En estos mismos días, algunos, varios o muchos alemanes se están rasgando las vestiduras y retorciéndose como lombrices por un hecho difícil de comprender fuera de Alemania. Quien no haya estado en ese país entenderá apenas el grado de vergüenza, incomodidad y rechazo que provoca en la inmensa mayoría de los alemanes cualquier tipo de manifestación que se relacione con Adolf Hitler. Y ocurre, precisamente, que a partir del 1 de enero los derechos de autor son de dominio público y cualquier hijo de vecino puede editar y vender Mi lucha, el manifiesto político de Hitler y el cimiento de la ideología nacionalsocialista, causante de 80 millones de muertes. Un libro maldito, si alguna vez hubo uno.

En efecto, feneció el lapso de 70 años desde la muerte del dictador (30 de abril de 1945) en que, a falta de herederos, los derechos de autor recayeron en manos del Estado Libre de Baviera, el mismo que se negó a publicar ni a conceder permisos para publicar el texto tabú. Las autoridades alemanas de la posguerra nunca se tomaron a Hitler a la ligera: una ley penaliza con hasta cinco años de cárcel la incitación al odio (cosa que hace Mi lucha), un caso en el que la libertad de expresión ocupa un lugar subordinado.

En previsión de que el libro iba a circular otra vez, Baviera le encomendó al Instituto de Historia Contemporánea de Múnich (IfZ) preparar una edición especial. Mi lucha es otra vez un best seller. Esta edición de 4.000 ejemplares, que se agotaron en pocos días, tiene sus peculiaridades: consta de 800 páginas, el doble del original, debido a que contiene 3.700 notas que refutan cada afirmación de Hitler. Cada página del original tiene una contracara de hasta 15 notas, escritas por el equipo de historiadores del IfZ, quienes se ocuparon además de rastrear las fuentes del autor. Es, sin duda, una de las más importantes obras de investigación acerca de Hitler que se haya impreso en años.

La primera edición original se publicó durante el verano boreal de 1925, cuando el autor había cumplido 36 años. El mito dice que Hitler le dictó su obra a su hombre de confianza, Rudolf Hess, pero lo cierto es que lo mecanografió él mismo. Goebbels, que sería ministro de propaganda ocho años después, la calificó como el “evangelio de la nueva era” y la “biblia del nacionalsocialismo”. Pero dados los resultados conocidos, hoy para la inmensa mayoría es un cáliz del mal y una caja de Pandora que sería mejor dejar cerrada para siempre.

Mi lucha es una biografía estilizada, una plataforma ideológica, una mezcla de historia del partido y de propaganda. Su núcleo está en el capítulo 11, titulado Raza y pueblo. En todo caso, el resultado que demuestra la edición anotada es que Hitler, nacido en el pueblo austriaco de Braunau, distorsionó deliberadamente muchas cosas, mientras que otras imprecisiones fueron resultado de una mala investigación. Solo el número de errores factuales señalados por el IfZ está en los cientos.

DIFUSIÓN. Como fuere, desde 1925 hasta el colapso del III Reich 20 años después, Mi lucha vio 1.122 ediciones en alemán (la última, en 1944), que vendieron 12 millones de ejemplares, haciendo de Hitler un hombre rico. Unos 15 millones de alemanes habrían estado familiarizados en diferentes medidas con el libro.

Aquellos que en 1925 hubieran querido entender las intenciones de Hitler hubieran averiguado mucho, de haber leído Mi lucha. Pero la obra no fue tomada en serio entre la burguesía y los círculos de izquierda; fue desechada como una pila de disparates patéticos, y Hitler, como un hazmerreír. El resultado de esa falta de atención fue la destrucción de Europa. Para Charlotte Knobloch, presidente de la Sociedad Cultural Israelí de Múnich, la re-publicación de Mi lucha podría exponer a Alemania a una amenaza incontrolable. ¿Los derechistas alemanes comenzarán a evocar el libro de Hitler para sus fechorías?

Timur Vermes, autor de la novela satírica Er ist wieder da (Ahí está otra vez) se sitúa en la vereda opuesta a Knobloch: todo el mundo debería leer Mi lucha, dice, pues ya tenemos la retrospectiva y sabemos a qué conduce y no leerla expone a los alemanes a ignorar el peor error de su historia.

Pero el debate se hace extraño, cuando se sabe que el libro de Hitler, en alemán, estaba disponible en Amazon para cualquiera que quisiese descargarlo. Al menos, las ganancias se destinaban a obras de caridad. Eso era menos malo que acudir a las numerosas ediciones clandestinas de editoriales neonazis. Es más, dice Vermes que cuando él quiso leer el libro supo que casi todos sus parientes mayores tenían un ejemplar original. La edición anotada del IfZ parece raquítica en comparación con los 12 millones de volúmenes publicados, de los cuales habrá sobrevivido no menos de la décima parte.

Y Vermes refuta así a quienes se horrorizan por la reimpresión de la biblia del nazismo: “Si algún secuaz de campo de concentración alegara que había tenido que matar a miles porque Mi lucha le había envenenado el alma, tendríamos que mostrarle el dedo del medio. Pero cuando Charlotte Knobloch afirma que Mi lucha envenenará a la juventud, de repente vemos en ello un argumento serio”.

Hay que estar en Alemania para entender el porqué profundo de la discusión. Pero no hace falta estar en Alemania ni ser alemán para entender que Mi lucha, por muy importante que haya sido, es un libro obsoleto, anacrónico y hoy por hoy, aburrido, se lea en la nueva publicación o en las muchas, de diversas calidades de edición, que se encuentran en las calles de La Paz.