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Lo viejo suena como nuevo

En medio de un panorama lastrado por la repetición y el reciclaje, el gran mérito de una banda de rock actual está en sorprender. Y lo que de verdad asombra es que lo haya logrado el mayor de los grupos de rock, el que desde hace décadas está permanentemente bajo los focos y, además, sin ofrecer mucha novedad porque toca lo que, en el fondo, ha tocado siempre: blues. El nuevo disco de los Rolling Stones, Blue & Lonesome, sorprende gratamente y demuestra que poco importa la edad a la hora de grabar un buen disco.

Los Rolling Stones han hecho blues durante toda su larga carrera; es más, el vínculo formado por la dupla histórica de Mick Jagger y Keith Richards tuvo como nexo precisamente discos de bluesmen norteamericanos. Keith se acercó a Mick por primera vez en una estación de trenes en 1961 cuando lo vio con unos discos de Muddy Waters bajo el brazo. Hicieron amistad de inmediato por la afinidad de gustos. De estos surgió una química instantánea capaz de vencer todo exabrupto entre ellos… y sí que los han tenido: muchos y muy fuertes porque la convivencia tiene eso. Pero el nexo sigue tan fuerte como hace medio siglo, una sintonía que deriva directamente del amor por el blues y por quienes lo inventaron: “Este álbum es un homenaje a nuestros favoritos, la gente que nos impulsó. Ellos fueron la razón por la que empezamos una banda”, explica Jagger.

Después de 11 años sin publicar, los Stones vuelven con un disco capaz de poner en figurillas el término “nuevo” porque a la vez es viejo, ya que reúne un conjunto de temas muy parecidos a los que tocaban a principios de los 60, cuando Richards y Jagger formaban parte del grupo Boy Blue y los Blue Boys y compartían luces con Blues Incorporate, donde tocaba Brian Jones, futuro miembro del grupo.

La pareja que luego firmaría algunos de los temas más importantes de la historia de rock es la misma que la de aquellos fanáticos que llenaron de blues su primer repertorio, cuando debutaron en el Marquee Club de Londres en julio de 1962, bautizando la banda con el título de un tema de Muddy Waters: The Rolling Stones. Y también son los mismos Rollings Stones que una década después convertidos en las “Satánicas majestades” del rock, siempre encontraban espacio entre los hits de su largo repertorio para incluir sentidos blues, como aquel extraordinario Love in vain, derramado en su fatídico concierto de Altamont de 1969, que empezó como una fiesta de entrada libre y terminó con la muerte de un fan, apuñalado al pie del escenario.

El blues Little Red Rooster, de Willy Dixon, estuvo desde el principio y también en los turbulentos 80, llenos de excesos y giras multitudinarias. Tampoco faltó blues en los 90, cuando los Stones volvieron a sentir el gusto de tocarlo en un pequeño local, logrando uno de sus más disfrutables discos: Stripped. Por eso no es sorprendente que a estas alturas sigan dándole al blues: lo hacen porque lo dominan, pero también porque les devuelve a la razón básica que explica que lleven tanto tiempo en esto.

Esa debe ser la causa de que solo necesitaran tres días para grabar Blue & lonesome, en el que dejaron a un lado su propia creatividad para reencontrarse con viejos blues de sus héroes de juventud, como Howlin Wolf, Dixon o Little Walter, y para rescatar algunos otros, como All of your love, una canción nacida en 1967, cuando ellos ya estaban rodando por el mundo.

Y aunque todo parece viejo, Blue & Lonesome suena fresco y nuevo porque conserva e incluso refuerza la capacidad que un buen blues tocado con las tripas siempre ha tenido  para seducir a oídos jóvenes. Los Stones lo consiguen a través de un requisito imprescindible en toda la música y tal vez más en ésta: el disfrute. Si algo se evidencia de entrada es que tanto Jagger, Richards y Charlie Watts como el insolvente Ronnie Wood han hecho el disco primero para ellos, degustándolo a plenitud, en cada nota, porque este es el sonido que los mantiene vivos y juntos. Lo mismo que ocurrió con Eric Clapton, quien después de llevarse todos los grammys de 1992 realizó un disco solo de blues que reafirmaba que era lo que mejor sabía hacer y, además, lo que más le gustaba. Como ahora los Stones, quienes dejan a un lado todo, incluso su propia composición, para empaparse de blues. Y, claro, no es casual que Clapton sea invitado estelar en dos temas de este disco: se trata de un maestro pero, más simplemente, es un buen amigo porque comparte con ellos el vicio… por el blues.

Pero si alguien se lleva la flor en este disco es Jagger, quien a los 73 años está cantando mejor que nunca o, al menos, el blues le sale mejor que nada. Mick sorprende con una voz potente y sentida pero, además, con un admirable manejo de la armónica, de forma que quien se puede considerar el paradigma del frontman de una banda de rock demuestra que más allá de sus poses y piruetas de escenario es, sobre todo, un buen músico.

El tema que le da título al álbum es un viejo blues que Richards encontró entre los discos olvidados de Walter Jacobs, de quien dice: “Probablemente haya sido el mejor tocador de armónica de todos los tiempos”. Como fanático suyo que es, el guitarrista se entusiasma recordando: “Lo encontraron en un cubo de basura después de su muerte, ¡hombre!, supongo que eso es el blues”… y cierra el comentario con su sonrisa socarrona de pirata.

Contrariamente a la trágica muerte de Jacobs es poco probable que Blue & lonesome termine en un basurero, como ocurrirá con muchos discos de rock actual. Ocupará un buen lugar en la discografía de los Rolling Stones porque se trata de un disco encomiable de principio a fin, lleno de sentimiento y disfrute, producto de la pasión de cuatro viejos rockeros que inventaron y siguen teniendo la fórmula magistral para convirtir lo viejo en nuevo.

El tiempo no estará siempre de su lado

José Emperador

Eric Clapton contó en una entrevista hace unos meses que, durante décadas, despreció a todo guitarrista que no dominara “el blues puro”. Ha tocado y sigue tocando con muchos colegas, y uno de los que más aprecia es Keith Richards, desde que en 1968 se unió a él y a John Lennon bajo el nombre Dirty Mac e interpretaron la canción Yer Blues dentro del show The Rolling Stones Rock and Roll Circurs. A lo largo de sus carreras, Richards y Clapton compartieron escenarios y excesos. Tras varios buenos sustos Clapton los dejó todos menos uno: el blues, que sigue contando entre los muchos que a su edad mantiene el guitarrista de los Stones.

Ahora, 48 años después de aquella mítica actuación, Clapton aporta a darle el ambiente necesario a Blue & Lonesome, un disco que, aunque estupendo, tiene un defecto que algunos considerarán grave: en ninguno de los temas canta Richards. Los Stones tocan como nunca, pero la banda queda en un cierto segundo plano porque los focos se centran en la armónica y en la voz de Jagger. El cantante alcanza un alto nivel, demostrando que su amplísima experiencia le ha enseñado que para convertirse en un gran intérprete de blues lo mejor es sacar lo que uno lleva realmente dentro y no intentar componer una caricatura de negro de Chicago que, al final —y por muy lograda que quede— siempre suena a falsete.

Pero, dicho esto, también es cierto que en el repertorio tampoco hubiese sobrado un poco de la maltratada garganta de Richards. Quienes la extrañen siempre pueden recurrir a Crosseyed Heart, el disco —también lleno de blues— que publicó en solitario hace poco más de un año y que se plantea como otro sentido y respetuoso homenaje a los pioneros del género y a sus guitarras, de los que Richards siempre se ha declarado no tanto un admirador como un heredero.

Resulta extraño ver a un guitarrista de rock que utiliza el capotraste, pero es que Richards no es normal en casi ningún sentido. Aprendió este recurso de los bluesmen antiguos del delta del Misisipi y lo adaptó para lograr ese sonido tan cortante pero tan expresivo y tan estoniano que da a sus temas una personalidad arrebatadora. El más famoso de estos es Happy —en el que Richards también canta—, del álbum Exile in Main Street (1972), tal vez el trabajo en el que la banda se muestra más cercana al blues, no ya tanto por cómo suena —también hay mucho country y mucho soul— sino por cómo se la siente: ácida, destemplada, rotunda, desbordada de energía, desafiante, exagerada en las actitudes.

Unos Rolling Stones incluso más bluesmen que los del álbum inmediatamente anterior, Sticky Fingers (1971), en el que jugó un papel clave Mick Taylor, el guitarrista fichado de los Bluesbreakers liderados por John Mayall, campeón del blues británico durante muchos años. En las selecciones que los expertos hacen de los mejores discos de blues de la historia normalmente aparece el que los Bluesbrakers grabaron en 1966 con un miembro extra en la banda: Eric Clapton.

Blue & Lonesome probablemente no llegue a levantar tanto entusiasmo como aquel disco, entre otras cosas porque en estos tiempos todo se ve y se escucha con una actitud menos apasionada y mucho más escéptica que en 1966. De todas maneras, para los amantes del blues, del rock y del espíritu que ambos géneros comparten, en este álbum de los Rolling Stones resulta un magnífico broche para un círculo que convenía cerrar ahora, por si acaso. Jagger y Richards lo saben: cantaban “El tiempo está de mi lado” en 1964, pero 10 años más tarde, quizás rectificando, decían: “El tiempo no espera por nadie y no esperará por mi”.