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El gran ojo de Calatrava

El polémico vestíbulo de la estación de World Trade Center de Nueva York abrirá al público dentro de un mes.

/ 15 de febrero de 2016 / 18:19

La profunda herida que se abrió en el bajo Manhattan tras el derrumbe de las Torres Gemelas está a muy poco tiempo de cicatrizar. En escasamente un mes empezará a abrirse al público el componente principal de la estación que, en el World Trade Center, conectará una decena de líneas de la red de metro de la ciudad de Nueva York con los trenes de cercanías que cruzan el río Hudson hacia Nueva Jersey. Es el proyecto más importante del arquitecto español Santiago Calatrava y se espera esté plenamente operativo para el verano.

Los neoyorquinos llevan años viendo este esqueleto de acero a los pies de los rascacielos que emergieron en la Zona cero. Unos imaginan que es una gigantesca escultura con forma de dinosaurio. Otros dicen que se parece más a una planta carnívora, con la presa dentro. Nada de eso. El proyecto de llama Oculus —“ojo”, en latín— y se abre a dos plantas de profundidad en el granito, formando un espacio lleno de luz incluso en un día plomizo. Está pensado y diseñado para ser una plaza urbana bajo tierra.

El vestíbulo es más alto que el de la imponente sala principal de Grand Central Station, el edificio preferido de Calatrava. Tiene 160 metros en el punto más alto y 330 de largo. En volumen, sin embargo, es más pequeño que la majestuosa estación terminal en Midtown. La sensación que recibe a quien está dentro de una o de otra, es diferente: la idea de Calatrava era crear un lugar que te hace sentir bien al llegar a la ciudad. Por eso, el espacio te invita al viajero, desde el momento en el que baja del tren, a ir siguiendo la luz para salir la calle.

El cielo y el firmamento son reales en la gigantesca cúpula de cristal y de acero que corona la estación. El suelo está recubierto de mármol blanco para aligerar aún más el espacio. El primer diseño de la estructura, que evoca las alas de un pájaro, contemplaba que sus espinas se abrieran el día en el que se recuerda a las víctimas del 11-S. Más tarde la idea se limitó a los cristales que se levantan cuando el cuerpo del edificio se convierte en alas. Respecto a su entorno, la estructura está perfectamente alineada con la Torre Uno, el rascacielos más alto en el hemisferio occidental.

Los trabajos empezaron en 2004. Los vecinos de Nueva York llevan más de una década debatiendo sobre un proyecto que se ha hecho interminable por la sucesión de retrasos y que finalmente va a tener un coste de 4.000 millones de dólares, mayor de lo previsto. Los plazos y el presupuesto no fueron el único argumento de controversia. Hubo además que dar con la manera de encajarlo en el vacío que dejaron las Torres Gemelas para crear una unidad con el resto de componentes urbanísticos de la zona, como el Museo Memorial.

Pero el Oculus de Calatrava es más que una simple estación de interconexión con más de 30.000 metros cuadrados reservados a espacio cívico, y aspira a convertirse en un lugar donde se pueda ir a tomar un café, almorzar o comprar. Como en Grand Central, donde turistas y vecinos se funden a diario en una danza muy particular en la que nadie se toca, bajo un fresco celestial con el zodiaco. Nada que ver con las estaciones de tren convencional. Ésta parece más un centro comercial.

La idea era completar la obra en cinco años, dos antes del décimo aniversario del 11-S. El arquitecto reconoce que nunca se enfrentó a un proyecto con tanta trascendencia y significado. Los ingenieros tuvieron que lidiar con multitud de sorpresas técnicas, al tiempo que se mantuvo el curso normal del tráfico de trenes. En el corredor que lleva a los andenes se puede escuchar los convoyes de la línea 1 de metro pasando literalmente por encima de la cabeza.
Los medios locales han sido muy críticos con lo que calificaron como la mayor extravagancia de Calatrava, hasta el punto que diarios como el The New York Times o The Wall Street Journal sometieron el proyecto a un escrutinio sin precedentes. Así, el trabajo más importante de su carrera fue también el que amenazó con destrozar su reputación. El crítico de arquitectura del New York Post llegó a decir que la estructura estaba oxidada antes de inaugurarse.

La nueva estación en el bajo Manhattan, calificada ya como la más cara del mundo, debe demostrar a partir de ahora que funciona y que es un buen negocio. La estación original de Pensilvania nació también como una maravilla arquitectónica. Pero el edificio principal tuvo que ser demolido, acosado por los problemas financieros. A punto estuvo de seguir la misma suerte Grand Central hace cuatro décadas, salvada por Jacqueline Kennedy Onassis.

La estación temporal que opera en el World Trade Center está sirviendo a 44.000 viajeros al día. Las autoridades anticipan que la nueva podrá soportar hasta 200.000 pasajeros, pero esta interconexión está limitada físicamente por solo dos túneles que cruzan el río. De hecho, tienen solo cuatro andenes frente a los 44 de la estación terminal en Grand Central, que está en fase de expansión.

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/ 15 de febrero de 2016 / 18:19

La profunda herida que se abrió en el bajo Manhattan tras el derrumbe de las Torres Gemelas está a muy poco tiempo de cicatrizar. En escasamente un mes empezará a abrirse al público el componente principal de la estación que, en el World Trade Center, conectará una decena de líneas de la red de metro de la ciudad de Nueva York con los trenes de cercanías que cruzan el río Hudson hacia Nueva Jersey. Es el proyecto más importante del arquitecto español Santiago Calatrava y se espera esté plenamente operativo para el verano.

Los neoyorquinos llevan años viendo este esqueleto de acero a los pies de los rascacielos que emergieron en la Zona cero. Unos imaginan que es una gigantesca escultura con forma de dinosaurio. Otros dicen que se parece más a una planta carnívora, con la presa dentro. Nada de eso. El proyecto de llama Oculus —“ojo”, en latín— y se abre a dos plantas de profundidad en el granito, formando un espacio lleno de luz incluso en un día plomizo. Está pensado y diseñado para ser una plaza urbana bajo tierra.

El vestíbulo es más alto que el de la imponente sala principal de Grand Central Station, el edificio preferido de Calatrava. Tiene 160 metros en el punto más alto y 330 de largo. En volumen, sin embargo, es más pequeño que la majestuosa estación terminal en Midtown. La sensación que recibe a quien está dentro de una o de otra, es diferente: la idea de Calatrava era crear un lugar que te hace sentir bien al llegar a la ciudad. Por eso, el espacio te invita al viajero, desde el momento en el que baja del tren, a ir siguiendo la luz para salir la calle.

El cielo y el firmamento son reales en la gigantesca cúpula de cristal y de acero que corona la estación. El suelo está recubierto de mármol blanco para aligerar aún más el espacio. El primer diseño de la estructura, que evoca las alas de un pájaro, contemplaba que sus espinas se abrieran el día en el que se recuerda a las víctimas del 11-S. Más tarde la idea se limitó a los cristales que se levantan cuando el cuerpo del edificio se convierte en alas. Respecto a su entorno, la estructura está perfectamente alineada con la Torre Uno, el rascacielos más alto en el hemisferio occidental.

Los trabajos empezaron en 2004. Los vecinos de Nueva York llevan más de una década debatiendo sobre un proyecto que se ha hecho interminable por la sucesión de retrasos y que finalmente va a tener un coste de 4.000 millones de dólares, mayor de lo previsto. Los plazos y el presupuesto no fueron el único argumento de controversia. Hubo además que dar con la manera de encajarlo en el vacío que dejaron las Torres Gemelas para crear una unidad con el resto de componentes urbanísticos de la zona, como el Museo Memorial.

Pero el Oculus de Calatrava es más que una simple estación de interconexión con más de 30.000 metros cuadrados reservados a espacio cívico, y aspira a convertirse en un lugar donde se pueda ir a tomar un café, almorzar o comprar. Como en Grand Central, donde turistas y vecinos se funden a diario en una danza muy particular en la que nadie se toca, bajo un fresco celestial con el zodiaco. Nada que ver con las estaciones de tren convencional. Ésta parece más un centro comercial.

La idea era completar la obra en cinco años, dos antes del décimo aniversario del 11-S. El arquitecto reconoce que nunca se enfrentó a un proyecto con tanta trascendencia y significado. Los ingenieros tuvieron que lidiar con multitud de sorpresas técnicas, al tiempo que se mantuvo el curso normal del tráfico de trenes. En el corredor que lleva a los andenes se puede escuchar los convoyes de la línea 1 de metro pasando literalmente por encima de la cabeza.
Los medios locales han sido muy críticos con lo que calificaron como la mayor extravagancia de Calatrava, hasta el punto que diarios como el The New York Times o The Wall Street Journal sometieron el proyecto a un escrutinio sin precedentes. Así, el trabajo más importante de su carrera fue también el que amenazó con destrozar su reputación. El crítico de arquitectura del New York Post llegó a decir que la estructura estaba oxidada antes de inaugurarse.

La nueva estación en el bajo Manhattan, calificada ya como la más cara del mundo, debe demostrar a partir de ahora que funciona y que es un buen negocio. La estación original de Pensilvania nació también como una maravilla arquitectónica. Pero el edificio principal tuvo que ser demolido, acosado por los problemas financieros. A punto estuvo de seguir la misma suerte Grand Central hace cuatro décadas, salvada por Jacqueline Kennedy Onassis.

La estación temporal que opera en el World Trade Center está sirviendo a 44.000 viajeros al día. Las autoridades anticipan que la nueva podrá soportar hasta 200.000 pasajeros, pero esta interconexión está limitada físicamente por solo dos túneles que cruzan el río. De hecho, tienen solo cuatro andenes frente a los 44 de la estación terminal en Grand Central, que está en fase de expansión.

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