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Partituras de gran nivel

Llegó un sobre enorme y emergieron poco a poco, partitura tras partitura, sonidos, ideas y mucho trabajo detrás de cada propuesta. Salvo un par de casos que no cumplían el reglamento, la primera impresión fue un definitivo salto cualitativo respecto de la versión anterior del concurso de composición Orlando Alandia, que fue concebido y organizado por el compositor boliviano Edgar Alandia. Este concurso bianual se ha convertido en un acicate real para todo compositor nacional, y a partir de esta versión es un indicador de que la composición en Bolivia ha llegado a un nivel muy bueno.

Los concursantes debían escribir, como resultado de un proceso creativo, una partitura para clarinete y orquesta de cuerdas. Escribir y no hacer una ficticia versión de audio que sale de un software de notación musical actual, como el Finale o Sibelius entre una variopinta oferta de productos similares.

Generalmente este audio es un subproducto de los paquetes de notación musical que está completamente alejado de la realidad sonora, porque muchas veces el uso de esta herramienta oculta vacíos formativos que se evidencian en lo compuesto y que queda lejos de las posibilidades de los músicos de carne y hueso: Este software o app no necesita respirar, no se cansa, no necesita cambiar de arcos o no se da cuenta cuando en el compositor usa los registros instrumentales de manera teórica creando sonoridades de balance ficticios. Es decir, la máquina no piensa musicalmente. Un intérprete sí, y tiene la sensibilidad y el poder de hacer realidad los códigos sonoros que yacen entre líneas, trayendo a la realidad el mundo imaginado que habita en la mente del compositor. Una partitura bien trabajada se defiende sola, y eso es lo que los jurados buscamos en cada obra.

Una a una las partituras fueron revelando a jóvenes llenos de ideas… aunque, bueno, algunos no tanto. Anónimos todos ellos, como debe ser en un concurso.

Se fatigaron libros, tablas de posiciones y sitios de internet buscando y comprobando, por ejemplo, los “multifónicos” —esos inusitados sonidos simultáneos que los instrumentistas del siglo XX descubrieron— de varias obras concursantes, y también se despacharon sendas consultas a clarinetistas de música contemporánea. Uno de los jurados, el español Jesús Villa-Rojo, reconocido compositor y clarinetista con varios libros escritos sobre los nuevos recursos del instrumento y sobre la notación contemporánea en su haber, dio un aval fundamental al concurso. Otro de los jurados, el clarinetista boliviano Jorge Aguilar, tocó las partes de clarinete de todas y cada una de las obras, se contactó con especialistas del clarinete del siglo XX europeo para aclarar dudas y trabajó las posiciones propuestas en las partituras en función de marcas y modelos del actual clarinete.

La cantidad de partituras presentadas alcanzó a 18, resultó una sorpresa grata. Sorpresa mezclada con un cierto escepticismo —“¿tantos?”—, impresión que poco a poco se fue convirtiendo en un placer. Las nuevas generaciones de compositores bolivianos traen consigo lo que un flamenco llamaría “duende”, “ese algo” que está latente en las partituras interesantes y que en el futuro seguro dará de que hablar, perdón dará cosas que oír y pensar. No contentos con esto revisamos si la escritura para cuerdas era idiomática y por último, lo más importante, si la notación reflejaba una propuesta creativa; en fin, si las ideas y los procesos confluían. Quedaron muchas partituras anónimas llenas de hallazgos sonoros trabajados a veces con soltura, a veces sin experiencia, pero con creatividad. La mayor parte de ellas, intuyo, es gracias al trabajo formativo que se hace en Casa Taller, que hoy en día se ha convertido en una gran alternativa para los jóvenes interesados en la composición.

En honor a la verdad, hay que decirlo, la impronta de Cergio Prudencio está latente en muchísimas partituras presentadas. Los procesos sonoros que manejan lo estático como recurso expresivo, el detalle en las elecciones tímbricas y el manejo del color instrumental que sostiene esta manera de escritura son prueba de esta afirmación. Puede percibirse en estas obras la influencia del trabajo pedagógico que Prudencio realizó durante décadas, desde la cátedra y desde praxis sonora, en la Orquesta Experimental de Instrumentos Nativos.

Todos los miembros del jurado coincidieron en el resultado. Una partitura resultó la ganadora porque reflejaba experiencia en el manejo de las ideas y los contrastes estructurales: Un día en la ciudad sagrada, obra escrita por el compositor Gastón Arce. La Mención de Honor es una obra llena de fascinantes sonoridades escrita por Alexander Choquehuanca, alumno de Casa Taller. Es una pena que el resto de las partituras permanezcan anónimas. No obstante, esperemos que los concursantes se animen a seguir escribiendo y, claro, a hacer escuchar el resultado de este buen hábito.