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La hija del Papa

Fueron años marcados por espectaculares acontecimientos épicos protagonizados por hombres y mujeres cuyas vidas, con luces y sombras, constituían la historia misma de su universo circundante. Rodrigo Borgia, catalán de Valencia, debe su fulgurante carrera eclesiástica a su tío el papa Calixto III. Gracias a él trepó al poder supremo de la Iglesia, adoptó el nombre de Alejandro VI como comandante de los Estados Pontificios y amplió la influencia de éstos por toda la península italiana. Su reinado es recordado por memorables actos tales como las bulas alejandrinas, entre ellas el famoso Tratado de Tordesillas (1494) y la expulsión de los judíos en 1492. Su vida privada fue tanto o más borrascosa que su gestión pública, pues en tanto que joven cardenal obtuvo los favores de alcoba de la pulposa Vennozza Cattanei con quien sigilosamente procreó tres hijos varones y una sola hija. Pero ¡qué hija!

Por largo tiempo los inocentes vástagos creían que el religioso de nariz abultada y manos inquietas era su tío, un tío generoso, puesto que Rodrigo, escrupuloso con las apariencias, había tenido la precaución de patrocinar el matrimonio de Vennozza con un marido postizo, previamente aleccionado y remunerado por la faltriquera cardenalicia. Ante la súbita muerte de aquel impostor, la vacancia fue prontamente llenada por otro hombre de paja. Sin embargo, poco antes de ser elevado a la silla de San Pedro, optó por revelar a sus hijos su verdadera paternidad. Y entonces, espantada, Lucrezia, descubrió “que no es con el hermano de su madre que ella había entretenido una relación incestuosa sino con su propio padre”.

En medio de esa atmósfera de lujuria clandestina, de intrigas, puñaladas traperas y envenenamientos misteriosos había nacido en 1480 Lucrezia, una bella niña quien al llegar a la adolescencia ya irradiaba una hermosura que se haría legendaria. Ojos verdes azulados, cabellos rubios con una exótica tonalidad de oro que le llegaban hasta las rodillas, dientes de blanco brillo, boca grande y generosa, silueta fina y aguda inteligencia. Tres veces casada, como peón en las manipulaciones de su padre el papa Alejandro VI y de su temible hermano César Borgia.

El libro de reciente aparición Lucrecia Borgia, la hija del Papa que (a sus 80 años) nos ofrece el italiano Dario Fo, premio Nobel de Literatura 1997, reconocido dramaturgo, ensayista, satirista, actor y, en ese texto, meticuloso escudriñador de la pequeña historia del papado borgiano. Lo reconstituye con habilidad y suspenso contando algunos legendarios rumores o aserciones históricas en forma de diálogos y monólogos que forman el cuerpo de esta novela, la primera de su pluma. La edición francesa (2015) fue impresa imitando al original en italiano, adornada con ilustraciones propias de Dario Fo, en 275 páginas cuidadosamente engarzadas por la editorial Grasset.

En realidad la obra es una convincente tentativa de revisión del imaginario creado para manchar la figura de Lucrezia, a quien casaron a los 13 años con el señor de Pesaro Giovanni Sforza (24) en 1493 —la fecha en que Colón completaba su primer viaje a tierras americanas—. Esa boda concertada pretendía calculados réditos políticos pero cuando éstos probaron no ser rentables, pasados tres años, los Borgia obligaron al novel marido a inculparse a sí mismo como impotente, para anular el matrimonio supuestamente no consumado. Así se urdió la segunda boda de Lucrezia en 1498 con Alfonso de Aragón, hijo del rey de Nápoles —a su vez asesinado por Michelotto— quien es un operador de su hermano César, despiadado militar y astuto político, a quien Niccole Maquiavelo le dedica su clásica obra El Príncipe.

Finalmente su tercera y última alianza nupcial fue con Alfonso del Este, duque de Ferrara, con quien tuvo ocho hijos legítimos, más uno que no lo era. La secuencia de sus matrimonios —todos por razón de Estado— está intercalada con amantes, entre los que sobresalen el poeta Pietro Bembo y su cuñado Françoise Gonzague, duque de Mantua, quien, agobiado por la sífilis, debió renunciar a sus esfuerzos.

Ardua la labor de Dario Fo para revertir la mala fama de Lucrezia de incestuosa, adúltera, hábil envenenadora, perversa, carente de escrúpulos, en una dama inteligente, llena de sensibilidad, mecenas de las artes y las letras, singularmente ungida Papisa interina, durante una ausencia de Alejandro VI. Lucrezia Borgia, un mito, es sujeto central en páginas de Víctor Hugo, Mérimée, Mario Puzo, Alejandro Dumas y otros. También en la ópera de Gaetano Donizetti, en piezas de teatro y en una copiosa bibliografía.

Fue una bella mujer que murió a los 39 años de septicemia, hospedada en un convento de Ferrara, cultivando la vida y la obra de San Bernardino de Siena, su inspirador, de quien registra esta significativa cita: “Todo gozo que viene de Dios, no será jamás pecado, es la exaltación de la misma Naturaleza”.