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Un siglo de compartir las mejores notas

Eduardo Machicado lleva 75 años escuchando buena música, igual que hace mucha gente, y compartiéndola como probablemente no lo haga nadie. Heredó de su padre, Flavio Machicado Viscarra, la pasión por abrir las puertas de su casa cada sábado para que quien quiera disfrutar de alguno de los más de 7.000 discos que atesora allí se siente en la sala y escuche. Flavio comenzó con la tradición por casualidad, un día de abril de 1916, cuando estudiaba en Harvard, Estados Unidos, y al poner un disco en su departamento algunos vecinos se acercaron a la ventana atraídos por las notas. Así fundó estas sesiones de apreciación musical, que siguieron en la avenida Ecuador de La Paz cuando volvió a su ciudad en 1922. Alguien las bautizó como Las Flaviadas en 1947, y de ellas se hizo cargo Eduardo desde que su padre falleció en 1986. Y la tercera generación ya está preparada para tomar el relevo, de la mano de Cristina.

Hace un par de semanas se celebró una sesión especial de Las Flaviadas, por el centenario, a la que asistieron al menos las 90 personas que firmaron en el libro de visitas. Bastantes más escuchantes que los de una tarde normal: 25 de media. Eduardo calcula que desde 2000 han pasado por su salón al menos 15.000 personas, que no son pocas aun teniendo en cuenta que algunas repiten: Cristina dice que hay un grupo de cinco o seis que sí asisten prácticamente siempre y el resto varía. Lo bueno es que últimamente son más jóvenes que antes y muchos de ellos llegan de El Alto gracias a que la Línea Amarilla del teleférico queda cerca. Al aumento de público también ayuda el nuevo horario. Tradicionalmente Las Flaviadas empezaban a las 21.00 y en algunos casos se alargaban hasta la madrugada. Eran los tiempos de Flavio, cuando la actividad nocturna paceña no ofrecía muchas alternativas. En la actualidad, que hay más oferta, el tocadiscos empieza a girar a las 18.30 y así a las 20.30 los asistentes aún tienen tiempo para salir.

De esta forma se está recuperando una actividad cultural que iba perdiendo fuelle al tiempo que el acceso a la música se democratizaba, desde los 90 y especialmente cuando llegó internet con su catálogo casi infinito de grabaciones. Ahora la familia Machicado dispone de una página web y un perfil de Facebook para difundir las convocatorias y los programas, con lo que —además de atraer más visitantes— permite a quien no pueda asistir buscar en su discografía o en la red las obras que se van a escuchar y reproducir la sesión en su propia casa. Es decir, Las Flaviadas a domicilio, o algo parecido.
Porque igual no va a poder ser nunca, no solo por el ambiente y la acústica especial de la casa, sino también porque en ella se escuchan y se tocan joyas imposibles de encontrar en ninguna otra parte, como discos a 78 revoluciones de principios del siglo XX en los que Igor Stravinsky interpreta sus propias obras, y otros incunables. O álbumes y recuerdos de ilustres personajes que alguna vez se sentaron en el salón de los Machicado, como hizo el pianista, compositor y director estadounidense Leonard Bernstein, quien el 17 de mayo de 1952 escribió una cariñosa dedicatoria a Flavio. Este documento y muchos otros están en la sala para que los asistentes sean conscientes de que se encuentran en un lugar con historia.

El programa de cada semana lo escoge Eduardo siguiendo siempre el mismo plan general: hacer un recorrido cronológico por las épocas de la buena música. El que ofreció ayer empezaba con Bach y terminaba por Prokofieff, pasando por Beethoven, Rachmaninoff y Bartók. Resulta un trabajo duro seleccionar las obras para todo el mes de forma que las sesiones queden compensadas en estilos y ofrezcan pasajes más accesibles o más difíciles de comprender. Y aún más moroso es preparar las notas introductorias que Eduardo lee sobre cada una de las obras y que buscan no solo contextualizarlas bien, sino también incitar la curiosidad del público y despertar en él una pasión tal vez no tan intensa como la suya pero que sí le lleve a aprender por su cuenta.

Tanto esfuerzo compensa cuando las luces se apagan y el salón queda en penumbra. Es el momento perfecto para apreciar sus cualidades acústicas, pues Flavio lo hizo construir con un techo abombado que recuerda a los de muchos teatros y que resulta perfecto para que las notas que salen de los cuatro grandes parlantes se deslicen claras, sutiles y potentes hasta el último rincón, y así entren en los oídos y los espíritus de los paceños y de sus visitantes. Igual a como lo ha estado haciendo, una vez por semana, durante un siglo.