Icono del sitio La Razón

Pintor enamorado: Galante y libertino

Pupilas curiosas de visitantes boquiabiertos examinan con atención decenas de obras maestras que cuelgan en los muros de once salas del Museo Luxemburgo de París, en una exposición temporal de homenaje retrospectivo a quien fue el principal ilustrador del siglo XVIII, una reputada época, pletórica en la seducción y la intriga amorosa. La distribución temática no podía ser más elocuente: el espíritu libertino, Fragonard y el imaginario libertino, la lectura galante, los cuentos y las ilustraciones literarias, Eros rústico, los amores de los dioses, el pastor galante, las alegorías amorosas, las ilustraciones de Orlando furioso, el amor moralizador y la fiesta galante renovada.

Fueron 50 años de fecunda creación los que Jean-Honoré Fragonard (1732-1806) empleó desde los inicios de su itinerario con motivos campestres hasta descubrir las sutiles variaciones de las impulsiones amorosas, superando el erotismo sofisticado de los maestros flamencos para mostrar episodios más carnales de los pastores en sus pastizales. El suyo era un tiempo en que la sensualidad comenzaba a aparecer en la literatura, el arte y la filosofía, aunque siempre bajo un manto de hipócrita discreción. Fue atmósfera propicia para que aficionados al arte erótico encargaran al joven Fragonard ciertas obras apodadas “secretas”, acudiendo a su fama ya ganada de ser el emblema del libertinaje.

Así, por ejemplo, resulta extasiante el óleo La inútil resistencia (1770-73) en el cual el amante se abre paso para satisfacer sus urgencias, revelando en su esfuerzo las apetitosas rodillas de su enamorada. Se dice que la inspiración principal de “Frago” al elaborar sus telas fue la literatura erótica de la época, sean los cuentos de La Fontaine o, en otro nivel, algunas estrofas del Orlando furioso de Ariosto, expresadas en varias grabaciones de pequeña factura destinadas a ilustrar libros.

Otro cuadro que llama la atención es El beso, por la ternura que trasuntan los adolescentes protagonistas del ardoroso ósculo. Sin embargo, es el óleo sobre tela El cerrojo (1777-78) el que provoca diversas conjeturas y constituye el cuadro estrella de la exhibición, empezando por la descripción que figura en el catálogo de 1785: “Un interior de aposento en el cual están un muchacho y una chica. Aquél cerrando resueltamente el cerrojo de la puerta y la otra esforzándose por impedirlo. La escena ocurre cerca de una cama, cuyo desorden indica el resto del tema.” El pudor que se observa en las líneas anteriores causan mucha gracia y explica el ambiente en que Fragonard, el libertino, debía ejercer su arte. El instante deseado, La camisa levantada, La conversación española y otras pinturas se enmarcan dentro aquellas mismas limitaciones.

Un pequeño cuadrito titulado Las curiosas (16 x 13 cm) que ya había divisado en el Louvre, tiene una connotación singular. Se trata de dos chiquillas que, abriendo tímidamente las cortinas que protegen la intimidad del lecho, muestran sus rostros desbordantes de un ávido morbo de fisgonas que se regalan con el gozo ajeno.

Esta muestra retrospectiva fue pretexto para que afloren antiguas y nuevas reflexiones acerca de este extraordinario pintor quien entre otros clientes contaba a Madame du Barry, la amante favorita de Luis XV, que le encargó decorar su castillo de Louveciennes, aunque luego no culminó el trato. Fragonard expiró a los 74 años, el 22 de agosto de 1806, hace 210 años, en su apartamento parisino del Palais Royal. El 24 de enero último se clausuró la exposición, y los cuadros volverán a los 30 museos franceses, alemanes, suizos y americanos que prestaron sus obras, además de cuatro patrocinadores particulares, entre los que se cuenta la colección del boliviano Georges Ortiz Patiño.

(*) Carlos Antonio Carrasco es escritor.