Ganó cuatro Oscar con Birdman el año pasado y éste, Alejandro González Iñárritu vuelve a ser el favorito en las apuestas con El renacido, una historia de “supervivencia y venganza” ambientada en la Norteamérica “infinita, desconocida y salvaje” de la época de los primeros colonos. Rodada en paisajes de Argentina y Canadá, solamente con luz natural y con una cámara que parece flotar entre los árboles, el film que protagoniza Leonardo DiCaprio es el mayor desafío al que se ha enfrentado hasta el momento el director y guionista mexicano. “Una película es como un parto. Duele tanto que la única forma de tener otro hijo es que se te olvide ese dolor. Pero el dolor es temporal y una película es para siempre, y en realidad, el dolor ya se me olvidó”.

El renacido está inspirada en hechos reales y cuenta la historia del explorador Hugh Glass (interpretado por DiCaprio), quien durante una expedición resultó brutalmente herido por un oso y después fue abandonado por sus compañeros de cacería. Alimentado por la sed de venganza y el amor a su familia, Glass se niega a morir y emprende un largo viaje a través del indómito Oeste con la idea fija de volver a echarse a la cara al hombre que le traicionó: John Fitzgerald (interpretado Tom Hardy).

“Me dio mucho miedo este proyecto porque nunca había hecho algo así. Nunca en mi vida había filmado un árbol —no verás uno en ninguna de mis otras películas— y tampoco sabía cómo filmar un caballo, pero precisamente la posibilidad de fallar era lo que me excitaba”, explica Iñárritu. El deseo personal de integrarse en la naturaleza durante un año—después de la neurótica y urbana Birdman— y la historia en sí también fueron factores determinantes a la hora de aceptar el proyecto.

“Es una película de aventuras y supervivencia en la tradición de Jack London, pero al mismo tiempo es una metáfora de la vida y de cuántas veces nacimos y renacimos. Un ataque de un oso no es peor que lidiar con un cáncer o perder a un ser querido”, sostiene. “Tampoco lo es un divorcio, o quedarse sin trabajo, la gente sin esperanza y los emigrantes. Todo eso son viajes, y las personas a veces tienen que morir para reinventarse y volver a nacer”, añade el cineasta.

Visto cómo está el drama de los migrantes en todo el mundo desde hace al menos un año, y dado que Iñárritu es uno de ellos —como recordó Sean Penn en la entrega de los Oscar del año pasado—, El renacido se convierte también en un alegato contra la xenofobia y el racismo que ya se muestra en esa América en ebullición del siglo XIX, donde todo el mundo venía de otro país.

“En el tema de la inmigración es necesario actuar con compasión y empatía”, opina el director, preguntado por las políticas restrictivas en Europa o las declaraciones incendiarias de Donald Trump. “No podemos seguir reduciendo a esta gente desesperada a los estereotipos de los discursos, que les quitan la integridad humana. Se están regando semillas que exacerban el miedo a lo desconocido o al otro, y eso es tremendo”, advierte el director. En su opinión “tiene que ver mucho también la responsabilidad de los países que han poseído muchos recursos a lo largo de la historia y que han sido parte de lo que sucede en esos otros países”, de los que proceden los emigrantes.

Desde que estrenó su ópera prima, Amores Perros (2000) hasta hoy, Iñárritu ha pasado de ser un marginado en la industria de Hollywood al director con el que todos quieren trabajar. “Es muy raro”, dice al respecto. “Para mí lo único que ha cambiado es el coste de la película, pero mi proceso es el mismo. Siempre he tenido la fortuna de actuar con una libertad total. Todos los errores de mis películas me pertenecen a mí, porque nunca he tenido que hacer nada que yo no quiera, ni mover una línea de diálogo, ni quitar o poner una escena”. “Me sigo considerando el mismo aprendiz del cine, trato de experimentar y explorar cosas, tomar riesgos sin miedo, con responsabilidad pero sin miedo”, precisa. En cuanto a futuros proyectos, de momento no quiere saber nada. “Mi proyecto ahora se llama hibernar, como el oso, en una cueva”.