Thursday 28 Mar 2024 | Actualizado a 14:50 PM

Un lenguaje radiante

John Coltrane grabó en una sola noche ‘A Love Supreme’, un álbum atemporal y eterno que alcanza el equilibrio jazzístico perfecto.

/ 15 de febrero de 2016 / 17:30

Un verano de 1964 Lindon B. Johnson estaba adaptándose recién al tamaño de la silla presidencial, Malcolm X estaba vivo y la palabra Vietnam aún no significaba lo que significaría pocos años después en Estados Unidos y en el mundo. La economía crecía mientras el conflicto racial mostraba los brotes que durante muchos años se habían ignorado. El movimiento para los derechos civiles había llegado a su punto más agudo un año antes con la marcha de 200.000 personas sobre Washington y, sin embargo, muchos creían que estaba perdiendo impulso a pesar de que la pólvora había comenzado a prender disturbios en los guetos.

El sonido de los fab four de Liverpool había llegado desde el viejo continente a cambiar las bases de la música popular norteamericana y generar un enloquecimiento masivo entre los jóvenes. Desde Detroit, el sonido Motown, con pandereta, tambores y bajo, generaba una estructura melódica y armónica única, que sentaba como un guante al canto “llamada y respuesta” originario de la música gospel. Bob Dylan lanzaba su oportuno tercer álbum, The Times They Are A-Changin (Los tiempos están cambiando), que se considera el reflejo de la protesta generacional de los años 60, pero del que él mismo dijo: “Esas fueron las únicas palabras que pude encontrar para separar la vida de la muerte. No tiene nada que ver con la época. ‘Los tiempos están cambiando’ no es una declaración, es un sentimiento”. El cantante de soul Sam Cooke respondería escribiendo su propia predicción, llena de confianza: A Change Is Gonna Come (Va a llegar un cambio).

En el jazz, un primo cercano del hard bop de los años cincuenta llenaba los escenarios con bandas lideradas por Cannonball Adderley, Ramsey Lewis y Chico Hamilton: el soul jazz. La antorcha del free jazz —encendida pocos años antes por Ornette Coleman, Charles Mingus y Cecil Taylor— era sostenida por una nueva vanguardia. Su música, feroz y desafiante con la tradición, explotó con la ira cargada de significado político de aquellos tiempos. Todo este cocktail reivindicaba a un líder, y lo encontró en un saxofonista cuyo estilo nutría el sonido y el espíritu de exploración de todos ellos: John Coltrane.

Trane, como lo conocían sus amigos, ya tenía gran cantidad de horas de vuelo. Más allá de su carrera solista había formado parte del cuarteto de Thelonius Monk y había sido una pieza fundamental de la obra Kind Of Blue en el quinteto de Miles Davis. “En cualquier forma de arte llega un momento en el que hay ciertas cosas flotando en el aire, de tal manera que un número de gente puede llegar a la misma conclusión haciendo un descubrimiento similar al mismo tiempo”. Lo que no sabía Coltrane era que estaba a punto de ofrecer al mundo un alegato musical que le reportaría una fama todavía más grande de la que ya gozaba y que iría más allá de su categoría y su tiempo. Una obra inmensa y emblemática que no podía haber sido mejor bautizada: A Love Supreme.

Coltrane estaba concluyendo una etapa de trabajo imparable. Su agencia, Shaw Artists, lo había hecho cruzar EEUU de punta a punta en una furgoneta, junto con su cuarteto. Pero su naturaleza obsesiva no le dejó detenerse y descansar. Se pasó cinco días recluido en el piso de arriba de su casa con un bolígrafo, papel y su saxo tenor. John subía algo de comida de vez en cuando y se pasaba horas de horas meditando sobre la música que oía en su interior.

Cuando finalmente volvió al mundo, su esposa le vio extrañamente sereno. “Era como Moisés bajando de la montaña”, recordaba ya viuda. “Bajó y tenía esa alegría, esa paz en el rostro, esa tranquilidad que no era habitual en él. De manera que le dije: ‘Explícamelo todo’. Él respondió: ‘Es la primera vez que me ha llegado toda la música que quiero grabar en una suite. Esta es la primera vez que lo tengo todo… todo listo”.

Coltrane entró en el estudio de grabación para dar forma a sus meditaciones con un álbum en el que combinaba música y significado, un disco conceptual que no se parecía en nada a lo que había hecho hasta ese momento. A Love Supreme es la suite de jazz en cuatro partes que John Coltrane grabó en tan solo una noche con el pianista McCoy Tyner, el contrabajista Jimmy Garrison y el baterista Elvin Jones. Este amor supremo sorprendió a Trane en el punto más alto de su inspiración creativa. En febrero de 1965 llegó a las tiendas y a las emisoras de radio y en menos de dos meses se convirtió en un éxito en los círculos jazzísticos.

A Love Supreme decantaba los aspectos más trascendentales de su época: el amor universal y la conciencia espiritual. Es un álbum que nunca pasará de moda, que tiene un espíritu de renovación propio, es atemporal, es eterno. Coltrane lo concibió como un regalo al Divino, dedicándoselo abiertamente: “Como una humilde ofrenda a Él”.

Más allá de todo ello está la música que emerge y presenta un equilibrio absoluto entre composición e improvisación, entre forma y energía. Una obra que construye, derriba y vuelve a erigir las típicas estructuras del blues. Las melodías concebidas y escritas permitían al cuarteto explorar los más recónditos parajes de la imaginación y adentrarse en la montaña rusa de una dinámica cronometrada con precisión. Los acordes de Tyner aportan tensión; la batería de Jones produce éxtasis y las líneas del contrabajo de Garrison crean un cimiento celestial. Todo, para que los interminables solos de Coltrane fluyan en una espiral que va desde un susurro meditabundo hasta un grito desgarrador… tal cual lo haría un experimentado predicador dominical.

(*) Nicolás Peña es crítico musical.

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John Coltrane grabó en una sola noche ‘A Love Supreme’, un álbum atemporal y eterno que alcanza el equilibrio jazzístico perfecto.

/ 15 de febrero de 2016 / 17:30

Un verano de 1964 Lindon B. Johnson estaba adaptándose recién al tamaño de la silla presidencial, Malcolm X estaba vivo y la palabra Vietnam aún no significaba lo que significaría pocos años después en Estados Unidos y en el mundo. La economía crecía mientras el conflicto racial mostraba los brotes que durante muchos años se habían ignorado. El movimiento para los derechos civiles había llegado a su punto más agudo un año antes con la marcha de 200.000 personas sobre Washington y, sin embargo, muchos creían que estaba perdiendo impulso a pesar de que la pólvora había comenzado a prender disturbios en los guetos.

El sonido de los fab four de Liverpool había llegado desde el viejo continente a cambiar las bases de la música popular norteamericana y generar un enloquecimiento masivo entre los jóvenes. Desde Detroit, el sonido Motown, con pandereta, tambores y bajo, generaba una estructura melódica y armónica única, que sentaba como un guante al canto “llamada y respuesta” originario de la música gospel. Bob Dylan lanzaba su oportuno tercer álbum, The Times They Are A-Changin (Los tiempos están cambiando), que se considera el reflejo de la protesta generacional de los años 60, pero del que él mismo dijo: “Esas fueron las únicas palabras que pude encontrar para separar la vida de la muerte. No tiene nada que ver con la época. ‘Los tiempos están cambiando’ no es una declaración, es un sentimiento”. El cantante de soul Sam Cooke respondería escribiendo su propia predicción, llena de confianza: A Change Is Gonna Come (Va a llegar un cambio).

En el jazz, un primo cercano del hard bop de los años cincuenta llenaba los escenarios con bandas lideradas por Cannonball Adderley, Ramsey Lewis y Chico Hamilton: el soul jazz. La antorcha del free jazz —encendida pocos años antes por Ornette Coleman, Charles Mingus y Cecil Taylor— era sostenida por una nueva vanguardia. Su música, feroz y desafiante con la tradición, explotó con la ira cargada de significado político de aquellos tiempos. Todo este cocktail reivindicaba a un líder, y lo encontró en un saxofonista cuyo estilo nutría el sonido y el espíritu de exploración de todos ellos: John Coltrane.

Trane, como lo conocían sus amigos, ya tenía gran cantidad de horas de vuelo. Más allá de su carrera solista había formado parte del cuarteto de Thelonius Monk y había sido una pieza fundamental de la obra Kind Of Blue en el quinteto de Miles Davis. “En cualquier forma de arte llega un momento en el que hay ciertas cosas flotando en el aire, de tal manera que un número de gente puede llegar a la misma conclusión haciendo un descubrimiento similar al mismo tiempo”. Lo que no sabía Coltrane era que estaba a punto de ofrecer al mundo un alegato musical que le reportaría una fama todavía más grande de la que ya gozaba y que iría más allá de su categoría y su tiempo. Una obra inmensa y emblemática que no podía haber sido mejor bautizada: A Love Supreme.

Coltrane estaba concluyendo una etapa de trabajo imparable. Su agencia, Shaw Artists, lo había hecho cruzar EEUU de punta a punta en una furgoneta, junto con su cuarteto. Pero su naturaleza obsesiva no le dejó detenerse y descansar. Se pasó cinco días recluido en el piso de arriba de su casa con un bolígrafo, papel y su saxo tenor. John subía algo de comida de vez en cuando y se pasaba horas de horas meditando sobre la música que oía en su interior.

Cuando finalmente volvió al mundo, su esposa le vio extrañamente sereno. “Era como Moisés bajando de la montaña”, recordaba ya viuda. “Bajó y tenía esa alegría, esa paz en el rostro, esa tranquilidad que no era habitual en él. De manera que le dije: ‘Explícamelo todo’. Él respondió: ‘Es la primera vez que me ha llegado toda la música que quiero grabar en una suite. Esta es la primera vez que lo tengo todo… todo listo”.

Coltrane entró en el estudio de grabación para dar forma a sus meditaciones con un álbum en el que combinaba música y significado, un disco conceptual que no se parecía en nada a lo que había hecho hasta ese momento. A Love Supreme es la suite de jazz en cuatro partes que John Coltrane grabó en tan solo una noche con el pianista McCoy Tyner, el contrabajista Jimmy Garrison y el baterista Elvin Jones. Este amor supremo sorprendió a Trane en el punto más alto de su inspiración creativa. En febrero de 1965 llegó a las tiendas y a las emisoras de radio y en menos de dos meses se convirtió en un éxito en los círculos jazzísticos.

A Love Supreme decantaba los aspectos más trascendentales de su época: el amor universal y la conciencia espiritual. Es un álbum que nunca pasará de moda, que tiene un espíritu de renovación propio, es atemporal, es eterno. Coltrane lo concibió como un regalo al Divino, dedicándoselo abiertamente: “Como una humilde ofrenda a Él”.

Más allá de todo ello está la música que emerge y presenta un equilibrio absoluto entre composición e improvisación, entre forma y energía. Una obra que construye, derriba y vuelve a erigir las típicas estructuras del blues. Las melodías concebidas y escritas permitían al cuarteto explorar los más recónditos parajes de la imaginación y adentrarse en la montaña rusa de una dinámica cronometrada con precisión. Los acordes de Tyner aportan tensión; la batería de Jones produce éxtasis y las líneas del contrabajo de Garrison crean un cimiento celestial. Todo, para que los interminables solos de Coltrane fluyan en una espiral que va desde un susurro meditabundo hasta un grito desgarrador… tal cual lo haría un experimentado predicador dominical.

(*) Nicolás Peña es crítico musical.

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