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Escribir con luz

Shashin es la palabra japonesa que nombra la fotografía; la misma se compone de dos ideogramas, “sha”, que significa reproducir o reflejar, y “shin”, que significa verdad. Para la mentalidad japonesa, el proceso mismo consiste en capturar la esencia de algo cuyo resultado debe siempre contener algún elemento de verdad.  La fotografía japonesa es el fruto de múltiples reacciones que van desde la empatía a la desconfianza. De este proceso de reproducción de verdades nos habla Álvaro Gumucio, en cuyo trabajo es posible entender una asombrosa diversidad que evidencia expresiones de sentimientos, de incomprensión y ambigüedad hacia la realidad y el mundo, en lugar de intentar descifrarlo y analizarlo objetivamente.

Su obra es la mirada de alguien que busca sin cesar situaciones cotidianas que son presentadas con una estética potente y misteriosa. Sus series son narrativamente claras aunque no hay un guion que nos permita analizar la historia que presenta; son disparos certeros hechos por un francotirador que cambia de lugar por instinto, sin seguir un rumbo fijo. Sus imágenes cuentan narrativas visuales que producen la curiosidad y el interés de ver más allá de la propia imagen y adquieren planteamientos estéticos que son parte de su forma de ver y de crear.

La homogeneidad de los paisajes rurales y urbanos de Gumucio sería prácticamente imposible de conseguir con el uso del color. Solo así pueden encajar dos escenarios tan distintos como un solitario cielo estrellado del Chaco boliviano y el bullicioso enjambre de gente en la ciudad de Cochabamba. El acierto del artista es la elección del blanco y negro, y su dominio de los matices de gris recuerda a Ansel Adams por la sencillez de las formas en sus paisajes naturales y urbanos. Pero donde más evidente se hace el acertado uso del monocromatismo es en las escenas rurales de formato apaisado. La atmósfera que crean la oscuridad de la noche, los caminos casi sin marcar y las pocas personas y casas que aparecen transfieren atemporalidad a cada fotografía. Los cuidados encuadres transmiten una sensación de silencio, calma y melancolía casi inalcanzables en color.

La unidad de la música de los astros con la música de la lluvia, el florecimiento de la agricultura y la íntima relación entre lo humano, lo divino y la naturaleza suceden en el  mundo que Gumucio nos incita a habitar. Sus imágenes alucinadas nos invitan a viajar a un mundo donde las propuestas son ilimitadas e imprevisibles; donde las imágenes de la poesía evocan un lugar e invocan un nombre que le pertenece íntimamente: caminar en un espacio—tiempo singular. Es una relación entrañable del habitante y su lugar de origen, desde el regreso de Ulises a Ítaca, o al Dublín de Ulises, hasta las profundidades del Chaco boliviano donde nos lleva Elio Ortiz en su novela Irande ara Tenondegua jaikue kuñatai oiko vae.

En Imperio de los signos Roland Barthes señala que la cultura japonesa ganó su libertad al liberarse de los signos que contiene. De alguna manera esto también puede decirse de las fotografías de Gumucio: no son una conclusión, sino un perpetuo cuestionamiento. El movimiento y el sonido de sus imágenes sencillamente suceden en un lugar y en un momento dado, como el mismo arte del Haiku.

PROYECTO. Museo de Papel es una plataforma de difusión que visibiliza a jóvenes creadores bolivianos de diferentes disciplinas artísticas que, más allá del dominio de la técnica, ofrecen una reflexión poética sobre la creación artística. Este museo no exhibe en un espacio físico ni atesora, consagra o jerarquiza obras; es un dispositivo que amplía la mirada hacia un horizonte mestizo donde conviven lenguas, temporalidades y culturas. Museo de Papel es un proyecto de la Fundación Cinenómada para las Artes. Cuenta con el apoyo del Centro Cultural de España en La Paz, la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo y el periódico La Razón.

Álvaro Gumucio

La calle atemporal

Como fotógrafo priorizo el instante al resultado, lo visceral en lugar de lo prolijo. Considero que la calle me proporciona la mayor dosis de poesía.
Es el lugar donde se mezcla un universo de percepciones e interpretaciones. Cuando compongo una fotografía me acomodo a una realidad ya existente, agudizando la mirada para cazar el momento irónico que realza el aspecto más errante de lo cotidiano. Uso en general blanco y negro para atemporalizar la obra incluso cuando el tiempo y espacio pertenecen a mi actualidad.