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Rolling Stones aún demoledores

Mick Jagger lanzó un “¡hola, vieja!” a la tercera multitud de fans que enfrentaba en Buenos Aires, y la devolución fue un rugido estruendoso. Sí, Mick y los otros Rolling Stones ya saben que esa es la forma en que se saludan sus compatriotas de la Nación Stone y, para despejar dudas prosiguió, también en español: “hay algo que quiero saber, ¿éste es el país más Stone?”. El rugido de los 60 mil fue aún más ensordecedor, y así la pregunta retórica tuvo respuesta en los tres días colmados del estadio de La Plata, en las pocas horas necesarias para vender la totalidad de las entradas y en un delirio masivo sin edad. Todo ello corrobora la certeza —evidente desde los años noventa— de que Argentina es la Nación Stone, donde los legendarios Keith Richards, Charly Watts, Ronnie Wood y Mick Jagger son héroes, próceres y majestades de un fanatismo que bordea lo religioso. Y la noche del sábado 13 de febrero se celebró un ritual.

Al llegar al estadio de La Plata el sol caía, y no así el calor despiadado, por lo que proliferaba la venta de “fernezas” (cerveza con fernet) junto a improvisados quioscos de “chori-stones” que los vecinos arman en los alrededores. Por todos lados aparecían las convocadas y los convocados, bien uniformados con todo tipo de remeras de la lengua más famosa del mundo. Muchos lucían con orgullo su ya descolorida prenda de la gira de 1995, la que trajo por primera vez a los Rolling Stones a Argentina. Desde entonces han venido otras tres veces repitiendo o aumentando la convocatoria, aunque estas últimas presentaciones se hayan cubierto con un cierto halo melancólico, como el que provoca toda despedida anticipada. “Seguramente es la última”, “ya no creo que hagan más giras”, “están muy mayores”, se escuchaba reiteradamente entre los que esperaban el arranque del show.

Sin embargo, desde el inicial Start me up los Stones dejaron claro que no son unos ancianitos a quienes cederles el asiento. Al contrario, con una potencia sonora apabullante levantaron a todos de la taquilla para mantenerlos de pie por dos horas y media. Jagger saltando, bailando y corriendo dejaba claro que 72 años no son nada, y menos aún una excusa para no seguir reinventando el rock.

Richards, con la sonrisa cínica de quien gambeteó a la muerte, brilló nuevamente con su toque único de la Fender que le cuelga hasta el suelo. La Nación Stone le debe su existencia: fue el primero en llegar en una gira solitaria y quien descubrió que en estos confines de Sudamérica estaban esperando ejércitos de fans de los Rolling.

EMOCIÓN. Richards hizo posible la primera llegada de la banda y el surgimiento de la Nación Stone, que ya tiene dos libros que relatan y tratan de explicar el fenómeno. Por esto no fue de extrañar las ovaciones frenéticas e interminables al guitarrista en las tres jornadas. Incluso se humedecieron sus ojos, algo inusual para un sobreviviente del rock que parece haber vivido todo y más de lo que un cuerpo humano puede soportar.

No fueron menores las ovaciones feroces para el inexpresivo Watts, quien aún no logra explicarse las razones de tal afecto. También fue sonada la acogida al siempre desenfadado Wood, presentado por Jagger como “el Borges de la guitarra”. La cita no es casual, Jagger es un verdadero fanático del escritor y se arrodilló ante él en París en los setenta. La Satánica Majestad del Rock no necesita presentación, y los fans lo saben. Mick es el anfitrión de la fiesta, el que maneja el show con unos gestos y movimientos que llevan a la multitud a los límites del delirio.

En una actuación sin paradas ni descansos, los Stones pusieron “todas las carnes al asador” revisando lo mejor de su arsenal de medio siglo musical, Honky Tonk Woman, Paint it black y Jumpin Jack Flash entre otras. Además de la canción elegida por los fans vía internet, siendo la triunfadora You got me rocking (Angie ganó en el concierto previo) , mientras que para el final se dejó un himno de fines de los 60: You can’t always get what you want con coro incluido. El cierre fue el mismo para las tres fechas, Satisfaction, con Jagger y la multitud revolviendo la polera al aire, en un canto popular que sobrepasó el ya saturado sonido de la amplificación. Ese sonido siguió tronando por los celulares en los buses de retorno, con todos los fans revisando si habían podido atrapar al menos parte de esa energía demoledora, de ese volcán sonoro, de esa leyenda explosiva que son los Rolling Stones antes que se rindan finalmente.

(*) Sergio Calero es cominicador.