El último tango del gato
El saxofonista argentino Gato Barbieri, que compuso un disco dedicado a Bolivia, tuvo el mundo del jazz a sus pies, pero murió recientemente en el anonimato
Si hay un animal vinculado al jazz, éste es el gato. Porque es nocturno, por su caminar sincopado, por el misterio en su mirada y por la viveza con la que se agazapa para conseguir su objetivo. La gran mecenas del jazz, la baronesa Pannonica de Koenigswarter, compró una casa en Nueva Jersey, que fue bautizada por Thelonious Monk como Catsville por un doble juego de palabras: Cat por los 120 gatos que Pannonica cuidaba ahí y porque Cat, en el lunfardo de los músicos negros, quiere decir “tipo”, “músico”. Si hubo un gato en la historia del jazz fue Leandro Barbieri, que el sábado 2 de abril falleció en Nueva York por una neumonía.
Leandro Gato Barbieri nació en 1934 y se enamoró del saxo por un tío saxofonista, y del jazz por la radio de su Rosario natal. Comenzó jugando con un requinto, una especie de clarinete pequeño que dominó rápidamente, para luego tomar clases particulares de clarinete durante cinco años. Recién llegado a Buenos Aires y todavía adolescente, comenzó su carrera profesional tocando con la orquesta de Lalo Schifrin, quien después se iría con el grupo de Dizzy Gillespie y, más tarde aún, se haría millonario con su composición para la serie televisiva Misión imposible.
El Gato se aburrió del clarinete y se pasó al saxo alto cuando en 1946 escuchó tocar a Charlie Parker el tema Now’s The Time, una melodía fresca, nocturna y mágica, en la que Bird mostraba que en un simple blues podía construir más melodías que ningún otro músico. El oído agudo del Gato no podía quedar indiferente a esa pequeña joya, en la que tres minutos parecen durar mucho más, ya que está perfectamente equilibrada, es totalmente lógica y por eso se convirtió en el mayor éxito de los bopers hasta ese momento.
Unos años más tarde, el embrujo, la sensación de libertad y la concepción del sonido universal del saxo de John Coltrane impregnarían el alma del Gato, que finalmente encontró su asidero en el saxo tenor, instrumento que colgaba de su hombro y con el que se movía sigilosamente acechando las oscuras calles porteñas de finales de los años cincuenta. Caminaba de noche deambulando y construyendo el sonido de una ciudad cosmopolita y moderna, en la que el asfalto se mezclaba con el humo y en la que los aromas tangueros que desprendían los locales poco a poco se iban tiñendo del octeto que Astor Piazzolla había formado en 1955 y que 10 años después se convertiría en un quinteto que despertaría el interés de los músicos de jazz. En ese ambiente, el sonido aún no rasgado del saxo del Gato sería parte de la banda sonora de la película que Osías Wilenski dedicó al Perseguidor de Julio Cortázar.
El Gato estaba a punto de iniciar una extensa e imprevisible carrera que lo llevaría a los parajes menos esperados. Ningún gato tendría, como él, tantas vidas y tan distintas. En 1962 se fue a Europa junto a su esposa italiana Michelle para establecerse por un tiempo en Roma, donde comenzaría otra vida. Siempre al acecho, conoció en París al trompetista Don Cherry, con quien grabó dos discos alineados a la vanguardia del freejazz de esos años, en los que también formó parte de la Liberation Music Orchestra del contrabajista Charlie Haden, de la Jazz Composer Orchestra de Michael Mantler y de duetos con el pianista sudafricano Dollar Brand. No satisfecho del todo con el Avant-Garde del jazz, emprendería un giro para iniciar otra de sus vidas, que tendría las raíces latinoamericanas de un tercer mundo tan rico e imaginario que se plasmaría en un disco bautizado como The Third World, decantador de una serie de álbumes impregnados de la música popular y el folklore de sus pagos, entre los que están célebres obras como Pampero, Fénix, Under Fire y la serie de capítulos de sus vivencias como Chapter One: Latin America, Chapter Two: Hasta Siempre, Chapter Three: Viva Emiliano Zapata, Chapter Four: Alive in New York y Bolivia.
Sí. El Gato le dedicó un tema y un disco íntegro a nuestro país. Una composición del año 1973 en la que el gatuno saxofonista se inspiró en la travesía del Che Guevara por estos lados. Este tema contiene aires y sonido de los Andes, y se presta para que Barbieri nos empuje a paisajes imaginarios de ríos y montañas y a la espesura de la selva boliviana, adornada con sonidos que imitan a los animales de la región. La melodía principal es presentada por la flauta traversa que busca acercarse al sonido de la quena. En una parte del tema, el saxo del Gato es desgarrado y dramático, y expresa el momento en que capturan al Che. Entonces, en el momento del ocaso, entona un canto luctuoso.
El Gato siguió viviendo otras vidas, muchas de ellas simultáneas. Una de éstas, por la que muchos lo recuerdan, es la composición e interpretación de la banda sonora de la famosa película El último tango en París, de Bernardo Bertolucci, protagonizado por Maria Schneider y Marlon Brando. Y luego, una vida más, la que comenzó en 1976 con Caliente, disco producido por Herb Albert donde su sonido tomaba un enfoque que más tarde se conocería como smooth jazz. “Creo que Caliente es mi disco preferido, es un disco muy bello, también Tercer Mundo y Fénix. Pero mi memoria ya no es buena, tuve problemas con la droga y el alcohol, estuve mucho tiempo sin tocar. Después Michelle estuvo muy enferma”.
En 1994, a Michelle, de 35 años, le fue diagnosticada una enfermedad degenerativa. Por primera vez el Gato dejó su saxo y se alejó del mundo. “No quería saber nada de la música”, decía con profunda tristeza. Trasladó a su casa todo el fuego y la ternura de su música para convertirse en el enfermero de su esposa. Y así sus últimas vidas pasaron desapercibidas. Alguien que tuvo el mundo a sus pies terminó sumido en el más impenetrable de los olvidos: “Será porque he hecho todo lo posible por complicarme la vida y lo he conseguido”, decía el Gato.