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El hereje de los Andes

Un rasgo notorio en nuestro país es el olvido de quienes dejaron testimonios incómodos o críticos. “En Bolivia el olvido, la indiferencia, la ingratitud, el desprecio (…) son los lauros con que se recompensa a los que algo han hecho por ella”, escribió Nicolás Acosta (1844-1893) en el libro Escritos literarios y políticos de Adolfo Ballivián (1874). En la actualidad, la indiferencia y el desprecio están vigentes en la historia en general y la crónica de las ideas en particular.

Humberto Muñoz Cornejo (1887-1959) fundó la revista Matices a los 18 años. Fue jefe de redacción (1909) y director (1914) del matutino El Tiempo, hasta su clausura (1920); dirigió las revistas Actualidades y Bolivia; también fue redactor y colaborador de La Razón, El Diario y Última Hora. En los años 20 encabezó, y fue presidente vitalicio, de la institución cívica los Amigos de la Ciudad, que le abrió las puertas del Concejo Municipal: fue Alcalde de La Paz (1938-1943) en el gobierno de Germán Busch y ratificado por Carlos Quintanilla y Enrique Peñaranda.

A poco tiempo de asumir la Alcaldía reeditó el libro Memoria histórica sobre la revolución del 16 de julio de 1809 de José Rosendo Gutiérrez, y el estudio Refutación a la historia de Bolivia de Alcides Arguedas, de Ismael Vásquez (1938). Encabezó la glorificación de los protomártires paceños, reflejada en el libro La glorificación de los restos de Murillo y Sagárnaga (1940). Pero su proyecto más ambicioso fue el Comité Pro IV Centenario de la Fundación de La Paz, ocupando el cargo de Secretario General y Presidente del Subcomité de Monografías y publicando los cuatro volúmenes de La Paz en su IV centenario 1548-1948.

De los artículos en El Tiempo salió el antirreligioso libro Páginas de combate (1910). El Vicario Capitular de La Paz, Monseñor José Bavía, lo excomulgó y Muñoz siguió conmocionando al clero en un segundo libro: Así hablaba Zaparrastroso (1911). Inspirado por el filósofo Friedrich Nietzsche (1844-1900) Muñoz creó el personaje Zaparrastroso: “Un hombre semiloco (…) uno de esos incomprendidos, cuyas ideas están muy por encima del gran bloque”. El propio autor reconoce la falta de originalidad de sus escritos: “¿Qué hay de nuevo? ¿Qué cosa no ha sido analizada, juzgada y prevista?”.

Igual que Así habló Zaratustra, de Nietzsche, Así hablaba Zaparrastroso va dirigido a la muchedumbre, predicando imitar al huracán por su violencia; a las olas por su empuje y a los chacales por su fiereza: el hombre debe tener sed de pasión, esto lo llevará a matar, destruir, aniquilar, desconfiar de lo bello, de la moral y de lo digno. Pero el hombre es débil: “¡No ha llegado aún el Súper-Hombre!”.

IMPIEDAD. Tras predicar huye a la montaña y, aislado, Zaparrastroso habla para sí mismo: “Vengo huyendo de la falsedad humana, de sus convencionalismos, de su moral ridícula”. Llega a la ciudad de la “tristeza”, tétrica, que simboliza a la Iglesia. Cerca del templo escucha quejidos, lamentos y oraciones, y manifiesta: “Vivid la vida de los sentidos, la vida del cuerpo, porque entendedlo bien, una sola vez se vive en la forma de hombre”. Estas palabras enfurecen a los tristes, que responden: “—¡Impío huye! gritó el sacerdote. —¡Impío huye!”.

Muñoz plasma su crítica al cristianismo en cada línea. Zaparrastroso asevera que el hombre vive encarcelado en un mundo ficticio: soñando un infierno y un cielo. Estos impulsos atávicos producto del cristianismo degeneran progresivamente. “Yo predico la vida. Dejad de soñar en lo superterrestre, en lo intangible; amad el mundo, porque de él sois parte”. Al salir de la ciudad de la tristeza se encuentra con el Sepulturero. Para Zaparrastroso es el más filosófico de los hombres, el más estoico, el más indiferente ante el dolor: “Amigo Sepulturero, ilustre sembrador de cadáveres, cuyo fruto son los gusanos (…). Tu oficio es el más digno para la humanidad. Tú devuelves a los hombres a la tierra para que se transformen en otros seres (…). La muerte no existe, ten por seguro”.

En otro capítulo, Zaparrastroso es conducido al infierno por Satán. Cortesanas de todos los tiempos bailan espléndidamente y semidesnudas. A un lado están Lutero, Calvino, Voltaire, Rousseau y todos los pensadores que no comulgaron con la religión. Incluso papas, clérigos, reyes, magistrados y políticos reían y blasfemaban: “¡Qué hermoso cuadro presenta el infierno!”. Según Zaparrastroso, Satán fue el primer librepensador y revolucionario. Por no doblar rodillas y por inspirar al hombre ideas de soberbia y grandeza fue arrojado del cielo: “Tu figura es digna de altivez del que piensa. Tus alas encarnadas y puntiagudas. Tu vestir marcial. (…). Tu espada símbolo de nobleza. Ese tu mirar feroz. Esa tu nariz aguileña, te da no sé qué extraño encanto”.

Zaparrastroso enfatiza la rebelión permanente: “Yo soy un removedor de lo estancado; soy un removedor de costumbres”, pero esta posición radical se diluye en rasgos conservadores y machistas: “Buscad una raza pura, fuerte, física y moralmente una esposa bella cuyo carácter lleve consigo la paz y la armonía del hogar, en el que la mujer hace calceta mientras el hombre piensa y trabaja (…). Amad a la mujer porque ella embellece la vida”.

Así hablaba Zaparrastroso —como el propio autor reconoció— no es un trabajo valioso a la historia del pensamiento boliviano, a pesar que tuvo cierta resonancia en su época y logró captar adeptos y detractores. Curiosamente, en la madurez de su vida, Muñoz pasó de anarquista anticlerical a un hombre respetuoso de la normativa vigente y amistoso con la Iglesia Católica. Como diría el personaje Zaparrastroso parasafreando a Nietzsche: “Ser humano, muy humano”.