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Octáfono y Momo recuperan el tiempo y la libertad

A los actores de Momo les falta tiempo para hacer todo lo que tienen planeado sobre el escenario: entre seis interpretan 24 papeles y tocan varios instrumentos. Quizás sea ésta una buena manera de que sientan en cada ensayo la angustia y el estrés que provocan las prisas que invaden sociedades modernas, el tema principal de esta novela de Michael Ende que se convirtió en un éxito editorial, provocó profundas reflexiones en los lectores desde que se publicó en 1973, y que la compañía de radioteatro en vivo Octáfono ha adaptado ahora —con el apoyo de la Embajada de Alemania— para presentarla el martes y el jueves en el Teatro Nuna.

El mensaje no ha perdido actualidad e incluso se ha reforzado con los años. Según entiende Wara Cajías, la directora de Octáfono, quien se ha encargado de escribir la particular versión que ofrece este espectáculo, “hemos convertido a los niños casi en una generación de obreros: los padres buscan que desde los tres años aprendan violín, chino, teatro… cada vez se les exige más y se les ve como obreros del futuro que, desde ahora, se preparan para producir, y en muchos casos olvidan lo lúdico y lo creativo”. Y para que sus hijos puedan hacer tantas cosas, los padres deben trabajar más, lo que los aleja de ellos. Así, unos y otros se ven obligados a ir renunciando a lo más básico: el derecho de cada uno a decidir por sí mismo qué hacer con su tiempo. Es decir, pierden su libertad.

Transformar Momo en una obra de radioteatro de una hora y quince minutos no resultó fácil. La novela de Ende tiene pocos diálogos y es muy visual, se desarrolla en unos escenarios con tintes oníricos que juegan un importante papel en la trama. Cajías intentó basarse en una obra de teatro que existe en alemán, pero funcionó porque Octáfono no utiliza efectos visuales, lo suyo es la es ficción sonora escénica. Al final, el Momo que se verá en el Nuna se parece bastante a una opereta porque está lleno de música, bastante más que las anteriores obras de la compañía: Drácula y La ratonera. En cada escena se interpreta una canción con coros de cinco voces. Carlos Gutiérrez se ha hecho cargo de la dirección musical, ha compuesto algunos de los temas —otros los firma Cajías— y ha trabajado como lutier, ideando una serie de instrumentos originales, de buen sonido, muy sencillos en su concepción y que se han fabricado reciclando objetos como cubos o botellas de plástico.

Los mismos actores tocan y cantan. María Teresa Dal Pero —que hace de Momo, de uno de los hombres grises que se fuman el tiempo de los demás y de otros personajes— reconoce que con los instrumentos no es muy buena, pero se defiende. Se le da mejor el canto, que siempre ha practicado: “Es un reto enfrentarse a las melodías, pero bastante más a la parte rítmica, que es muy viva y muy importante para la obra”. Sus compañeros de elenco —Luis Bredow, Patricia García, Mauricio Toledo, Sachiko Sakuma y Bernardo Rosado— tienen diferentes habilidades y se esfuerzan durante los ensayos en cubrir el aspecto musical y el dramático. Aunque se divierten y la obra se les pasa rápido, dicen que esperan consecuencias: tal vez sufran un ataque de nervios o salgan con unas capacidades potenciadas. “Tanto esfuerzo mental hace que el espectáculo esté siempre fresco, porque los actores no pueden quedarse en lo de siempre, en nuestras obras es imposible usar muletillas”, dice Cajías.

“Hacemos casi demasiadas cosas en el escenario. Hay que lograr una transición rápida de voces y de actitudes para pasar de un personaje al otro. Alguno de ellos es más profundo y para otros basta con una pincelada más gruesa”, dice Dal Pero. Uno de sus personajes, Momo es, además, junto a Hora y la tortuga Casiopea, narrador de la obra. “Para sumar más dificultades, no hay muchos objetos que ayuden a esas transiciones, usamos pocos disfraces y cada personaje solo se distingue visualmente por un elemento”. Por ejemplo, la tortuga —que interpreta García— se reconoce solo por unos lentes y un cuellito de color, y el resto se basa en los movimientos, la gestualidad y la corporalidad de la actriz. “Uno se podía imaginar un caparazón enorme en el escenario, pero no. Este planteamiento forma parte de la sencillez de todo lo que hacemos en Octáfono”, aclara la directora.

Cajías asegura que el hecho de que el montaje sea tan sencillo ayuda a la obra a llegar a todos los públicos. Se espera que algunos espectadores acudan con sus hijos, y la compañía ya ha hecho pruebas con niños que han reaccionado muy bien a la música, los disfraces y las luces. Por eso es de esperar que también conecten con Momo y su contestataria, y no tan inocente, forma de entender la relación con el tiempo y con quienes disponen cada día más de él y, por tanto, de su libertad.