Por fin se acabará lo que el rey Luis I de Portugal no consiguió, el palacio de Ajuda, y una ciclovía paralela al río unirá los 15 kilómetros que conectará las dos puntas de la urbe, desde el Parque de las Naciones hasta la torre de Belém. “Somos un pueblo extrañamente humilde”, se psicoanaliza Ricardo Lopes, copropietario del Lisbon Living Room, la compañía que organiza sesiones de música. “No somos nada orgullosos. En la crisis estuvimos a punto de perder toda una generación, pero ha emergido con una gran fuerza en cualquier sector que miremos. Son comunidades que quieren mostrar sus valores”. Sara de Paretere, la administradora del antiguo almacén Abel Pereira da Fonseca, lo secunda: “Lisboa va a seguir siendo un atractivo mundial. Pasaremos por una crisis de crecimiento, pero luego se estabilizará. Berlín no pasa de moda, Barcelona tampoco. Lo que no era normal era el desconocimiento que había de la ciudad”.

El brasileño Rodrigo Azambuja siente que está viviendo el apogeo de la cultura lisboeta: “Tenemos buenas comunicaciones, un servicio de salud de calidad, seguridad, una sociedad tolerante con las razas y el sexo… Sí, los precios de los pisos están por las nubes, pero hace poco nadie los quería”. Con respecto a las invasiones bárbaras que puedan poner en peligro su carácter y costumbres, la estadounidense Joana Hecker defiende que Lisboa tiene una gran “fuerza interior”, pero reconoce que “hay que cuidarla para mantener su diferencia”. En los años venideros los comunistas seguirán bajando cada 25 de abril la Avenida de la Libertad para celebrar la Revolución de los Claveles y las mujeres casaderas desfilarán por la verbena el día de San Antonio. En la otra ribera del Tajo, la científica Elvira Fortunato, inventora del chip de papel, seguirá innovando en el terreno de la microelectrónica, y el primer centro global de Mercedes Benz destinado al desarrollo digital continuará al acecho de nuevos talentos para desarrollar cerebros de coches sin conductor. Mientras, en cualquier esquina sonará algún fado que desgarrará los corazones. Lisboa, ¿pero dónde estabas?

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Su atelier parece un museo, con su lanateca de colores y tapices colgados de las paredes. Rompe el clasicismo un gran ordenador donde el artista reproduce las figuras geométricas y los colores que desean sus compradores. Siempre con un cigarrillo en la mano, Azambuja cocina arroz mientras la casa se le llena de invitados, pues en su carácter no cabe el no. La cita era para 10 personas, ya entraron más de 40 y este brasileño mantiene encendidos el cigarro y la sonrisa: “Más agua en la cazuela y llega”. En el barullo se mezclan financieros, músicos, ministras, vecinos y lingüistas, todos bienvenidos, de Suiza a Sevilla. No es la única casa lisboeta que en esta época parece un reality.

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Hace tres años fundó con Ricardo Lopes, su compañero, la Lisbon Living Room, una empresa que organiza conciertos en casas cedidas por sus dueños. “Empezó por la necesidad de oír música en un lugar agradable, después uno de los primeros asistentes se ofreció a regalarnos el vino, luego otro, que tenía un restaurante, ofreció las tapas. El público paga unos 10 euros; los músicos siempre cobran, por lo menos el doble que en un bar y, además, la gente va para escucharlos”, cuenta la joven. Ya tienen una lista de correo de 1.500 usuarios y una gran cola de ofertas de casas-concierto. “La gente sabe que el último domingo de mes, aunque sea Navidad, hay una sesión. Desconocen el lugar, incluso los intérpretes, hasta pocos días antes. No tenemos ninguna ambición de crecimiento, solo nos guía la calidad y la identidad”, explica Lopes.

“No somos anglosajones, no somos latinos, pero también somos eso”, acostumbra a advertir Marlon Silva, DJ Marfox. A sus 29 años ha pinchado en el MOMA de Nueva York, pero el verdadero templo de esta música de origen africano y sonido electrónico que abandera se encuentra bajo un puente lisboeta, en MusicBox, una disco de moda en la Rua Nova do Carvalho, un barrio antaño frecuentado por marineros y prostitutas. “Invertimos en esta calle porque había una historia que contar”. Roger Mor es el cuentahistorias de Mainside, una sociedad inmobiliaria que más que edificios crea conceptos. Allí compró un burdel de cinco plantas y lo dejó tal cual, con sus minicuartos alquilados por horas, sus jofainas, sus fotos eróticas en blanco y negro, incluso con la ajada ropa de las meretrices. “Nadie decente pasaba por aquí; se nos ocurrió pintar de rosa el asfalto de la calle. Hoy todo el mundo la conoce por este nombre, la Rua da Rosa, y su principal atractivo es la Pensión Amor”, cuenta Mor.

Años antes, en plena crisis, Mainside ya vio en otro barrio degradado, Alcántara, la posibilidad de crear algo distinto. “Compramos una fábrica abandonada y la convertimos en un espacio alternativo y vanguardista para los lisboetas. Nos sorprendió que también atrajera a los jóvenes extranjeros”, recuerda Mor. Más de 1 millón de visitantes pasan al año por LX Factory; siempre hay algo novedoso, una exposición, grafiteros en acción o simplemente gente guapa. “Nuestros proyectos conservan la historia del lugar; nos parece fundamental que Lisboa, si quiere mantener su atractivo, conserve su singularidad”. De momento, lo conserva. La facturación turística en el primer trimestre de 2017 ha crecido un 38,6% respecto al mismo periodo del año anterior; las llegadas al aeropuerto, un 26%. Desde 2014, cada mes se abren de media dos hoteles y el 75% de los departamentos son vendidos a foráneos.

Maria Alvares reconvirtió el viejo almacén de vinos Abel Pereira da Fonseca en un lugar de trabajo para los que no quieren oficinas. Sara de Paretere, su hija, administra los espacios. “Es un centro creativo donde todos aportamos cosas, porque aquí es muy fácil el contacto entre los diferentes negocios”. Por esta nave ya han pasado neozelandeses, franceses y americanos. “El 85% del espacio está ocupado. No hay sorpresas en la factura mensual”, explica. Ella no cree en las voces que hablan sobre la pérdida de identidad de la urbe. “Tenemos muchísimo edificio abandonado y la política municipal no es tirar, sino rehabilitar. La ciudad está linda como nunca”.

Fernando Medina, el alcalde de Lisboa, no esconde que ciertos factores externos han ayudado al descubrimiento internacional de la capital, como la inestable situación en los países del norte de África. Medina no olvida tampoco la labor de su antecesor, António Costa, hoy primer ministro del país. También apunta como factor determinante el carácter de los portugueses: “En un mundo donde se cierran puertas, nuestra tolerancia se ha convertido en un valor muy importante. No es una impostura, nacimos así”. En los barrios de Alfama o Intendente hay vecinos de 120 nacionalidades.

En la capital, lo que no es propiedad del Ayuntamiento, pertenece al Ejército. De su fábrica de manutención militar, en el barrio de Beato, salían macarrones para todos los soldados que Portugal tenía esparcidos en sus guerras coloniales. Amasadoras y hornos lanzaban 18 toneladas de pasta y de panes al día. Hoy es pura arqueología industrial, donde conviven silos de madera de varias épocas. Un lugar fantasmal de 30.000 metros cuadrados y 20 edificios se van a convertir en la zona más moderna de la ciudad. La vieja área industrial de Marvila y Beato ahora recibe a los artistas y a las incubadoras tecnológicas. “Lo fundamental de una start-up es que corre contra el tiempo”, explica el director del llamado Hub Creativo, Luis Fontes. “20.000 euros les dan para tres meses en Londres o en Silicon Valley. Aquí para un año. Pueden desarrollar su producto. De nuestras universidades también salen buenos licenciados que pueden vivir con sueldos de este país. El sol y la playa nunca faltarán. Nuestra competencia en Europa para atraer proyectos siempre es la misma, Barcelona”.

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BITCOIN, una revolución en marcha

Es la cara más famosa de una revolución en marcha: la moneda digital. Pagos al momento a través de la red y del celular. Sin efectivo y en el que las transacciones escapan al control político y económico. Un grito ciudadano frente a la banca, según algunos, una seria amenaza al sistema financiero, dicen otros.

/ 6 de abril de 2014 / 04:00

Revolución o muerte. Esta vez no es la amenaza de un barbudo antisistema, sino la de un hombre de canas y corbata, Francisco González, consejero delegado del BBVA. “Los bancos que no estén preparados para nuevos competidores como Google, Facebook o Amazon”, ha escrito en el Financial Times, “se enfrentan a una muerte segura”.

Si advierte peligro el presidente del BBVA, banco que ganó más de 3.000 millones de dólares (2.218 millones de euros) en 2013, es que ha visto señales.

Quizás las mismas que antes vieron otros y se tomaron a risa. A las telefónicas les salió Skype y WhatsApp; a las inmobiliarias —¿se acuerdan de Don Piso?—, idealista.com; a las quinielas, las apuestas online; y a Sabina, el iTunes. “La tecnología ya ha transformado muchas industrias. La siguiente es la banca”, profetizaba González.

“Este sector continúa en la Edad Media”, afirma Amuda Goueli, el fundador de la agencia de viajes Destinia.com. Su compañía admite pagos en bitcoins. Y se ahorra entre el 2% y el 3% de comisión que le cobrarían los bancos. Es una de las muchas monedas virtuales que circulan en internet. Karmacoin, dogecoin, luckycoin, stablecoin… incluso pesetacoin. Pero los nervios, que algunos consideran ya una alarma, son por el bitcoin.

Creada hace cinco años, de los 8.450 millones de dólares que circulan en dinero virtual, el 76% corresponde a esta moneda. Se aceptan en miles de servicios y comercios de internet y en lugares físicos, como casinos y pizzerías. “Se ríen, siempre se ríen”, prosigue el fundador de Destinia. “La reacción al bitcoin me recuerda a la de la red en los 90. ‘Pierdes el tiempo’, ‘solo hay porquerías’, ‘te van a robar la tarjeta si compras…”. Goueli, empresario de origen nubio (región compartida entre Egipto y Sudán), creó la agencia en Madrid en 2001 junto a un amigo australiano. En febrero, permitió el bitcoin como otra posibilidad de cobro. “Al día siguiente del estreno vi que había tres pagos con bitcoins. Casi me eché a llorar. Pensé que era una broma de mis informáticos, pero no, eran de un ciudadano austriaco para un billete a Vietnam, otro de un polaco y un tercero que resultó fallido. Desde entonces, tenemos diariamente cobros en bitcoins. No confesaré cuántos para que la competencia siga riéndose”.

Si no fuera por su creciente popularidad y por su cualidad de moneda refugio ante los vaivenes de los gobiernos, de Argentina a Chipre, el bitcoin sería tan anecdótico como BBQCoin; sin embargo, el Banco Central Europeo, la FED de EEUU, los Bancos Centrales de China, Japón o Rusia se han ocupado del asunto. Lo temen. “El bitcoin tendrá sus baches, pero está aquí para quedarse”, apuesta Alexandre Saiz, cuyo negocio de comida para mascotas, Telepienso.com, acepta bitcoins desde hace tres años. “Se llame así o de otra forma, la moneda de una sociedad civil, al margen del control del poder político y económico, va a existir y va a ir a más”. Y quienes pagan con ella son, en general, personas con poder adquisitivo y nivel cultural”. De momento, se trata de un uso “curioso y de prueba”, pero “irrefrenable”.

La preocupación de los bancos no viene de la pérdida de comisiones —al fin y al cabo, la moneda virtual será siempre una parte mínima del comercio mundial—, el problema es que los poderes establecidos no la controlan. Tampoco les importa que la moneda sea virtual, que los billetes ni se vean ni se toquen. “A los bancos nos interesa que se acabe con el efectivo”, afirma Victoria Matía, directora de banca electrónica de La Caixa. “Es nuestro enemigo porque no sabemos qué hace la gente con él, no nos proporciona información y es ineficiente: lo sacamos del cajero, pagamos en una tienda y el comerciante lo ingresa de nuevo en una oficina bancaria”.

Las transacciones en metálico crecieron en el mundo 1,75% entre 2008 y 2012; el resto de modalidades de pago subieron 14%. Aunque aún supone el doble, muchos consideran que el efectivo tiene los días contados. Usarlo es caro: a los estadounidenses, por ejemplo, les cuesta 200.000 millones de dólares al año (unos 637 dólares por ciudadano), según un estudio de la Universidad de Tufts, en Massachusetts, entre recogida, clasificación, transporte y fabricación de billetes. Anualmente, la Reserva Federal se ve obligada a triturar 7.000 toneladas de billetes; su media de vida no pasa de los seis años.

“El dinero será invisible”, decía David Marcus, presidente de Paypal, en una reciente entrevista en El País. “No habrá billetes ni billeteros, solo valor que tendrás disponible cuando lo necesites y que podrás mover a cualquier parte del mundo por un bajo coste”.

“Recientemente he visitado Zambia y Malaui”, explica el director de Destinia.com. “Allí se paga con el móvil”. El 25% del PIB de Kenia pasa por M-Pesa, un sistema de transferencias a través del teléfono móvil, sin necesidad de internet. En Zimbabue el sistema se llama EcoCash y lo usan 8,1 millones de habitantes, prácticamente todos los mayores de 14 años. Por sus teléfonos pasa tanto dinero como por los depósitos de los bancos. EcoCash cobra más, 5% por transacción, pero a la gente le compensa si se evita un día de camino hasta la oficina bancaria. Los bancos intentaron, sin éxito, boicotearlos, para acabar sumándose al nuevo sistema.

“Ya nadie duda de que con el celular pagaremos el pasaje del metro, lo que está en juego es quién gestionará esa transacción y, por tanto, se llevará una comisión o la información, o ambas cosas”, plantea Genís Roca, de la consultora Roca Salvatella, dedicada a la transformación digital del sector financiero.

Si González apuntaba a los grandes (Amazon, Google, Facebook, Apple), Roca ve enemigos por todas partes: los del sistema operativo del móvil (Apple con su iOS y Google con Android); las operadoras telefónicas, que pueden añadir a la factura los gastos por micropagos, como hacen con los sms; luego, claro, los propios bancos, obligados a buscar alianzas con los anteriores. Tú pones el teléfono con NFC (el protocolo de comunicación) y yo pongo terminales de cobro adaptados en los comercios.

Y luego está Paypal. Peter Thiel, uno de sus fundadores, creó en 1998 un sistema de pago por internet con el que no había necesidad de escribir cada vez nombre, número, fechas de expedición y de caducidad de las tarjetas… Un proceso tedioso que en muchas ocasiones acababa bruscamente sin compra, bien porque se caía la página o porque se hartaba el comprador. Parecía una locura, una iniciativa tomada al margen de los bancos; sin embargo, a los pocos años, el gigante del comercio de subastas eBay descubría que la mayoría de pagos no se cerraban con su propio sistema, sino con Paypal. Y en 2002 lo compró por 1.500 millones de dólares (1.077 millones de euros).

Doce años después, el 41% de la facturación de eBay proviene de Paypal. Su sistema de pago tiene 143 millones de cuentas, opera en 26 divisas y 193 países. No hay banco que pueda decir eso. Al día interviene en nueve millones de pagos, al segundo mueve 4.600 euros. El pasado año a través de Paypal circularon casi 179.000 millones de dólares, de los que la séptima parte fueron pagos con el móvil. Mientras su negocio total creció en 29%, sus pagos con teléfonos aumentaron en 100%.

“Los nuevos operadores están libres de los legados de los bancos: de sus sistemas obsoletos y costosas redes de distribución”, sostenía el presidente del BBVA en su artículo. “La banca ha descubierto que su competencia no es otro banco, sino una empresa de software”, añade Roca. Paypal no está solo; hay “pasarelas de pago”, así se las llama, a decenas: Pingit, Zapp, iZettle, Mymoid… “Desde bancos y operadoras nos intentan convencer de que es necesario tener un móvil con tecnología NFC, con una tarjeta SIM compatible y de que el consumidor solo puede pagar con la solución tecnológica de una única entidad financiera. Y volvemos a lo que llevamos viendo años, cada banco saca su propia solución, cada operadora su propia SIM… Y en medio quedan consumidores y comercios atrapados en una guerra tecnológica”, explica José María Martín, consejero delegado de Mymoid. “Con nosotros se puede pagar con el móvil, en cualquier comercio y sin que la tienda tenga que abordar costes tecnológicos”.

Todas las pasarelas se basan, prácticamente, en lo mismo: introducir una vez los datos de tarjeta y cuenta corriente, y con un clic se podrá comprar sin que pululen por el ciberespacio los datos, con la consiguiente incomodidad e inseguridad.

La compañía de comercio electrónico Dwolla se ha especializado en transferencia de dinero. Si esta es inferior a 10 dólares, sale gratis; si es superior, cobra 25 centavos. Si se opera con Square, un aparato que se agrega al móvil, su comisión más la bancaria puede subir al 6%; si se emplea Paypal la comisión es hasta de un 3,5% más 0,30 dólares. Dwolla mueve al día tres millones de dólares (2,6 millones de euros).

Sin embargo, la sensación del momento se llama Stripe. Un software que se instala y en minutos acepta cobros de cualquier tarjeta, olvidándose de complicadas negociaciones con cada entidad financiera. Stripe se lleva una comisión del 2,9%. Por si hay alguna duda de las posibilidades del invento, lo respaldan Thiel, cofundador de Paypal, y la sociedad de capital riesgo Sequoia.

“La banca tiene muchos negocios: banca de empresas, banca privada, gestión de inmuebles, gestión de activos o seguros”, recuerda el consultor Roca. “Y en todos ellos le surgen competidores que se hallan más cerca de la tecnología que del negocio clásico. Y no creo que en estos segmentos el competidor sea Google, Apple o Amazon; en cada sector habrá uno diferente”.

Transferwise, por ejemplo —de los mismos que inventaron Skype, o sea, hundieron las llamadas internacionales de las operadoras— permite enviar divisas entre particulares en más de 20 monedas con una comisión del 0,5% frente al 4,5% de los bancos.

Ya están aquí, no hay banco que tenga más cuentas registradas que Apple, unos 575 millones a través de iTunes, más los aparatos: 375 millones de iPhones y 155 millones de tabletas, máquinas de comprar con un solo clic. Y el mayor hipermercado de la galaxia, sin horarios ni fiestas de guardar, Amazon, tiene 230 millones de compradores a un clic de la tentación, y Google otros cientos de millones de cuentas registradas en su tienda GooglePlay y más de 1.000 millones de móviles con su sistema operativo, y Facebook, 1.250 millones de usuarios-clientes, sin olvidar al asentado Paypal.

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El cómic se adelantó a snowden. Crítica eligió al mejor de 2013

El dataapocalipsis no lo desveló Snowden. Lo contaron meses antes Marcos Martín, Montsa Vicente y Brian Vaughan, pero sus lectores pensaron que era un cómic de ciencia ficción. Quizás por eso The private eye, la historieta que se descarga gratuitamente (o con una oferta libre) en internet, ha sido designada por la crítica estadounidense como una de las mejores del año pasado.

/ 16 de febrero de 2014 / 04:00

El dataapocalipsis no lo desveló Snowden. Lo contaron meses antes Marcos Martín, Montsa Vicente y Brian Vaughan, pero sus lectores pensaron que era un cómic de ciencia ficción. Quizás por eso The private eye, la historieta que se descarga gratuitamente (o con una oferta libre) en internet, ha sido designada por la crítica estadounidense como una de las mejores del año pasado.

“Lo mejor de The private eye es la forma en que te tortura con lo que significa vivir en un mundo hiperconectado”, escribía el medio especializado Kotaku para justificar su elección entre los mejores de 2013. “Sus personajes se mueven en un mundo en el que guardar secretos es una obsesión porque la gente vive en un dataapocalipsis donde toda la ropa sucia es pública en internet”.

Medios y páginas web como USA Today, The Verge, Kotaku y The Hollywood Reporter han elegido entre las obras más destacadas del año el cómic creado por los ilustradores catalanes Martín y Vicente, y el estadounidense Brian V. Vaughan, guionista de la serie televisiva Perdidos y ahora productor ejecutivo de la serie Bajo la cúpula, versión de una obra de Stephen King. Vaughan es también coautor de los cómics de culto Y, el último hombre y Saga.

La trama de The private eye (el ojo privado) se desarrolla en el año 2076 en Estados Unidos, donde todo y todos son espiados. Un indiscreto paparazzi y un detective privado al margen de la ley son los protagonistas de este mundo de ciencia ficción que unos pocos meses después de su primer capítulo se convertiría en realidad con las revelaciones de Edward Snowden sobre la NSA. “Creo que dimos en el clavo con el argumento”, explica Martín en su estudio barcelonés. “Quizás por ello, la gente que se descarga el cómic es de una miscelánea diferente al del circuito del cómic tradicional. Hemos visto que hay mucho profesor, mucho universitario y periodista”.

The private eye solo se distribuye por internet, gratuitamente y sin protección alguna para su copia. El lector paga la voluntad y si lo desea.  La historia, pensada en diez capítulos, se inició en marzo. “Pensamos que si la cosa iba medio bien llegaríamos al tercer capítulo”. Los creadores acaban de publicar el quinto.

La media de pago es de algo más de dos dólares (1,4 euros) por descarga y la ratio pago/descarga es de unos 50 centavos de dólar (36 céntimos de euros) por visitante único. El primer capítulo fue el más descargado, “pero también el que menos gente pagó, apenas la mitad. Ahora hay menos descargas, pero paga el 80%”. Al margen de su experimento sobre una nueva economía, la obra ha conseguido el reconocimiento de la crítica.

En estos cinco primeros capítulos, el cómic se ha ido traduciendo a cinco idiomas (inglés, español, catalán, portugués y francés). “Hemos tenido ofertas para traducir a todo tipo de idiomas, del griego al malayo; pero aparte de la dudosa demanda real en esas zonas geográficas, luego he de rotular las palabras y no tengo tiempo; la prioridad es publicar las historietas”. Los tres trabajan ya en el sexto capítulo. “El resumen de nuestra experiencia es que el modelo funciona”, añade Martín. “Aunque es posible que no ganemos tanto como lo hubiésemos hecho de publicar el cómic con una editorial como Image, sí estamos ganando más de lo que lo haríamos en cualquiera de las dos grandes, Marvel o DC”.

Los lectores de los países anglosajones son los más generosos, “de largo”, puntualiza Martín. Estadounidenses, ingleses, canadienses y australianos; españoles y brasileños se lo descargan mucho, pero aflojan poco, y eso que la web admite pagos desde un centavo de dólar.

La página solo cambia cuando se recibe una nueva entrega del cómic, es decir, una vez cada dos meses, aproximadamente. “Estamos pensando en acoger a otros autores y en añadir más recursos, pero no somos ni empresarios ni editores como para dedicarnos a buscarlos’. Martín rechaza cualquier intención de que The private eye se imprima en papel, “la difusión exclusivamente digital es parte de la originalidad del proyecto”, dice, pero sí que habrá recuerdos tangibles.

La cuarta pata del equipo es el informático, también español, José María Sánchez de Ocaña, diseñador de la web y con experiencia en el comercio electrónico, pues es el fundador de IberGour. Desde enero han puesto a la venta láminas del cómic a 20 dólares (14,6 euros) o de 50 (36,6 euros) en el caso de una edición numerada (solo 100 ejemplares) firmada por los autores.

The private eye se acabará en 2014, pero después no se sabe qué pasará. “Ni nosotros lo sabemos; creo que es parte del encanto. No hay fecha de salida de un nuevo capítulo, ni siquiera seguridad de que salga. Son los lectores los que impulsan el proyecto. Si les gusta y pagan, continuará; y si no, es que no merece la pena”. Martín garantiza que llegarán a los diez capítulos previstos, aunque desecha la posibilidad de que haya una impresión final con un The private eye completo.

“En un año en el que ha sido imposible ignorar la realidad del estado de vigilancia”, finaliza la crítica de Kotaku, “este título te hace pensar sobre el uso de tu navegación y de tus redes sociales de la peor forma posible”.

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